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Homero, la «Odisea» que sigue intrigando a occidente
El hallazgo en Olimpia de una placa de arcilla con 13 versos del poema épico de este vate cuya identidad o identidades sigue siendo un motivo de debate, demuestra que el mensaje humanista de esta pieza fundacional y de la «Ilíada» está vigente más de dos milenios y medio después.
La efigie de Homero, que sigue siendo un misterio, en una moneda de 50 dracmas griegos
Fuente: David Hernández de la Fuente | LA RAZÓN
16 de julio de 2018
A raíz del hallazgo de una placa de arcilla en el santuario de Olimpia con un fragmento del canto XIV de la «Odisea» ha vuelto a los medios el debate en torno al misterioso Homero, origen y culmen de toda literatura en Occidente. Son 13 versos escasos los que aparecen en la pieza, pero bastan para recordar toda la gloria del padre de la literatura occidental. Una breve conversación entre el rey Odiseo, recién retornado a su Ítaca pero aún de incógnito, y su fiel porquero Eumeo, pone de manifiesto la maestría psicológica y social del poeta al hablar de la nobleza de cuna y de espíritu. Y es que Homero no solo es indisociable de nuestra tradición cultural sino también de nuestra sensibilidad.
A la sombra de aquel conflicto mítico y primordial que narrara en la «Ilíada» el cantor conocido como Homero, se fundaba magistralmente la sensibilidad literaria en torno a la frágil y efímera condición humana, su grandeza y miseria. Pues la «Ilíada» no es un poema belicista, casi huelga decirlo, sino hondamente humanista. Luego está el regreso del héroe, o por mejor decir, de uno de los héroes de esa guerra troyana, Odiseo, en uno de los «nostoi» o retornos de los caudillos griegos a sus hogares. Así se cierra el díptico principal tradicionalmente atribuido a Homero y que supone la génesis de toda nuestra literatura e incluso de nuestra historia, por no hablar de las inagotables postrimerías de esa celebrada «materia troyana». Por eso me gusta definir el campo de acción de los poemas homéricos con una figura triangular, como un tríptico de literatura, historia y recepción: primero, la epopeya de Troya y los ecos sempiternos de su destrucción, incluido el viaje de retorno de sus héroes, como el de Ulises; luego, la historicidad de aquella guerra mítica como recuerdo evocado de un conflicto histórico, acrecida con información sobre el propio tiempo de Homero; y por último, pero no menos importante, sus innumerables recreaciones en las artes posteriores, desde Virgilio o Dante hasta los hermanos Coen.
Miseria y esplendor
Lo que hace genial y único al vate llamado Homero, de entre la pléyade de voces que emergen entre los restos del naufragio de la primera literatura de Occidente, es cómo usa magistralmente la materia mítica para extractar en breve todo el esplendor y la miseria del ser humano: la guerra, la mejor excusa para mostrar quiénes somos, se centra en la cólera sin sentido de un héroe egoísta y narra los lances guerreros en los escasos días entre esta y la reconciliación entre dos rivales quintaesenciales que se miran a los ojos llorando y reconocen su idéntica tragedia humana. Otro es el caso del regreso por excelencia del héroe al hogar, el del guerrero acaso más singular de Troya, que toca varios esquemas de la narrativa del «folk-lore», desde la «road-movie» y el relato fantástico al «western» del viejo soldado que regresa a casa para imponer el orden anterior y encontrar su «happy-ending». Esa habilidad para maravillar y condensar lo mejor es parte de la marca de la casa en «Homero». Mucho más pero nada menos.
De ahí que se siga revolucionando el mundo al oír su nombre, ahora que se descubre un antiguo soporte con sus versos. El episodio hallado en Olimpia muestra esa genialidad de lo que Stefan Zweig llamaría «momentos estelares»: el héroe vuelve y se encuentra primero con «los humildes». El cansado rey llega disfrazado de mendigo, buscando su final feliz, y ciertamente no lo reciben los dignatarios que asedian su hacienda y a su mujer. Solo su viejo perro lo reconoce, muriendo de felicidad justo después. Solo le asiste su criado Eumeo, que lo creía muerto. Solo su vieja nodriza Euriclea lo identifica por una antigua herida.
La cuestión palpitante
Pero «el-artista-antes-conocido-como-Homero», base de toda educación letrada en nuestro mundo, lleva dando quebraderos de cabeza a los eruditos ya desde época antigua hasta el nacimiento de la moderna filología clásica, con los «Prolegomena ad Homerum» (1795), de F. A. Wolf. Este avivó la llama de la «cuestión homérica», en torno a la autoría pero sobre todo a la composición de ambos poemas aurorales de Occidente. Desde entonces se señaló el origen de la «Ilíada» y la «Odisea» en una larga tradición oral de piezas más breves, compiladas en algún momento posterior por escrito y atribuidas a un «Homero». Pero otra escuela opuesta siguió creyendo reconocer la voz de un genio unitario, intuida tras parte de ambos poemas. Los poemas compuestos supuestamente en el siglo VIII a.C., con la estructura oral formular que estudió en los años 30 Milman Parry, en comparación con otros cantos épicos, fue transmitida así hasta que en Atenas, en el siglo VI a.C. y bajo la tiranía de Pisístrato, los cambios sociales y políticos aconsejaron fijar una versión por escrito.
Por supuesto, todo eso fue en Atenas, el centro por excelencia de investigación homérica en los dos siglos siguientes, entre otras cosas por el énfasis de la Academia de Platón y, sobre todo, del Liceo de Aristóteles en las citas de Homero. Pero no cabe dudar de que hubo muchas versiones locales que se unificaron en la Biblioteca de Alejandría gracias a la labor de los filólogos helenísticos: Zenódoto, Aristarco o Aristófanes de Bizancio son algunos nombres clave. Luego desde ahí la investigación y la copia de los poemas pasó a los gramáticos tardíos y bizantinos, que mantuvieron viva la llama homérica en varios momentos clave de su recepción: el siglo IV-VI, con el auge de la interpretación alegórica y filosófica, merced al neoplatonismo, o el siglo XII, con un «revival» clasicista bizantino especialmente homérico, como el de Juan Tzetzes y Eustacio. De ahí hay pocos pasos ya hasta la «rentrée» renacentista de Homero en Occidente, merced a los manuscritos griegos que afluyeron tras la caída de La Ciudad, a los que siguieron las ediciones humanistas, las traducciones (la española de la «Odisea», de Gonzalo Pérez, de 1550, es la pionera en lenguas modernas) y a la docta erudición de los siglos XVII y XVIII.
¿Es importante en esta historia la inscripción homérica encontrada en Olimpia esta semana? En términos arqueológicos y epigráficos sin duda, pero en lo global no aporta muchas novedades. Solo recuerda de nuevo –y no es poco– la pasión inextinguible que sigue despertando todo lo relacionado con el poeta llamado «Homero», en ese triángulo de literatura, historia y recepción de eterna vigencia. Ya sea que exista un poeta de tal nombre o que sea éste una apelación colectiva que ocultaba a un grupo o a una clase de épica panhelénica, la noticia es que hoy sus versos siguen tan de actualidad como hace casi tres milenios.
Primer capítulo de «Mujeres y poder», un manifiesto de Mary Beard
Este año la editorial Planeta publicó el libro que recopila algunas de las conferencias de Mary Beard. La inglesa es una académica especializada en estudios clásicos. Es catedrática en la Universidad de Cambridge y, además, una de las voces más importantes del feminismo contemporáneo.
Mary Beard recibió considerables ciberacosos después de que apareciese en enero de 2013 en el programa de la BBC Question Time desde Lincolnshire, y se expresase positivamente sobre los trabajadores inmigrantes que vivían en el condado. / AFP
Fuente: Mary Beard | El Espectador
12 de julio de 2018
Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle», que su voz no había de ser escuchada en público. Me refiero a un momento inmortalizado al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, una historia que tendemos a considerar como el relato épico de Ulises y las aventuras y peripecias a las que tuvo que enfrentarse para regresar a casa tras finalizar la guerra de Troya, mientras su leal esposa Penélope le aguardaba y trataba de ahuyentar a sus pretendientes que la apremiaban para casarse con ella. No obstante, la Odisea es asimismo la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de Penélope, la historia de su desarrollo personal, de cómo va madurando a lo largo del poema hasta convertirse en un hombre.
Este proceso empieza en el primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: «Madre mía —replica—, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca … El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior. Hay algo vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública.
Es más, tal y como lo plantea Homero, una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie. Las palabras literales pronunciadas por Telémaco son harto significativas, porque cuando dice que el «relato» está «al cuidado de los hombres», el término que utiliza es mythos, aunque no en el sentido de «mito», que es como ha llegado hasta nosotros, sino con el significado que tenía en el griego homérico, que aludía al discurso público acreditado, no a la clase de charla ociosa, parloteo o chismorreo de cualquier persona, incluidas las mujeres, o especialmente las mujeres. Lo que me interesa es la relación entre este momento homérico clásico en el que se silencia a una mujer y algunas de las formas en que no se escuchan públicamente las voces de las mujeres en nuestra cultura contemporánea y en nuestra política, desde los escaños del Parlamento hasta las fábricas y talleres. Es una acostumbrada sordera bien parodiada en la viñeta de un viejo ejemplar de Punch: «Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla».
