Posts tagged ‘Julio César’

La batalla de Farsalia, hacia el final de la República romana

El enfrentamiento entre César y Pompeyo supuso un punto de inflexión clave para el fin de la República y el inicio del Imperio romano

Fuente: National Geographic
23 de agosto de 2018

La carrera política de Pompeyo Magno empezó tras la primera guerra civil que vivió la sociedad romana. Siguiendo la tradición familiar, Pompeyo consiguió sus primeros éxitos militares luchando en el lado de los optimates, que gobernaban desde su victoria en la guerra. Tras estas primeras campañas, fue nombrado cónsul en su vuelta a Roma y emprendió nuevas campañas que aumentarían todavía más su buena fama: acabó con la piratería en el Mediterráneo, algo que favorecía el comercio marítimo, y detuvo el expansionismo de dos poderosos reyes hostiles a Roma en Oriente, Mitrídates VI del Ponto y Tigranes II de la Gran Armenia.

De forma paralela, César empezaba sus andanzas políticas en el Senado, y tras perder apoyos, Pompeyo se vio obligado a forjar una alianza secreta —el primer triunvirato (60 a.C.)— con César y Craso, ambos del partido opuesto, para lograr objetivos comunes. César se marchó a las Galias para consolidar su carrera política mediante éxitos militares, pero cuando pretendía regresar tenía el Senado en su contra. De este modo, se vio obligado a desafiarlo, cruzó el Rubicón en el año 49 a.C. y dio inicio a la segunda guerra civil romana en la que Pompeyo participó como comandante del ejército de la República.

En el invierno de 49 a.C., Julio César consiguió llevar una parte de sus tropas a los Balcanes desde Bríndisi, burlando la vigilancia que Pompeyo, instalado en Dirraquio, había establecido en el Adriático. El resto de sus efectivos no pudo cruzar hasta la primavera del año siguiente; mientras tanto, pompeyanos y cesarianos invernaron en torno a Dirraquio. Con la llegada de los refuerzos, ambos ejércitos iniciaron una guerra de desgaste en la que las tropas de César, mal abastecidas, llevaron la peor parte. Cuando Pompeyo ordenó el ataque definitivo, César y su ejército se refugiaron en la cercana Apolonia.

Entonces Pompeyo decidió reagrupar a sus tropas en Tesalia (Grecia) y César le siguió hasta Farsalia, donde el 9 de agosto tuvo lugar el enfrentamiento definitivo. Pompeyo no deseaba la batalla, pero se vio forzado a ella por el espíritu belicoso de sus soldados y por las conspiraciones de sus generales. Aunque sus 30.000 hombres doblaban los efectivos de César, éste desarrolló una mejor estrategia y, según contó él mismo, sólo perdió 230 hombres frente a 15.000 pompeyanos muertos y 24.000 cautivos. Fuentes más imparciales estimaron las bajas de César en 1.200, y las de su rival, en 6.000.

 

23 agosto 2018 at 4:59 pm Deja un comentario

6 cosas que probablemente no sabías sobre Cleopatra

Cleopatra es una de las mujeres más famosas de la historia. Se la recuerda por su supuesta belleza e intelecto y por sus amores con Julio César y Marco Antonio.

¿Bella como Elizabeth Taylor? Las pruebas señalan que su principal atractivo era su intelecto, no su aspecto físico. GETTY IMAGES

Fuente: BBC News Mundo
18 de agosto de 2018

Se convirtió en reina de Egipto después de la muerte de su padre, Ptolomeo XII, en el año 51 a.C. y Hollywood suele retratarla como una glamorosa femme fatale.

Pero, ¿cuánto está basado en la realidad y cuánto es ficción?

En un artículo escrito para la revista BBC History, la académica Mary Hamer asegura que la mayoría de las cosas que creemos hoy sobre Cleopatra son en realidad un eco de la propaganda que creó el Imperio romano.

Hamer, autora del libro «Las señales de Cleopatra: una lectura histórica de un ícono», señala que por el hecho de ser mujer y de gobernar un país muy rico, Cleopatra -sobre todo su independencia- era aborrecida por Roma.

Cabe recordar que ella había «seducido» a dos de sus principales generales, Julio César y Marco Antonio, y luego se unió a Antonio en una guerra contra Roma.

Se sabe que fuera de Europa, en África y los países de tradición islámica, fue recordada de manera muy diferente.

Los escritores árabes se refieren a ella como una erudita y 400 años después de su muerte aún se le rendía tributo a una estatua suya en Philae, un centro religioso que atraía a peregrinos de más allá de las fronteras de Egipto.

Un busto de Cleopatra, de 40 a.C., una de las tantas imágenes diferentes que sobrevivieron de la famosa reina de Egipto. GETTY IMAGES

Hamer revela seis otros datos menos conocidos sobre la vida de la gobernante egipcia.

1 – Una belleza de fantasía

Plutarco, el biógrafo griego de Marco Antonio, afirmó que no era su aspecto físico lo que resultaba tan atractivo de ella, sino su conversación y su inteligencia.

Cleopatra tenía el control de su propia imagen y la adaptó según sus necesidades políticas. Por ejemplo, en eventos ceremoniales aparecería vestida como la diosa Isis (era común que los gobernantes egipcios se identificaran con una deidad).

En las monedas acuñadas en Egipto, mientras tanto, eligió mostrarse con la mandíbula fuerte de su padre, para enfatizar su derecho heredado a gobernar.

Las esculturas tampoco nos dan muchas pistas sobre su aspecto: hay dos o tres cabezas en el estilo clásico y varias estatuas de cuerpo entero en estilo egipcio, pero en todas se la ve bastante diferente.

2 – El «pequeño César»

Cleopatra se hizo aliada de Julio César, quien la ayudó a establecerse en el trono.

Lo invitó a hacer un viaje por el Nilo y cuando posteriormente dio a luz a un hijo, llamó al bebé Cesarión o «pequeño César».

