Posts tagged ‘Marco Bruto’

Cuídate de los idus de marzo

  • César recibió 23 puñaladas en el Teatro de Pompeyo
  • Recibió varios avisos y premoniciones, pero no les hizo caso

idus-marzo

Fuente: Víctor Bejega  |  Diario Digital de León  15/03/2016

Pocas figuras han trascendido la Historia como Cayo Julio César, y pocos asesinatos son tan famosos. Miles de páginas se han escrito sobre su persona, sus logros, su muerte. Relatos históricos y fantásticos, e incluso aportes desde la Arqueología, con el descubrimiento en 2012 de los restos del Teatro de Pompeyo, donde se produjo el crimen.

Las luchas políticas de Roma durante el último siglo habían sido duras. Dos facciones, optimates y populares, se habían configurado en defensa de intereses diversos. Los optimates, representantes de la aristocracia más reaccionaria e inmovilista. Los populares, apoyados en las crecientes clases populares de Roma. Personajes tan relevantes como los hermanos Graco, Cayo Mario, Sila o Cneo Pompeyo, habían jugado un importante papel en esta lucha fratricida.

Vincenzo Camuccini, "Morte di Cesare", 1798,

La debilitada facción optimate, sin embargo, consideraba que la acumulación de poder de César, tanto político como religioso, eran el paso previo a la reinstauración monárquica. Con esa premisa, Cayo Casio Longino lidera un complot para asesinar a su enemigo.

A pesar de numerosos avisos y premoniciones, César se dirigió hacia el Foro la mañana de los idus de marzo (15 de marzo actual) del año 44 a.C. Dirigido hacia el Teatro de Pompeyo, bajo el engaño de presentarle una petición, Servilio Casca le tira de la toga y lanza la primera cuchillada. Según los autores antiguos, César respondió tratando de defenderse y llamando a su agresor villano y sacrílego, tanto por agredir al Pontifex Maximus como por portar armas en el Senado. Le siguieron 22 puñaladas más, de un grupo de 60 senadores entre los que se encontraba Marco Junio Bruto.

El gran hombre, cayó al suelo empapado en sangre, justo debajo de una estatua de Pompeyo. Según algunos autores, César gritó «Bruto, ¿tú también, hijo mío?«, según Plutarco, simplemente se cubrió la cabeza con la toga. La noticia del asesinato recorrió Roma, generando un clima de tensión. Los asesinos huyeron rápidamente, mientras que los partidarios de César, temerosos de la magnitud del complot, tardaron en reaccionar para recuperar el cuerpo.

idus-marzo-3

La reacción popular ante la muerte de César fue magníficamente aprovechada por Marco Antonio, a través de un discurso fúnebre incendiario, que consiguió que los asesinos huyeran de Roma. El cadáver de César fue incinerado y la plebe arrojó cientos de objetos para reavivar la hoguera. Había muerto el hombre, había nacido la leyenda.

Su muerte desencadenó una nueva etapa política, apasionante, con una carrera por vengar el asesinato y derrotar a los optimates, pero también por erigirse heredero de Julio César y constituirse como la primera figura de Roma, que culminaría con el establecimiento del Imperio de la mano de Cayo Julio César Octaviano, Augusto.

El legado de Cayo Julio César, llega a nuestros días. Sus proyectos políticos y militares fueron desarrollados durante el Imperio, fue divinizado, creó la base del actual calendario y su figura sigue fascinando más de dos mil años después.

15 marzo 2016 at 2:38 pm 1 comentario

La verdadera muerte de Julio César: 23 cortes y dos asesinos heridos

Lejos de la teatralidad, el dictador romano se defendió del ataque de los senadores con un punzón y consiguió herir en el muslo a Marco Bruto, el más emblemático miembro de la conspiración

muerte-cesar-fuger

La muerte de Julio César de F. H. Fuger / WIKIPEDIA

Fuente: CÉSAR CERVERA  >  MADRID  |  ABC        13/07/2015

Casca apuñala en la nuca a Julio César, y los otros le secundan en la acción, terminando por Bruto. César dice en ese momento: «Et tu, Bruté?», lo cual se traduce en «¿Y tú, Bruto?» – ¿También tú, Bruto? –. Así escenifica William Shakespeare –inspirado en la versión del historiador Suetonio– la muerte del dictador romano y la puñalada final de Marco Junio Bruto, hijo de Servilia (amante de César), en una de sus obras trágicas más famosas. Sin embargo, cualquiera parecido con la realidad es pura coincidencia. Después de recibir 23 heridas, aunque paradójicamente solo una de ellas resultó mortal, parece poco probable que todavía tuviera fuerzas para lanzar una cita tan teatral. Al contrario, César consiguió defenderse durante unos segundos e hirió a Bruto en el muslo con un punzón. Ya herido de muerte, se cubrió la cara con su túnica en un último intento por dignificar su apariencia.