Examinemos ahora cómo podría relacionarse esta situación con el abuso al que, incluso hoy en día, están sometidas muchas mujeres que sí hablan, y una de las cuestiones que me ronda por la cabeza es la conexión entre pronunciarse públicamente a favor de un logo femenino en un billete bancario, las amenazas de violación y decapitación en Twitter, y el menosprecio de Telémaco hacia Penélope.
Mi objetivo aquí es adoptar un punto de vista amplio y distante, muy distante, sobre la relación culturalmente complicada entre la voz de las mujeres y la esfera pública de los discursos, debates y comentarios: la política en su sentido más amplio, desde los comités de empresa hasta el Parlamento. Espero que este enfoque desde la lejanía nos ayude a superar el simple diagnóstico de «misoginia» al que recurrimos con cierta indolencia, pese a ser, sin duda alguna, una forma de describir lo que ocurre. (Si uno acude a un programa de debate en televisión y después recibe una avalancha de tuits en lo que se comparan tus genitales con una variedad de vegetales podridos, es difícil encontrar una palabra más adecuada para definir la situación.) No obstante, si lo que queremos es comprender —y hacer algo al respecto— por qué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír, hemos de reconocer que el tema es un poco más complicado y que hay un trasfondo al que hay que remitirse.
«Por qué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír».
El arrebato de Telémaco no fue más que el primer caso de una larga lista, que se extiende a lo largo de toda la Antigüedad griega y romana, de fructuosos intentos no solo por excluir a las mujeres del discurso público sino también por hacer ostentación esta exclusión. A principios del siglo iv a. C., por ejemplo, Aristófanes dedicó una comedia entera a la «hilarante» fantasía de que las mujeres pudieran hacerse cargo del gobierno del Estado. Parte de la broma consistía en que las mujeres no podían hablar en público con propiedad, o más bien que no podían adaptar su charla privada (que en este caso estaba centrada básicamente en el sexo) al elevado lenguaje de la política masculina. En el mundo romano, las Metamorfosis de Ovidio —esa extraordinaria épica mitológica sobre los cambios físicos de los personajes (y probablemente la obra más influyente de la literatura occidental después de la Biblia)— vuelve reiteradamente a la idea de silenciar a las mujeres en su proceso de transformación. Júpiter convirtió en vaca a la pobre Ío para que tan solo pudiera mugir, no hablar; mientras que la parlanchina Eco es castigada a que su voz no sea nunca la suya, a ser un simple un instrumento que repita las palabras de los demás.
En el famoso cuadro de Waterhouse, Eco contempla a su anhelado Narciso sin poder entablar conversación con él, mientras este se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque. Un antólogo romano serio del siglo i d.C. solo pudo recopilar tres ejemplos de «mujeres cuya condición natural no consiguió acallarlas en el foro». Sus descripciones son reveladoras. La primera, una mujer llamada Mesia, se defendió a sí misma con éxito en los tribunales y «dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la “andrógina”». La segunda, Afrania, solía iniciar ella misma las demandas judiciales y era tan «descarada» que las defendía personalmente, por lo que todo el mundo estaba harto de sus «ladridos» o «gruñidos» (no se le concede la gracia del «habla» humana). Sabemos que murió en el año 48 a.C., porque «con semejantes bichos es más importante documentar su muerte que su nacimiento». En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte. A las primeras mujeres cristianas se las representaba proclamando su fe a gritos mientras eran conducidas a los leones, y en un conocido relato de la historia arcaica de Roma, a la virtuosa Lucrecia, violada por un desalmado príncipe de la monarquía gobernante, se le concede un papel con diálogo solo para denunciar al violador y anunciar su propio suicidio (o así lo presentaron los autores romanos: no tenemos la menor idea de lo que sucedió realmente). No obstante, incluso esta ínfima y amarga oportunidad de expresión podía ser denegada. En un relato de las Metamorfosis se nos cuenta la violación de la joven princesa Filomela, a la que el violador, para evitar cualquier denuncia al estilo de Lucrecia, sencillamente le corta la lengua.
«El discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género».
Esta idea la recoge Shakespeare en su Tito Andrónico, donde también se le arranca la lengua a Lavinia tras ser violada. La otra excepción es más corriente, pues en ocasiones las mujeres podían levantarse y hablar legítimamente para defender sus hogares, a sus hijos, a sus maridos o los intereses de otras mujeres. Por consiguiente, en el tercero de los tres ejemplos de oratoria femenina planteados por el antólogo romano, la mujer, de nombre Hortensia, se sale con la suya porque actúa explícitamente como portavoz de las mujeres de Roma (y solo de las mujeres), tras haber sido sometidas a un impuesto especial sobre el patrimonio para financiar un dudoso esfuerzo de guerra. Dicho de otro modo, en circunstancias extremas las mujeres pueden defender públicamente sus propios intereses sectoriales, pero nunca hablar en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto. En general, tal y como lo expresó un gurú del siglo ii d. C., «una mujer debería guardarse modestamente de exponer su voz ante extraños del mismo modo que se guardaría de quitarse la ropa». No obstante, en todo esto hay mucho más de lo que se percibe a simple vista. Esta «mudez» no es solo un reflejo de la privación general de poder de las mujeres en el mundo clásico, donde, entre otras cosas, no tenían derecho al voto y su independencia legal y económica era limitada. En la Antigüedad, las mujeres no solían elevar su voz en la esfera política, donde no tenían participación alguna, pero aquí estamos ante una exclusión de las mujeres del discurso público mucho más activa y malintencionada, con un impacto mucho mayor del que reconocemos en nuestras propias tradiciones, convenciones y supuestos acerca de la voz de las mujeres. Lo que quiero decir es que el discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género. Como ya hemos visto con Telémaco, convertirse en un hombre (o por lo menos en un hombre de la élite) suponía reivindicar el derecho a hablar, porque el discurso público era un (o mejor el) atributo definitorio de la virilidad. Es más, citando un conocido eslogan romano, el ciudadano de la élite podía definirse como vir bonus dicendi peritus, «un hombre bueno diestro en el discurso». Por consiguiente, una mujer que hablase en público no era, en la mayoría de los casos y por definición, una mujer.
Si recorremos la literatura antigua, encontraremos un reiterado énfasis sobre la autoridad de la voz grave masculina en contraste con la femenina. Un antiguo tratado científico enuncia de forma explícita: una voz grave indica coraje viril, mientras que una voz aguda es indicativo de cobardía femenina. Otros autores clásicos insistían en que el tono y timbre del habla de las mujeres amenazaba con subvertir no solo la voz del orador masculino sino también la estabilidad social y política, la salud, del Estado. En una ocasión, un orador e intelectual del siglo ii d.C. con el nombre revelador de Dión Crisóstomo, que significa literalmente Dión «Boca de Oro», pidió a su audiencia que imaginase una situación en la que «una comunidad entera se viera afectada por una extraña dolencia: que, repentinamente, todos los hombres tuvieran voces femeninas, y ningún varón —niño o adulto— pudiera hablar de manera viril. ¿No sería esta una situación terrible y más difícil de soportar que cualquier otra plaga? No me cabe duda de que enviarían una delegación a un santuario para consultar a los dioses y tratar de propiciar el favor divino con numerosas dádivas». No era ninguna broma.
¿Es cierta la historia de la Guerra de Troya?
Fuente: BBC Mundo
7 de julio de 2018
Todos oímos hablar del famoso caballo de Troya. Pero ¿existió esa ciudad y la guerra narrada en la Ilíada y la Odisea? GETTY IMAGES
En la antigüedad, los griegos precristianos no tenían un equivalente a la Biblia.
Lo más similar que tenían —y no era muy parecido— era a Homero: una sola palabra que representa tanto al supuesto autor de la Ilíada y la Odisea como a su canon.
Esos poemas épicos, compuestos en verso hexámetro, han tenido un impacto impresionante en la cultura mundial. No es exagerado describirlos como las dos obras fundacionales de la literatura griega y europea.
Al menos siete ciudades griegas lo reclamaron como su hijo predilecto. ¿Pero quién era exactamente Homero? ¿Cuándo vivió? y ¿para quién escribió sus obras?
Los griegos tampoco se ponen de acuerdo sobre esto, principalmente por falta de evidencias.
Datar las epopeyas y su temática es un tema que genera debate. Los antiguos griegos sostenían que la Guerra de Troya se libró entre 1194 y 1184 a.C. —una fecha ampliamente aceptada por algunos estudiosos modernos— y que Homero vivió a finales del siglo VIII a.C.
Pero hay dos cosas en las que casi todos los griegos antiguos coincidieron: que Homero fue el autor de ambos poemas épicos y que el conflicto que describen, la Guerra de Troya, era una batalla que realmente sucedió.
Sin embargo, esta última creencia requiere un nuevo análisis y una reevaluación a la luz de recientes investigaciones lingüísticas, históricas y, sobre todo, arqueológicas.
«Mitos»
Las historias relatadas en la Ilíada y la Odisea son increíbles, de ahí que hayan sobrevivido tanto tiempo. Son lo que los griegos llamaron «mitos» en el sentido original de la palabra: cuentos tradicionales transmitidos de generación en generación, primero oralmente y luego de forma escrita.
Las increíbles historias relatadas en la Ilíada y la Odisea han sobrevivido por miles de años, pero ¿están basadas en un mito? BBC/WILD MERCURY
Una parte clave del genio del autor -o quizás de los autores- de estas dos epopeyas fue la selectividad. De la masa de historias tradicionales transmitidas oralmente a lo largo de muchos siglos, que describen las hazañas y las aventuras de una era dorada de héroes, «Homero» se enfocó solo en dos: Aquiles y Ulises (también llamado Odiseo).
