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El azar y el vicio por el juego de los dados, la gran adicción que obnubiló a Octavio Augusto
El que fuera primer emperador de Roma también se dejó seducir por uno de los esparcimientos preferidos por los romanos: los juegos de azar y, más concretamente, los dados
Fresco que representa una partida de dados – Blog Domvs Romana
Fuente: P.FM.A. | ABC Historia
31 de agosto de 2018
Del 753 a.C. al 509 a.C., la Monarquía; hasta el 27 a.C., la República. Estos son los precedentes de una superpotencia radicada en Roma, ciudad fundada por Rómulo y Remo un 21 de abril del año, como no es difícil intuir, 753 antes del nacimiento de Cristo. La que en sus inicios no era sino una simple aldea de pastores, se acabó convirtiendo en un poderoso imperio que perduró hasta el 476 d.C. y llegó a controlar un inmenso territorio. Fue bajo el mandato del emperador Trajano cuando las fronteras del Imperio romano estuvieron más alejadas: desde el océano Atlántico en el oeste hasta las orillas del mar Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico en el este; desde el desierto del Sahara al sur hasta Germania y Britania al norte.
Dicho lo cual, resulta obvia e innegable la herencia cultural, social y política recibida de Roma. Los romanos nos legaron el latín, el cual está presente en los idiomas hablados en un tercio del mundo. La misma proporción se rige por leyes surgidas del Derecho Romano. Por su parte, las obras arquitectónicas, tales como templos, calzadas, acueductos, etc., conviven con nosotros y juegan un importante papel en el patrimonio artístico de las distintas naciones.
Pero con lo generalizado que está el ocio en la actualidad, podría afirmarse que a los descendientes de los «gemelos fundadores» les debemos, también, la afinidad hacia el recreo y el entretenimiento. «Pan y circo» era la máxima de las autoridades, las cuales siempre fueron partidarias de la organización de espectáculos de diversa índole para granjearse el favor del pueblo. Así, teatros y peleas de gladiadores se popularizaron a lo largo y ancho del imperio. No obstante, existe otra práctica por la que los ciudadanos de Roma sintieron gran afición, algunos de tan alta alcurnia como Octavio Augusto: los juegos de azar. Este episodio es abordado por Lucía Avial Chicharro en su inestimable libro «Breve historia de la vida cotidiana del Imperio Romano: costumbres, cultura y tradiciones» (Nowtilus, 2018).
Hagan sus apuestas
«Los romanos fueron un pueblo muy aficionado a los juegos de azar, especialmente a los dados y a las apuestas con estos», manifiesta Avial Chicharro en su ejemplar y dicha afirmación resulta central para el devenir de esta pieza. Desde las reuniones en cantinas para tomar unos vinos hasta las largas horas que los legionarios pasaban asediando y sitiando un emplazamiento, cualquier excusa era buena para echar unos dados y jugar unas monedas. De hecho, no se caería en una falacia histórica si se hablase de vicio o ludopatía. Tanto es así que llegaron a redactarse, ya en época republicana, restrictivas leyes que punían el juego: leges aleariae.
El nombre de las mismas tampoco es algo baladí. Como bien indica Miguel Córdoba Bueno en su obra «Anatomía del Juego: Un análisis comparativo de las posibilidades de ganar en los diferentes juegos de azar» (Dykinson, 2013), del latín aleator proviene jugador, término que por aquel entonces poseía connotaciones negativas (deshonesto y con un defecto de carácter), y se encumbra como la raíz de aleatorio, palabra que en la actualidad utilizamos para definir aquellos fenómenos regidos por las reglas del azar.
A este respecto, por todos es conocida la expresión latina alea iacta est o, en román paladino, «la suerte está echada». Se atribuye a Julio César la enunciación de tan célebre frase al pasar el Rubicón con sus legiones, el riachuelo que marcaba el límite entre la Roma republicana y la Galia. Pues bien, una variante puntualiza que no pronunció exactamente dicha consigna porque lo hizo en griego, de modo que el significado literal pasaría a ser «los dados se han tirado». Como no resulta difícil imaginar, alea designaba genéricamente a todos los juegos de azar de la antigua Roma.
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Las leyes perseguían los juegos en los que el resultado dependía única y exclusivamente del azar
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Volviendo a la legislación antes mencionada, es preciso matizar que lo que castigaba no era el juego en sí sino las apuestas de «cuartos» que éste conllevaba. Así, mientras que se consideraban legales en aquellas competiciones, como las peleas en el anfiteatro, en las que el resultado dependía de la pericia y la gallardía, perseguía a todos aquellos que se jugaban un dinerillo confiando toda su suerte a la «ventura de la providencia».
Según detalla Javier Sanz en «La ludopatía en la antigua Roma», artículo publicado en la web «Historias de la Historia», las multas impuestas eran un múltiplo de la cantidad apostada y variaba en función de las circunstancias así como de la familia del apostante. «Además, la ley no reconocía las deudas de juego ni los delitos cometidos contra la propiedad de las “casas de apuestas”», prosigue el autor.
No obstante, como bien plantea Pilar Martínez Abella, resultaba sin duda complicado controlar las partidas privadas en hogares y tabernas. «¿Cuánto te puede costar esconder un dado? ¿Quién podría aguantar una de esas tediosas cenas sociales, sin la chispa que propicia el riesgo de perder unos cuantos denarios?», se pregunta en su página oficial.
En la misma línea que Abella se encuentra Jorge García Sánchez. El autor de «Viajes por el Antiguo Imperio romano» (Nowtilus, 2016) expresa que pese a la prohibición y las penas económicas impuestas por la reglamentación legislativa del momento, una pintura de la época «retrata a un grupo de jugadores enfrascados en una partida de dados que se llevaba a cabo medio a escondidas en la bodegas y en las habitaciones traseras de las tabernas». Era un secreto a voces, vaya.
Se quita la barrera
Durante unos días al año, no obstante, la veda era retirada. «Las leyes solo lo permitían [el juego] en festividades como las Saturnales», explica Avial Chicharro en su libro. Según la escritora, esta celebración tenía lugar entre el 17 y el 23 de diciembre, días en los que proliferaban banquetes, algunos públicos, y procesiones, los intercambios de regalos eran frecuentes e, incluso, los esclavos recibían una mayor libertad por parte de sus amos.
Las palabras de la autora de «Breve historia de la vida cotidiana del Imperio Romano» son corroboradas por Javier Sanz, quien menciona la importancia de estas fiestas en «La ludopatía en la antigua Roma»: «Las escuelas cerraban, algunas conductas frívolas femeninas y masculinas estaban bien vistas, se podía apostar a los dados, se invertían los papeles entre amos y esclavos, corría el vino a raudales y todos los miembros de la familia recibían un regalo, fuera cual fuese su condición. Además, todos los esclavos recibían de sus amos una generosa paga extra en moneda o vino».
En la obra de divulgación «Formas de ocio en la antigua Roma: desde la dinastía Julio-Claudia (Octavio Augusto) hasta la Flavia (Tito Flavio Domiciano)», Maximiliano Korstanje se atreve a ir un paso más allá: «Comúnmente, siervos y patrones se juntaban en camaradería bajo el juego de dados, el cual estaba prohibido. No era extraño que los esclavos tuvieran licencia para decirle a su amo todas aquellas verdades molestas que en la vida diaria no podían decirle».
Este paréntesis en la represión puede tener su origen en el fin de las tareas agrícolas de campesinos y esclavos, cuando los campos se preparaban para el duro invierno.
Octavio el «apostador»
La historia de este nombre clave del imperio es la historia de un joven inteligente que, sin grandes cualidades militares, logró convertirse en el primer emperador de Roma. Es la historia de quien pasó de ser Octavio a ser Augusto. Es la historia del hombre que derrotó a Marco Antonio en la memorable batalla de Actium (31 a.C.) y terminó ciñendo en su frente la corona de laurel.
«El que fuera reconocido por el mismísimo Cayo Julio César como hijo adoptivo tenía -gracias a esta épica victoria- vía libre para poder ostentar todo el poder en el que fue el mayor imperio de la antiguedad. Tras largos años en los que tuvo que lidiar con los asesinos de su padre y compartir el poder con Antonio y Lépido por fin había alcanzado el lugar que -en su opinión- le correspondía como descendiente del caído imperator». Este párrafo está sacado de «Octavio: el «hijo» de Julio César que aplastó a Marco Antonio y al Egipto de Cleopatra», artículo de nuestra sección, ABC Historia.