Nacido el 13 de julio del año 100 a. C. Cayo Julio César tuvo una carrera política mucho más convencional de lo que tradicionalmente se ha considerado siempre. Tras la muerte del dictador Sila, que recelaba de Julio César por sus lazos familiares con Cayo Mario, el joven patricio ejerció por un tiempo la abogacía y fue pasando por distintos cargos políticos. En 70 a.C., César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y luego como edil curul en Roma. Dado a endeudarse para ganarse la simpatías del pueblo, la generosidad de Julio César se hizo famosa en la ciudad y le permitió en 63 a.C. ser elegido praetor urbanus al obtener más votos que el resto de candidatos a la pretura. Su carrera política, no en vano, dio un salto definitivo cuando fue elegido cónsul gracias al apoyo de sus dos aliados políticos –Cneo Pompeyo MagnoMarco Licinio Craso– los hombres con los que César formó el llamado Primer Triunvirato. Al terminar el consulado, fue designado procónsul de las provincias de Galia Transalpina, Iliria y Galia Cisalpina, desde donde regreso convertido en un gran héroe militar que había logrado someter a los pueblos galos.

El final del Triunvirato da inició a la guerra civil

La muerte de Craso en una desastrosa campaña contra el Imperio parto rompió en añicos el Triunvirato y enfrentó a Pompeyo contra César. Tras una guerra civil que duró cuatro años, César regresó victorioso a Roma a finales de julio de 46 a. C. La victoria total de su facción dotó a César de un poder enorme y el Senado se apresuró a legitimar su posición nombrándolo dictador por tercera vez en el año 46 a. C. por un plazo sin precedentes de diez años. La benevolencia mostrada por el dictador, que no solo perdonó la vida a la mayoría de los senadores que se habían enfrentado contra él durante la guerra, sino que incluso les otorgó puestos políticos, se reveló con el tiempo como un error político de bulto. La mayoría de los 60 senadores implicados en su asesinato habían sido amnistiados previamente por el dictador.

 Escultura de Julio César, por Nicolas Coustou / ABC


Escultura de Julio César, por Nicolas Coustou / ABC

Marco Junio Bruto, sobrino de Catón «El joven», había combatido junto a César en la Galia –al que le unía la amistad y un delicado parentesco, su madre era amante del dictador– y después contra él durante la guerra civil. Por su parte, Cayo Casio Longino, quizás el principal cabecilla de la conspiración, ejerció como legado para él después de combatir primero en el bando de Pompeyo. Otro conspirador, Cayo Trebonio, había servido durante muchos años en el alto mando de Julio César en las campañas de la Galia. Ni la gratitud ni la amistad disuadieron a los conspiradores de sus intenciones, que afirmaron haber matado al tirano por salvaguardar la República, y, sin embargo, solo consiguieron acelerar la caída de una institución que llevaba un siglo tambaleándose. Su final se vislumbraba desde que la derrota final de Aníbal había requerido buscar enemigos internos.

Pero más allá de los asuntos políticos, que tenían como trasfondo la lucha entre distintas familias de la aristocracia, el asesinato del dictador escondía un factor simbólico. Julio César decía descender de los Reyes de Alba Longa –una ciudad absorbida por Roma poco después de su fundación– y solía vestir por esta razón con una túnica de mangas largas y botas de media caña de cuero rojo. Por su parte, Bruto pertenecía a la estirpe de Lucio Junio Bruto, que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio «El Soberbio», aunque ciertamente entre muchos de sus contemporáneos había dudas de que la afirmación fuera cierta. La imagen de un grupo de senadores terminando con el hombre que aspiraba supuestamente a convertirse en rey, el tirano, impulsó a los conspiradores más dubitativos a acometer el magnicidio, además de conquistar el imaginario de Shakespeare.

El día del magnicidio: «¡Cuídate de los idus!»

El día previo al asesinato, la esposa de César Calpurnia Pisonis había tenido supuestamente una pesadilla donde advirtió el asesinato de su marido. Dado que Calpurnia no era dada a supersticiones, se dice que el dictador cedió quedarse en casa y envió un mensaje al Senado para informarles de que la mala salud le impedía abandonar su casa para llevar a cabo ningún asunto público. Sin embargo, Décimo Bruto –otro de los conspiradores– consiguió convencer finalmente a César de que acudiera a la cámara, ya que en pocos días iba a ausentarse fuera del país y debía dejar los asuntos políticos convenientemente atados. También se ha considerado según la tradición que el profesor de griego Artemidoro entregó un manuscrito a César a la puerta del Senado avisándole de la conspiración, pero éste no llegó a abrirlo a tiempo.

muerte-cesar-gerome

La muerte de Julio César, por Jean-León Gérôme

Además, hasta principios del año 44 a.C. César había contado con la protección de una escolta de auxiliares hispanos, pero los había licenciado como demostración de normalidad política en cuanto el Senado aprobó prestarle un juramento de lealtad. El 15 de marzo de ese año acudió al Senado sin más protección que la compañía de sus colaboradores más cercanos. Una vez dentro del edificio público, los conspiradores se encargaron de llevarse a Marco Antonio a un lugar apartado. Los asesinos eran conscientes de que Marco Antonio, además de fiel a César, era un hombre corpulento y dado a arranques de ira. Antes de que diera comienzo la reunión senatorial, los conspiradores se apiñaron en torno al dictador fingiendo pedirle distintos favores. Lucio Tilio Címber, que había servido a las órdenes del César, le reclamó que perdonara a su hermano que se encontraba en el exilio. Mientras el dictador romano trataba de calmar al grupo, Címber tiró de la toga de César y mostró su hombro desnudo: era la señal acordada. Casca sacó su daga y le apuñaló, pero solo fue capaz de arañar el cuello del dictador. Según algunas versiones, César agarró los brazos de Casca y forcejeó con él intentando desviar la daga.