La Ilíada es realmente sobre la ira de Aquiles expresada y saciada a través de un heroico duelo con el campeón defensor de Troya, Héctor. La Odisea narra los viajes y tribulaciones del héroe epónimo cuando luchó durante 10 años para regresar de Troya a su reino natal de Ítaca.
¿Qué estaban haciendo Aquiles y Ulises en Troya en primer lugar? Homero no da muchos detalles, en parte porque era un tema ampliamente conocido entre su audiencia.
Pero ¿hay algo que sea verídico de todas las historias que narra? ¿Hubo realmente una Guerra de Troya como la que se describe en las obras, o al menos una Guerra de Troya real aunque distinta a la que representó con tanto detalle el o los poetas etiquetados bajo el nombre «Homero»?
No pasó mucho tiempo antes de que los críticos pusieran en duda una de las presuposiciones fundamentales de la historia de Troya.
Según el poeta siciliano-griego Estesícoro, que vivió en el siglo VI a.C., la reina Helena de Esparta, quien según la epopeya fue llevada a Troya por su secuestrador, el enamorado príncipe Paris, en realidad estuvo en Egipto durante la Guerra de Troya, y solo una imagen de su espíritu fue llevada a Troya.
Según esta versión los griegos luchaban en revancha por una imagen de su reina, es decir un espejismo o un fantasma.
Helena y Paris, según la versión de la serie de televisión «Troya, la caída de una ciudad», producida por la BBC y Netflix. BBC/WILD MERCURY
El historiador Heródoto, del siglo V a.C., tenía otra versión: estaba de acuerdo con Estesícoro en que Helena probablemente no había sido secuestrada en primer lugar, pero él creía que ella había abandonado a su marido espartano, Menelao, para huir con su amante troyano por elección propia.
Esta teoría era escandalosa pero al menos dejaba intacta la autenticidad histórica de la guerra. Sin embargo, ¿sucedió así?
Desastre arqueológico
Heinrich Schliemann, un hombre de negocios prusiano del siglo XIX adinerado y ultramoderno, no tenía dudas. Creía que Homero no solo había sido un gran poeta sino también un gran historiador.
Y para comprobarlo decidió excavar (o, al menos, desenterrar) los sitios originales descriptos en la epopeya: Micenas, la capital del reino de Agamenón y, por supuesto, Troya.
Para realizar su búsqueda, Schliemann siguió las pistas dejadas por los antiguos griegos.
Desafortunadamente, en Hisarlık (hoy noroeste de Turquía), donde según la mayoría de los expertos habría estado Troya si realmente hubiera existido, cometió errores graves y causó un desastre arqueológico que ha tenido que ser limpiado una y otra vez por científicos estadounidenses y alemanes.
Se ha excavado mucho en la zona y aunque no cabe duda de que este sitio de cumbres, sólidamente fortificado y con una considerable ciudad extendiéndose por debajo, fue de gran importancia en el período pertinente (aproximadamente del siglo XIII al siglo XII a.C.), los expertos no pueden decidir cuál de las capas excavadas pertenece al período homérico.
Esto se debe a que hay poca o ninguna evidencia arqueológica de la presencia griega en el sitio y tampoco hay rastros de la presunta agresión griega del tipo narrado por Homero, que supuestamente duró diez años.
Algunos creen que Troya existió en lo que hoy es el noroeste de Turquía pero las evidencias no son concluyentes. GETTY IMAGES
Todo ello resulta muy irritante para los más escépticos que dudan de la veracidad fundamental de todo el mito de la Guerra de Troya.
Catástrofes
¿Tenían los griegos de la postguerra troyana alguna buena razón para inventar y embellecer semejante historia?
Un estudio sociohistórico comparativo de lo épico como género de literatura comunitaria sugiere dos cosas relevantes: primero, que sagas como la Ilíada presuponen ruinas; y segundo, que en la esfera sagrada de la poesía épica, las derrotas se pueden convertir en victorias y las victorias se pueden inventar.
Es un hecho bien documentado que en algún momento alrededor del año 1200 a.C., el antiguo mundo del Mediterráneo oriental griego sufrió una serie de grandes catástrofes.
Estas calamidades incluyeron la destrucción física de ciudades y ciudadelas seguida de una despoblación severa, transmigración interna masiva y una degradación cultural casi total.
No sabemos con certeza qué o quién causó las catástrofes. Sin embargo, podemos identificar sus consecuencias negativas: económicas, políticas, sociales y psicológicas.
A esto siguió una edad «oscura» analfabeta que perduró en algunas zonas hasta cuatro siglos y que terminó solo con el renacimiento del siglo VIII a.C.
Fue entonces cuando los griegos redescubrieron la escritura, inventaron un nuevo alfabeto y reiniciaron el comercio con sus vecinos del este.
Solo entonces la población aumentó notablemente y se forjó una noción rudimentaria de ciudadanía política. Los griegos comenzaron entonces a emigrar del centro del mar Egeo a puntos más lejanos al este y mucho más al oeste.
Hay evidencias de que el mundo griego sufrió una serie de grandes catástrofes alrededor del año 1200 a.C. que podrían explicar la necesidad de crear mitos sobre una «época de oro». GETTY IMAGES
Aquí tenemos una explicación para el impulso de crear o fabricar el mito de la Guerra de Troya: la apremiante necesidad de postular una era de oro «de antaño», durante la cual los griegos pudieron reunir una fuerza expedicionaria de más de 1.000 barcos, liderada por reyes heroicos, que castigaban a una molesta ciudad extranjera que se había atrevido a robar y aferrarse a una de sus mujeres más importantes e icónicas.
Imperio hitita
Mientras tanto, uno de los grandes avances científicos de los últimos tiempos ha sido el desciframiento de textos cuneiformes y jeroglíficos del Imperio hitita, que abarcó gran parte de Asia Menor hasta la época de la supuesta Guerra de Troya.
Tanto los topónimos como los nombres personales que suenan misteriosamente griegos se han encontrado en los registros hititas. Estos incluyen el nombre de la ciudad Wilusa, que cuando se pronuncia suena un poco como ‘Ilión’ (el término griego para Troya – de ahí ‘Ilíada’).
Sin embargo, a pesar de todas esas similitudes lingüísticas (o coincidencias), los registros hititas que hasta ahora se han descubierto y publicado no contienen ninguna referencia a nada que se parezca a una Guerra de Troya homérica.
Del mismo modo, aunque contienen pruebas de que las mujeres reales podían estar involucradas en intercambios diplomáticos entre las grandes potencias del entonces Medio Oriente, aún no ha aparecido una Helena o su equivalente.
Hay, además, razones para que seamos escépticos sobre la afirmación de que las epopeyas homéricas son documentos históricos, y para dudar de la idea de que implican antecedentes históricamente auténticos.
Los restos arqueológicos del Imperio hitita no muestran evidencias de una Guerra de Troya. GETTY IMAGES
Un ejemplo es el problema de la esclavitud. Aunque la institución y la importancia de la esclavitud se reconocen en las epopeyas homéricas, el autor o los autores no tenían absolutamente ninguna idea de la escala de esclavitud que se practicaba en las grandes economías de los palacios micénicos de los siglos XIV o XII a.C.
Pensaban que 50 era una posesión apropiadamente considerable para un gran rey, mientras que en realidad un Agamenón de la Edad de Bronce podía comandar el trabajo no libre de miles de personas. Tal error de escala sugiere una gran fragilidad en el rigor histórico de la obra.
«Nunca existió»
En resumen, estoy con aquellos que creen que el mundo de Homero es inmortal precisamente porque nunca existió fuera del marco de los poemas épicos, ya sea en su versión oral o su posterior transcripción y difusión.
Y gracias a Dios por eso. Sin la creencia de los antiguos griegos en una Guerra de Troya no tendríamos el género del drama trágico, uno de los inventos más fértiles e inspiradores de los griegos, para deleitarnos, prevenirnos e instruirnos.
(Se dice que el gran dramaturgo ateniense Esquilo se refirió a sus obras de teatro, modestamente, como meras sobras del banquete de Homero).
Hay un mundo en Homero: un mundo literario de recepción, alusión y colusión. Sin él, todos seríamos mucho más pobres, espiritual, artística y culturalmente hablando.
Homero vive y ¡larga vida a Homero! Pero ¿la guerra de Troya? Lo más probable es que se haya perdido.
‘Los clásicos hablan de Numancia’ muestra 32 ‘auténticas joyas de la imprenta’ en el Archivo Histórico
La exposición, que se puede visitar hasta el 11 de septiembre, muestra un ejemplar de Tito Livio del siglo XVI.
Fuente: Ical | rtvcyl.es
11 de junio de 2018
El Archivo Histórico Provincial acoge ‘Los clásicos hablan de Numancia’, una exposición con 32 libros, de los siglos XV al XIX, de autores clásicos latinos, que en su obras se refirieron al yacimiento arqueológico celtíbero y romano y su historia.
La muestra, que permanecerá hasta el 11 septiembre, fue inaugurada este lunes por el delegado territorial de la Junta, Manuel López y se enmarca dentro de las actividad organizadas por el Gobierno regional con motivo de la celebración del Día Internacional de los Archivos y de la conmemoración de Numancia 2017.
‘Los clásicos hablan de Numancia’, exhibe libros de la Biblioteca Pública de Soria, algunos de los cuales son »auténticas joyas de la imprenta», entre ellos, uno incunable como es ‘Vidas paralelas’ de Plutarco, según la directora de la Biblioteca Pública de Soria, Teresa de la Fuente, quien puntualizó que se puede ver un ejemplar de Tito Livio del siglo XVI.