Cleopatra invitó a Julio César a hacer un viaje por el Nilo. Luego, tuvo a su hijo Cesarión o «pequeño César». GETTY IMAGES

En Roma esto causó un escándalo. En primer lugar, porque Egipto y su cultura hedonista eran despreciados como decadentes. Pero también porque César no tenía otros hijos varones (aunque estaba casado con Calpurnia, y había tenido dos esposas antes que ella).

César acababa de convertirse en el hombre más poderoso de Roma y si bien la tradición era que la elite romana compartía el poder, él parecía querer ser el supremo, como un monarca.

Esto resultaba doblemente insoportable para los romanos porque significaba que Cesarión, un egipcio, podría eventualmente querer gobernar a Roma como el heredero de César.

3 – Cleopatra vivía en Roma como amante de Julio César cuando este fue asesinado

Junto con el pequeño Cesarión habían estado viviendo en un palacio propio al otro lado del río Tíber de la casa de César (aunque es probable que ella no residiera allí permanentemente, sino que viajara regularmente desde Egipto).

Tras la muerte de César en 44 a. C. la vida de Cleopatra y de su hijo corrían peligro y debieron irse de Roma de inmediato.

No es de extrañar que Cleopatra fuera detestada en una ciudad que se había deshecho de sus reyes, ya que ella insistía en que se la llamara «reina».

Tampoco pudo haber ayudado mucho el hecho de que, para honrarla, César había colocado una estatua de ella cubierta de oro en el templo de Venus Genetrix, la diosa que da vida, y que su familia tenía en alta estima.

4 – Tuvo cuatro hijos

Además de su hijo mayor, Cesarión, Cleopatra tuvo tres hijos más con Marco Antonio: los mellizos Cleopatra Selene y Alejandro Helios y el más pequeño de todos, Ptolomeo Filadelfo.

Bajorrelieve de Cleopatra y su hijo Cesarión en el templo Hathor en Dendera. GETTY IMAGES

Ella mandó a hacer una imagen en la pared del templo en Dendera que la mostraba gobernando junto con Cesarión. Cuando ella murió, el emperador romano Augusto convocó al joven con promesas de poder, solo para matarlo.

Se cree que tenía 16 o 17 años, aunque algunas fuentes afirman que tenía apenas 14.

Los mellizos, que tenían 10 años cuando falleció su madre, y Ptolomeo, que tenía seis, fueron llevados a Roma y tratados bien en la casa de la viuda de Marco Antonio, Octavia, donde fueron educados.

De adulta, Cleopatra Selene se casó con Juba, un rey menor, y fue enviada a gobernar Mauritania a su lado. Tuvieron un hijo -otro Ptolomeo-, el único nieto conocido de Cleopatra.

Murió de adulto por orden de su primo, Calígula, por lo que ninguno de los descendientes de Cleopatra vivió para heredar Egipto.

5 – «Agosto», el mes que celebra la derrota y muerte de Cleopatra

El emperador Augusto fundó su reinado sobre la base de la derrota a Cleopatra. Cuando tuvo la oportunidad de que se nombrara un mes en su honor, en lugar de elegir septiembre, cuando nació, optó por el octavo mes, en el que murió Cleopatra, para que todos los años se recordara su derrota.

A Augusto le hubiera gustado exhibir a Cleopatra como cautiva por toda Roma, como lo hicieron otros generales con sus prisioneros para celebrar sus victorias. Pero ella se suicidó justamente para evitar eso.

Cleopatra se quitó la vida para evitar ser usada como trofeo de victoria por Augusto. GETTY IMAGES

Cleopatra no murió por amor, como creen muchos. Al igual que Marco Antonio, que se suicidó porque ya no había un lugar de honor para él en el mundo, ella eligió morir en lugar de sufrir la violencia de ser mostrada y avergonzada por las calles de Roma.

Augusto tuvo que conformarse con utilizar una imagen de ella para su celebración.

6 – El nombre de Cleopatra era griego, pero eso no significa que ella lo fuera

La familia de Cleopatra era descendiente del general macedonio Ptolomeo, que había obtenido Egipto en el reparto después de la muerte de Alejandro. Pero pasaron 250 años antes de que naciera Cleopatra -es decir, 12 generaciones, con todos sus enredos amorosos-.

Hoy sabemos que al menos un niño de cada 10 no es hijo biológico del padre que lo cría como propio.

La población de Egipto incluía a personas de diferentes etnias y naturalmente eso incluía a los africanos, ya que Egipto es parte de África. Así que no es del todo improbable que mucho antes de que Cleopatra naciera, su herencia griega se hubiera mezclado con otras.

Además, dado que se desconoce la identidad de su propia abuela, no podemos estar seguros de su identidad racial.

 

18 agosto 2018 at 9:15 pm Deja un comentario

Los celtas, entre la realidad y el mito

La arqueología durante el siglo XIX ha permitido aclarar la visión de Julio César sobre estas tribus

Castro celta Porto do Son, A Coruña – ABC

Fuente: Eugenia Miras   |  ABC Historia
9 de agosto de 2018

Los celtas conformaron una serie de pueblos -no uno solo, como se cree de manera extendida- que provenían de la zona del río Istro (Danubio), como aseguraba el historiador Herodoto (siglo V a.C.). Este colectivo se asentó en su mayoría en el noroeste europeo desde la última etapa de la Edad de Hierro hasta la Edad Media en la Península ibérica.

El legado de estas tribus ha disputado la legitimidad cultural entre las «siete naciones»: Bretaña, Gales, Cornualles, Escocia, Irlanda, Isla de Man y Galicia donde moraban los herederos de Breogán. Y aunque el legado celta se ha extendido en buena medida al centro de Europa, en esas tierras ya mencionadas es donde ha pervivido y trascendido con mayor fuerza la tradición de los pueblos del Danubio.