Marco Bruto fue uno de los últimos en acuchillar a César, con una herida en la ingle

El general romano no solo se defendió por unos segundos de los ataques, sino que fue capaz de sacar un afilado estilo (un puñal) y herir a varios hombres, al menos dos, incluido a Bruto en un muslo. Tras el ataque de Casio, los otros conjurados se unieron a la lucha propinando a César numerosas estocadas y tajos. Solo dos senadores de los presentes trataron de ayudar al dictador, pero no consiguieron abrirse camino. Sin que sea posible de comprobar, puesto que las fuentes presentan distintas versiones, Marco Bruto fue uno de los últimos en acuchillar a César, con una herida en la ingle, y al que habría dirigido el famoso «tú también hijo mío». Con 23 puñaladas en su cuerpo –aunque solo una realmente mortal–, Julio César se cubrió la cabeza con su túnica púrpura en un último esfuerzo por mantener la dignidad y cayó desplomado junto al pedestal de la estatua de Pompeyo, su otrora máximo rival.

En pánico se propagó por la sala, los senadores que no tenían manchada la ropa de sangre huyeron del lugar enseguida. Durante un tiempo, toda Roma quedó anonadada sin decidir si aquello era el comienzo de una nueva guerra civil o el origen de los festejos por la muerte de un tirano. Marco Antonio se reunió con los conspiradores en privado y obtuvo permiso para que César tuviera un funeral público en el Foro. En línea con el famoso discurso que Shakespeare puso en boca de Marco Antonio en su drama, el leal amigo de César aprovechó el acto para ensalzar las virtudes del fallecido dictador, al mismo tiempo que lanzaba velados reproches a los conspiradores, «los hombres más honrados». No obstante, el momento cumbre del funeral llegó cuando Antonio leyó a viva voz el testamento de César, que incluía la donación de unos amplios jardines junto al Tíber al pueblo de Roma y un regalo en metálico a todos los ciudadanos. Tras el anuncio se produjeron disturbios y ataques contra las viviendas de los conspiradores. Paradójicamente, el leal seguidor del dictador Helvio Cinna fue asesinado ese día por la turba que le confundió con uno de los conspiradores, Cornelio Cinna.

Busto de Marco Antonio en los Museos Vaticanos

Busto de Marco Antonio en los Museos Vaticanos

Desde que se hizo público el testamento, el sobrino nieto de Julio César, Octavio, de 18 años, asumió el papel de hijo adoptivo del dictador y cambió su nombre por el de Cayo Julio César Octavio. Al principio, combatió junto al Senado y varios de los conspiradores contra Antonio, que no tardó en levantar a las legiones que todavía eran fieles a la memoria de Julio César. No en vano, Cayo Julio César Octavio –el futuro Emperador Augusto– terminó uniéndose a Antonio y a Lépido, otro de los fieles de Julio César, para formar el segundo Triunvirato y dar caza a los asesino de los idus de marzo. En el plazo de tres años, prácticamente todos los conspiradores fueron ajusticiados sin que observaran ni la más leve sombra de la famosa clemencia del tirano al que tanto se habían afanado en eliminar.

13 julio 2015 at 8:36 am Deja un comentario

El pacto político que pudo hacer que Cleopatra viviera en España

Las alianzas no han nacido en el S.XX, se llevan practicando durante siglos y, algunas, con trágicos resultados. Una de las más famosas de la Historia vino del amor entre la reina de Egipto y Marco Antonio

cleopatra-marco-antonio

Su pacto político pretendía unir Roma y Egipto, pero acabó en tragedia para ambos / WIKIMEDIA

Fuente: MANUEL P. VILLATORO  |   ABC      29/06/2015

Hace meses que estamos inmersos en una vorágine de pactos. Desde Andalucía, hasta Madrid y, todo ello, haciendo un pequeño desvío a través de regiones como Valencia. Cualquier zona es susceptible de caer bajo el yugo de las conversaciones, los acuerdos de gobierno y, en definitiva, la alta política. La práctica como tal parece sumamente moderna de tan habituados que estamos a verla a diario (elecciones mediante), pero la realidad es bien distinta, pues las alianzas entre partidos, asociaciones y personalidades de la clase dirigente se encuentran en nuestra Historia desde que el hombre empezó a caminar sobre dos patas. Algunas de ellas, como la de Marco Antonio y Cleopatra, prometían acabar con Roma, hacer resurgir a Egipto como capital de un nuevo imperio e, incluso, pudieron terminar con la reina viviendo en Hispania (lugar al que la reina barajó huir cuando su imperio empezó a tambalearse).