En función de los diferentes géneros, la muestra se articula en siete apartados: ‘Historiadores y biógrafos’; ‘Geógrafos y naturalistas’; ‘Filósofos y oradores’; ‘Poetas’; ‘Fastos y Medallas’: ‘Representaciones Cartográficas’ e ‘Historias de Numancia’.
»Historiadores como Tito Livio, Tácito, Valerio Máximo, Apiano, Salustio o Luico Anneo Floro glosaron la resistencia de los irreductibles numantinos y elogiaron su valor y heroísmo (su amor a la libertad y espíritu salvaje). Pero también demostaron su crueldad, ferocidad y una resistencia que no era sino ante la civilización», según la directora, quien puntualizo que estos autores también criticaron la antropofagia de aquellos que, si »al fin habían de morir, no tenían necesidad de vivir de tal manera», con lo que se ensalzó aún más la victoria de Escipión.
La cuestión militar es el tema común de las obras de Sexto Julio Frontino y Flavio Vegecio Renato. Ambos escriben sobre la dura disciplina que el general romano impuso al ejército a su llegada a Numancia, e informan de ciertas tácticas y estrategias militares empleadas en el asedio, como la incorporación de arqueros en cada centuria.
En lo que se refiere a los escritores antiguos naturalistas y geógrafos (Estrabón, Pomponio Mela y Plinio) se refieren a Numancia en numerosos pasajes de sus obras y aportan una variopinta información de carácter económico, cultural o paisajístico.
»Numancia está también presente en la obra de filósofos, poetas, oradores clásicos. Poetas como Ovidio, Quinto Horacio Flaco y Decio Junio Juvenal y filósofos y retóricos como Séneca, Cicerón y Quintiliano».
En lo el apartado de fastos y medallas, la directora de la Biblioteca Pública explicó que a lo largo del siglo XVI Onofrio Panvinio y Hubert Goltzius reprodujeron en cartelas o melladas los fastos consulares y triunfales romanos que contenían listas, en forma de calendarios, de nombres y cónsules, triunfos generales, eventos oficiales, religiosos o relativos a las fiestas.
»Las guerras numantinas eran datadas en el año 613 del calendario romano siendo cónsules Quinto Servilio Cepión y Cayo Lelio Sapiens. La cronografía medallista de los hombres ilustres de Rouillé permite conocer a los protagonistas de las guerras numantinas».
Por último, Teresa de la Fuente señaló que las representaciones cartográficas de la Hispania antigua se basan en el sistema de Ptolomeo, de acuerdo con el texto original griego. Enrique Flórez, en su obra ‘España sagrada’ (1750), incluyó un mapa, basado en el sistema ptolemacio, que situó Numancia en la provincia Cartaginenese y será Loperráez, poco después, quien levante, a finales del siglo XVIII, el primer plano topográfico de Numancia.
La exposición concluye con un último apartado dedicado a ‘Las historias de Numancia’, libros emblemáticos de temática exclusivamente numantina, como la historia de Numancia ficcionada por Cervantes en su tragedia ‘La Numancia’ ( que da a la historia numantina una dimensión universal), la primera historia local de Soria y de Numancia, recogida en ‘Compendio historial de las dos Numancias’ de Pedro Tutor y Malo, o ‘La Numantina’ de Francisco de Barnuevo.
Por su parte, el delegado de la Junta en Soria, Manuel López, subrayó que con esta exposición, pretende dar a conocer y difundir el fondo bibliográfico »antiguo» de la Biblioteca, formado por los libros impresos y manuscritos procedentes, en su mayor parte, del Monasterio de Santa María de Huerta y del antiguo Colegio de la Compañía de Jesús en Soria y, en menor medida del Colegio-Universidad Santa Catalina de El Burgo de Osma y del Fondo Cosme Barrio Ayuso. A los documentos de la Biblioteca , se añade en la muestra un ejemplar de la ‘Historia romana’ de Apiano, propiedad del Museo Numantino.
»La invención de la imprenta permitió la incorporación a la cultura occidental de los textos de los autores clásicos que habían resistido el paso de los siglos y sobrevivido gracias a la tradición manuscrita en los ‘scriptoria’ medievales», destacó Represa.
La mayoría de estos textos, escritos en latín o griego, fueron recopilados, traducidos y comentados por personas que no renunciaron a dejar su huella en ellos, añadiendo de su puño y letra informaciones (en glosas o apostillas marginales, en notas o en el propio texto) que corresponden a realidades muy posteriores a las recreadas por el libro original.
Enigmas de héroes, dioses y titanes en el Prado
Desde Prometeo hasta Afrodita, Dionisio y los sátiros, ‘Los mitos en el Museo del Prado’ rescata las leyendas detrás de 90 piezas de la pinacoteca.
Fuente: EL MUNDO
10 de junio de 2018
Las obras del Museo del Prado albergan historias milenarias. Detrás de la Ofrenda a Venus de Tiziano, por ejemplo, se esconde un Filóstrato (sofista griego del siglo III) que visitó una galería privada en Nápoles y escribió sobre todas las facetas del amor. Y cuando Goya retrata a Las Parcas (1820/23), retoma la Teogonía de Hesíodo (siglo VIII a.C), en cuya obra poética escribió que Las Moiras (nombre griego de las parcas romanas) eran tres: Cloto, Láquesis y Átropo. Ellas tenían el poder de conceder a los mortales, cuando nacen, el don del bien y del mal. También en la Ilíada y en la Odisea se habla de estas figuras como las encargadas de tejer el destino de las personas. Pero sería con el inicio del Renacimiento que las Parcas tomarían formas y atributos más precisos que las ligarían, sin más rodeos, a la idea de la muerte como la conocemos hoy: ancianas que en vez de tejer los hilos del destino, cortan los hilos de la vida.
Ahora, el libro Los mitos en el Museo del Prado (Ed. Guillermo Escolar), de Miguel Ángel Elvira y Marta Carrasco Ferrer (ambos doctores en Historia del Arte que comparten, entre otras cosas, el interés por la iconografía clásica), reúne y explica los textos clásicos que dieron origen a 90 obras expuestas en la pinacoteca madrileña, ilustradas con fotografías cedidas por el propio museo. «El libro está lleno de historias de infidelidades, enamoramientos y venganzas. Cuando los griegos crearon su panteón mitológico, dotaron a sus dioses con vicios y virtudes humanas», explica Carrasco en una charla con EL MUNDO.
Cuatro años atrás, cuando Miguel y Marta comenzaron a idear este libro, pensaron en todas las personas que diariamente recorren los pasillos del museo y se detienen ante las más renombradas obras europeas, pero sin conocer los relatos que les dieron origen. «Queremos que el lector haga ese click que falta para entender en profundidad lo que está observando», comenta Carrasco.
Hércules en Walt Disney, Troya en Warner Bros. De la mano de grandes industrias, las leyendas de la época clásica regresan una y otra vez al presente. «Si no, mira a Prometeo, el gran Titán amigo de los hombres que robaba fuego a los dioses para acercarlo a los humanos. Puede parecer un personaje del pasado, pero hay un pedazo de imagen suya en el centro de Nueva York a cuyos pies patina casi todo el mundo a fin de año», comenta Elvira en referencia a la escultura ubicada en el Rockefeller Center.
Fueron los mitos grecorromanos los que interpretaron por primera vez al mundo y todo arte que vino después ha vuelto su vista hacia ellos. Como lo dice Elvira, «la mitología está presente en nuestras ciudades y sus héroes siguen siendo los nuestros. A lo mejor no hablamos todos los días de ella, pero sigue viva».
‘Sísifo’ (1548-1549), de Tiziano
«En 1548, María de Hungría, hermana de Carlos V y regente de los Países Bajos, encargó a Tiziano, para la sala principal de su palacio en Binche, un ciclo de cuatro Grandes Condenados en los infiernos», explican los autores del libro Los mitos en el Museo del Prado. «Quería que estuvieran listas cuando, en 1549, visitasen el edificio el emperador y su hijo Felipe. Sin embargo, el cronista Juan Cristóbal Calvete de Estrella, al describir esta recepción, en la que estuvo presente, menciona solo tres pinturas: un Prometeo, un Sísifo y un Tántalo», continúan.
La condena de Sísifo, rey de Corinto, es conocida por muchos: debido a sus «peculiares crímenes», entre los que se encuentran un engaño a Hades para que le permitiera volver de los infiernos al mundo de los vivos, fue condenado a empujar una gran roca hasta lo más alto de una colina. Una vez allí, la roca estaba destinada a caer, repitiendo el trabajo una y otra vez, de forma inexorable.
Los dioses se enojaron con él por su astucia. «Nadie dudó nunca del carácter admonitorio y amenazante de estas pinturas: tomando como base la Metamorfosis de Ovidio (IV, 456-463) y la Eneida de Virgilio (VI, 547-634), advertían sobre las graves penas reservadas en el Hades a quienes se atrevieran a desafiar a los dioses y al emperador, su reflejo en la Tierra», comentan los autores.