Escultura que representa a Octavio Augusto
Tan memorable triunfo es escudriñado con maestría en la pieza publicada por este periódico. Lo que aquí interesa subrayar es una afición no tan egregia de Octavio Augusto: los dados. Así lo refiere el ya citado Korstanje en su escrito: «Con respecto a su vida privada, Augusto no parecía esbozar grandes lujos aunque era sabida su debilidad por las mujeres jóvenes y el juego». Y así lo confirma Avial Chicharro en su volumen: «Pese a ello [leyes de prohibición], la afición no decreció, y se conocen emperadores como el propio Augusto o Claudio que jugaban y apostaban a los dados con frecuencia».
Lo cierto es que en los juegos de azar, los romanos llegaban a jugar grandes cantidades y no solo en metálico, también apostaban joyas u otros objetos de valor. De hecho, cuenta la leyenda que el primer emperador de Roma perdió 20.000 sestercios en una sola noche. En lo que respecta a Claudio, diversas crónicas lo han retratado como un jugador empedernido.
Otros mandamases como Nerón o Cómodo también sufrieron el dulce adictivo del vicio, viéndose perjudicadas, incluso, las arcas del Estado. Y en «Viajes por el Antiguo Imperio romano», el señalado por García Sánchez es Lucio Vero, coemperador romano junto con Marco Aurelio: «En Siria había adquirido tal pasión por los juegos de azar que el alba lo solía sorprender lanzando los dados».
Otros pasatiempos
La piedra, el marfil, la madera, el hueso o el metal. Diversos eran los materiales con los que fabricar los vetustos dados romanos. Además, era habitual que fuesen trucados, de manera que se generalizó el uso de cubilete o frutillus. En cuanto al modus operandi, era muy básico: con dicho recipiente se lanzaban al aire buscando la tirada perfecta, esto es, los tres seises, aunque bastaba con obtener un número superior al del contrincante. «Sí, era una rápida forma de perder pasta», admite con sarcasmo Martínez Abella en su web.
Pero las tesserae -dados-, pese a su popularidad, no eran el único entretenimiento. Al recorrer el capítulo que Avial Chicharro dedica a los juegos de azar en su libro, hallamos la siguiente declaración: «Además de los dados, era frecuente ver dibujados en las calles romanas tableros de juegos. Fueron realizados por las propias personas que jugarían con ellos. Buscaban distintos objetivos, que iban desde tratar de sacar provecho económico de los incatuos que jugasen hasta poder disputar una partida con un amigo».
Un ejemplo es el famoso juego de las tres en raya, el cual es analizado en «Anatomía del Juego». Córdoba Bueno sostiene lo siguiente: «El «terni lapilli» se podría traducir por «tres piedras» o por «piedras de tres en tres» y era uno de los juegos más populares en la antigua Roma. Se han encontrado numerosos tableros de «terni lapilli» arañados sobre suelos de piedra en muchos lugares del antiguo Imperio romano, aunque en aquella época se jugaba con fichas, guijarros o cuentas. Desde entonces, fue un juego de niños habitual en la época medieval y que evolucionó hasta la época actual tal y como lo conocemos».
Pan, circo y… «Hooligans»
La «gladiatura» es una de las señas de identidad romanas más evidentes.
«Pollice Verso», obra del artista francés Jean-León Gérôme
Fuente: Gustavo García Jiménez – Desperta Ferro Ediciones | LA RAZÓN
29 de agosto de 2018
Si algo define de verdad a una sociedad es aquello que mueve sus pasiones. El combate gladiatorio tiene los ingredientes necesarios para proyectar una imagen en la que destaquen los valores de la virtud y el heroísmo que se esperaba que imitaran los legionarios en campaña o los niños en sus juegos callejeros. Al llevar la violencia a casa –de la mano de esclavos o criminales y siempre en el contexto de un ambiente festivo en el que la sociedad romana al completo estaba invitada a participar–, se garantizaba que el mensaje fuera escuchado, y, así, el valor educativo de la lucha comenzaría a dar sus frutos. Desde esta perspectiva, no era difícil que esta práctica terminara por convertirse en un instrumento de propaganda política, hasta el punto de que todavía hoy, bajo la influencia de esa misma propaganda, los gladiadores siguen resultándonos fascinantes pese a representar el paradigma de la violencia.
Las luchas gladiatorias comenzaron como un evento relacionado con el ritual funerario de la época republicana, pero, pronto, la llegada masiva de esclavos y dinero procedentes de los territorios conquistados estimuló que las clases pudientes hicieran sus inversiones en espectáculos ofrecidos a las masas para facilitar su promoción política. Y he aquí que el combate agonístico se convirtió en un instrumento. Como tantas otras cosas que se gestaron mediante este proceso, que transformó de forma radical a la sociedad romana en el tránsito de la República al Imperio, la gladiatura alcanzó un grado de perfeccionamiento muy importante a partir de esta etapa. Se trataba, pues, de una práctica que combinaba tradición, entretenimiento, control social y, cómo no, negocio; un negocio construido mediante el derramamiento de sangre humana –por supuesto, no la propia, sino la ajena–. Pero, pese a ello, el sistema encajaba y el círculo se cerraba cuando el esclavo alcanzaba la gloria, si luchaba bien, y el pueblo sonreía satisfecho cuando gozaba de la emoción del combate.
JUEGOS GLADIATORIOS
Nada como una tarde en el anfiteatro (o en el fútbol) para calmar los ánimos de la plebe. Y es que la vida urbana ponía a prueba a diario a las clases populares, abocadas como estaban a sobrevivir en un medio hostil y competitivo con escasas oportunidades de progresar socialmente. Las autoridades romanas tomaron buena nota de ello y ofrecían juegos gratuitos para distraer a las masas y evitar posibles disturbios contra el poder establecido… solo que no siempre funcionaba. Eso es precisamente lo que debió de ocurrir en la Pompeya del 59 d. C. durante los juegos gladiatorios ofrecidos por Livineyo Régulo. La imagen del fresco pompeyano procedente de la Casa de Actius Anicetus no refleja unos gladiadores al uso. Los que luchan en la arena, y también fuera de ella, son auténticos «hooligans» pompeyanos peleando con los de la vecina Nuceria, que habían acudido a los juegos y terminaron siendo víctimas de la pasión desenfrenada de aquéllos. El episodio tuvo la suficiente relevancia como para llamar la atención del historiador Tácito, que lo registró en sus «Anales»: «Empezaron por lanzarse insultos, luego piedras, y al cabo tomaron las armas, saliéndose con la mejor parte la plebe de Pompeya, donde se celebraba el espectáculo. El caso es que muchos de los de Nuceria fueron llevados a la ciudad con el cuerpo lleno de mutilaciones, en tanto que la mayoría lloraba la muerte de hijos o padres».
El revuelo causado fue tal que hubo de intervenir el emperador y el Senado, dando como resultado el que los juegos fueran prohibidos en Pompeya durante diez años. Tácito añade además que Livineyo había sido expulsado años antes del Senado, y aunque ignoramos los motivos de ello, es tentador pensar que el enfrentamiento del anfiteatro pudo tener tintes políticos relacionados con las maquinaciones del ex senador. Lo que sí parece más allá de toda duda es que buena parte de la responsabilidad en la articulación de la violencia –al menos a nivel práctico– habría recaído en los «collegia» (cofradías gremiales o de barrios), como indicaría la sanción judicial, que añadía que «se disolvieron los colegios que habían constituido ilegalmente». El hecho de que el fresco se hallara en la casa de un vecino parece dar a entender que quienquiera que mandara pintar la escena no se arrepentía de este episodio e incluso parecía enorgullecerse de ello.
PARA SABER MÁS
nº 14
68 págs.
7 euros
Las muertes más absurdas de la Historia: Esquilo y la tortuga que cayó del cielo
A Esquilo los augures le vaticinaron una muerte atroz: se le caería una casa encima. El dramaturgo se fue a vivir al raso, pero ni aun así pudo escapar a su destino: la casa que le cayó fue la de un galápago
Detalle de la muerte de Esquilo, según un grabado florentino del s. XV del British Museum / MASO FINIGUERRA
Fuente: JAVIER BLÁNQUEZ | EL MUNDO
27 de agosto de 2018
Cualquier momento de la Historia es bueno para tener una muerte absurda, e incluso en el tiempo presente estamos perfeccionando maneras imaginativas de palmarla con estilo -verbigracia, estamparse en el borde de una piscina practicando el balconing, o cayéndose de un décimo piso intentando hacerse un selfi-, pero si nos ponemos exquisitos habría que reconocer que no hay muertes más exóticas, poéticas e incluso crueles que aquellas que, nos cuentan las fuentes clásicas, se daban en los tiempos antiguos.