Sin embargo, aquel pacto político acabó como tantos otros que se han firmado a lo largo de la Historia: en absoluto desastre. De hecho, terminó con sus dos firmantes bajo tierra al más puro estilo Romeo y Julieta. Es decir, por un doble suicidio que perpetraron cuando sus enemigos (Octavio y sus legiones) les dieron de bofetadas en la batalla de Actium. Y es que, sabedores de que habían sido derrotados por Roma y que poco podían hacer para recuperar su antigua gloria, decidieron acabar con sus vidas para evitar la vergüenza de la derrota y las consecuencias de sus actos. En la actualidad –y por suerte- las asociaciones entre partidos no concluyen con sus firmantes muertos, pero sí suelen finalizar con alguna que otra «torta» política llena de rencor (y si no, solo hay que ver lo sucedido en Andalucía entre el PSOE e IU).

Odio, triunvirato y Cleopatra

Para encontrar el origen del pacto que pudo acabar con Roma y dar con los huesos de Cleopatra en Hispania es necesario viajar en el tiempo hasta el 15 de marzo del año 44 A.C. Fue entonces cuando Julio César fue asesinado a las puertas del Senado en una conspiración en la que, según el historiador Suetonio, participaron más de sesenta personas. Entre ellas destacaban Cayo Casio y Marco Bruto, perpetradores de un plan que se saldó con una muerte «anunciada» que se llevó a cabo mediante una veintena de sangrientas puñaladas. Después del entierro del líder (a manos de la 13ª Legión, sumamente dolorida por su cercanía con el dictador) comenzó un curioso «juego de tronos» que marcó la Historia.

Tras esta muerte se produjo el caos en Roma. Cada general inició el camino que más le interesaba seguir sin tener en cuenta ninguna lealtad. Uno de los primeros en armarse fue Marco Antonio quien, haciendo valer sus años al servicio de César, tomó el mando de varias legiones y exigió a uno de los asesinos de su mentor que le entregase la región que administraba en nombre del pueblo romano. Tampoco se quedó atrás Cayo Octavio (sobrino nieto de César y elegido heredero legítimo por él). Y es que, al saber que su enemigo natural para acceder a la poltrona se había marchado de Roma, se decidió a combatir y obtener por su «pilum» el poder que estaba ejerciendo, de facto, Antonio. La guerra civil estaba asegurada, y duró varios meses en los que las tropas de ambos se repartieron flechas y estocadas de «gladius» en plena contienda. Los dos luchaban por heredar un imperio.

cleopatra-marco-antonio-2

Cleopatra, la reina que robó el corazón a César y Marco Antonio (Wikimedia)

Sin embargo, parece que la cordura (o el interés político, tan patente en Roma por cierto) acabó imperando entre los contendientes. Así pues, Octavio y Marco Antonio decidieron que eran mucho mejor aguantarse mutuamente y dirigir su odio contra los asesinos de César. Y es que, estos andaban armándose para, llegado el momento, saltar sobre los «cesarianos», como eran conocidos los valedores del dictador. De esta forma nació el Triunvirato, un pacto político mediante el que estos dos líderes y el banquero Lépido –otra de las personalidades de entonces- formaron un gobierno dictatorial sobre Roma. Se convirtieron, en definitiva, en los amos del mundo conocido.

«En este Triunvirato, Marco Antonio, Octavio y Lépido se aliaron con el objetivo de encontrar y capturar a los asesinos de César. Como necesitaban ayuda para perpetrar esta venganza, Egipto buscó acercarse a ellos en su propio beneficio. A los romanos tampoco les vino mal porque se querían acercar a las provincias orientales, así que llegaron rápidamente a un acuerdo. Cleopatra, reina de Egipto, se comprometió a ofrecerles apoyo económico a cambio de que Cesarión (el hijo que había tenido con César) fuera considerado el heredero de su trono en Egipto. La jugada fue astuta, pues así no entraba en conflictos con Octavio (el heredero legal de César) que quería tomar el poder en Roma», explica, en declaraciones a ABC Aroa Velasco, historiadora especializada en el Antiguo Egipto y autora de la página Web «Papiros perdidos».

Antonio y Cleopatra: amor, y orgías

El Triunvirato dio cierta tranquilidad a los romanos, pero lo cierto es que era difícil que un mero pacto político acabase con el odio entre Marco Antonio y Octavio, ambos dignos valedores de suceder a César. Por ello comenzaron a abundar las «puñaladas traperas» -que podríamos decir hoy en día- entre ambos. «Octavio siempre había querido gobernar solo y, para lograrlo, envió a Marco Antonio a luchar contra los partos en los territorios romanos de Siria y Oriente. La idea era sencilla: ponerle en peligro para que muriese en batalla», explica Velasco. Con todo, el oficial romano podía ser muchas cosas, pero no estúpido, por lo que -cuando vio la difícil situación militar que se le presentaba- corrió bajo las faldas de Cleopatra a solicitarle ayuda militar en un encuentro privado.

marco-antonio-busto

Busto de Marco Antonio durante su juventud (Wikimedia)

La reina de Egipto aceptó el encuentro, aunque solicitó que se hiciese en su navío con el objetivo de impresionar al romano. «Cleopatra fue al encuentro de Marco Antonio en un barco majestuoso con remos de plata. Quiso demostrar la riqueza de su pueblo, para lo que decidió regalar los cubiertos de oro a los soldados e invitados tras cada comida. La leyenda negra dice que estuvieron rodeados de orgías, explica Velasco. De la misma opinión es Pilar Rivero, de la Universidad de Zaragoza, quien, en su dossier «La política exterior de Cleopatra VII Filópator», remarca la forma en que la reina de Egipto se presentó ante Antonio: «Cleopatra llegó con una gran pompa, remontando el rio como si de la diosa Isis y su cortejo se tratara».