La historia de Sísifo siempre había sido imaginada así: como la del rey de Corinto empujando una roca una y otra vez. Fue recién con Tiziano que se planteó la alternativa que se presenta en su pintura: la de hacerle cargar con la piedra sobre los hombros. «¿Por qué?», se preguntan Miguel Ángel Elvira y Marta Carrasco. «Lo ignoramos. Acaso, sencillamente, para explicar el esquema de un grabado de Marcantonio Raimondi (Hombre portando sobre sus hombros una basa de columna) y, de paso, figurar al personaje con la musculatura del Torso del Belvedere (fragmento de la estatua de un desnudo masculino firmado por el escultor ateniense Apolonio de Atenas)».
Cabe señalar, según los autores, que por 1545/46 Tiziano acababa de viajar a Roma y que por esas épocas el ‘romanismo’ se había convertido en la tendencia artística preferida por Carlos V, «lo que de sobra sabía el pintor», como expresan los expertos.
‘La caída de Ícaro’ (1554-1555), de Jacob Peter Gowy
Esta pintura de Gowy se basa en un boceto de Rubens que se encuentra en Bruselas. Para Miguel Ángel Elvira y Marta Carrasco, J.P. Gowy es «un artista mal conocido» que se esforzó por «interpretar aquel boceto con fidelidad».
La leyenda de Ícaro es relatada por Ovidio en su Metamorfosis (VIII, 183-235). «Allí se explica que Dédalo, deseando huir de Creta, elaboró unas alas con plumas, hilos y cera. Se las ajustó a sí mismo y a su hijo, dio a este el consejo de volar a media altura, y ambos emprendieron vuelo», expresan los autores. Dédalo iba delante; las gentes contemplaban desde la tierra el vuelo de ambos, y, en cierto momento, el muchacho decidió lanzarse hacia el cielo «arrastrado por sus ansias de ascender», continúan los expertos. Al acercarse al sol, el calor derritió sus alas y el joven cayó al mar.
«Pero Rubens apenas enmendó la plana a Ovidio: los campesinos, en su remoto paisaje, parecen ignorar el vuelo de estos héroes», expresan los autores. «Y Dédalo, en cambio, ve de cerca la caída de su hijo, mientras que en el poema solo se da cuenta de su desgracia cuando atisba unas plumas flotando sobre las olas», explica Miguel Ángel Elvira.
«Estas inexactitudes se explican porque nuestro artista buscó apoyo en grabados que conocía bien, y la postura de Ícaro nos habla de una lectura moralista de Rubens», agrega.
Así, para el coautor del libro, la idea detrás de la pintura puede entenderse de diferentes maneras de acuerdo a cada momento histórico. «Desde alguien que asciende hasta los cielos, a pesar de que le aconsejan que mantenga un vuelo bajo, y en una lección sobre excesos de vanidad se queman sus alas haciéndolo caer al mar. O como la curiosidad de todo adolescente de querer llegar siempre un poco más alto, de querer conocer un poco más».
‘Marte’ (1639-1640), de Diego Velázquez
Cuentan los autores de Los mitos en el Museo del Prado que esta obra de Velázquez fue pintada para completar la decoración de la Torre de la Parada, donde se hallaba en 1703, antes de ser llevada al Palacio del Prado.
Como explican Miguel Ángel Elvira y Marta Carrasco, algunos han dicho que, al pintar al dios de la guerra, el pintor barroco español estaba queriendo dar una advertencia al rey Felipe IV al entregar un cuadro con la figura del dios de la guerra, hijo de Júpiter. Pero al verlo sentado en un lecho, «cansado y triste», como lo describen los autores, «debe ser visto en el contexto burlesco de sus amores adúlteros con Venus. Esto vincula la pintura de Velázquez a los cuadros de bufones vestidos de militares que tanto gustaban a nuestro pintor», aseguran.
Como expresan Elvira y Carrasco, Velázquez pudo haberse inspirado, para la actitud del dios, en algún dibujo del Pensieroso de Miguel Ángel, «o con más seguridad, en el Marte Ludovisi, del que él mismo traería a Madrid una copia tras su segundo viaje a Italia, entre 1649 y 1651″. Y en cuanto a la cara, «con su ostentoso mostacho», describen, «recuerda ciertas xilografías de Hendrick Goltzius, e incluso una serie de grabados sobre los Amores de los dioses de Jacob Matham (h. 1590), donde Marte aparece precisamente con la diosa Venus».
‘El paso de la Laguna Estigia’ (1520-1524), de Joachim Patinir
«Si coge uno El paso de la laguna Estigia de Patinir, es un cuadro completamente complicado que quiere mezclar las creencias del más allá cristianas y las paganas y encajarlas, y eso es maravilloso», confiesa Miguel Ángel Elvira. «Es algo que ha ocurrido en el renacimiento y que nunca ha vuelto a ocurrir. Intenta mezclar las creencias de cómo se sube a los cielos y cómo se desciende a los infiernos del dios Plutón«, agrega.
En este cuadro se reúnen elementos bíblicos con otros mitológicos para hablar de la suerte de las almas en el más allá.
Caronte, figura eminentemente pagana, dirige la barca en el centro, y en ella transporta el alma de un hombre hacia el primer plano. «Es el viejo que describen los poemas antiguos al relatar los viajes de ciertos héroes al más allá», explica Elvira.
«A la izquierda, una difícil entrada entre rocas nos conduce a un ameno paisaje de ángeles: el Paraíso Terrenal, un ámbito cristiano. A la derecha, una verde enredadera atractiva en apariencia nos lleva a un negro túnel defendido por una bestia monstruosa: es el Infierno, que recuerda al antiguo Hades», cuentan los autores del libro, recurriendo a la Eneida de Virgilio (VI, 416-418).
«Desde luego», continúan, «nos hallamos ante una obra única y sin precedentes, lo que explica su propia indecisión. Caronte, más que llevar el alma de un muerto en su barca, parece regir el final de su existencia -Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, / que es el morir- y solo en el último momento decide si el hombre merece salvarse o condenarse». Sin embargo, y por curioso que parezca, los católicos monarcas españoles no vieron nada herético en este cuadro que llegó a la corte de Felipe II y, luego, a la sala de lectura de Felipe IV.
«Las máscaras de Dios», vigencia de la mitología en la era digital
«Las máscaras de Dios» (ahora se publica el volumen III) es una monumental obra llevada a cabo por Joseph Campbell, uno de los mayores especialistas en mitología y estudio de las religiones
El escritor y profesor norteamericano Joseph Campbel (1904-1987)
Fuente: CÉSAR ANTONIO MOLINA | ABC
5 de junio de 2018
En el reverso de un espejo etrusco de casi cuatrocientos años antes de Cristo, se ven grabadas varias figuras. En el centro una diosa alada con un martillo en la mano derecha sujeta el clavo anual en la izquierda. Este clavo se clavaba en la pared del templo de la diosa Nortia (Fortuna), que simbolizaba la inevitabilidad del destino. El nombre de esta diosa alada está puesto por encima de su silueta: Athrpa, relacionado con la griega Átropos. La cabeza de un jabalí está mezclada con la mano que sostiene el clavo, así como la posición del martillo cubriendo los genitales de un joven. Es Adonis (el Atune etrusco) que fue corneado, muerto y castrado por el jabalí. La mujer que está a su lado es Afrodita, su amada. La pareja de enfrente que componen esta representación artística son Atalanta y Meleagro, cuyo destino también lo decidió un jabalí.
La historia continúa, evidentemente mitológica, pero quien nos interesa es el personaje de Atalanta. Hermosa doncella y guerrera, había matado a un par de centauros que habían intentado raptarla. La historia sigue pero si no se han dado cuenta ya, el nombre de esta combatiente es el mismo que lleva esta editorial. Podría llevar cualquier otro pero lleva este de un personaje mitológico de una existencia de más de dos mil quinientos años.
Funciones esenciales
Esto explica la actualidad permanente de los mitos incluso en la vida tecnológica de nuestro tiempo. Las funciones esenciales de la mitología siguen para mí todavía vigentes: provocar y apoyar un sentido de asombro ante el misterio del ser; presentar una cosmología (ahora puramente literaria); una imagen del universo (que valió durante siglos, pero que la ciencia más contemporánea homenajeó poniendo muchos nombres míticos a estrellas, planetas, galaxias, etc.) que apoyará y será apoyada por este sentido de asombro ante el misterio de una presencia y la presencia de un misterio; apoyar el orden social en vigor para integrar al individuo orgánicamente en su grupo y, finalmente, iniciar al individuo en el orden de realidades de su propia psique, guiándole hacia su propio enriquecimiento y realización espiritual. La cosmología correspondía a la experiencia, el conocimiento y la mentalidad del grupo cultural en cuestión.
Hoy la mitología no tiene un valor científico como lo «tuvo» a lo largo de los siglos, pero sí antropológico, histórico, literario, artístico, filosófico… No hay estudio contemporáneo donde, en algún pasaje, no se haga referencia a alguno de los cientos de personajes que conformaron nuestra antigüedad cultural, para traerlo a nuestra actualidad como ejemplos. Historias que se han comprobado que nunca se llevaron a cabo sino en la más extraordinaria ficción, héroes o dioses inventados por la mente del propio ser humano para explicar lo desconocido y dar un sentido a los acontecimientos de la vida.
