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El azar y el vicio por el juego de los dados, la gran adicción que obnubiló a Octavio Augusto

El que fuera primer emperador de Roma también se dejó seducir por uno de los esparcimientos preferidos por los romanos: los juegos de azar y, más concretamente, los dados

Fresco que representa una partida de dados – Blog Domvs Romana

Fuente: P.FM.A. ABC Historia
31 de agosto de 2018

Del 753 a.C. al 509 a.C., la Monarquía; hasta el 27 a.C., la República. Estos son los precedentes de una superpotencia radicada en Roma, ciudad fundada por Rómulo y Remo un 21 de abril del año, como no es difícil intuir, 753 antes del nacimiento de Cristo. La que en sus inicios no era sino una simple aldea de pastores, se acabó convirtiendo en un poderoso imperio que perduró hasta el 476 d.C. y llegó a controlar un inmenso territorio. Fue bajo el mandato del emperador Trajano cuando las fronteras del Imperio romano estuvieron más alejadas: desde el océano Atlántico en el oeste hasta las orillas del mar Caspio, el mar Rojo y el golfo Pérsico en el este; desde el desierto del Sahara al sur hasta Germania y Britania al norte.

Dicho lo cual, resulta obvia e innegable la herencia cultural, social y política recibida de Roma. Los romanos nos legaron el latín, el cual está presente en los idiomas hablados en un tercio del mundo. La misma proporción se rige por leyes surgidas del Derecho Romano. Por su parte, las obras arquitectónicas, tales como templos, calzadas, acueductos, etc., conviven con nosotros y juegan un importante papel en el patrimonio artístico de las distintas naciones.

Pero con lo generalizado que está el ocio en la actualidad, podría afirmarse que a los descendientes de los «gemelos fundadores» les debemos, también, la afinidad hacia el recreo y el entretenimiento. «Pan y circo» era la máxima de las autoridades, las cuales siempre fueron partidarias de la organización de espectáculos de diversa índole para granjearse el favor del pueblo. Así, teatros y peleas de gladiadores se popularizaron a lo largo y ancho del imperio. No obstante, existe otra práctica por la que los ciudadanos de Roma sintieron gran afición, algunos de tan alta alcurnia como Octavio Augusto: los juegos de azar. Este episodio es abordado por Lucía Avial Chicharro en su inestimable libro «Breve historia de la vida cotidiana del Imperio Romano: costumbres, cultura y tradiciones» (Nowtilus, 2018).

Hagan sus apuestas

«Los romanos fueron un pueblo muy aficionado a los juegos de azar, especialmente a los dados y a las apuestas con estos», manifiesta Avial Chicharro en su ejemplar y dicha afirmación resulta central para el devenir de esta pieza. Desde las reuniones en cantinas para tomar unos vinos hasta las largas horas que los legionarios pasaban asediando y sitiando un emplazamiento, cualquier excusa era buena para echar unos dados y jugar unas monedas. De hecho, no se caería en una falacia histórica si se hablase de vicio o ludopatía. Tanto es así que llegaron a redactarse, ya en época republicana, restrictivas leyes que punían el juego: leges aleariae.

El nombre de las mismas tampoco es algo baladí. Como bien indica Miguel Córdoba Bueno en su obra «Anatomía del Juego: Un análisis comparativo de las posibilidades de ganar en los diferentes juegos de azar» (Dykinson, 2013), del latín aleator proviene jugador, término que por aquel entonces poseía connotaciones negativas (deshonesto y con un defecto de carácter), y se encumbra como la raíz de aleatorio, palabra que en la actualidad utilizamos para definir aquellos fenómenos regidos por las reglas del azar.

A este respecto, por todos es conocida la expresión latina alea iacta est o, en román paladino, «la suerte está echada». Se atribuye a Julio César la enunciación de tan célebre frase al pasar el Rubicón con sus legiones, el riachuelo que marcaba el límite entre la Roma republicana y la Galia. Pues bien, una variante puntualiza que no pronunció exactamente dicha consigna porque lo hizo en griego, de modo que el significado literal pasaría a ser «los dados se han tirado». Como no resulta difícil imaginar, alea designaba genéricamente a todos los juegos de azar de la antigua Roma.