Poco antes de iniciarse la conquista romana (fines del siglo III a.C.) la Península gozaba de un crisol civil entre iberos y celtas, donde los segundos se habían adueñado del centro, oeste y norte. Y cuando los nuevos invasores observaron su desenvoltura es probable que vieran en ellos un obstáculo para iniciar su empresa. Pero al no existir una tradición escrita por parte de los celtas los estudiosos únicamente disponían de las fuentes romanas. Esta carencia se ha prestado durante las distintas investigaciones para múltiples interpretaciones en los estudios historiográficos, y de manera inevitable la confusión.

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El legado de estas tribus ha disputado la legitimidad cultural entre las «siete naciones»: Bretaña, Gales, Cornualles, Escocia, Irlanda, Isla de Man y Galicia donde moraban los herederos de Breogán

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Sin embargo con los inicios de la arqueología durante el siglo XIX, las excavaciones han permitido revelar gran parte del enigma céltico. ¿Vienen todos de la misma matriz étnica? ¿Eran nuestros ancestros los celtas como los romanos dejaron constancia?.

Estas mismas cuestiones sucedieron tanto a la exacerbación nacionalista de los distintos territorios herederos, como a la creación de un sinfín de mitos que dieron lugar al desarrollo de una cultura paralela cuasi mística. Pero es ese halo romántico con olor a bosque y mar envuelto en la magia lo que permitió la creación de una de las leyendas más apreciadas por todos: los celtas.

La propaganda romana

Durante el período «prerromano» -como bien lo dice el término, antes de la llegada de los mismos tanto la Península como el resto del norte de Europa- las costas sufrieron diferentes oleadas migratorias de las distintas tribus procedientes de la zona del Danubio, entre las cuales destacaron los celtas.

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Los celtas no tenían ningún interés en conquistar el mundo, pues bastante tenían en mantener la paz entre ellos mismos.

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Por derecho de antiguedad aquellas gentes pálidas de cabellos claros tenían una mayor influencia sobre las áreas que habitaban, y ante aquella realidad los romanos se mostraron muy incómodos. ¿Pues cómo iba a efectuarse la empresa expansionista con aquellos grupos cómodamente asentados? De esta manera, muy hábiles en la tradición escrita -a diferencia de los celtas quienes por cuestiones religiosas decidieron legar la Historia a través de la memoria oral a las siguientes generaciones- iniciaron una terrible propaganda contra el enemigo.

Los romanos los describieron como bárbaros y primitivos -cuando dominaban el trabajo de los metales como nunca se había visto antes, pues para su tiempo eran pioneros en la fabricación de armas. Tenían una cultura artesanal muy delicada, de la que ha quedado constancia en el extraordinario trabajo visto en fíbulas, torques, escudos ceremoniales etc. Asimismo gozaban de una estructura social muy organizada. No obstante el Imperio romano trataría de mermar la fuerza de aquellos pueblos, levantando falsos testimonios. Entre aquellos discursos aseguraban que los celtas eran crueles y que buscaban la hegemonía de su poder mediante la más violenta expansión.

Artesanía celta – C.C

Al final la misión propagandística romana sí causaría el efecto deseado por los mismos, porque las falsedades continuaron en la posterioridad, pues aún miles de años después todavía se cree que eran los más terribles salvajes despiadados.

Lo cierto es que nuestros antepasados territoriales no tenían ningún interés en iniciar tan tediosa tarea de conquistar el mundo, pues bastante tenían en mantener la paz entre ellos mismos. Para sorpresa del lector no eran un solo pueblo, la razón de tanta disputa entre las tribus celtas de aquí y de allá.

Cuando Julio César habló del «pueblo celta»

Los responsables de la falsa creencia de que los celtas eran un todo indivisible se la debemos primero a los historiadores grecorromanos Hecateo y Heródoto. Por aquel tiempo, estos señores decidieron reunir a los distintos colectivos -pero que compartían la misma raíz lingüística y ciertas costumbres que se habían traspasado los unos a los otros- de aquellas gentes rubias bajo el término griego «keltics», para referirse a aquellos pobladores del noroeste europeo.

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Julio César casaría a todas las tribus bajo «el pueblo celta» por los diferentes nexos culturales compartidos

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Después Julio César contribuiría a esa vaga apreciación demográfica en sus «Comentarios sobre la guerra de las Galias». Aún enfrentados entre sí todos aquellos clanes, el célebre militar los casaría a todos bajo «el pueblo celta» por los diferentes nexos culturales que compartían. Y aunque todos aquellas tribus pasaban más tiempo enemistadas que proyectando visiones conjuntas, pasaron a la Historia como una sola manifestación social.

El legado arquitectónico celta

Gracias a los inicios de la arqueología en el siglo XIX han podido desmitificarse ciertas creencias sobre la infraestructura celta, entre los cuales se hacía mucho énfasis en la pobreza arquitectónica de estos pueblos. Es cierto que comparados con los grandes levantamientos romanos, los materiales de construcción empleados por aquellos clanes resultaban mucho más vulnerables al tiempo.

Castro de Santa Tecla, Galicia – ABC

Sin embargo, estos poblados -rescatados durante las excavaciones a lo largo de dos siglos- demuestran lo contario. Tanto en la Galia como Bretaña y nuestra Galicia existen pruebas de que los distintos pueblos celtas podían presumir de una organizada complejidad en su infraestructura para la defensa contra los invasores.

Sin irnos muy lejos tenemos un gran ejemplo en el castro de San Cibrán de Las (Ourense). Esta joya histórica de los fortificados pensinsulares -en la que todavía siguen trabajando los arqueólogos- disponía de tres murallas y fosos para proteger a los habitantes de aquel asentamiento.

Eso sí, los menhires -o el reconocido círculo de piedras de Stonehenge (Inglaterra) no son parte del legado celta. A diferencia de lo que equívocamente se cree el célebre monumento es anterior a estos pueblos. Según las diversas fuentes históricas es probable que pertenezcan a un grupo conocido como «protoceltas», quienes -originarios también de los alrededores del Danubio- levantarían las piedras durante el neolítico británico.