Se dice, valga como ejemplo, que Plinio el Viejo, uno de los eruditos más sistemáticos y curiosos de la Roma imperial, encontró la muerte en Pompeya en plena erupción del Vesuvio, a donde acudió para estudiar de primera mano el funcionamiento de los volcanes -padecía de asma y la congestión de humo le provocó un ataque que le impidió respirar, y ahí se quedó. Y Mitrídates, el rey persa cuyo nombre nos suena por el título de una de las óperas de juventud de Mozart, murió a causa de un sofisticado método de tortura conocido como escafismo, que consiste en encerrar al sujeto en un barril untado con miel y otros alimentos dulces para atraer a los gusanos, las moscas y toda clase de alimañas que, poco a poco, a la vez que van anidando en la putrefacción generada por el alimento podrido y las heces, devoran al pobre reo. Mitrídates, por lo que parece, resistió 17 días a tan repugnante tortura.
La lista, por supuesto, podría seguir para deleite de gente morbosa. Ahora bien, muchas de estas muertes clásicas puede que sean, en realidad, historias apócrifas que se han transmitido como verdaderas, sostenidas por las pocas fuentes que han sobrevivido a los incendios de bibliotecas y saqueos de patrimonios regios.
Es por ello que en la antigüedad abundan los muertos por ataque de risa (Crisipo de Solos), o por fallos en la respiración debidos a la rápida lectura en voz alta de un texto, que es una de las causas de fallecimiento atribuidas a Sófocles, al parecer tras recitar un monólogo de su Antígona sin pausas ni siquiera para tomar aire (hay otra versión que afirma que fue atragantándose con una uva a la que no le quitó la semilla). Y qué decir de Heráclito, el primer filósofo de la naturaleza, el teórico de la realidad cambiante (panta rhei), que aparentemente murió devorado por unos perros famélicos que acudieron por el olor de su cuerpo tullido, que había intentado curar tapando sus heridas con un extraño emplasto de heces.
Pero si hay que identificar una historia que todavía nos llene de alborozo y nos fascine por su desarrollo argumental insólito, esa sigue siendo la de Esquilo, uno de los padres -junto a Eurípides y al mencionado Sófocles- de la tragedia griega y, por tanto, el cimiento solidísimo de los grandes temas literarios de nuestra civilización. Según explica Valerio Máximo en sus nueve libros de los Hechos y dichos memorables, el anecdotario más suculento de los tiempos precristianos, a Esquilo le pronosticaron los augures una muerte atroz: se le caería una casa encima, así que llegado el momento decidió, por miedo a que se le derrumbara un techo, que viviría desde entonces y en adelante a la intemperie.
La historia del hado nefasto presentado ante el autor de la Orestíada y Los siete contra Tebas seguramente sea una invención, pero en la antigüedad estas cosas de la futurología no se tomaban a la ligera, así que resulta completamente creíble: por entonces se visitaba al oráculo de Delfos y se le tomaba la palabra, se abrían las vísceras de las reses, se desconfiaba de las aves que aparecían a la izquierda del camino -de ahí viene la palabra sinistrum para identificar lo que da yuyu-, así que si el pronóstico de tu muerte es la caída de una casa, lo más prudente es no tener casa, evitar los techados, las cuevas e incluso las copas de los árboles: mejor una vida errante y homeless que una muerte humillante en plena hora de la siesta.
No contaba Esquilo con que la realidad se transformaría en literatura, como él había hecho con la historia y los mitos, y que de este modo la vida le sería arrebatada por medio de una metáfora. Su muerte no es la más lírica de la antigüedad, ya que ésa le corresponde con todos los honores al poeta chino Li Po -borracho en su barca, murió ahogado tras intentar abrazar el reflejo de la luna en un río-, pero no le va a la zaga. Paseando por el campo, Esquilo recibió el impacto de una tortuga en plena cabeza, arrojada por un águila que sobrevolaba el cielo. Versión antigua de la actual y frecuente muerte causada por el golpe de un coco desprendido del cocotero, la tortuga de Esquilo es ridícula por los factores en juego, y fascinante porque, en efecto, y como pronosticó el oráculo, fue una casa la que le cayó encima: la del pobre galápago, que tenía que ser alimento del ave rapaz y que acabó siendo el primer misil tierra-aire de la Historia.
Fundación Integra edita un vídeo de las villas romanas mejor conservadas en la Región de Murcia
La Fundación Integra publicó un nuevo vídeo documental, de ocho minutos de duración, dedicado a las villas romanas en la Región, que refleja la vida en las zonas rurales en época del Imperio Romano de una forma amena y distendida.
Fuente: LA VERDAD
26 de agosto de 2018
‘Villae. La huella romana en el mundo rural‘ ya se puede visualizar en el canal de Youtube ‘cine.patrimonio.digital’, en el que la Fundación Integra pone a disposición de todos los visitantes más de 280 audiovisuales sobre el patrimonio regional, además de 400 contenidos sobre otras temáticas, como reconstrucciones virtuales, recetas, festejos, yacimientos arqueológicos, imágenes aéreas con drones o bandas sonoras originales.
El audiovisual muestra algunas de las villas mejor conservadas de la Región, como Los Villaricos en Mula, Los Cantos en Bullas, El Paturro en Portmán, La Quintilla en Lorca y Los Cipreses en Jumilla. Casas construidas fuera de las ciudades, en terrenos llanos de zonas fértiles, cercanas a cursos de agua o fuentes y con buena comunicación.
Atalanta y el mito de las Amazonas
Se trata de un personaje único en la mitología griega y su historia resulta extraordinaria y compleja.
Atalanta cae en la trampa de Afrodita y se para a recoger una de las manzanas dispuestas por la diosa para permitir ganar la carrera a Hipómenes. Obra de Guido Reni en el Museo del Prado.
Fuente: JAVIER GÓMEZ VALERO – Desperta Ferro Ediciones | LA RAZÓN
25 de agosto de 2018
El rey Yasos solo quería descendientes varones. Por ello, abandonó a su pequeña hija en una agreste región montañosa, donde la acogió y crió una madre osa. Años después, unos cazadores se toparon con la niña salvaje y la llamaron Atalanta. Como si se tratara de una versión femenina de Tarzán, Atalanta era ya una atleta con un talento innato para la caza, segura de sí misma y dotada de una «mirada fiera y masculina», peleaba como un oso y podía imponerse sobre cualquier animal o ser humano. Debido a su valentía y destreza, fue la única mujer a la que se invitó a participar en la expedición junto a los héroes más célebres de Grecia para destruir al terrible Jabalí de Calidón, que la diosa Artemis había enviado para asolar la Grecia meridional. Atalanta probó a ser más audaz y habilidosa que ningún hombre, a excepción de Meleagro; ella fue la primera en herir al jabalí, tras lo cual Meleagro lo terminó despachando con su lanza. Acto seguido, el enamorado héroe ofreció la cabeza y el pellejo de la bestia a Atalanta.
Arriesgada prueba
Tras haber demostrado su heroísmo, Atalanta pudo reunirse al fin con sus progenitores. Su padre, el rey, no estaba demasiado orgulloso de ella y no podía tolerar su soltería. Aterrada ante la idea de perder su libertad, impuso a sus pretendientes una arriesgada prueba: solo se casaría con aquel que la venciera en una carrera, pero mataría a todo aquel que resultara derrotado. La atlética y radiante Atalanta resultaba tan deseable que ni siquiera la amenaza de una muerte súbita hizo desistir de competir a numerosos jóvenes, infelices que perdieron la vida en el intento, hasta que apareció Hipómenes, que la venció gracias a la intervención de Afrodita.