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Las leyes perseguían los juegos en los que el resultado dependía única y exclusivamente del azar

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Volviendo a la legislación antes mencionada, es preciso matizar que lo que castigaba no era el juego en sí sino las apuestas de «cuartos» que éste conllevaba. Así, mientras que se consideraban legales en aquellas competiciones, como las peleas en el anfiteatro, en las que el resultado dependía de la pericia y la gallardía, perseguía a todos aquellos que se jugaban un dinerillo confiando toda su suerte a la «ventura de la providencia».

Según detalla Javier Sanz en «La ludopatía en la antigua Roma», artículo publicado en la web «Historias de la Historia», las multas impuestas eran un múltiplo de la cantidad apostada y variaba en función de las circunstancias así como de la familia del apostante. «Además, la ley no reconocía las deudas de juego ni los delitos cometidos contra la propiedad de las “casas de apuestas”», prosigue el autor.

No obstante, como bien plantea Pilar Martínez Abella, resultaba sin duda complicado controlar las partidas privadas en hogares y tabernas. «¿Cuánto te puede costar esconder un dado? ¿Quién podría aguantar una de esas tediosas cenas sociales, sin la chispa que propicia el riesgo de perder unos cuantos denarios?», se pregunta en su página oficial.

En la misma línea que Abella se encuentra Jorge García Sánchez. El autor de «Viajes por el Antiguo Imperio romano» (Nowtilus, 2016) expresa que pese a la prohibición y las penas económicas impuestas por la reglamentación legislativa del momento, una pintura de la época «retrata a un grupo de jugadores enfrascados en una partida de dados que se llevaba a cabo medio a escondidas en la bodegas y en las habitaciones traseras de las tabernas». Era un secreto a voces, vaya.

Se quita la barrera

Durante unos días al año, no obstante, la veda era retirada. «Las leyes solo lo permitían [el juego] en festividades como las Saturnales», explica Avial Chicharro en su libro. Según la escritora, esta celebración tenía lugar entre el 17 y el 23 de diciembre, días en los que proliferaban banquetes, algunos públicos, y procesiones, los intercambios de regalos eran frecuentes e, incluso, los esclavos recibían una mayor libertad por parte de sus amos.

Las palabras de la autora de «Breve historia de la vida cotidiana del Imperio Romano» son corroboradas por Javier Sanz, quien menciona la importancia de estas fiestas en «La ludopatía en la antigua Roma»: «Las escuelas cerraban, algunas conductas frívolas femeninas y masculinas estaban bien vistas, se podía apostar a los dados, se invertían los papeles entre amos y esclavos, corría el vino a raudales y todos los miembros de la familia recibían un regalo, fuera cual fuese su condición. Además, todos los esclavos recibían de sus amos una generosa paga extra en moneda o vino».

En la obra de divulgación «Formas de ocio en la antigua Roma: desde la dinastía Julio-Claudia (Octavio Augusto) hasta la Flavia (Tito Flavio Domiciano)», Maximiliano Korstanje se atreve a ir un paso más allá: «Comúnmente, siervos y patrones se juntaban en camaradería bajo el juego de dados, el cual estaba prohibido. No era extraño que los esclavos tuvieran licencia para decirle a su amo todas aquellas verdades molestas que en la vida diaria no podían decirle».

Este paréntesis en la represión puede tener su origen en el fin de las tareas agrícolas de campesinos y esclavos, cuando los campos se preparaban para el duro invierno.

Octavio el «apostador»

La historia de este nombre clave del imperio es la historia de un joven inteligente que, sin grandes cualidades militares, logró convertirse en el primer emperador de Roma. Es la historia de quien pasó de ser Octavio a ser Augusto. Es la historia del hombre que derrotó a Marco Antonio en la memorable batalla de Actium (31 a.C.) y terminó ciñendo en su frente la corona de laurel.

