Cuando comían acostados

21 noviembre 2015 at 11:39 am 1 comentario

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Thomas Couture. Romanos de la decadencia, 1847. Paris, Musée d’Orsay

Fuente: Graciela Audero  |  El Litoral    20/11/2015

Pintor francés, hijo de una familia modesta y culta, egresado brillante de la École des Beaux- Arts de París, Thomas Couture (1815- 1879), que pretendía salvar la declinación de las artes plásticas por medio de su eclecticismo, es el autor del enorme óleo “Romanos de la decadencia”. En la misma época, su colega Gustave Courbet iniciaba el realismo: dos estilos contemporáneos que marcaron la segunda mitad del siglo XIX. Uno cierra el clasicismo, el otro señala los caminos de la modernidad en pintura.

En “Romanos de la decadencia” (1847), obra que reúne todos los géneros (historia, paisaje, arquitectura, personajes, desnudo, naturaleza muerta), Couture se inspiró por un lado, en las pinturas de Rafael, Veronese y Tiziano, y por otro, en la literatura de Juvenal, escritor que atribuye la decadencia del Imperio romano menos a los gastos de las guerras que a los vicios en tiempos de paz. En su composición teatral en la cual dos líneas de fuga abren la perspectiva, el artista dispone numerosos personajes en el primer plano, una naturaleza muerta en el suelo, y una mujer vestida de blanco, vivamente iluminada desde la izquierda, en el centro del cuadro. Es una escena donde hombres y mujeres, ebrios y somnolientos, expresan la pesadez y voluptuosidad de un final de noche agitada. Se trata de un grupo de la clase dirigente extraviada por la riqueza, el poder y la corrupción, que se exhibe en una cama inmensa y única a imagen y semejanza de la intensidad de la orgía. En medio de tanta decadencia, la odalisca central: ¿es la personificación de Roma, cansada de orgías y lujuria? o ¿es la figura de la Moral, que invita a la reflexión sobre el peligro de entregarse a la facilidad ? Nunca lo sabremos. Pero sabemos que el tema pertenece a la historia de Roma antigua. Y la cama compartida nos remite inevitablemente a la costumbre de los romanos de comer acostados.

Durante un milenio, cuando los hombres civilizados de la cuenca del Mediterráneo no querían sólo alimentarse sino tomarse el tiempo para disfrutar la comida, verse, hablarse, divertirse; se acostaban. Los griegos lo hacían apoyados sobre el codo izquierdo en una cama levemente inclinada, al lado de mesitas individuales en forma de trapecio con tres patas. Los romanos, que habían heredado la costumbre de los griegos, en una primera etapa, se acostaban en posición levemente oblicua, en una cama de mesa o triclinia de tres plazas, y la mesa común en el centro. En una etapa posterior, lo hicieron en una especie de diván colectivo semicircular alrededor de una mesa redonda. En ambos períodos, las triclinias estaban dispuestas en forma de U, es decir, en tres lados de la pieza, porque el cuarto se reservaba para el servicio. Triclinias y mesas eran los muebles del triclinio (nombre del comedor), que poseían las casas de las clases superiores. El triclinio era un espacio lujoso donde los objetos de arte debían contribuir con su belleza a realzar el ambiente y dar brillo a la comida principal, la cena, que tenía lugar a las cuatro de la tarde después de las termas. En el triclinio, los invitados se ubicaban en función de un protocolo: el sitio de honor era el de la derecha de la triclinia del medio. Según el puesto del comensal y su habilidad para servirse, el menú podía variar: los mejor ubicados comían langosta y salmonete mientras los más alejados de la mesa, se conformaban con algún pescado lleno de espinas.

A la frugalidad republicana sucedió, en la época imperial, el lujo de la mesa y las orgías cuyo fin era comer y beber todo lo posible. A propósito, en los albores de nuestra era, Séneca dice: “Los romanos comen para vomitar y vomitan para comer”.

Alrededor del 600 a.C., los griegos habían adoptado de Oriente Medio la costumbre de comer acostados. En realidad, entre los alegres orientales, sólo el príncipe comía acostado, y aparecía frente a sus súbditos en su cama de reposo diurno. En Oriente se usaban dos camas: la nocturna para el sueño y la diurna para la siesta y otras actividades. Ésta última devino el trono, símbolo real. Pero entre los griegos, sociedad de aristócratas y no de monárquicos, la costumbre de comer acostado sería adoptada por todos los nobles, y hasta por los dioses. A su turno, también, los romanos se acostaron para comer, y antes que ellos sus dioses. Al final de la Antigüedad, los banquetes funerarios perpetuaban la memoria de los muertos alrededor de la tumba donde los deudos se sentaban en bancos. La posición sentada marcaba el duelo. Mas, poco a poco, estas comidas junto a los queridos difuntos terminaron adoptando la posición acostada, como puede apreciarse en las catacumbas romanas. Y no fueron los bancos de los banquetes funerarios los que provocaron la extinción de la costumbre de comer acostado sino la silla de los obispos de Occidente, instalada en la iglesia catedral: la cátedra, símbolo del poder eclesiástico antes del siglo V. El fin de la Antigüedad fue el fin de las triclinias.

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