El suyo no fue, no obstante, el típico matrimonio griego. Atalanta e Hipómenes se pasaban los días alternando la caza con momentos de fervorosa pasión. Durante una montería, se abandonaron a un impetuoso lance sexual en el interior de un recinto sagrado y, en mitad del acto amoroso, ambos fueron transformados en una pareja de leones. Los comentaristas posteriores, latinos y medievales, trataron de explicarlo como un castigo divino, pero podría interpretarse como un gesto de gracia para una pareja que se negaba a adecuarse a las convenciones. Bajo la apariencia de leones, el más noble de los animales salvajes, los amantes y compañeros de monterías podrían continuar cazando y amándose sin descanso durante toda la eternidad. Ahora bien, esta transformación entraña asimismo un poderoso mensaje: una mujer como ella no tenía cabida en la sociedad griega «real», sería una marginada, carente de todo lazo comunitario debido a su rechazo de los modos de vida propios de las buenas esposas griegas, confinadas en la esfera doméstica junto con sus hijos y parientes. El mito expresa los potentes sentimientos encontrados que la independencia y el vigor físico de Atalanta suscitaban entre los varones griegos. Quizá algunas muchachas anhelaran ser como Atalanta, pero sus esperanzas desaparecerían junto con la llegada de la pubertad, cuando se esperaba de ellas que contrajeran matrimonio y obedecieran en todo a sus maridos. A este respecto, resulta significativo que las jóvenes atenienses tomaran parte en un ritual iniciático denominado la Arkteia, celebrado en los santuarios de Ártemis, festival durante el que las muchachas pretendían ser oseznas salvajes, ritos que los especialistas asocian a la supresión de la naturaleza «atalántica» de las jóvenes como preparación para el matrimonio.
PARA SABER MÁS
«Amazonas. Guerreras del mundo antiguo»
Adrienne Mayor
472 págs.
25,95 €
Zenobia de Palmira, la reina militar que doblegó al Imperio romano en el siglo III d.C.
Cuando el emperador Septimio Odenato fue asesinado, la consorte dejó aquel papel secundario para comenzar la expansión de la antigua y esplendorosa Siria
Zenobia de Palmira – ABC
Fuente: Eugenia Miras | ABC Historia
24 de agosto de 2018
El día más triste de la reina Zenobia llegó con el asesinato de su esposo el emperador Septimio Odenato en el 267 d.C, pues tanto su marido como su hijastro serían víctimas de ciertas intrigas familiares por la sucesión al trono. Viuda y con un bebé quedaba vulnerable frente a toda aquella miseria humana. Y aunque la nueva regente no tenía ninguna otra ambición más que sobrevivir al luto, terminó por convertir a la ciudad de Palmira en un breve Imperio que eclipsaría a Roma hasta la fecha de su captura por las huestes del emperador Aureliano en el 272.
Con Zenobia de Palmira, aquella tierra homónima -cuyas ruinas fueron destruidas casi en su totalidad durante el terror del ISIS en Siria– pasó a representar un cráter de la expresión estética, del poder, y por supuesto de un amanecer político femenino en Oriente Medio.
Tal como dictaba el patriarcado de aquel tiempo -el cual no suena ajeno ni tan lejano- la figura de la mujer permanecía al margen de las decisiones familiares y del Estado. Sin embargo, quizás por esa naturaleza brava innata a una madre, Zenobia habló fuerte y claro para hacer su voluntad y así empezar a construir ese Imperio que prometió a su hijo Vabalato.
Nada más enterrar a Septimio Odenato y enjutarse las lágrimas mandó ejecutar al autor de tal mezquindad, un tal Meonio, quien era sobrino de su esposo -y que la misma Historia considera irrelevante-. Así que después de mecer a su hijo de apenas un año le habló de su futuro reino, de una Palmira independiente al Imperio romano, de una ciudad que le hiciera sombra a sus magnánimos templos y plazas, de una nueva fuerza que inspirase temor y respeto a las legiones de Roma, y que si bien anhelaban los temidos persas aquella Siria antigua jamás lograsen alcanzarla más que para admirarla. Y entonces, a partir de ese sueño, Zenobia se hizo la mujer, esa que ungió la gloria y demostró que el poder no es un asunto de género sino de visión.
No obstante el esplendor de Palmira no hubiera resonado en la eternidad si Septimio Odenato hubiera permanecido con vida. El Imperio -aunque breve- fue posible gracias a la determinación de Zenobia, por lo que el sacrificio de aquel patriarca valió un legado histórico y artístico para la humanidad. Las ruinas de la ciudad siria eran la prueba de que la pasión femenina alcanza horizontes que hasta la fecha habían sido inimaginables para el hombre.
De esta manera y en muchas circunstancias a lo largo de la Historia la viudez ha permitido a la mujer el derecho de creer en sí misma. Pues en ese «desamparo» masculino se daba de manera simultánea a la desgracia el bendito despojo de los miedos de todas ellas, esas que tuteladas del hombre tenían la perpetua condena de vivir en silencio y a su sombra.
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Quizás por esa naturaleza brava innata a una madre, Zenobia habló fuerte y claro para hacer su voluntad y empezar a construir ese Imperio que prometió a su hijo Vabalato
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Pero hasta hace menos de medio siglo todas aquellas figuras femeninas que se habían rebelado contra el patriarcado gritaron de manera discontinua, por lo que los tan reclamados caminos paralelos y no subordinados al hombre seguían sin ser posibles, y en los que aún se precisa de una coordinación de esfuerzos que viajen hacia la misma dirección: el fin de la manipulación psicológica que lleva milenios ahogando a las de nuestro sexo, y si no que la vida de Zenobia de Palmira nos sirva de inspiración.
Palmira en comunión con Roma
Cuando el emperador Valeriano inició una de las muchas empresas hacia Oriente Medio fue derrotado y capturado por los persas. La muy mala suerte del romano permitió que una de las figuras más prominentes de Palmira, Septimio Odenato -quien pertenecía a una estirpe romanizada- brillase entre los candidatos para ser rey de la ciudad.
Este territorio que pertenecía a los dominios del Imperio romano tenía dos destinos posibles: bien la comunión con Roma o bien una violenta absorción por parte del Imperio sasánido. En el 250 d.C. entra en escena Septimio Odenato con quien se iniciará un nuevo modelo de gobierno monárquico en en Palmira.
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En el 250 d.C. entra en escena Septimio Odenato con quien se iniciará un nuevo modelo de gobierno monárquico en en Palmira.
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«Palmira no solo sería autónoma de facto, sino que registró la transformación de su secular estructura sinodal de Gobierno en un régimen monárquico. La figura crucial en ese cambio fue Septimio Odenato, vástago de una de las principales estirpes romanizadas de la ciudad. No se conocen con precisión las circunstancias de su ascenso, pero, tras fluctuar entre sasánidas y romanos, asumió el interés de estos últimos al enfrentarse con éxito a los primeros y asegurar la recuperación de los territorios perdidos; obtendría entonces la condición de imperator o rey de Oriente, reconocida por Roma», relató el Conde de Volney (1757 – 1820), reconocido y valorado filósofo, escritor e historiador orientalista en su obra «Las ruinas de Palmira» (EDAF, 1985).
Septimio Odenato se casó dos veces y del primer matrimonio tuvo al que pudo ser su heredero si no lo hubieran asesinado con él, Septimio Herodiano -también conocido como Herodes de Palmira, o Hairan I-. Ambos fueron asesinados por el sobrino del rey, para quedar como único sucesor al trono un bebé de un año llamado Vabalato.
Palmira, el cráter de la belleza cultural
A partir de esta desgracia Zenobia se inspira en la maternidad para dejarle a su hijo un reino digno de admiración. En el 267 toma la regencia de Palmira y tres años después, fue proclamada reina. En un comienzo no debatió la incómoda subordinación al Imperio romano, por lo que Vabalato y su madre fueron llamados Augustos por orden del emperador.
Ruinas de Palmira – ABC
Cuando Zenobia agarró las riendas del Imperio inició poderosos proyectos de fortificación -según las fuentes la muralla que protegía Palmira tenía un radio de 21 kilómetros de circunferencia- y embellecimiento de la metrópoli. Templos, teatros, y columas corintias de hasta más de quince metros se convirtieron en el símbolo de la Palmira imperial, que seguía vivo en sus ruinas.
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Templos, teatros, y columas corintias de hasta más de quince metros se convirtieron en el símbolo de la Palmira imperial
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Sin embargo la reciente destrucción de las mismas como el gran legado arquitectónico y cultural de Zenobia, durante la ocupación del ISIS, ha supuesto una de las grandes pérdidas para Patrimonio de la Humanidad. Pues en ellas estaba el testimonio de una de las épocas de mayor esplendor de las civilizaciones orientales.
La reina militar
Sin embargo las luchas intestinas por el poder en Roma facilitaron no solo la emancipación de Palmira, sino también una asombrosa expansión territorial. Pues Zenobia sería recordada por la historiografía por sus gran capacidad de organización y estrategia militar.
Ruinas de Palmira – ABC
La reina -que fue comparada con Cleopatra por su belleza e inteligencia- sacudió la moral de los romanos y de los persas en cada una de sus campañas bélicas. Asia Menor estaba firmada con su nombre y Egipto caería a sus pies en el año 269.