 

16 agosto 2018 at 5:06 pm Deja un comentario

El verdadero Julio César: ojos pequeños, cabeza grande y escaso pelo

Su imagen en monedas y bustos, en la que se ha basado, y su descripción en las fuentes hacen hincapié en sus ojos pequeños y penetrantes, su gran cabeza y su escaso cabello, que disimulaba su peinado

A la izquierda, un busto de Julio César; a la derecha, la reconstrucción del rostro que tendría el militar que ha llevado a cabo el Museo de Leiden

Fuente: David Hernández de la Fuente  |  LA RAZÓN
30 de junio de 2018

Un equipo de arqueólogos del Museo Nacional de Antigüedades de Leiden ha reconstruido el que dicen que es el rostro de Gayo Julio César, el gran estadista y escritor romano. Su imagen en monedas y bustos, en la que se ha basado, y su descripción en las fuentes hacen hincapié en sus ojos pequeños y penetrantes, su gran cabeza y su escaso cabello, que disimulaba su peinado. Desde pronto circularon leyendas, de todo tipo y gran fortuna, sobre su persona, como la que le hacía provenir nada menos que del héroe Eneas, hijo de la diosa Venus.

Otras hablan del origen de su nombre familiar (Caesar) y afirman que el nombre de la «cesárea» deriva de él, pues nació por este procedimiento: lo reproduce incluso el prestigioso «Oxford English Dictionary» en su explicación «sub voce» de este vocablo. Según Plinio el viejo, el nombre se debía a un ancestro que nació de cesárea («caesum» es participio del verbo «caedere», «cortar»). Pero hubo otras explicaciones del nombre, que recoge la «Historia Augusta», debidas a características físicas como el pelo o los ojos. La que quizá le gustó más al propio César relacionaba su nombre con la voz «caesai», «elefante» en púnico, animal que figuraba en la primera moneda que acuñó el general romano. Tal vez algún antepasado mató o poseyó un elefante, o quisiera César identificarse con él como símbolo.

En todo caso, la importancia del nombre propio «César» vino siglos después al convertirse en nombre común para emperadores y perpetuarse en el germánico Kaiser o el eslavo Zar. Pero la relación de su nombre con la cesárea se popularizó tanto que ya en el medievo cundió la leyenda de que el general había nacido por este procedimiento. Ahora los arqueólogos que han recreado su rostro –presentado por Tom Buijtendorp– achacan su cráneo abombado a un posible problema durante su nacimiento, quizá esa traumática intervención, que lo habría deformado. Pero es imposible que hubiera nacido por cesárea: este procedimiento, conocido desde la China y la India antiguas, solo se practicaba en la antigüedad a mujeres que morían en el parto. La primera cesárea sobre una mujer viva se practicó en la edad moderna y ciertamente presupone avances médicos que no existían en la antigua Roma.

Aurelia Cotta, madre de César, sobrevivió a su parto, como señalaba ya Plinio, conque César no nació por cesárea, pese al «Oxford English Dictionary» y a esta tesis aventurada sobre su cráneo. Por lo demás, su rostro no deja de ser una interesante reconstrucción que bien pudiera acercarse a su realidad histórica.

 

30 junio 2018 at 8:43 am Deja un comentario

Una reconstrucción de la cabeza de César revela su forma extraordinaria

Permite tener una idea de cómo era la cara y las proporciones del cráneo del dictador romano.

Wikipedia / Karl Theodor von Piloty Murder of Caesar 1865

Fuente: RT Actualidad
24 de junio de 2018

Este viernes fue mostrada al público una representación de la cabeza de Cayo Julio César en los Países Bajos, en el marco de la promoción del nuevo libro sobre el líder romano escrito por el arqueólogo Tom Buijtendorp, informó el Museo Nacional de Antigüedades neerlandés. La reconstrucción revela la forma extraordinaria de la cabeza de César.

En el 2017 Buijtendorp tuvo la idea de recrear la cabeza de César a través de un busto de mármol del dictador romano, que se encuentra en ese museo.

La arqueóloga y antropóloga Maja d’Hollosy ayudó a hacer realidad la reconstrucción, que se realizó sobre la base de un escáner 3D de la citada obra. La escultura, que está bastante dañada, fue complementada agregando partes desaparecidas, como la nariz y la barbilla, sobre la base de una segunda obra sobre Julio César: el busto de Tusculum. Este busto fue hallado en la antigua ciudad de Tusculum, al sur de Roma, y se encuentra en el Museo Arqueológico de Turín.

 

24 junio 2018 at 1:17 pm Deja un comentario

Cicerón, el asesinato del último defensor de la República de Roma

En el año 43 a.C., dos sicarios de Marco Antonio asesinaron al orador de 64 años mientras viajaba en su litera como venganza por la muerte de Julio César

Marco Tulio Cicerón
Abogado, político y filósofo, Cicerón ha pasado a la historia por su defensa de los valores republicanos. Busto. Galería de los Ufizi, Florencia.

FOTO: Scala, Firenze

Fuente: José Miguel Baños  |  National Geographic
12 de junio de 2018

Marco Tulio Cicerón ha pasado a la historia por su defensa de los valores de la República romana y su crítica a Julio César, a quién veía como un tirano. Esos ideales le costaron la vida cuando, tras el asesinato del dictador en el año 44 a.C., Marco Antonio se hizo con el control del Senado y desató una purga entre sus enemigos. Al año siguiente, dos sicarios del antiguo lugarteniente de César asesinaron al viejo político republicano y le cortaron la cabeza y las manos para exhibirlas en los Rostra.

El viejo orador regresa a Roma

En 48 a.C., Cicerón, de casi 60 años –edad en la que a ojos de los romanos un hombre era ya un anciano– estaba convencido de que su carrera política había llegado a su fin. Lejos quedaban sus días de gloria como abogado y azote de políticos corruptos y de enemigos del Estado, como Catilina, el patricio cuya conspiración había desenmascarado ante el Senado quince años antes. Había asistido impotente al ascenso de Pompeyo y Julio César, generales y jefes de partido que acabarían enzarzados en una guerra civil para alcanzar el poder. Cicerón criticó a ambos, sobre todo a César, por sus ambiciones casi monárquicas, contrarias al viejo ideal republicano que él mismo defendía. Tras la victoria de César sobre su rival, el orador regresó a Roma, pero apenas participó en la vida política: si en algún momento creyó que César podía restaurar la República, la realidad de los hechos desvaneció cualquier esperanza a medida que el dictador fue acumulando en su persona un poder casi absoluto.