La mitología aquí establece las formas de conectar a Dios con el hombre y viceversa
Por supuesto que la ciencia actual es más certera, verosímil, verdadera y pragmática, pero ha evitado el hablar de esos sentimientos, pasiones, e historias comprensibles a toda la humanidad. Hoy día, la mayoría sabemos que nuestras leyes no provienen de una divinidad (la religión es una de las más grandes estructuras levantadas por la cultura) o del universo, sino de nosotros mismos. Las leyes son convencionales y no absolutas, pero al romperlas no ofendemos a Dios sino a nosotros mismos. Los viejos dioses murieron, el nuevo centro focal de fe y confianza es la humanidad «y si el principio del amor no se puede despertar en el interior de cada uno de nosotros -como estaba mitológicamente en Dios- para someter al principio del odio, solo la Tierra Baldía será nuestro destino, y los dueños del mundo sus diablos», escribe Joseph Campbell.
Esferas de influencia
«Las máscaras de Dios» es una ingente y monumental obra llevada a cabo por uno de los mayores especialistas en mitología y estudio de las religiones. Durante más de una década (la de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo) Campbell llevó a cabo un pormenorizado estudio comparado de las diversas mitologías del mundo que dio como resultado una unidad e identificación entre todas ellas. En el fondo lo que hizo Campbell fue levantar una historia espiritual del ser humano. En este volumen el autor estudia las esferas de influencia ente la mitología oriental (India, China, extremo Oriente) y la occidental (Europa y el levante). La primera estudia cómo el fundamento último del ser trasciende el pensamiento, la imaginación y la definición. El fin no es establecer la autenticidad de sus divinidades sino por medio de estas expresar una experiencia que va más allá. En la occidental el fundamento del ser se personifica en un Creador cuya criatura es el hombre y los dos no son iguales. La mitología aquí establece las formas y maneras de conectar a Dios con el hombre y viceversa.
En este tercer volumen de «Las máscaras de Dios», Campbell se refiere a la Polis griega, al mundo órfico, a Eleusis, al Avesta, a Zaratustra, a Zoroastro, a los persas, a Diotima de Mantinea (tan querida para María Zambrano) a través de lo que de ella había dicho Sócrates. Diotima, una estrella fugaz en la historia de la filosofía, hablaba del amor: la belleza del cuerpo y la belleza del alma la más importante. Campbell sigue refiriéndose a Mithra, el monoteísmo, el significado cristiano de la Cruz y los antecedentes mitológicos, los dioses de Etruria y Roma, Cumas y los libros sibilinos, el islam y el perseguido mundo místico sufí junto con la mística cristiana, el Grial y tantos y tantos otros temas.
Críticos eligen la Odisea de Homero como la historia más influyente del mundo
Fuente: Tasos Kokkinidis | Greek Reporter
1 de junio de 2018
La Odisea de Homero ha sido votada como la historia más influyente que ha dado forma al mundo, según una encuesta a más de 100 autores, académicos, periodistas y críticos internacionales realizada por la BBC británica.
La Odisea es, en parte, una secuela de la Ilíada, la otra gran obra atribuida a Homero, y es la segunda obra más antigua existente en la literatura occidental.
Los estudiosos creen que la Odisea fue compuesta a finales del siglo VIII a.C. en algún lugar de Jonia, la región costera griega de Anatolia.
El poema se centra principalmente en el héroe griego Odiseo, rey de Ítaca, y en su viaje a casa después de la caída de Troya. Odiseo tarda una década en llegar a Ítaca después de diez años de guerra en Troya.
Al explicar por qué ha votado por La Odisea de Homero, Natalie Haynes, escritora y locutora del Reino Unido, ha dicho:
«Porque es uno de los grandes mitos fundacionales de la cultura occidental, porque se pregunta qué significa ser un héroe, porque tiene grandes personajes femeninos, así como hombres, porque está lleno de dioses y monstruos y es propiamente épico y porque nos obliga a cuestionar las suposiciones que podríamos tener sobre las misiones, la guerra y el tema siempre actual de lo que significa el retorno a casa».
Bethanne Patrick, editora colaboradora de Lit Hub, ha añadido: «Creo que el viaje de Odiseo definió una vena de individualismo particular de la cultura occidental que ha llevado a muchos cambios en el mundo, buenos y malos».
Las 10 mejores historias son:
- La Odisea (Homero, siglo VIII a.C.)
- La cabaña del tío Tom (Harriet Beecher Stowe, 1852)
- Frankenstein (Mary Shelley, 1818)
- 1984 (George Orwell, 1949)
- Todo se desmorona (Chinua Achebe, 1958)
- Las mil y una noches (varios autores, siglos VIII-XVIII)
- Don Quijote (Miguel de Cervantes, 1605-1615)
- Hamlet (William Shakespeare, 1603)
- Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, 1967)
- La Ilíada (Homero, siglo VIII a.C.)
Los descubrimientos científicos y filosóficos de Hipatia de Alejandría en un cómic
- Jordi Bayarri amplía su colección sobre científicos con Hipatia. La verdad en las matemáticas
- «Hemos querido centrarnos en el trabajo científico y filosófico de Hipatia», asegura
Fragmento de la portada de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
Fuente: JESÚS JIMÉNEZ | RTVE.es
24 de mayo de 2018
Hace ya casi ocho años que Jordi Bayarri (Alboraya, 1972) inició su colección de cómics sobre científicos dirigida a los niños. Un proyecto muy especial que inició con Darwin y que, durante este tiempo, ha amplíado con Galileo, Newton, Marie Curie, Ramón y Cajal y Aristóteles; a los que ahora se suma Hipatia. La verdad en las matemáticas, dedicada a la famosa científica y filósofa de Alejandría.
Bayarri destaca que: «Es una mujer científica de la que, a pesar de ser conocida, realmente se sabe poco. Es de dominio público su conflicto con la iglesia del siglo IV y su posterior asesinato a manos de una turba violenta, pero prácticamente nada de su trabajo científico o filosófico. En mi cómic he querido centrarme más en lo segundo porque creo que debe conocerse».
«En este tebeo -continúa Bayarri-, como en todos los de la Colección Científicos, intento explicar como se forma un científico, la relevancia de sus investigaciones y su relación con la sociedad. En este caso, cuento la formación de Hipatia en la academia de Alejandría y su posterior actividad como matemática, como maestra y como filósofa neoplatónica poniendo sus conocimientos al servicio de si ciudad».
Página de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
Los descubrimientos y el legado de Hipatia
En cuanto a losprincipales avances o descubrimientos de Hipatia, Jordi Bayarri destaca: «Aparte de su trabajo como maestra, formando y enseñando a los matemáticos y filósofos que le siguieron los pasos, lo más destacable es su tarea en los llamados «comentarios», en los que se analizaban y mejoraban tratados matemáticos de la antigüedad, actualizándolos y asegurando su vigencia y su conservación para siglos venideros».
En cuanto a su legado: «El principal legado es -como ya he dicho- asegurar la conservación de muchos conceptos matemáticos que, de otra forma, se hubiesen perdido -comenta Bayarri-. Aunque en su época las mujeres podían desarrollar la misma actividad científica que los hombres (Hipatia no era la única mujer matemática o filósofa en Alejandría), durante la Edad Media esta tarea quedó reservada exclusivamente a hombres y hasta mediados del siglo XVII no empiezan a surgir nuevas figuras femeninas en este campo».
Página de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
Casi ocho años de la ‘Colección Científicos’
Jordi lleva ya casi ocho años inmerso en este proyecto de la Colección Científicos, que compagina con otros. «Para mí ha sido espectacular. Llevo veinte años autoeditándome y hasta este proyecto no había recibido una respuesta tan favorable. Los incios, con Darwin, fuero algo tímidos pero en cuanto llegaron Galileo y Newton y la colección empezó a cobrar entidad, la reacción de los lectores aumentó exponencialmente».
«Y con la edición de Marie Curie ya fue espectacular -añade-, es nuestro cómic más solicitado. Mis objetivos de crear una serie de cómics que vaya creciendo y sumando lectores con cada nuevo volumen, están más que cubiertos. Personalmente, y aún sin tener en cuenta que se trata de cómics autoeditados y no cuento con el respaldo de ninguna gran editorial, creo que es todo un éxito haber conseguido montar un proyecto así y haber vendido casi 20000 ejemplares«.
Página de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
Durante estos años, Jordi Bayarri siempre ha contado con el mismo equipo, el estupendo colorista Dani Seijas, y Tayra Lanuza, doctora en historia de la ciencia e investigadora en Herzog August Bibliothek Wolfenbüttel (Alemania)
«Como es habitual -asegura Bayarri-, Tayra Lanuzase encarga de la documentación y la supervisión de los contenidos históricos y científicos del cómic. En casos como el de Hipatia, nos encontramos con personajes cuya historia y actividad se ha visto manipulada, bien para encumbrarla, bien para denostarla, durante literalmente siglos. Es por esto que ponemos especial atención en consultar los manuales y a los expertos más solventes, para no caer en la leyenda o la falacia y poder explicar los hechos más reales posibles. Como especialista en Historia de la CIencia, Tayra se preocupa mucho de contrastar toda la información antes de trasladármela a mí y luego supervisa lo que yo escribo en el tebeo para asegurarse de que no me invento nada».
Boceto de una página de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
Jordi asegura que hacer tebeos para niños no es nada fácil: «Yo vengo de hacer muchos tebeos para adultos y, aunque tenía más o menos claro en mi mente cómo quería que fueran mis tebeos para chavales, hasta que no me puse a ello no descubrí lo complicado que es. Los niños son lectores implacables y debes asegurarte de que mantienes su interés en todo momento. A lo largo de la colección creo que he ido afinando la forma de contar las cosas de forma que sea siempre entretenido».