Cuando el emperador Aureliano toma el poder del Imperio romano en el año 270, la expansión de Palmira sufrirá un revés. Muy celoso del esplendor de Zenobia dirige toda la furia hacia Egipto. Y aunque la reina siria y su hijo Vabalato logran escapar en busca del cobijo persa. Al final como siempre la traición precede y son capturados en el río Éufrates.
Los últimos días de Zenobia de Palmira tienen un final abierto, las diferentes versiones de la Historia narran diferentes escenarios. Se dice que fueron ejecutados en el acto, mientras otras fuentes aseguran que recibió el perdón de Aureliano, para vivir como una ciudadana más de Roma.
Aquí yace Junia Rufina, la enigmática y poderosa romana de Baelo Claudia
Localizan en Cádiz un mausoleo único en Hispania por conservar inscripciones en bronce y por estar dedicado a una importante mujer
La escultura que representa a Junia Rufina, expuesta en el Museo de Baelo.
Fuente: JESÚS A. CAÑAS – Cádiz | EL PAÍS
24 de agosto de 2018
Junia Rufina fue una mujer muy poderosa. No necesitó ser madre o mujer de ningún romano. Fue por méritos propios. Su espectacular tumba en el yacimiento de Baelo Claudia (Tarifa, Cádiz) solo habla de ella. En honor a esta noble romana se levantó un excepcional mausoleo con inscripciones de bronce y los mejores mármoles. Debió impactar al que lo viese en pie, allá por el II siglo de nuestra era, y 1.800 años después vuelve a sobrecoger. Su Junia quiso dejar clara su importancia, lo consiguió con creces. Su sepulcro se ha convertido ahora en uno de los hallazgos más sobresalientes de la Hispania romana por ser la única tumba dedicada a una mujer por sí misma y por conservar la inscripciones original en bronce con la que fue concebida.
El singular descubrimiento se produjo el pasado 4 de junio, en el transcurso de unas excavaciones en la necrópolis de Baelo Claudia (ciudad romana desde el siglo II a.C.), y ha sido presentado la mañana de este viernes. “Es espectacular, un hallazgo excepcional”, reconoce Fernando Prados, director del proyecto investigador y profesor de Arqueología de la Universidad de Alicante. De un lado, es “una prueba del poder femenino en la época”, tal y como ha resumido el consejero de Cultura de la Junta de Andalucía, Miguel Ángel Vázquez en la presentación. De otro, el propio estado de conservación de la inscripción de bronce la convierte en un hallazgo romano inédito en España.
La tumba de Junia Rufina se encontraba en el punto más cercano a la puerta de la ciudad, un lugar reservado para el enterramiento de las personas más destacadas. La elección de esa zona en la excavación en esta campaña no ha sido casual. Allí mismo apareció hace dos décadas una importante escultura femenina togada desconocida que no conservaba la cabeza y que hoy se expone en el museo del Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia, tal y como reconoce Iván García, arqueólogo del espacio. Los investigadores -integrados también por las universidades de Granada, Murcia y Madrid- albergaban esperanzas de encontrar algo destacado, pero el hallazgo ha superado todas sus expectativas.
Ahora han podido poner nombre a esa escultura aparecida hace 20 años. “Ha sido una sorpresa. La tumba más cercana a la puerta, la más grande e importante y de una mujer”, añade Prados. No es la primera vez que en España aparece un enterramiento romano dedicado a al sexo femenino, pero en esta ocasión ha sido distinto. “Normalmente, hacen referencia a que era mujer o madre de alguien, en este caso no. Era una mujer importante por sí misma”, detalla el profesor de Arqueología. García añade: “Es el primer monumento en Hispania cuya promotora es una mujer y con este tamaño”.
“Para los dioses Manes de Junia Rufina, hija de Marco”, reza en la lápida, encontrada con letras de bronce engastadas y siguiendo la pauta habitual de las inscripciones funerarias romanas. Y precisamente la conservación de estos caracteres es, precisamente, otro de las causas de la excepcionalidad del hallazgo. El uso del metal para la realización de las inscripciones era común en tiempos romanos.
Sin embargo, no es nada usual que esta técnica llegue intacta hasta nuestros días. “No hay ninguna pieza en la que tengamos un epígrafe con letras de bronce completo. La gente los solía expoliar. Normalmente se conserva solo la huella, pero en este caso no, está completo. Entre letra y letra se conservan hasta las interpunciones (caracteres a modo de puntos que se insertaban entre algunas letras)”, explica Prados en referencia a un hallazgo único en la antigua Hispania hasta ahora.
El motivo de este extraordinario estado de conservación radica en un hecho catastrófico que destruyó la ciudad de Baelo Claudia en torno al siglo IV de nuestra era. “Un terremoto afectó a la ciudad y quedó todo sepultado, como una pequeña Pompeya, y se quedó así hasta hoy. Es una suerte, la gente solía expoliar en tiempos de necesidad”, reconoce el director de la investigación. El temblor hizo que la losa con la inscripción cayese bocabajo sobre el pavimento de la necrópolis. Los arqueólogos han localizado incluso monedas del monedas del 340 d.C. que, al caer, quedaron atrapadas entre el suelo y la inscripción.
En las excavaciones han aparecido más piezas que muestran la grandiosidad del monumento funerario. Además de la inscripción en bronce y la escultura ya localizada anteriormente, los arqueólogos han localizado piezas de mármol de origen importado. “Se trata de un conjunto de gran monumentalidad, donde han aparecido columnas y capiteles corintios y otros elementos decorativos de un sepulcro que refleja el esplendor y la brillantez artística de esta ciudad hispanorromana”, explica el consejero.
Sin embargo, el valor del hallazgo, que también incluye restos óseos- radica también en las posibles vías de investigación que se abren para resolver la incógnita de quién fue Julia Rufina y porqué llegó a ser tan importante. De momento, los arqueólogos tienen una hipótesis, a partir del nombre de la mujer. “Junia hace referencia una importante diosa romana. De hecho, la escultura es un cuerpo en serie de esta diosa”, explica Prados. El apellido da más pistas, como abunda el arqueólogo: “Sabemos que es hija de un tal Marco y que Rufina es uno de los apellidos clásicos que las familias nobles de Cádiz usaron después de la conquista romana”. A partir de ahí, poco más se sabe de esta enigmática mujer. La primera gaditana empoderada. O al menos que, de momento, se sepa.
Investigadores reconstruyen la historia del puerto perdido de Pisa
Investigadores europeos han reconstruido la historia del antiguo puerto de Pisa (noroeste de Italia), Portus Pisanus, uno de los enclaves marítimos más importantes durante la época romana y la Edad Media, cuyos restos han quedado borrados por el tiempo, según publica hoy la revista «Nature».
Una imagen desde arriba del actual puerto de Marina de Pisa. iltirreno.gelocal.it
Fuente: EFE | LA VANGUARDIA
Londres, 23 ago.- A partir de análisis geológicos, el estudio de restos biológicos y datos medioambientales de los últimos 10.500 años, los científicos han determinado que el puerto perdido de Pisa pudo estar ubicado en una laguna natural protegida de las tempestades desde el año 200 a.C., durante cerca de una decena de siglos.
La bajada paulatina de las aguas hizo que la conexión marítima de esa laguna comenzara a declinar entre los años 1000 y 1250 d.C., y quedó completamente aislada del Mar de Liguria alrededor del 1500 d.C., según han determinado expertos franceses, italianos y británicos.
Antes de que el puerto quedara aislado, sus operaciones se trasladaron a Livorno, al sur de Pisa.
Ante los pocos datos arqueológicos que existen sobre el antiguo puerto, los científicos se han basado para sus pesquisas en descripciones históricas que hablan de un puerto ubicado en una «gran bahía, protegida de forma natural».
El grupo de investigadores, dirigido por David Kaniewki, de la Universidad Paul Sabatier de Toulouse, han reconstruido los niveles del mar en la antigüedad y han cruzado ese análisis con mapas históricos para recrear la morfología de las antiguas costas alrededor de Pisa.
El estudio de muestras biológicas recogidas en capas sedimentarias ha permitido además determinar cómo el agua salada, las corrientes de agua dulce y las actividades agrícolas han influido en los cambios medioambientales de la zona.
Grecia cita “La Odisea” para declarar fin a su crisis
EFE
Fuente: AP | 20minutos.com
22 de agosto de 2018
En un discurso lleno de referencias a la mitología griega y pronunciado en la isla de Ítaca, el primer ministro griego declaró con alivio el fin de los pagos internacionales a cambio de duras medidas de austeridad.