El ostracismo político de Cicerón coincidió también con un momento personal difícil. Al poco de su regreso a Roma, a comienzos de 46 a.C., se divorció de su esposa Terencia tras treinta años de matrimonio. La mujer había dilapidado gran parte de la hacienda familiar en dudosas inversiones, lo que llevó a Cicerón a contraer un nuevo matrimonio con Publilia, una joven de buena familia de la que, sin embargo, se divorció a los seis meses. Por si esto fuera poco, a mediados de febrero del año 45 a.C., murió su hija Tulia, que acababa de divorciarse de Dolabela, un estrecho colaborador de César, y había dado a luz en enero a un hijo que también moriría poco después. A consecuencia de todos estos hechos, Cicerón cayó en una grave depresión.

Demasiados sinsabores y desgracias, que el viejo senador intentó superar, como en otros momentos de su vida, refugiándose en sus aficiones literarias. Cicerón se entregó a una actividad frenética y absorbente a la vez, ocupado en la redacción de algunas de sus obras retóricas más importantes (Bruto y El orador, por ejemplo) y, sobre todo, acometió el ambicioso proyecto de presentar la filosofía griega en latín y de forma accesible al público romano.

Mientras Cicerón se encontraba recluido en sus fincas de Astura, Túsculo, Puteoli o Arpino, un grupo de conjurados organizaba el atentado que costaría la vida a Julio César. Pese a que estaban estrechamente unidos al orador –muy especialmente Marco Bruto, sobre quien Cicerón había ejercido una decisiva tutela intelectual–, no le informaron de sus planes, quizá porque sabían de su carácter dubitativo y su renuencia a acometer acciones violentas. Cicerón estaba presente en la sesión del Senado de los idus de marzo del año 44 a.C. en la que César fue asesinado a puñaladas. Su reacción fue una mezcla de sorpresa y horror, pero también de alegría contenida: en su correspondencia privada y en los discursos que después dirigirá contra Marco Antonio –las Filípicas–, el orador manifestó su orgullo por que Bruto, al levantar el puñal que había clavado en el cuerpo de César, gritara el nombre de Cicerón como invocación por la libertad recuperada.

Guerra contra Marco Antonio

La alegría indisimulada de Cicerón por la muerte de César fue fugaz, pues fue Marco Antonio quien acabó controlando la situación en Roma: en las honras fúnebres del dictador inflamó a la muchedumbre y la lanzó contra los asesinos de su líder. Temiendo por sus vidas, Bruto y Casio abandonaron Roma.

Cicerón, obligado también a dejar la ciudad, lamentó en tonos cada vez más amargos la inactividad de «nuestros héroes» –los conjurados–, su falta de decisión desde el día mismo del asesinato de César, su incapacidad para enfrentarse a Marco Antonio y su falta de planes para el futuro. En cambio, él no estaba dispuesto a rendirse. Convencido de que se dirimía la supervivencia misma de la República, decidió erigirse en el líder del Senado en una lucha a muerte contra Marco Antonio. Como si no tuviera ya nada que perder, frente a las dudas y falta de decisión en otros momentos de su vida, Cicerón se mostró en todo momento implacable con Antonio y abogó por acciones mucho más drásticas y violentas que los propios cabecillas de la conjura, quienes, a juicio de Cicerón, habían actuado con el valor de un hombre, pero con la cabeza de un niño.

Convencido de que la supervivencia de la República estaba en juego, Cicerón se erigió en el líder del Senado en su lucha contra Marco Antonio

Aun así, cuando poco después Décimo Bruto, otro de los conjurados, desafió a Antonio desde la Galia Cisalpina, poniendo a los romanos ante la amenaza de una nueva guerra civil, Cicerón tuvo un momento de desfallecimiento. Todo le parecía perdido; la República –confesaba en una carta a su amigo Ático– era «un barco completamente deshecho, o mejor, disgregado: ningún plan, ninguna reflexión, ningún método». Desesperanzado, decidió abandonar Italia y dirigirse a Grecia. Pero no llegó a realizar este viaje, pues un inoportuno temporal lo impidió cuando ya había embarcado.

Entonces Cicerón recapacitó y decidió volver a Roma. Había recibido noticias alentadoras de que la situación estaba volviendo a cauces más tranquilos, pues Marco Antonio parecía dispuesto a renunciar a su exigencia de que Décimo Bruto le entregara la Galia Cisalpina. Además, el orador pensó que, ante la inacción de los conjurados, podría utilizar a un joven de 18 años, recién estrenado en política, como ariete en su enfrentamiento con Marco Antonio.

Octaviano entra en escena

Este joven era Gayo Octavio, nieto de una hermana de Julio César, al que el dictador había nombrado heredero en su testamento. Octavio recibió la noticia del asesinato de César mientras estaba en Apolonia (en la actual Albania), y enseguida emprendió viaje para desembarcar en Brindisi, en el sur de Italia. Una vez allí, intentó ganarse la confianza de los veteranos de las legiones cesarianas, pero también de personajes influyentes como Cicerón. Por eso, en su marcha hacia Roma se detuvo a entrevistarse con el orador en su villa de Puteoli. Allí lo colmó de atenciones, consciente de que su apoyo podía serle útil en sus planes políticos.