Lo cierto es que la majestuosidad de Cleopatra pareció funcionar, pues Marco Antonio (quien ya se sentía bastante atraído por Oriente) se quedó encandilado con ella y no ofreció demasiadas reticencias a las condiciones de su pacto. Se dice que tal fue el despliegue de los egipcios, que entre banquete y banquete se dieron las negociaciones. Aunque no se sabe a ciencia cierta, lo cierto es que no tardaron en llegar a un acuerdo. «Marco Antonio propuso a Cleopatra que le diese su apoyo militar contra los partos a cambio de eliminar a Sione IV (la hermana de Cleopatra, que quería acceder al trono). Ella acepto», añade la experta.

Además de aquel pacto político, en el barco también se vivió una historia de amor, pues ambos se encapricharon del otro y comenzaron una relación muy criticada desde Roma y que aprovechó, entre otros, el sobrino nieto de César. «Con el acercamiento entre ambos, Octavio vio una oportunidad para acabar con la credibilidad de Antonio. Por ello inició una campaña con la que buscó minar su imagen entre los romanos, le acusó de adorar la cultura oriental, de pedir ayuda a Cleopatra y de dejarse hechizar por sus extrañas artes. Todo ello fue incentivado por el filósofo Plutarco, contrario también a Antonio», completa Velasco. La treta funcionó y, a pesar de que el Triunvirato siguió activo, Marco Antonio se fue ganando, poco a poco, el odio de sus conciudadanos. Lo cierto es que tampoco ayudó que el romano trasladase su residencia a Alejandría y pasase las horas muertas con su nueva «novia».

Comienza la guerra

En los meses siguientes, Marco Antonio, el que en su día fue el primer general de César y el hijo predilecto de Roma, siguió viendo a Cleopatra y probó las miles de las riquezas y los lujos de Egipto. Eso sí, dando de lado a sus conciudadanos y al Triunvirato. Octavio, por su parte, supo usar desde cada comilona que su enemigo se daba en Alejandría, hasta las relaciones sexuales que este tenía con la reina de Egipto (con quien tuvo tres hijos, Alejandro Helios, Cleopatra Selene II y Ptolomeo Filadelfo) para que el pueblo le viese como un adorador de Oriente. El sobrino nieto de César no podía estar más feliz, pues –poco a poco- estaba acercándose a su plan: acceder al gobierno en solitario y no tener que rendir cuentas de ello a nadie.

El de Octavio no era un plan para tomar el poder rápidamente, sino eliminando, poco a poco, el poder de sus competidores. Hubo que esperar hasta el año 37 A.C. para que –con la renovación del Triunvirato- el sobrino nieto de César pusiera la última piedra para lograr acabar con su enemigo. Fue ese año cuando, a cambio de que el grupo siguiese gobernando en terna, exigió a Marco Antonio que se casase con su hermana Octavia. Oficialmente dijo que era para buscar un acercamiento entre ambos, pero la realidad era que diferente: buscaba poder cargar contra él cuando engañase a su nueva esposa con Cleopatra. «Marco Antonio, por su parte, pidió a Octavio que le enviase tropas para combatir contra los partos, con los que seguía en guerra. Este aceptó, pero nunca llegaron a su destino», añade la experta.

Casado con Octavia y al verse traicionado por Octavio, Marco Antonio se marchó desesperado a los brazos de Cleopatra. La reina de Egipto no dudó y aprovechó la desesperación de su amante. Podían ser compañeros de cama, pero el poder, era el poder (debió pensar). «Cleopatra aceptó el trato y le dio dinero, provisiones, tropas y barcos. A cambio, sin embargo, le solicitó que otorgara posesiones a los tres hijos que ambos tenían en común. Así pues, debía nombrar a Alejandro Elios rey de Armenia y Partia, a Cleopatra Selene, de Cirenaica y Lidia y, finalmente, a Ptolomeo Filadelfo de Siria y Ciricia. Además de todo ello, Cleopatra debía ser nombrada reina de reyes y reina de Egipto y Cesarión su heredero. El tratado fue conocido como las “Donaciones de Alejandría”», completa Velasco. A su vez, ambos contrajeron matrimonio según las costumbres egipcias. Un nuevo varapalo (y una nueva excusa) para Octavio.

Octavio, al fin, tenía una excusa para iniciar la contienda. De esta forma, y tras quitarse de encima a Lépido, cargó política y dialécticamente contra su enemigo hasta que consiguió tener de su parte al pueblo. Tras ello, nombró enemigo de Roma a Marco Antonio y declaró la guerra a la pareja. «Curiosamente no se la declaró a Marco Antonio, pues sabía que, de ser así, provocaría recelos entre sus legionarios, que luchaban más contra Cleopatra y el imperio oriental. Sin embargo, sabía que Antonio ayudaría a la reina», destaca la experta a ABC. Había comenzado la contienda, una lucha a muerte que llevaba tejiéndose y fraguándose años.