El mandatario, Alexis Tsipras, especialmente se refirió a “La Odisea” de Homero.
Grecia está a punto a ser de nuevo “un país normal”, dijo Tsipras desde Ítaca, la isla de origen del héroe mitológico Odiseo, el rey mesenio cuyas arduas travesías son relatadas en “La Odisea”.
“Desde el 2010, Grecia ha sufrido su propia odisea”, dijo el mandatario en un discurso lleno de referencias a la literatura y mitología griega. «Ítaca es sólo el comienzo”.
Tsipras declaró que Grecia ha recuperado su libertad financiera tras años de ceder a las demandas de los acreedores de recortes y reformas económicas a cambio de asistencia.
La decisión de hacer el anuncio desde una isla recordó al inicio de la crisis, en el 2010, cuando el entonces primer ministro George Papandreou habló desde la isla de Kastelorizo, informando a la nación que en efecto el país estaba en la bancarrota y necesitaba ayuda económica del extranjero.
A cambio de los préstamos, los gobiernos subsiguientes tuvieron que imponer duras medidas de austeridad para equilibrar el presupuesto y sanear las finanzas del país. En esa época la economía griega se contrajo en 25% y el desempleo aumentó al punto que hasta el día de hoy, una de cada cinco personas está desempleada. Los ingresos disminuyeron y los impuestos subieron.
Evidentemente, ha sido una trayectoria difícil y dolorosa para Grecia, una que ha durado casi tanto como las legendarias aventuras de Odiseo.
Odiseo fue protagonista renuente en la Guerra de Troya, una expedición cuasimítica de reinos mesenios griegos para conquistar la ciudad de Troya en lo que hoy en día es el norte de Turquía. Tras la caída de Troya, perseguido por furiosos dioses, Odiseo tuvo que sufrir otros 10 años de desventuras en el mar antes de poder regresar a Ítaca.
Una vez allí, apabullado y harapiento, Odiseo halló su vivienda ocupada por un grupo de jóvenes que trataban de convencer a su fiel esposa a que se vuelva a casar. Odiseo los masacró, para luego morir a manos de su hijo y la seductora Circe.
«Hemos llegado a nuestro destino», dijo Tsipras. «Los rescates financieros que conllevaron a la austeridad y a la recesión y que convirtieron a nuestro país en un desierto social, han concluido”, dijo Tsipras.
Centuriones, los héroes de Roma
Trataban con dureza a sus hombres, pero eran los primeros en atacar, y también en enfrentarse a la muerte cuando el enemigo no daba cuartel. En estos soldados descansaba el poder militar de Roma
Las insignias de los valientes
En 1858 se hallaron en Lauersfort (Alemania) las condecoraciones discoidales de un centurión, las faleras, hechas en bronce y plata. Se reprodujeron en este relieve, conservado en el Museo de la Civilización Romana, en Roma.
Foto: Dea / Album
Fuente: Sabino Perea Yébenes | National Geographic
22 de agosto de 2018
En el verano del año 70 d.C., las legiones romanas toman Jerusalén y arrasan la ciudad y el Templo, destruido ya para siempre. En esos momentos vemos en acción, entre otros soldados valerosos, a un centurión llamado Juliano, del que el historiador Flavio Josefo, en su Guerra de los judíos (VI 81-90), nos cuenta su acción heroica y su muerte en términos propios de una trágica secuencia cinematográfica. Juliano era, según Josefo, el mejor combatiente que había visto en aquella contienda brutal: el más diestro con las armas, el más fuerte físicamente y el más tenaz.
Durante el asedio a los muros de Jerusalén, el centurión observó que los romanos retrocedían. Estaba junto a Tito –el comandante romano, hijo del emperador Vespasiano– en la torre Antonia, «y desde allí dio un salto, haciendo frente a los judíos armados, y él solo hizo que los judíos, aunque ya eran vencedores, retrocedieran hasta el ángulo del Templo interior. Toda la multitud huyó en grupo –explica Josefo–, pues creían que aquella fuerza y audacia no eran propias de un ser humano. Juliano iba de un lado para otro en medio de los judíos, que se habían dispersado, y mataba a cuantos se encontraba».
Esta actuación tan arriesgada como suicida le pareció admirable al emperador, que veía cómo los enemigos huían aterrorizados. Pero el destino traicionó a Juliano: los clavos de sus sandalias resbalaron sobre las losas del Templo y cayó de espaldas. Cuando su armadura chocó contra el suelo hizo mucho ruido, y «esto hizo que los que habían huido se dieran la vuelta», sigue Josefo. Entonces los judíos lo rodearon y le atacaron con espadas y lanzas. Desde el suelo, el centurión hizo frente muchas veces al hierro con su escudo y en numerosas ocasiones, cuando intentaba levantarse, era empujado de nuevo por la multitud. Sin embargo, aun tirado en el pavimento, hirió con su espada a muchos adversarios.
Juliano tardó en morir, porque el casco y la coraza protegían sus partes vitales contra los ataques y porque tenía el cuello encogido. «Finalmente, destrozados los demás miembros de su cuerpo y sin que nadie se atreviera a ayudarle, pereció […] degollado no sin dificultad, tras luchar durante largo tiempo con la muerte y sin dejar ilesos a muchos de los que le atacaron». Concluye Josefo indicando que una gran pena se apoderó del emperador cuando vio morir, desde la torre, a aquel que un momento antes había estado a su lado. El centurión Juliano alcanzó la gloria de los valientes, cayendo con orgullo y honor no sólo delante de los suyos, sino también delante de sus enemigos.
Vivir para la guerra
En todo el Imperio, en cada momento debía de haber unos 1.800 centuriones, hombres como Juliano: enérgicos, valientes y despiadados, que inspiraban tanto respeto a sus subordinados como temor al enemigo. Los centuriones eran los suboficiales de mayor rango en el ejército legionario de infantería (pero otros autores los consideran oficiales).
Eran militares de carrera, es decir, empezaban como soldados rasos e iban ascendiendo por antigüedad y méritos, siguiendo la estructura de la legión. Una legión estaba formada por diez cohortes, numeradas de la I a la X, y cada cohorte estaba integrada por seis centurias de 80 soldados cada una. La promoción del centurión culminaba al acceder al mando de una centuria de la I cohorte, la más importante de todas las de la legión.
A la cabeza de todos los centuriones de una legión estaba el llamado primus pilus, «primera lanza». Era el primer centurión de la I cohorte, y sus compañeros de esta cohorte conformaban el rango de los primi ordines, el de los centuriones de mayor rango y reconocimiento en la legión. Después de retirarse, el primus pilus recibía una recompensa y el título de primipilaris (es decir, antiguo primus pilus), de igual manera que un cónsul era llamado consularis tras desempeñar el cargo. Los primipilares eran objeto de especial consideración y podían ocupar cargos como –entre otros– prefecto del campamento o tribuno de las cohortes acantonadas en Roma.
En época imperial también se podía llegar a centurión tras servir con los pretorianos –la guardia personal de los soberanos– o bien gracias a un nombramiento directo por parte del emperador, como sucedía en el caso de algunos miembros del orden ecuestre (el grupo social inferior al de los senadores).
Por debajo del centurión había bastantes grados. Lo asistían, entre otros, los llamados principales: un segundo oficial u optio, el portaestandarte o signifer y un oficial de guardia, el tesserarius, que establecía la contraseña o tessera. Por encima del centurión estaban los altos oficiales de la legión: el legado del emperador (que era el gobernador provincial) o bien el legado de la legión, y un tribuno, todos ellos de rango senatorial, más otros cinco tribunos de rango ecuestre y un prefecto del campamento o superintendente general.
Una parte importante de nuestra información sobre los centuriones proviene de los monumentos funerarios dedicados a ellos, como la estela de Tito Calidio Severo, muerto a los 58 años. Conocemos la carrera militar de este soldado gracias a su tumba, hallada en la antigua ciudad de Carnuntum, en la provincia romana de Panonia (actualmente en la Baja Austria). En ella se indica que primero fue jinete, luego optio o ayudante de un centurión y finalmente decurión (comandante de un escuadrón de caballería) en una cohorte mixta de soldados de infantería y de caballería reclutada en la región de los Alpes, de ahí su nombre: cohors Alpinorum. Su última promoción fue al grado de centurión en la legión XV Apollinaris, estacionada en Carnuntum, donde Calidio Severo murió después de 34 años de servicio, según refiere la inscripción.