Cicerón se sintió halagado al ver a ese joven «totalmente entregado a mí», y se convenció de que podría utilizarlo como freno a la ambiciones de Marco Antonio. Así, cuando se enteró de que, en ausencia de Antonio, Octaviano se había presentado en Roma con los veteranos de dos legiones para hablar ante el pueblo y reivindicar sus derechos, Cicerón se mostró feliz porque, como le cuenta a su amigo Ático, «ese muchacho le ha dado una buena paliza a Antonio». El propio Octaviano lo convenció para que regresara a Roma y, con su liderazgo, encabezase la lucha contra Marco Antonio. Ya en la ciudad, Cicerón aprovechó la marcha de Marco Antonio camino de la Galia Cisalpina para, a través de sus Filípicas, convencer a los nuevos cónsules, Hircio y Pansa, de que le declarasen la guerra abiertamente.

Esta enérgica actitud contrastaba con el deseo de parte del Senado de agotar las vías negociadoras e intentar convencer a Antonio de que abandonase el asedio de la ciudad de Módena, donde Décimo Bruto resistía a duras penas a la espera de las tropas del Senado. Éstas llegaron unos meses después, y en unión con las fuerzas de Octaviano obtuvieron dos victorias decisivas sobre Antonio. Al llegar la noticia se desató la euforia en Roma y Cicerón, el gran vencedor del momento, fue llevado en triunfo desde su casa al Capitolio y desde allí al Foro, a los Rostra, la tribuna de los oradores desde la que se dirigió, exultante, al pueblo romano.

Sin embargo, la alegría de Cicerón fue de nuevo efímera. Marco Antonio logró salvar parte de sus legiones y pronto estableció una alianza con Lépido, gobernador de la Galia Narbonense. Además, Octaviano, en lugar de perseguir a Antonio, decidió reclamar para sí el consulado y, cuando el Senado se negó, no dudó en atravesar el Rubicón, como hiciera su padre adoptivo César, y marchar sobre Roma con sus legiones. Impotentes, los senadores se vieron obligados a claudicar. Cicerón veía cómo de nuevo un jefe militar se aprovechaba del poder de sus tropas para pisotear la legalidad republicana. Además, Octaviano tenía motivos para recelar de Cicerón, pues había llegado a sus oídos que el orador parecía conspirar contra él: «El muchacho [Octaviano] debe ser alabado, honrado y eliminado» (laudandum adulescentem, ornandum, tollendum), decía en privado.

La huida de Cicerón

Abatido y conocedor de que la causa de la República se encontraba ya definitivamente perdida, Cicerón se retiró a sus fincas del sur de Italia. Desde allí contempló, impotente, el acercamiento de Octaviano a Lépido y Marco Antonio y la constitución del denominado segundo triunvirato. Este acuerdo no sólo era un revés político para Cicerón, sino que también lo amenazaba personalmente. En efecto, los triunviros confeccionaron una amplia lista de senadores y caballeros a los que se condenó a muerte y a la confiscación de sus bienes. La sed de venganza hizo que en esa lista no se respetaran siquiera los lazos familiares: Lépido sacrificó a su propio hermano Paulo, y Antonio, a su tío Lucio César. En el caso de Cicerón, fue Octavio quien finalmente cedió ante el vengativo Antonio. Así lo cuenta Plutarco: «La proscripción de Cicerón fue la que produjo entre ellos las mayores discusiones por cuanto Antonio no aceptaba ninguna propuesta si no era Cicerón el primero en morir […]. Se cuenta que Octaviano, después de haberse mantenido firme en la defensa de Cicerón durante dos días, cedió por fin al tercero abandonándole a traición».

Cicerón se encontraba en su villa de Túsculo acompañado de su hermano Quinto cuando supo que ambos estaban en la primera lista de proscritos. Angustiados, partieron de inmediato hacia la villa de Astura para desde allí navegar a Macedonia y reunirse con Marco Bruto, pero en un momento dado Quinto volvió sobre sus pasos para recoger algunas provisiones para el viaje. Delatado por sus esclavos, fue asesinado pocos días después junto con su hijo. Cicerón, ya en Astura, presa de la angustia y de las dudas, consiguió un barco, pero, después de navegar veinte millas, desembarcó y para sorpresa de todos caminó unos treinta kilómetros en dirección a Roma para volver de nuevo a su villa de Astura y desde allí ser conducido, por mar, a su villa de Formias, donde repuso fuerzas antes de emprender la travesía final a Grecia.

El asesinato

Demasiadas dudas. Demasiado tarde. Al enterarse de que los soldados de Antonio estaban a punto de llegar, Cicerón se hizo llevar a toda prisa, a través del bosque, hacia el puerto de Gaeta para embarcar de nuevo. Los soldados hallaron la villa vacía, pero un esclavo llamado Filólogo les mostró el camino tomado por Cicerón. Era el 7 de diciembre de 43 a.C. Plutarco describió así el momento: «Entretanto llegaron los verdugos, el centurión Herenio y el tribuno militar Popilio, a quien en cierta ocasión Cicerón había defendido en un proceso de parricidio […]. Cicerón, al darse cuenta de que Herenio se acercaba corriendo por el camino que llevaba, ordenó a sus esclavos que detuvieran allí mismo la litera. Entonces, llevándose, como era su costumbre, la mano izquierda a su mentón, miró fijamente a sus verdugos, sucio del polvo, con el cabello desgreñado y el rostro desencajado por la angustia, de modo que la mayoría se cubrió el rostro en el momento en que Herenio lo degollaba; y lo hizo después de alargar el mismo Cicerón el cuello desde la litera. Tenía 64 años. Por orden de Antonio le cortaron la cabeza y las manos con las que había escrito las Filípicas». Una cabeza y unas manos que Antonio ordenó exponer como trofeos, para que todo el mundo en Roma pudiera contemplarlos, sobre los Rostra, la misma tribuna de los oradores desde la que pocos meses antes Cicerón había sido aclamado por la multitud.

Stefan Zweig, que no sin razón dedica a Cicerón el primero de sus Momentos estelares de la humanidad, concluye su relato de este modo: «Ninguna acusación formulada por el grandioso orador desde esa tribuna contra la brutalidad, contra el delirio de poder, contra la ilegalidad, habla de modo tan elocuente en contra de la eterna injusticia de la violencia como esa cabeza muda de un hombre asesinado. Receloso, el pueblo se aglomera en torno a la profanada Rostra. Abatido, avergonzado, vuelve a apartarse. Nadie se atreve –¡Es una dictadura!– a expresar una sola réplica, pero un espasmo les oprime el corazón. Y, consternados, bajan los ojos ante esa trágica alegoría de su República crucificada».