El plan para exiliarse a España

El enfrentamiento entre ambos se terminó decidiendo en el año 31 A.C. en la batalla de Actium (una región ubicada en la costa oeste de Grecia). En principio, Marco Antonio quería combatir en Italia, pero Cleopatra volvió a manipular al romano afirmando que sus tropas sólo acompañarían a las legiones de Oriente (las que se habían mantenido fieles a su amante) si se luchaba en la costa griega. No hubo más que hablar para el romano, que aceptó sin rechistar. El 2 de septiembre se combatió. Sin embargo, no fue en tierra, sino en el mar (donde el general romano no tenía ninguna experiencia). La contienda no había comenzado y la ventaja ya era para Octavio y sus buques.

En la contienda, los buques de Marco Antonio se pusieron en vanguardia; tras ellos se destacaron como reserva, los de Cleopatra. En total, los amantes sumaban unos 400 navíos. En frente suya se ubicaron imponentes los 400 de Octavio al mando de Marco Agripa. Los dos contenientes habían decidió usar estrategias similares. «Antonio, mediante un movimiento envolvente, trataría de desbordar el flanco siniestro enemigo (Agripa). De este modo quedaría abierto un hueco entre las naves que conformaban el centro de la línea octaviana y las que se situaban a su izquierda. Ese vacío sería rápidamente cubierto por las galeras de Cleopatra, que avanzarían desde la retaguardia, partiendo en dos la flota rival. Por su parte, Octavio buscaría hacer lo propio en el ala derecha de la armada contraria (Antonio)», explica el doctor en geografía Antonio García Palacios en su dossier «Octavio frente a Marco Antonio».

batalla-actium-cuadro

La batalla de Actium, de Lorenzo A. Castro. (Wikimedia)

La victoria parecía plausible para los amantes, pero, según el Plutarco, la maniobrabilidad de los buques de Agripa y el arrojo de sus legiones terminaron siendo letales. Aun así, fueron necesarias varias horas de batalla para poder doblegar a Antonio y Cleopatra. «La batalla adquirió el carácter de un combate en tierra firme o, para ser exactos, el de un ataque a una ciudad fortificada. Tres o cuatro barcos de Octavio se agruparon en torno a cada uno de los de Antonio, y la lucha se llevó a cabo con escudos de mimbre, lanzas, palos y proyectiles incendiarios, mientras que los soldados de Antonio también disparaban con catapultas desde torres de madera», señaló el historiador romano.

Cuando Marco Antonio se vio desbordado y la batalla empezó a tornarse del lado de Agripa, Cleopatra inició la retirada con su flota hacia mar abierto, dejando sin apoyo a su esposo. Al parecer, ver huir a la mujer más poderosa de Oriente hizo acobardarse al romano, que giró su barcaza y siguió, como alma que lleva el diablo, a la egipcia. Sin su líder natural, solo fue cuestión de horas que las legiones aliadas se retirasen de forma pactada. Por su parte, marido y mujer decidieron cobijarse en Egipto. «Cuando Marco Antonio llegó a Alejandría, se refugió en una pequeña casa junto con dos criados, situada en el pequeño puerto de Paretorio; quizá pensaba en la posibilidad de una recuperación y de otro posible ataque a Octavio. La reina se fue a su palacio y se dedicó a planear la estrategia a seguir en el encuentro seguro, pero que se hizo esperar con Octavio», explica Rosa María Cid López, del departamento de Historia de la Universidad de Oviedo, en su obra «Cleopatra: Mito, leyenda e historia».

¿Cuál era su plan? En principio, reclutar todos los hombres que pudiese para poder plantar cara al romano. Sin embargo, si eso no daba resultado, tenía pensada una curiosa serie de alternativas. «Por si acaso era preciso huir, mandó mensajeros a sus aliados de Media y Partia, preparó embarcaciones para pasar el mar Rojo en dirección a Arabia e, incluso, estableció la posibilidad de huir a Hispania», explica, en este caso, Rivero. Lo cierto es que esta opción la habría permitido hacerse fuerte en la Península para iniciar un contraataque contra Octavio con ayuda de Antonio. Desde allí, también podría haber iniciado los preparativos para marcharse hacia otra parte de Europa. Sin embargo, nada de eso pudo suceder, pues la pareja acabó muerta (ambos se suicidaron) y su enemigo tomó el poder. Su pacto político, por lo tanto, terminó en desastre.

Tres preguntas a Aroa Velasco

MANUEL P. VILLATORIO / MADRID

¿Cleopatra usó sus encantos para aliarse con Antonio?

Puede que usase sus armas de mujer para conquistarle y ganarse su favor, pero era una mujer lo suficientemente lista como para conseguir sus objetivos políticos sin necesidad de ello.

¿Trató Cleopatra de buscar otras aliados antes de firmar una con Antonio?

Curiosamente, Cleopatra tuvo un “tonteo” político con Octavio, aunque no cuajó y rápidamente se puso del lado de Marco Antonio. Fue mínimo, antes de que Antonio iniciase su campaña contra los partos.

¿Cómo pudo extenderse tanto la imagen negativa de Marco Antonio?