Su monumento es anterior al año 63, en el que esta legión fue movilizada para combatir contra los judíos en la guerra narrada por Flavio Josefo. En la parte inferior de la estela se representa sin fantasías parte del equipamiento militar de Tito Calidio: la cota de malla, el casco y las grebas o espinilleras. Debajo aparece el centurión junto a su caballo, en una posible alusión a su etapa de oficial en la cohorte alpina.
Ciento veinte flechas
Si las piedras hablan, también lo hacen las fuentes históricas. El siglo I a.C., y particularmente los últimos años de la República romana, fueron prolijos en campañas militares. Primero se trató de guerras de conquista, como las de Pompeyo el Grande en Oriente y las de Julio César en las Galias; después fueron guerras civiles protagonizadas por los mismos César y Pompeyo. Las fuentes literarias del período son ricas en descripciones de acciones militares en las que los centuriones se muestran valerosos y temerarios. Espectador y narrador de estos episodios es precisamente César, cuyos relatos de la guerra de las Galias y la contienda civil son escenarios de aventuras y combates, de muerte y supervivencia, en los que de vez en cuando afloran nombres propios: los de aquéllos que por su arrojo merecieron ser incluidos en la narración como ejemplos para la posteridad.
Éste es el caso del valiente centurión cesariano Marco Casio Esceva, que luchó en la batalla de Dirraquio contra los pompeyanos, en julio del año 48 a.C. Sabemos por el relato de César que el ataque pompeyano contra el fortín donde se encontraba Esceva fue durísimo. No hubo un soldado que no resultara herido, cuatro centuriones de una cohorte perdieron los ojos y, queriendo dar testimonio de su esfuerzo y de su peligrosa situación, hicieron saber a César la cuenta exacta de las flechas lanzadas contra el fortín: treinta mil; cuando el escudo de Esceva fue llevado a su presencia, se contaron en él ciento veinte agujeros. Es el testimonio que da el propio César en su Guerra civil (V, 44).
Esceva, que era centurión de la cohorte VIII, fue promocionado a primus pilus, es decir, al grado de los primi ordines. El propio César le premió con 200.000 sestercios, al tiempo que compensó con dinero, ropa e insignias al valor a la intrépida cohorte legionaria que había mandado Esceva. Otros autores recogen este episodio y añaden más detalles del combate: que Esceva fue herido gravemente en un hombro y que un venablo le atravesó una cadera. Son hechos quizás inventados, pero que se explican por qué los relatos sobre guerreros valientes pasan de la historia a la leyenda en pocos años.
Pullo y Voreno
Las narraciones de hazañas como la que llevó a cabo Esceva han modelado la imagen del centurión romano como ejemplo del valor y columna vertebral del ejército romano, una imagen que se traslada con naturalidad a la pantalla. Basta recordar el ejemplo de la conocida serie de televisión Roma, exhibida con éxito en todo el mundo, que se organiza a partir de la vida de dos centuriones de Julio César: Lucio Voreno y Tito Pullo. Estos dos centuriones, con estos mismos nombres, lucharon en la guerra de las Galias al lado de César, como sabemos por la propia pluma del general, quien relata la actuación de ambos durante el asedio al que fue sometido el fuerte de la IX legión por el pueblo de los nervios en el año 54 a.C., durante la revuelta de Ambiórix.
Los dos militares eran conocidos por competir entre sí para conseguir ascensos, y precisamente en esos días pugnaban por ascender a primi ordines, el rango más elevado. César explica que, cuando más duro era el combate al pie de las fortificaciones, Pullo dijo: «¿A qué esperas, Voreno? ¿Cuándo piensas demostrar tu valor?». Y añadió que aquel día se decidiría su competencia. Pullo abandonó las defensas y se lanzó contra el enemigo, y Voreno lo siguió para no quedarse atrás y ser tildado de cobarde. Pullo lanzó su pilum y atravesó a un enemigo que se le acercaba corriendo, pero a su vez recibió el impacto de un venablo que atravesó su escudo y se clavó en el bálteo, la correa de la que pende la espada. Los enemigos lo cercaron, pero entonces llegó Voreno en su auxilio. Mató a uno y apartó a los otros, pero cayó en un hoyo, y hubiera muerto si Pullo no hubiera corrido en su ayuda. Ambos volvieron al fuerte sanos y salvos tras acabar con muchos enemigos, sin que nadie de los que vieron ese combate pudiera decir cuál de los dos aventajaba en valor al otro. «La Fortuna los guió durante el combate», dice César (Guerra de las Galias V, 44).
Pullo demostraría la misma bravura años después, durante la guerra civil, luchando contra el propio César en Dirraquio después de conseguir que una parte del ejército se pasara a los pompeyanos, lo que habla claramente del ascendiente de este centurión entre las tropas (César, Guerra civil III, 67).
Misiones especiales
Fuera del teatro de operaciones durante una batalla concreta, los centuriones podían ejecutar una misión específica por mandato del emperador, como agentes especiales. En efecto, a los centuriones se les encargaban misiones tan delicadas como llevar hasta Roma a los prisioneros que requiriesen especial cuidado, como los jefes de los pueblos vencidos o reyes, como Antíoco Epífanes, aliado de los judíos que fue vencido por Vespasiano; tras ser apresado, un centurión lo condujo encadenado desde Tarso hasta la capital del Imperio (Josefo, Guerra VII, 238).
También se asignan a los centuriones tareas de espionaje y labores de inteligencia militar e información entre las tropas de las provincias y Roma. Otras veces los vemos junto a los tribunos administrando justicia en el frente de guerra (Josefo, III, 83), y se les encarga la organización de las ciudades recién sometidas (Josefo, IV, 442).
A estas breves historias podríamos añadir muchas más, entre las que destacan algunas que cuenta Flavio Josefo. En el año 63 a.C., Pompeyo Magno se presentó a las puertas de Jerusalén para tomarla. Al tercer día de asedio, los romanos destruyeron una de las torres de defensa, entraron en la ciudad y se dirigieron al Templo. Nos dice Josefo (Guerra I, 49) que el primero que cruzó el muro fue un oficial llamado Fausto Cornelio, hijo de Sila, y después de él dos centuriones, Furio y Fabio, a los que seguía su propia tropa.
Rodearon el Templo por todas partes, matando sin compasión a los que iban a refugiarse en el santuario y a todo el que opusiera la menor resistencia. Aquí vemos en acción a los centuriones y sus cohortes tomando el Templo con las espadas en la mano, con cuyo filo son degollados los sacerdotes mientras ofician sus ceremonias. Choca en este relato la impasibilidad con que los centuriones profanan el Templo. Pero el soldado, cara a cara contra el enemigo, deja a un lado los escrúpulos morales (si es que los tiene): lucha por su supervivencia.
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Los centuriones son soldados audaces, los mejores, que se lanzan a escalar murallas para tomar una plaza fuerte o una ciudad
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Los centuriones son soldados audaces, los mejores, que se lanzan a escalar murallas para tomar una plaza fuerte o una ciudad (Josefo, Guerra I, 351), actos arriesgados que exigen experiencia, seguridad y una valentía extrema. Otras veces, el centurión actúa como un comando junto a un reducido número de sus soldados, en misión de reconocimiento y castigo. Josefo nos narra otra vívida escena. Durante el asedio de Vespasiano a la ciudad de Gamala, un centurión llamado Galo, rodeado en medio del tumulto, se introdujo en una casa con diez soldados. Como Galo era de origen sirio, entendió la conversación de los que vivían en ella, en la que vio una conspiración contra los romanos. Por la noche Galo salió contra ellos, los mató a todos y se refugió sano y salvo en el campamento romano con sus soldados (Guerra, IV, 37-38).
En resumen, el centurión es una figura decisiva en la organización militar romana. Forma parte de los consejos de guerra (consilia) para dar su opinión al general sobre las tácticas, por su experiencia en la guerra. Durante la batalla está en primera fila, dando ejemplo de valor. En la paz, se encarga de la disciplina y el entrenamiento de los soldados. Otras veces, fuera del campamento, se le asignan misiones especiales. Su figura es imprescindible e imponente, por lo que no es de extrañar la atracción que aún hoy sigue suscitando.
La base de una legión
Abajo, moneda de oro acuñada por Julio César con la representación de un campamento. La construcción del centro representa esquemáticamente el pretorio o edificio de gobierno. En las narraciones de sus campañas, César traza un retrato muy favorable de los centuriones por su valor y su disciplina.
Foto: Dea / Album
El fin del templo de Jerusalén
En el verano del año 70 d.C., las legiones romanas toman Jerusalén y arrasan la ciudad y el Templo, destruido ya para siempre. Durante la guerra del emperador Vespasiano contra los judíos, los centuriones protagonizaron múltiples hechos de armas. Óleo por Francesco Hayez. Siglo XIX.