Para saber más

Cicerón. Anthony Everitt. Edhasa, Barcelona, 2007.

Discursos contra Marco Antonio. Marco Tulio Cicerón. Cátedra, Madrid, 2001.

Dictator. Robert Harris. Grijalbo, Barcelona, 2015.

 

El foro romano
Cicerón pronunció algunos de sus discursos más famosos en este lugar, centro político de la ciudad. En primer término, las tres columnas del templo de Cástor y Pólux, y al fondo, el arco de Septimio Severo.

FOTO: Massimo Ripani / Fototeca 9×12

 

Regreso a Roma
Esta pintura de Francesco di Cristofano, que decora la Villa Medicea en Poggio a Caiano, ilustra la vuelta de Cicerón a Roma en 57 a.C., tras el exilio impuesto por Clodio, tribuno de la plebe aliado de César.

FOTO: Erich Lessing / Album

 

Las armas del escritor
Tablilla de cera, punzón y tintero de bronce del siglo I a.C. procedentes de Pompeya. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

FOTO: Oronoz / Album

 

La ira de Fulvia
Según Dion Casio, la enfurecida esposa de Marco Antonio cogió la cabeza de Cicerón y «escupiéndole enfurecida, le arrancó la lengua y la atravesó con los pasadores que utilizaba para el pelo».

FOTO: BPK / Scala, Firenze

 

Julio César, el tirano
Cicerón creía que Julio César era un tirano que había traicionado los valores republicanos que el orador defendía. Busto del dictador del siglo I a.C.

FOTO: DEA / Album

 

De Octaviano a Augusto
El heredero de César se valió de Cicerón para afianzar su posición en la lucha de poder en Roma. Este camafeo incrustado en la llamada Cruz de Lotario muestra la efigie de Octaviano, convertido ya en el emperador Augusto.

FOTO: Erich Lessing / Album

 

La muerte del dictador
Este óleo de George Edward Robertson recrea las exequias de César, que Marco Antonio capitalizó para volver al pueblo contra los conspiradores y presentarse como el nuevo hombre fuerte de Roma.

FOTO: Bridgeman / ACI

 

Residencia estival
Situado a 25 kilómetros de Roma, el municipio de Túsculo acogía las villas rústicas de ciudadanos romanos ricos, entre ellas la de Cicerón. En la imagen, el pequeño teatro de la localidad.

FOTO: M. Scataglini / AGE Fotostock

 

Pacto entre Marco Antonio y Octaviano
Este cistóforo de plata fue acuñado en Éfeso para conmemorar la boda entre Marco Antonio y Octavia, la hermana de Octaviano. Museo Británico, Londres.

FOTO: Scala, Firenze

 

Contra Marco Antonio
Cicerón lanzó contra Marco Antonio una serie de duros discursos, las Filípicas. Portada de una de las copias de la obra, siglo XV.

FOTO: Bridgeman / ACI

 

Marco Junio Bruto
El joven protegido de Julio César fue uno de los conspiradores que lo apuñaló durante los idus de marzo. Busto del siglo II. Museo del Hermitage, San Petersburgo.

FOTO: Scala, Firenze

 

El gran escenario
La tribuna de los Rostra, en el foro romano, era el lugar desde donde los oradores se dirigían al pueblo. Aquí expuso Antonio la cabeza y las manos de Cicerón tras su muerte.

FOTO: Scala, Firenze

 

El asesinato
Este óleo de François Perrier recrea el momento en que, tras interceptar con sus hombres la litera de Cicerón, Herenio se dispone a decapitarlo. Siglo XVII. Museo Estatal, Bad Homburg.

FOTO: AKG / Album

 

12 junio 2018 at 7:24 pm Deja un comentario

El aceite, artículo multiusos de los romanos

En la antigua Roma, el aceite de oliva se utilizaba para aliñar los platos, iluminar las casas o cuidarse la piel en las termas

Una factoría aceitera romana. El método de extracción del aceite de oliva era totalmente manual e implicaba un enorme esfuerzo físico. En este dibujo se muestran los diversos sistemas de molienda de la aceituna para la obtención del aceite, en los que participaba mano de obra esclava, en algunos casos ayudada por animales de carga. Ilustración: Inklink Musei – Sovrintendenza Archeologica di Firenze

Fuente: María José Noain  |  NATIONAL GEOGRAPHIC
14 de mayo de 2018

«Hay dos líquidos que son especialmente agradables para el cuerpo humano: el vino por dentro y el aceite por fuera. Ambos son los productos más excelentes de los árboles, pero el aceite es una necesidad absoluta, y no ha errado el hombre en dedicar sus esfuerzos a obtenerlo». No erraba Plinio el Viejo al expresarse de este modo en su Historia natural: el aceite de oliva fue un producto indispensable para la vida diaria de los antiguos romanos, que no sólo lo usaban como ingrediente en la cocina, sino también como combustible para la iluminación y como un higiénico ungüento en las termas. No es extraño que en torno a él se desarrollara toda una industria de producción, comercialización y transporte.

La elaboración de aceite en la antigua Roma vino de la mano de fenicios y griegos, aunque fueron los romanos quienes lo produjeron a gran escala y lo convirtieron en algo consumido habitualmente por todas las clases sociales. El aceite se obtenía en las villas, explotaciones agrícolas de carácter rural que también solían cultivar cereal y elaborar vino.

Producción y categorías

Tras su recolección, la aceituna se almacenaba en el tabulatum, una estancia con un suelo impermeabilizado y ligeramente inclinado sobre el que se depositaba la aceituna para que soltara el alpechín. Este líquido oscuro y maloliente, según nos narra el mismo Plinio, podía ser empleado como insecticida, herbicida y fungicida.