En Roma se veía a Marco Antonio como un romano obsesionado por la cultura oriental. Vestía como ellos, se decía que participaba en sus orgías etc. Esa maña imagen la generaron Plutarco y Dion Casio.

29 junio 2015 at 8:47 am Deja un comentario

Marco Bruto, el patriota que asesinó a Julio César

Pese a los favores que recibió de César, Bruto encabezó la conjura que terminaría con la vida del dictador, pero fracasaría luego en su lucha para restablecer la libertad de la República

Artículo de Juan Luis Posadas. Universidad Nebrija (Madrid), Historia NG nº 112

Bruto

Adorado por sus amigos, admirado por los buenos, y no odiado por nadie, ni siquiera por sus enemigos, pues era un hombre de carácter benigno, magnánimo, ajeno a la ira, a la lujuria y a la ambición, y de ánimo firme e inflexible en lo honesto y en lo justo». Tal era la imagen de Marco Bruto ante sus contemporáneos, según recoge Plutarco en su biografía; un ejemplo del romano íntegro y patriota. Pero este mismo hombre fue el instigador, y uno de los ejecutores, de uno de los asesinatos políticos más célebres de la historia: el de Julio César.

Marco Junio Bruto nació hacia el año 85 a.C., en el seno de una ilustre familia romana. Todos los romanos recordaban a uno de sus antepasados, Lucio Junio Bruto, que en torno al año 509 a.C. acabó con el último rey de Roma, Tarquinio el Soberbio, dando así paso a la República. Su padre participó de lleno en las luchas civiles de la fase final de la República romana y pagó un alto precio por ello, pues en el año 77 a.C., cuando el joven Marco tenía apenas ocho años, fue ejecutado por Pompeyo tras ser capturado en Módena. Su madre fue Servilia Cepiona, mujer dominante a la vez que inteligente y rica, una de esas audaces romanas que participaron activamente en la vida política y social de finales de la República. Servilia era hermana de Servilio Cepión, de quien Bruto se convertiría en hijo adoptivo, y medio hermana de otro personaje insigne, Catón el joven, que le serviría de mentor. Pero el parentesco más discutido de Bruto fue el que se le atribuyó con el mismo Julio César. En efecto, su madre Servilia contrajo un segundo matrimonio con Junio Silano, durante el cual mantuvo una relación adúltera con Julio César. Los historiadores antiguos supusieron que César fue el verdadero padre de Bruto y que por ello el dictador mostró siempre una especial consideración a quien creía su hijo. Sin embargo, esto resulta prácticamente imposible, pues cuando Bruto nació César tenía tan sólo catorce o quince años y su relación con Servilia fue bastante posterior.

Un filósofo en campaña

Desde su adolescencia, Bruto emprendió la carrera de honores habitual de los aristócratas romanos. Tras ingresar muy pronto en el Senado, sirvió en el ejército, primero en Chipre, bajo el mando de su tío Catón, y luego en Cilicia. Su matrimonio con una joven de la familia Claudia, Claudia Pulcra, lo alineó con la facción más conservadora del Senado, opuesta a los ambiciosos políticos que trataban de conquistar el poder, como Pompeyo y César. En esta época, Bruto se había convertido ya en un hombre muy rico debido no sólo a su patrimonio familiar y al de su padre adoptivo, sino también a sus negocios privados, incluido el de prestamista a alto interés, y a lo que pudo requisar del patrimonio público durante su estancia en Chipre. Eso no le impidió cultivar sus intereses intelectuales, en particular la filosofía y la historia. Durante las campañas militares empleaba las horas libres en leer y escribir. Plutarco cuenta que en vísperas de una batalla, un día de gran calor, sin esperar a que llegaran los soldados con la tienda, comió un bocado «y mientras los demás dormían o pensaban en lo que ocurriría al día siguiente, él pasó toda la tarde escribiendo, ocupado en elaborar un compendio del historiador Polibio».

En el año 50 a.C., los senadores se enfrentaron a un dilema dramático: debían optar entre defender la causa de la República bajo un líder desacreditado, Pompeyo, o sumarse al golpe de Estado del mejor general romano del momento, Julio César. Bruto odiaba a Pompeyo por haber ordenado la muerte de su padre y su abuelo, que habían prestado su apoyo a la revuelta del ex cónsul Lépido tras la muerte del dictador Sila; Plutarco recuerda que Bruto, «cuando se encontraba con Pompeyo ni siquiera le saludaba». Pero también tenía motivos para odiar a César, por la relación de éste con su madre (y, según algunos, también con su hermanastra Junia). Finalmente, como republicano de corazón que era, optó por Pompeyo por considerar que su causa era más justa que la de César y marchó a alistarse en su ejército.

El perdón de César

La participación de Bruto en la guerra civil entre Pompeyo y César no fue muy destacada. Tras pasar algún tiempo acantonado en Sicilia, viendo que allí había poco que hacer, viajó por sus propios medios a Macedonia justo a tiempo para participar en la batalla final entre Pompeyo y César, en Farsalia, en el año 48 a.C. Según Plutarco, Pompeyo se maravilló de verle llegar a su tienda, y venciendo el desdén que sentía por su antiguo adversario «se levantó de su asiento y le abrazó como a persona muy distinguida y aventajada». En cuanto a César, ordenó a sus oficiales que respetaran la vida de Bruto; en caso de que se resistiera a ser capturado deberían dejarlo marchar. Sin duda pensaba en complacer así a su amante Servilia.