«El que fuera reconocido por el mismísimo Cayo Julio César como hijo adoptivo tenía -gracias a esta épica victoria- vía libre para poder ostentar todo el poder en el que fue el mayor imperio de la antiguedad. Tras largos años en los que tuvo que lidiar con los asesinos de su padre y compartir el poder con Antonio y Lépido por fin había alcanzado el lugar que -en su opinión- le correspondía como descendiente del caído imperator». Este párrafo está sacado de «Octavio: el «hijo» de Julio César que aplastó a Marco Antonio y al Egipto de Cleopatra», artículo de nuestra sección, ABC Historia.

Escultura que representa a Octavio Augusto

Tan memorable triunfo es escudriñado con maestría en la pieza publicada por este periódico. Lo que aquí interesa subrayar es una afición no tan egregia de Octavio Augusto: los dados. Así lo refiere el ya citado Korstanje en su escrito: «Con respecto a su vida privada, Augusto no parecía esbozar grandes lujos aunque era sabida su debilidad por las mujeres jóvenes y el juego». Y así lo confirma Avial Chicharro en su volumen: «Pese a ello [leyes de prohibición], la afición no decreció, y se conocen emperadores como el propio Augusto o Claudio que jugaban y apostaban a los dados con frecuencia».

Lo cierto es que en los juegos de azar, los romanos llegaban a jugar grandes cantidades y no solo en metálico, también apostaban joyas u otros objetos de valor. De hecho, cuenta la leyenda que el primer emperador de Roma perdió 20.000 sestercios en una sola noche. En lo que respecta a Claudio, diversas crónicas lo han retratado como un jugador empedernido.

Otros mandamases como Nerón o Cómodo también sufrieron el dulce adictivo del vicio, viéndose perjudicadas, incluso, las arcas del Estado. Y en «Viajes por el Antiguo Imperio romano», el señalado por García Sánchez es Lucio Vero, coemperador romano junto con Marco Aurelio: «En Siria había adquirido tal pasión por los juegos de azar que el alba lo solía sorprender lanzando los dados».

Otros pasatiempos

La piedra, el marfil, la madera, el hueso o el metal. Diversos eran los materiales con los que fabricar los vetustos dados romanos. Además, era habitual que fuesen trucados, de manera que se generalizó el uso de cubilete o frutillus. En cuanto al modus operandi, era muy básico: con dicho recipiente se lanzaban al aire buscando la tirada perfecta, esto es, los tres seises, aunque bastaba con obtener un número superior al del contrincante. «Sí, era una rápida forma de perder pasta», admite con sarcasmo Martínez Abella en su web.

Pero las tesserae -dados-, pese a su popularidad, no eran el único entretenimiento. Al recorrer el capítulo que Avial Chicharro dedica a los juegos de azar en su libro, hallamos la siguiente declaración: «Además de los dados, era frecuente ver dibujados en las calles romanas tableros de juegos. Fueron realizados por las propias personas que jugarían con ellos. Buscaban distintos objetivos, que iban desde tratar de sacar provecho económico de los incatuos que jugasen hasta poder disputar una partida con un amigo».

Un ejemplo es el famoso juego de las tres en raya, el cual es analizado en «Anatomía del Juego». Córdoba Bueno sostiene lo siguiente: «El «terni lapilli» se podría traducir por «tres piedras» o por «piedras de tres en tres» y era uno de los juegos más populares en la antigua Roma. Se han encontrado numerosos tableros de «terni lapilli» arañados sobre suelos de piedra en muchos lugares del antiguo Imperio romano, aunque en aquella época se jugaba con fichas, guijarros o cuentas. Desde entonces, fue un juego de niños habitual en la época medieval y que evolucionó hasta la época actual tal y como lo conocemos».