Foto: Akg / Album
El filo de la guerra
Arriba, reproducción del armamento de un centurión en el Museo de la Civilización Romana, en Roma. Los centuriones llevaban en el costado izquierdo una espada como éstas, y un puñal en el derecho.
Foto: Scala, Firenze
Un centurión, con cimera negra, lucha con sus hombres contra el enemigo durante las guerras dacias. 101-107 d.C.
La estructura de la legión
La legión se dividía en diez cohortes, cada una de ellas comandada por un prefecto. A su vez, cada cohorte estaba dividida en tres manípulos. Por último, cada manípulo estaba integrado por dos centurias, cada una de ellas mandada por un centurión.
Foto: Akg / Album
La estela de Tito Calidio
La lápida sepulcral de este centurión se halló en Carnuntum, un campamento romano fundado por Augusto a orillas del Danubio y a 32 kilómetros al este de Viena. Museo de Historia del Arte, Viena.
Foto: E. Lessing / Album
La rendición de Vercingétorix
Con la capitulación del jefe arverno ante César terminó la guerra de las Galias, en el año 52 a.C. Óleo por Lionel-Noël Royer. 1899. Museo Crozatier, Le Puy-en-Velay. Dos centuriones de César, Pullo y Voreno, competían entre sí para conseguir ascensos, y precisamente durante la guerra de las Galias pugnaban por ascender a primi ordines, según narra la propia pluma de Julio César.
Foto: Bridgeman / Aci
Luchar hasta la muerte
Los centuriones mantenían su posición hasta el final, de ahí su elevadísimo número de bajas en combate. César, en los relatos de sus campañas, recoge numerosos ejemplos del valor de estos oficiales. Así, menciona la situación crítica de la XII legión en la batalla del Sambre (57a.C.), librada contra los belgas: los seis centuriones y el portaestandarte de la IV cohorte habían muerto, mientras que los centuriones de las otras cohortes estaban casi todos heridos o muertos. En el choque de Dirraquio contra los pompeyanos (48 a.C.) perecieron en un mismo día 32 centuriones de la legión IX, la mitad de los de esta unidad. En la batalla de Farsalia, también contra los pompeyanos (48 a.C.), murieron en total 31 centuriones, mientras que sólo cayeron 200 soldados, lo que da idea de la combatividad y el valor de estos militares.
Foto: Bridgeman / Aci
Legionarios recolectando cereal durante la conquista de la dacia. Relieve de la columna trajana. 113 d.C.
Entre la disciplina y la crueldad
En algún momento de su larguísimo servicio militar, todos los legionarios recibían algún azote con la vitis, la vara de vid que simbolizaba el rango del centurión y que servía para castigar a sus subordinados. Esta sanción no estaba reglamentada, y quedaba a la discreción del oficial. Había centuriones que usaban de forma muy cruel esta prerrogativa y eran especialmente odiados por la tropa. Tácito cuenta que en el año 14 d.C., cuando las fuerzas acantonadas en el Rin se amotinaron tras la muerte del emperador Augusto, en Panonia los soldados mataron a un centurión llamado Lucilio y apodado Cedo alteram, «Tráeme otra», en alusión a las varas que pedía tras romperlas sobre las espaldas de sus hombres (Anales I 23, 3).
Foto: Scala, Firenze
Relieve con estandartes
El estandarte o signum de la legión, coronado por un águila, está flanqueado por los signa de dos manípulos (cada manípulo estaba formado por dos centurias). Relieve del siglo III d.C.
Foto: Dea / Album
Una ciudad para exlegionarios: Timgad
Situada en la actual Argelia, la fundó el emperador Trajano en torno al año 100 d.C. como una colonia militar. Allí instaló a veteranos procedentes de la frontera con Partia, dotándolos de las tierras que los soldados recibían una vez cumplido su servicio militar, que alcanzaba los veinticinco años.
Foto: Yann Arthus-Bertrand / Getty images
El muro de Adriano
En su construcción trabajaron las legiones instaladas en Britania: la II, la VI y la XX. A cada legión le tocó un tramo de obra, dividido en secciones que se asignaron a las centurias.
Foto: Funkystock / Age fotostock
Un centurión en Britania
En esta piedra del muro de Adriano (construido en 124 d.C.), hallada en el fuerte de Housesteads, se dice: «Lo hizo la centuria de Julio Cándido». Se han hallado otras tres inscripciones que recuerdan la labor de este centurión.
Foto: Manuel Cohen / Aurimages
Fuerte de Viminacium (la actual Kostolac, Serbia), sede de la legión VII Claudia.
La vida en el campamento
Los edificios más habituales en los campamentos eran los barracones que albergaban a los soldados y oficiales de una centuria. Cada contubernio (grupo de ocho hombres) recibía dos habitaciones, y el centurión disponía de varias estancias para él solo, generalmente al final del bloque; las paredes de estas habitaciones podían estar estucadas y pintadas, e incluso podía disponer de un baño personal.
Foto: Akg / Album
Marco Favonio Fácil
Su estela funeraria se descubrió en Colchester, la antigua Camulodunum, donde se enfrentaron los romanos y la reina Boudica en 61 d.C. Vemos al centurión de frente, con el traje propio de su rango, la vara, espinilleras, capa, lórica (coraza), puñal y espada. El monumento estaba partido en dos, a un metro de profundidad. Muy cerca se halló un recipiente cilíndrico de plomo, de 23 centímetros de diámetro y 33 de altura, con huesos quemados, posiblemente los del centurión.
Foto: Dea / Album
Estela funeraria de Marco Apicio Tirón
Además de combatir, administrar
Los centuriones no sólo eran el brazo armado de Roma: también representaban la autoridad romana en regiones donde las estructuras administrativas no estaban desarrolladas. A veces la población local acudía a ellos en busca de justicia. Así, por ejemplo, en el año 193 d.C., en tiempos del emperador Cómodo, un tal Syros escribe al centurión Amonio Paterno quejándose de que los recaudadores de un impuesto en especie han reclamado injustamente el pago de una artaba de trigo (25 litros) y que por esta razón han maltratado a su madre. Dado este papel de administradores, los centuriones no sólo debían reunir condiciones como jefes militares, sino que también debían contar con una formación que, cuanto menos, incluyera saber leer y escribir.
Foto: Dea / Album
Marco Celio, caído en Teutoburgo
En septiembre del año 9 d.C., los germanos aniquilaron a tres legiones romanas en el bosque de Teutoburgo. El centurión Marco Celio, nacido en Bononia (la actual Bolonia), cayó en esa batalla. Su cadáver quedó allí, tendido a la intemperie entre muchos miles más, y su hermano decidió levantar un monumento en su memoria.
Los libertos del centurión
Con toda probabilidad Marco Celio era un hombre soltero, pues no hay mención a esposa o hijos en el epitafio; en cambio, sí aparecen, a sendos lados, los retratos de sus sirvientes, dos libertos muy queridos, uno de origen y nombre latino (Privatus), y otro griego (Thiaminus), que posiblemente murieron también en la emboscada de Teutoburgo y que conforman esta especie de cuadro funerario familiar.
Valiente y condecorado
Es el retrato de un hombre vivo, posando con su uniforme de gala de centurión, con el bastón de mando en la mano derecha y su coraza absolutamente cubierta con insignias al valor. Tantas condecoraciones indican la larga carrera de éxitos militares de este centurión fallecido a los 53 años, según nos indica la inscripción. La legión XVIII tenía su campamento base en Vetera (actual Xanten), y allí levantó Publio este monumento.
Foto: Akg / Album
¿Cómo era Marco Celio?
una recreación del aspecto de Marco Celio a partir de su cenotafio. Ciñe su cabeza una corona cívica; hecha de hojas de roble, condecoración que se recibía por salvar la vida de un militar ciudadano romano. Las condecoraciones (dona) que cuelgan de un arnés sobre la armadura son torques, de los que lleva uno en torno al cuello, y phalerae, faleras o discos metálicos. En la muñeca luce otras condecoraciones, las armillae. Como es característico de los centuriones, lleva la espada a la izquierda y la daga a la derecha –al contrario que los soldados–. Con la mano derecha sujeta la vara de mando, que originalmente era una vara de vid, y en la izquierda lleva un casco con cresta transversal de plumas. El autor de la recreación ha supuesto que las piernas están protegidas con grebas, como en otras representaciones de centuriones.
Foto: Giuseppe Rava / Osprey publishing