Tras su victoria en Farsalia, César perdonó la vida a Bruto, no se sabe si porque éste le escribió pidiéndole perdón o a ruegos de Servilia. En todo caso, Bruto se pasó decididamente al bando del vencedor. No tuvo reparo en descubrir que Pompeyo se había fugado a Egipto, donde el líder derrotado encontraría la muerte. En una de sus típicas muestras de clemencia calculada, César recompensó sus servicios concediéndole el cargo de gobernador de la Galia Cisalpina. Al año siguiente, cuando llegó el momento de decidir quién sería el próximo pretor urbano (la máxima autoridad judicial en Roma), César descartó al candidato que parecía más adecuado, Casio, y se inclinó por Bruto; otra muestra de favoritismo que alentó las sospechas sobre la paternidad secreta del dictador.

El salvador de la República

Bruto, sin embargo, no se sentía cómodo en su nueva situación, y fue así como en el año 45 a.C. decidió divorciarse de su mujer –en contra de la voluntad de su madre y provocando un gran escándalo en Roma– para casarse con Porcia, la hija de Catón el joven, el archienemigo de César, que acababa de suicidarse en Útica cuando se hallaba acorralado por las fuerzas del dictador. Sin duda, su nuevo matrimonio significaba una clara toma de partido por parte de Bruto. Algunos advirtieron a César de que su favorito se estaba volviendo en su contra, pero el dictador desechó las acusaciones y, tocándose el cuerpo con una mano, les decía: «Pues qué, ¿os parece que Bruto no ha de esperar el fin de esta carne?». Con esta frase quería decir que Bruto tenía en su mano convertirse en su sucesor natural en la más alta magistratura romana.

Pero Bruto empezó a escuchar los argumentos de Casio, que lo instaba a sublevarse contra el hombre que había acaparado todo el poder y actuaba como un tirano, pisoteando la libertad y dignidad de los auténticos romanos. Otros amigos le mostraban las estatuas de su antepasado Bruto, el que derrocó a Tarquinio, y le dejaban mensajes al pie de su tribunal de pretor que decían: «Bruto, ¿duermes?» y «En verdad que tú no eres Bruto». Finalmente, Bruto se implicó en la conspiración para matar a Julio César. Durante los preparativos de la acción, por la noche no podía ocultar a su esposa la agitación que lo embargaba, hasta que ésta le arrancó el secreto después de hacerse un profundo corte en el muslo para demostrarle su determinación. Fijado el día para el atentado, Bruto no faltó a la cita y fue uno más de los que clavaron su daga en el cuerpo de César hasta acabar con su vida.

Muerte en Filipos

Tras el magnicidio, Bruto y sus compañeros marcharon al Capitolio «con las manos ensangrentadas y, mostrando los puñales desnudos, llamaban a los ciudadanos a la libertad». Pero el pueblo romano, hábilmente manejado por Marco Antonio, reprobó la acción. Bruto marchó a Asia con una misión oficial, y de allí pasó a Creta y luego a Grecia.

A diferencia de Cicerón rechazó llegar a un acuerdo con Marco Antonio y Octavio, el futuro Augusto, pues «tenía firmemente resuelto no ser esclavo y miraba con horror una paz ignominiosa e indigna». De modo que en 43 a.C. organizó en Oriente, junto a Casio, un ejército para defender la causa de la República frente a Antonio y Octavio.

El choque definitivo tuvo lugar en las llanuras de Filipos, en el año 42 a.C. En realidad se libraron dos batallas. En la primera, Bruto derrotó a las fuerzas de Octavio, pero Casio fue vencido por Antonio y se quitó la vida. Tres semanas después, fue Bruto el derrotado. En un paraje retirado, desesperado ya de la vida y entre confusas parrafadas filosóficas, Bruto se suicidó arrojándose contra una espada sostenida con firmeza por su buen amigo y compañero en sus estudios de retórica, el griego Estratón.

Para saber más

Vidas paralelas. Vol. VII. Plutarco. Gredos, Madrid, 2009.

César, la biografía definitiva. Adrian Goldsworthy. La Esfera de los Libros, Madrid, 2007.

7 May 2013 at 7:22 am Deja un comentario


Follow La túnica de Neso on WordPress.com
logoblog2.gif
Licencia de Creative Commons
Este blog está bajo una licencia de Creative Commons.

Reunificación de los Mármoles del Partenón

"Hacemos un llamamiento a todos aquellos que en el mundo creen en los valores e ideas que surgieron a los pies de la Acrópolis a fin de unir nuestros esfuerzos para traer a casa los Mármoles del Partenón". Antonis Samaras, Ministro de Cultura de Grecia

Tempestas

CALENDARIO

May 2024
L M X J V S D
 12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
2728293031  

Archivos

RSS Blogs en Χείρων·Chiron

  • Se ha producido un error; es probable que la fuente esté fuera de servicio. Vuelve a intentarlo más tarde.

Inscriptio electronica

Amici Chironis

Apasionados del mundo clásico

Suscríbete a esta fuente