 

31 agosto 2018 at 9:05 am 4 comentarios

¿Por qué el implacable Aníbal no destruyó Roma tras el desastre de Cannas?

ABC Historia ha podido probar un ejemplar del juego de mesa «Hannibal y Hamilcar: Roma contra Cartago», facilitado por «Ediciones MasQueOca», que permite ponerse en la piel del general cartaginés que sacudió con su genio el Mediterráneo

Fuente: César Cervera  |  ABC Historia
3 de agosto de 2018

Tras la batalla de Cannas el 2 de agosto del año 216 a.C, la República de Roma se colocó al borde de la destrucción. Al sur de la Península itálica, el cartaginés Aníbal venció a un ejército muy superior empleando una táctica envolvente y aprovechando las condiciones del terreno (estrecho y plano). Con 50.000 romanos muertos, entre los que figuraba el cónsul Lucio Emilio Paulo, dos ex-cónsules, dos cuestores, una treintena de tribunos militares y 80 senadores… la ciudad entró en pánico y se esperó para recibir la fatal visita de Aníbal. Contra todo pronóstico, el ataque nunca llegó.

A modo de mito fundacional, la tradición romana cuenta que Aníbal Barca se sintió intimidado frente a los muros de Roma y prefirió retirarse sin acabar con su presa. Nada más lejos de la realidad; si alguien tenía terror en ese momento eran los romanos, a los que solo les quedaba rezar por su suerte. ¿Por qué, entonces, el cartaginés no aprovechó para destruir Roma y evitar así que fuera su civilización la que años después asumiera el cetro del mundo conocido? Las explicaciones que han barajado tradicionalmente los historiadores van desde que Aníbal carecía de material de asedio a que Roma estaba mejor defendida de lo que pudiera parecer a simple vista, aparte de recordar que tras Cannas Aníbal no permaneció con los brazos cruzados. El general de Cartago aprovechó la debilidad romana para pactar con varias ciudades latinas un protectorado en el sur de Italia y en Sicilia.

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Las explicaciones que han barajado los historiadores van desde que Aníbal carecía de material de asedio a que Roma estaba mejor defendida de lo que pudiera parecer a simple vista

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Explicaciones y un contexto que solo sirven para conjeturar, no para dar una respuesta precisa. La única manera de conseguir algo así sería poniéndose en la piel de Aníbal o, si acaso, en la de los defensores. El juego de mesa «Hannibal y Hamilcar: Roma contra Cartago», diseñado por Mark Simonitch y Jaro Andruszkiewicz, plantea esta posibilidad en uno de los wargames más populares del género, cuya reedición por sus 20 años ha llegado traducida a España gracias a «Ediciones MasQueOca».

Toda una orquesta de personajes históricos

ABC Historia ha podido probar un ejemplar de este juego de mesa, facilitado por «Ediciones MasQueOca», que cuida la documentación al detalle y ofrece hasta catorce escenarios distintos que van desde la Primera Guerra Púnica (la que protagonizó Hamilcar, aunque se puede considerar un juego aparte) hasta las campañas que muestran la gloria y la derrota de Cartago frente al empuje romano en la Segunda Guerra Púnica. Los manuales ofrecen introducciones históricas previas a cada una de las campañas, además de un breve perfil de los generales de ambos bandos. Cada uno de estos personajes históricos, de Magón Barca a Escipión el Africano, están representadas en el juego por miniaturas y cartas ilustradas.

«Hannibal & Hamilcar: Roma contra Cartago» está pensado para partidas de dos jugadores, con una duración de entre una a tres horas, donde cada uno asume el bando romano o el cartaginés. El despliegue de componentes está condicionado por la elección del nivel, entre ellos, los llamados «¡Aníbal ad portas!», «Roma contraataca» o «Campaña en Iberia», lo que permite que los romanos o los cartagineses alternen el papel de atacantes o defensores.