«El dibujo -continúa Jordi- también lo he ido depurando, ya que es un estilo muy diferente al que uso habitualmente, pero he conseguido que tenga su propia entidad. Sobre todo en los últimos cómics, el excelente color de Dani Seijas ha hecho que lo tebeos tengan un aspecto aún mejor».
La Colección Científicos
El futuro de la colección
Sobre el papel que pueden tener los cómics en los colegios, Jordi opina que: «Los tebeos en los colegios tienen un campo inmenso en el que expandirse. Los cómics pueden ser todo lo que los profesores quieren que sea: lectura de apoyo, material didáctico, etc. Solo tienen que incorporarlos a sus clases y comprobar lo útiles que les pueden ser. El tebeo es un lenguaje naturalmente dotado para la divulgación, no hay que hacer nada raro para hacer un tebeo educativo, en un recurso del que se puede sacar mucho provecho si se quiere. Faltaría, eso sí, que los responsables de los contenidos y soportes seleccionados en los planes de estudios se decantaran por el cómic para que su uso en las clases no fuera solo una elección particular de los profesores».
Sobre el siguiente volumen de la colección científicos, Jordi nos avanza que: «El próximo cómic, en el que ya estamos trabajando en la documentación, será sobre Einstein. Espero tenerlo listo entre el fin del verano y navidades».
No es el único proyecto del dibujante. «Aparte del próximo volumen de la Colección Científicos, estoy trabajando en el capítulo 10 de Entre Tinieblas, mi serie de fantasía y en el cuarto de Crónicas de un Calzador de Mesas, que de momento se publica exclusivamente en internet pero pronto quiero recopilarlo en papel. Pronto también va a salir a la venta Viajero, un pequeño tebeo de viajes donde recopilo mis últimas excursiones por el mundo«.
Portada de ‘Hipatia. La verdad en las matemáticas’
“Hemos perdido el 99% de la literatura latina”
La historiadora Catherine Nixey estudia el momento en el que el cristianismo se hizo con el control del antiguo Imperio romano
Catherine Nixey, el jueves pasado en Madrid. VÍCTOR SAINZ
Fuente: GUILLERMO ALTARES – Madrid | EL PAÍS
21 de mayo de 2018
Catherine Nixey, periodista británica de 37 años, se ha sumergido en su primer libro en uno de los periodos más importantes y, paradójicamente, menos conocidos de la historia de Occidente: cuando el cristianismo logró dominar el espacio que alguna vez ocupó Roma y se produjo entonces, muchas veces en manos de turbas fanáticas, la mayor destrucción de arte que ha conocido la historia. Uno de los escenarios en los que transcurre La edad de la penumbra. Cómo el cristianismo destruyó el mundo clásico (Taurus; traducción de Ramón González Férriz) es Palmira, la misma ciudad que, muchos siglos más tarde, sufrió un nuevo asalto destructor por parte de otros fanáticos, en este caso los terroristas islámicos del Estado Islámico (ISIS). Pese a que ese periodo ha entrado en la cultura popular gracias al filme de Alejandro Amenábar Ágora y a los miembros de la secta de monjes fanáticos llamados gorriones en Juego de tronos, ha sido objeto de pocos estudios históricos profundos, por eso su libro tuvo una gran repercusión cuando se editó en el mundo anglosajón el año pasado.
Su ensayo arranca y acaba en el mismo momento, cuando, en el año 532 de nuestra era, un grupo de filósofos capitaneados por Damascio —cuya obra se ha perdido casi en su totalidad— abandona Atenas y con ellos se cierra la Academia, que fundó Platón mil años antes. Es inevitable sentir cierta melancolía ante esa ruptura radical con el pasado y, por otro lado, alguna forma de temor, al comprobar que ese velo oscuro de fanáticos ha regresado a una parte de Oriente Próximo. Nixey visitó Madrid el jueves, cuando tuvo lugar esta entrevista.
“Existen muchos relatos de la antigüedad que hablan de monjes barbudos que destruyen estatuas. Es imposible no establecer paralelismos”
PREGUNTA. Siempre hemos tenido la idea de que los romanos persiguieron a los cristianos, pero según su libro fue más bien al revés. ¿Fueron realmente los cristianos los que persiguieron a los romanos?
RESPUESTA. Los romanos persiguieron a los cristianos, pero mucho menos de lo que nos han contado. Después de llegar al poder, los cristianos persiguieron a los romanos de una forma mucho más eficaz. Es uno de los motivos por los que hoy hay 2.000 millones de cristianos y no queda nadie que podamos llamar pagano.
P. ¿Fue entonces la violencia el motivo por el que se impuso el cristianismo en Roma?
R. Era sin duda un arma poderosa. Lo que me enseñaron cuando era pequeña, y mi padre y mi madre eran religiosos antes de colgar los hábitos para casarse, fue que los romanos impedían a los creyentes mostrarse como cristianos, y que cuando Constantino se convierte en el año 313 se produjo un gran alivio y la gente empezó a mostrarse abiertamente cristiana. Pero no era verdad. Sólo el 10% de los habitantes del Imperio eran cristianos en ese momento. Cien años más tarde, las cifras habían dado la vuelta. Otros 100 años después, los cristianos ya decían que no quedaban paganos. Por el camino se destruyeron las estatuas de Palmira y también el templo más bello de la antigüedad, el de Serapis, en 392…
P. ¿No era normal en la antigüedad destruir los símbolos de poder y religiosos de un pueblo que había sido derrotado? Fue lo que hicieron, por ejemplo, los romanos en Cartago. ¿No era la forma en que se hacían las cosas en aquellos siglos?
R. Lo interesante es que se trata de una toma de poder dentro del propio Estado, no de una potencia extranjera que se apodera del país. Es una ideología que creció dentro del Imperio romano, llegó al poder y a continuación eliminó cualquier otra ideología. Nadie puede decir que los romanos eran liberales, cuando tomaban una ciudad podían ser brutales y en la guerra eran despiadados. Pero Cartago suponía un peligro para su existencia. El cristiano no se enfrentaba a ninguna amenaza existencial: era una ideología persiguiendo a otra hasta acabar con ella.
P. Su libro empieza y acaba con Damascio, el último filósofo del mundo pagano. ¿Por qué fue tan importante?
R. Cuando los historiadores hablan del principio de los Años Oscuros, la fecha que utilizan es la expulsión de Damascio de Atenas por el emperador Justiniano en el año 529. Damascio era un pensador muy carismático, un defensor inagotable de la filosofía griega. Fue el último responsable de la famosa Academia que fundó Platón y cuyas enseñanzas se prolongaron durante mil años. El emperador había decretado que todo el mundo tenía que estar bautizado y que una vez que te convertías en cristiano, si volvías al paganismo, podías ser ejecutado o exiliado y perdías todas las propiedades. Habían asesinado a Hipatia, colgado de los pies al hermano de Damascio y le habían golpeado para que delatase a los otros filósofos. Entonces, Damascio y sus compañeros, que trataron de mantener la filosofía clásica durante el periodo final del Imperio romano, abandonan Atenas hacia el exilio.
P. ¿Qué pensó cuando vio que Palmira era de nuevo el objetivo de la furia religiosa fanática?
R. Me impresionó muchísimo. Existen muchos relatos de la antigüedad que describen a monjes barbudos que aterrorizaban a todo el mundo y que destruían templos. Cuando ves lo que hace el ISIS es imposible no establecer paralelismos. Una estatua destruida en Palmira en la antigüedad fue destrozada de la misma manera por el ISIS, le rompieron los brazos y la decapitaron. Es la forma más agresiva del monoteísmo, que rechaza cualquier cosa que no se adapte a sus principios.
P. ¿Podemos decir que el testigo de este tipo de extremismo religioso ha sido retomado por el islamismo radical? Las descripciones que realiza en su libro de los asaltos en los siglos IV y V se parecen bastante a lo que ha ocurrido en Kabul bajo los talibanes o Mosul bajo el ISIS: atacaban a la misma gente y las mismas cosas…
R. No sé si existe una línea intelectual, pero desde luego existen paralelismos muy inquietantes. Se trata de sociedades dominadas por hombres, represivas, basadas en una teología en la que no puede existir la disensión. Los cristianos ya decían entonces que la música y la danza debían prohibirse. Y el sexo, naturalmente, porque vivían bajo un Dios que lo veía todo, algo que extrañaba a los paganos, que respondían que si los dioses no tenían nada mejor que hacer que observar lo que hacían en casa. Los paralelismos son chocantes y también cuando piensas en aquellos que quieren ser mártires para ir al cielo… La mayoría de los cristianos no eran así, ni tampoco lo son la mayoría de los musulmanes, pero es muy chocante contemplar cómo regresa ese fanatismo…
P. Dice en su libro que en ese momento de toma de poder del cristianismo se produjo la mayor destrucción de arte y cultura de la historia de la humanidad. ¿No es una exageración?
R. Se han producido muchas grandes destrucciones, pero lo que narran otros historiadores es que se trata de la mayor destrucción de historia del arte que ha contemplado la humanidad.
P. ¿Y se perdieron entonces más del 90% de los textos clásicos?
R. No en ese momento, sino desde la cristianización de Roma y durante los siglos posteriores. Hubo grandes quemas de libros, como la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, pero la mayor parte se produjo porque la Iglesia dio la espalda a la cultura clásica, la consideraba sospechosa, la demonizó y determinó que estaba relacionada con el demonio. El 90% de la literatura griega se pierde entonces y el 99% de la latina.
P. Pero luego los monjes fueron los que salvaron esos textos. ¿Cuándo se produce el cambio?
R. Se vivieron varios renacimientos, en la época de Carlomagno, en Bizancio en torno al siglo X. Pero incluso entonces, 700 años después de Constantino, seguía siendo peligroso preguntar por esos autores. Y durante el siglo XII siguió aumentando el interés y luego se produjo el Renacimiento. Digamos, que si un texto había logrado llegar hasta entonces, ya estaba a salvo. Pero en muchos casos se trataba de documentos únicos. De Cátulo, por ejemplo, solo se conserva un manuscrito.
Mary Beard: «La ‘Odisea’ nos dio un modelo para silenciar la voz de las mujeres»
En «Mujeres y poder», la historiadora británica nos lleva hasta la antigüedad griega y romana para comprender por qué todavía, en el siglo XXI, las mujeres deben luchar más para ocupar puestos de liderazgo e incluso para hablar en público. No se trata de suprimir obras, sino de hacerse preguntas. ¿Repetimos patrones culturales? ¿Hay mujeres poderosas en la historia antigua?
La historiadora Mary Beard en una imagen de archivo. AFP
Fuente: Juan Rodríguez M. – El Mercurio, vía Economía y Negocios Online
2o de mayo de 2018
En la gran sala del palacio, un hombre canta las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso a Grecia, tras la guerra de Troya. Penélope, la mujer de Ulises, uno de aquellos héroes, sale de sus habitaciones, oye el canto y, frente a la multitud que escucha, le pide al aedo que elija un tema más alegre. Entre los oyentes está Telémaco, hijo de Penélope y Ulises, apenas un muchacho: «Madre mía -dice-, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca … El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Penélope obedece y se retira a sus habitaciones privadas.
El episodio está narrado al comienzo de la «Odisea». Lo recuerda la historiadora inglesa Mary Beard en «Mujeres y poder. Un manifiesto» (Crítica, 2018), su libro más reciente. Catedrática de Estudios Clásicos en Cambridge y autora de libros como «El triunfo romano», «La herencia de los clásicos» y «SPQR. Una historia de la antigua Roma», Beard dice que dicho episodio es «el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle», que su voz no había de ser escuchada en público».
Dada la discriminación y violencia de género todavía presente, el libro plantea una pregunta simple de hacer, pero difícil de responder: ¿por qué pensamos como pensamos sobre las mujeres, los hombres y el poder?
Beard va a buscar la respuesta a Grecia y Roma. «En algunos sentidos (¡no todos!), en Occidente, hemos heredado culturalmente estas maneras antiguas de tratar y percibir a las mujeres -dice, a través de un correo electrónico-. La ‘Odisea’, en los comienzos de la literatura occidental, nos dio un modelo para silenciar la voz de las mujeres. Por supuesto que hay otras influencias también (gracias al cielo), pero la cultura occidental en parte todavía mira hacia el silencio de las mujeres de la antigüedad». Como ocurre en ese chiste, recogido en el libro, en el que una mujer hace una propuesta en una reunión de trabajo y el jefe le dice: «Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presente quiera hacerla». O en algunas reacciones destempladas y perturbadoras, «como las amenazas de violación y decapitación en Twitter», anota la autora.
Beard cree que desde los arrebatos misóginos contemporáneos hasta las maneras y apariencia que adoptan algunas líderes (impostar un tono de voz grave, vestir trajes oscuros, ojalá chaqueta y pantalón) denotan una relación «culturalmente complicada» entre la voz de las mujeres y la esfera pública, una distancia «real, cultural e imaginaria» entre mujeres y poder. Cuestión que, en parte, respondería en Occidente a patrones culturales, a un concepto de poder aprendido durante milenios. Además del caso de Telémaco y Penélope, Beard cita, por ejemplo, una comedia de Aristófanes, a principios del siglo IV a. C., dedicada entera a la «hilarante» fantasía de que las mujeres pudieran gobernar. Y más adelante, ya en Roma, están las «Metamorfosis» de Ovidio, en la que Júpiter convierte en vaca a Ío para que solo pudiera mugir y no hablar.
Beard identifica solo dos excepciones de este rechazo a que las mujeres hablen en público: pueden hacerlo en calidad de víctimas o de mártires, «normalmente como preámbulo a su muerte», o para defender su hogar, su familia o en nombre de otras mujeres; en ningún caso «en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto». «Si buscamos las contribuciones de las mujeres incluidas en esos curiosos compendios llamados «los cien mejores discursos de la historia» o algo parecido, encontraremos que la mayoría de las aportaciones femeninas, desde Emmeline Pankhurst hasta el discurso de Hillary Clinton en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las mujeres de Pekín, tratan del sino de las mujeres».
No es solo que en la antigüedad el discurso público y la oratoria fuesen actividades en las que las mujeres no participaban, «sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género». O en otras palabras, una mujer hablando en público era una contradicción en los términos. «Un antiguo tratado científico enuncia de forma explícita: una voz grave indica coraje viril, mientras que una voz aguda es indicativa de cobardía femenina», se lee en el libro. De esa tradición somos herederos, dice Beard. Lo que no significa que seamos «simplemente víctimas o incautos» de esa herencia, pero sí que hemos aprendido a «no oír autoridad» en una voz femenina, que la cultura antigua nos ha dado un patrón para decidir cuándo un discurso es bueno o malo, convincente o no y, dentro de ese patrón, el género ocupa un lugar importante. Es más, agrega Beard, las mujeres que logran hacerse oír adoptan «una versión de la vía «andrógina», imitando conscientemente aspectos de la retórica masculina». En Roma está el caso de Mesia, una mujer que se defendió a sí misma en los tribunales, con éxito, y que «dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la ‘andrógina'», según el relato de un antólogo romano del siglo I. Veinte centurias después, recuerda Beard, Margaret Thatcher reeducó su voz, «demasiado aguda», para darle el grave tono de la autoridad.
Hay casos de mujeres con poder en la cultura antigua. Por ejemplo, la diosa Atenea, Clitemnestra, reina de Micenas, o las amazonas. Sin embargo, según Beard, una diosa como Atenea -«en absoluto una mujer»- cuyo aspecto y virtudes remiten al sexo masculino, o una reina retratada como usurpadora son menos excepciones que confirmaciones del orden patriarcal.
-¿Por qué?
«Los órdenes patriarcales siempre se justifican a sí mismos con las excepciones. De modo que, de diferentes maneras, estas ‘mujeres poderosas’ justifican el patriarcado… o bien, las mujeres toman el control pareciendo hombres, o (como las amazonas) son destruidas porque intentan usurpar el poder masculino».
-¿Tal vez Hipatia, la filósofa y matemática griega, sea una excepción?
«Me gustaría pensar que sí. ¡Pero temo que no! ¡Hipatia fue asesinada!»
-¿Cambia la situación de las mujeres entre el mundo greco-romano y la Edad Media?
«Las cosas cambiaron desde la antigüedad pagana al medioevo cristiano. Y las mujeres se reposicionaron en algunos aspectos, pero la supresión fundamental de las mujeres permaneció».
Medusa decapitada
La mayoría de las representaciones de Atenea, la «divinidad femenina decididamente no femenina», muestran en el centro de su coraza la cabeza de una mujer que, en vez de cabello, tiene serpientes. Es Medusa, cuya historia tiene muchas versiones. En una de ellas, relata Beard, se la representa como una hermosa mujer violada por Poseidón en el templo de Atenea. Esta, en castigo, la transforma a ella (sí, a ella) «en una criatura monstruosa con la capacidad mortífera de convertir en piedra a todo aquel que la mirase a la cara». Más tarde, Perseo, el heroico semidios, la decapita y usa su cabeza como escudo, hasta que se la regala a Atenea.
La escena se recrea hasta hoy, con rostros contemporáneos. «¿Souvenirs inquietantes?», se pregunta Beard en su libro. «En las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos, los partidarios de Donald Trump tenían infinidad de imágenes clásicas para elegir, pero ninguna tan impactante como la de Trump convertido en Perseo decapitando a Hillary Clinton convertida en Medusa».
No se trata de descartar la «Odisea» y otros textos clásicos por machistas, ni de leerlos solo para investigar las fuentes de la misoginia. Beard cree que eso sería «un crimen cultural». Se trata, sí, de comprender por qué nos cuesta concebir a las mujeres dentro del poder, por qué «tienen más dificultades para triunfar» e incluso por qué «se las trata con mayor severidad cuando meten la pata». Es decir: «Hemos de reflexionar acerca de lo que es el poder, para qué sirve y cómo se calibra (…) si no percibimos que las mujeres están totalmente dentro de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es el poder, no a las mujeres». La «Odisea», agrega Beard en su ensayo, «es un poema que explora, entre otras muchas cosas, la naturaleza de la civilización y la «barbarie», del regreso a casa, de la fidelidad y de la pertenencia. Aun así -como espero que demuestre este libro-, la reprimenda que Telémaco lanza a su madre Penélope cuando esta se atreve a abrir la boca en público es un acto que todavía hoy, en el siglo XXI, se repite con demasiada frecuencia».
-Le repito una pregunta que usted hace a propósito de Perseo y la decapitación de Medusa: ¿triunfalismo heroico o sadismo misógino?
«Por supuesto que ambas, dependiendo de su punto de vista. Pero pienso que es difícil mirar esas imágenes y no ver la violencia contra las mujeres que es central en el tema».
-¿Qué hacer para cerrar efectivamente la separación entre mujeres y poder?
«Ojalá lo supiera. Pero necesitamos comprender de dónde venimos para saber hacia dónde vamos».