La mecánica del juego, pensado para jugadores expertos, se fundamenta en el uso alternativo de cartas, que se van robando al azar en cada turno, con el objeto de ganarse el favor de otros pueblos (como Galos, Ligures o Númidas), introducir eventos históricos o mover a los generales por el mapa, a fin de evitar que el rival arrebate el control de sus provincias. Cada carta puede ser jugada aplicando el efecto que ponga en su texto o directamente como «Puntos de operaciones». Entre las acciones en las que se pueden gastar estos «Puntos de operaciones», está el mover un general, colocar puntos de control en una zona para conseguir su control político o añadir unidades en una ubicación controlada en la que tengamos un general.

Una vez entran en combate dos ejércitos, se usa una segunda serie de cartas («Cartas de Batalla») para determinar con la ayuda de los datos (representantes de los azares que siempre influyen en devenir de una batalla) quién es el ganador. En la batalla se roban tantas cartas de ese mazo como el número de unidades que tenga el jugador en esa ciudad y otras tantas en función de diferentes factores. En lo que resulta una de las fases más espectaculares del juego, de manera alternativa cada bando empezando por el atacante juega una carta y el defensor responde, si puede, con una suya. En el caso de que el bando defensor no tenga ya cartas para defenderse se termina la batalla y se aplican las bajas. Cada combate es pura tensión y un duelo entre pistoleros…

El objetivo final durante los nueve turnos que dura cada partida es conquistar el máximo número de provincias rivales. En caso de arrebatar al enemigo su capital se produce una victoria automática. No en vano, cada nivel plantea un desafío radicalmente distinto a cada bando y no será lo mismo para el bando que lleve a Cartago atravesar triunfante los Alpes en los primeros escenarios que resistir en los últimos niveles el contraataque romano en la propia África.

La variedad de tribus, los detalles históricos, la aproximación a la política en la Antigua Roma, con cónsules, procónsules, dictadores… y los giros en el «guion», véase la entrada de Escipión «el Africano» a partir de cierto turno de la partida, hacen de «Hannibal & Hamilcar: Roma contra Cartago» un producto cultural de primera línea, más allá de su valor recreativo.

 

3 agosto 2018 at 9:56 am Deja un comentario

Hallan en Turquía un antiguo juego romano

Un tablero de juego de época romana de 1800 años de antigüedad ha sido encontrado en la antigua ciudad turca de Kibyra, en el distrito Gölhisar de la provincia meridional de Burdur

Ludus-XII-scriptorium

Se trata de un ejemplar del juego conocido como «Ludus duodecim scriptorium» o «XII scripta» (juego de las doce lineas). «No tenemos demasiada información acerca de este juego, pero creemos que lo jugaban en las plazas dos personas … con dados», dice el profesor Ünal Demirer, que añade que el juego es de época romana y tiene una antigüedad de al menos 1.800-2.000 años.

Las excavaciones en la antigua ciudad han sido llevadas a cabo por el Departamento de Arqueología de la Universidad Mehmet Akif Ersoy (MAKU).

Demirer ha indicado que desde el año 2007 se vienen realizando trabajos en la avenida del ágora de la antigua ciudad, y ha añadido que las piezas del juego se utilizaron también para otros fines.

«El juego ha sido hallado en la estructura de una piscina. Pensamos que fue utilizado también para otro propósito. Debido a su nombre en latín, atribuimos el juego a los Romanos. Es como el Jacks actual. La gente pasaba el tiempo en el ágora jugando a este tipo de juegos», ha dicho.

El «Ludus duodecim scriptorum» era un juego de mesa muy popular durante la época del Imperio Romano. Se cree que la tabula bizantina era un descendiente de este juego, y ambos son similares al backgammon moderno.

Nos ha quedado muy poca información acerca de las reglas de este juego, aunque sabemos que se jugaba con tres dados y que cada jugador tenía 15 fichas.

Fuente: Hurriyet  | Ancient game found in Roman era city

21 noviembre 2014 at 11:12 pm Deja un comentario


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