Tras este paso, se procedía a la molienda. Los distintos mecanismos que se empleaban molían las aceitunas sin romper el hueso, puesto que se consideraba que éste daba mal sabor al aceite. El sistema de molienda más común era el trapetum. Este gran molino se componía de una zona fija denominada mortarium y de dos piedras semiesféricas llamadas orbis, que dos hombres hacían girar sobre el mortarium empujando un eje horizontal. Así se obtenía una pasta de aceitunas que se sometía al prensado en una habitación conocida como torcularium. En este espacio se encontraba la prensa (llamada también, por extensión, torcularium), un complejo mecanismo capaz de someter la pasta a una gran presión. El aceite así obtenido se decantaba en grandes vasijas globulares de cerámica llamadas dolia, que solían estar semienterradas, y luego se almacenaba en ánforas en la llamada cella olearia.

El oleum omphacium, el de mejor calidad, se extraía de las aceitunas aún verdes y se elaboraba en septiembre

Según su calidad, el aceite se dividía en tres tipos. El oleum omphacium, el de mejor calidad, se extraía de las aceitunas aún verdes y se elaboraba en septiembre. Se destinaba principalmente a las ofrendas religiosas y la fabricación de perfumes que, siglos antes de la incorporación del alcohol, utilizaban el aceite como base. En palabras de Plinio, «el mejor [aceite] de todos lo da la aceituna verde y que aún no ha empezado a madurar; éste es de un sabor excelente. Cuanto más madura es la aceituna tanto más grasiento y menos agradable es el jugo». El oleum viride se elaboraba en diciembre, con aceitunas que variaban entre el verde y el negro. Era un aceite más suave y afrutado. Por último, el oleum acerbum se fabricaba con las aceitunas que habían caído al suelo y por este motivo era de inferior calidad.

La categoría intermedia, es decir, el oleum viride, que era el más empleado en gastronomía, podía dividirse a su vez en tres variedades según su calidad: el oleum flos era el aceite virgen obtenido con la primera presión, que podríamos equiparar a nuestro aceite virgen extra; el oleum sequens era un aceite de calidad inferior, ya que se obtenía con una segunda presión, más intensa, y por último, el oleum cibarium, el más ordinario de los tres, provenía de las siguientes prensadas.

Aceite en todos los platos

Como ocurre hoy en día en la denominada «dieta mediterránea», el aceite era un elemento fundamental de la alimentación romana. Apicio, en su célebre recetario De re coquinaria, nombra el aceite en más de trescientas recetas. Podía usarse tanto para aliñar como para condimentar, cocinar y freír. Además era un ingrediente básico en la preparación de salsas; aunque éstas variaban según el tipo de alimento al que acompañaban, todas tenían en común el aceite. Por ejemplo, para la carne hervida Apicio recomienda una salsa blanca compuesta de «pimienta, garum, vino, ruda, cebolla, piñones, vino aromático, un poco de pan macerado para espesar y aceite». Además, antes de servir un plato en la mesa, fuera a base de pescado, carnes, verduras o legumbres, era frecuente rociarlo con unas gotas de aceite. Éste tenía igualmente cabida en la repostería. Apicio nos da la fórmula de un «plato que puede usarse como dulce»: «Tostar piñones, nueces peladas; mezclar con miel, pimienta, garum, leche, huevos, un poco de vino puro y aceite».

Una receta dulce de Apicio decía: «Tostar piñones, nueces peladas; mezclar con miel, pimienta, garum, leche, huevos, un poco de vino puro y aceite»

Un indicativo de la importancia del aceite en la dieta romana es que Julio César lo incorporó a la annona, abastecimiento gratuito de grano que se entregaba al ejército para su manutención. A partir de entonces, la demanda de aceite se incrementó en gran manera. La presencia de este producto entre los soldados acantonados en la frontera norte del Imperio indica que los pueblos del centro y norte de Europa lo fueron incorporando a su dieta.

Ungüentos y perfumes

El aceite tenía otras utilidades fundamentales en la vida cotidiana de los romanos. Por un lado, se empleaba como combustible para la iluminación. Los romanos utilizaban lucernas fabricadas a molde y huecas que se llenaban con el aceite de oliva de peor calidad. Éste empapaba una mecha de fibras vegetales, como lino hilado o papiro, que de este modo podía mantenerse largo tiempo encendida.

El aceite se utilizaba también como ungüento; de ahí justamente la frase de Plinio «el vino por dentro y el aceite por fuera». Los que practicaban ejercicio físico en las termas se ungían el cuerpo con aceite antes de entrenarse en la palestra o gimansio. De esta forma protegían su piel del sol y la hidrataban. Tras el entrenamiento se limpiaban el cuerpo con un estrígilo, una herramienta curvada de bronce que les permitía quitarse la capa de aceite, polvo y sudor acumulada. Aunque cueste creerlo, esta mezcla era muy cotizada y los directores de los gimnasios la vendían para usos medicinales. Como explicaba Plinio, «es conocido que los magistrados que estaban a su cargo [de la palestra] llegaron a vender las raspaduras del aceite a ochenta mil sestercios». El equipo del deportista incluía, por tanto, uno o varios estrígilos y un pequeño frasco, también de bronce o vidrio, donde guardar el aceite.

No sólo los deportistas lo utilizaban; el aceite también se aplicaba como un hidratante corporal y como ungüento para curar heridas. En medicina podía usarse solo o como excipiente, y se prescribía para tratar úlceras, calmar los cólicos o bajar la fiebre. Los unguenta, modalidad de aceite perfumado asociado con la cosmética y la perfumería, se extendieron entre la sociedad romana a partir del siglo II a.C. No sólo tenían como base el aceite de oliva, sino que también podían emplear otras modalidades como el aceite de almendra, de laurel, de nueces o de rosas. A los difuntos también se los ungía con estos aceites perfumados, de ahí que los pequeños ungüentarios de vidrio fueran un objeto habitual en los ajuares funerarios.

Factoría de producción de aceite de oliva en el norte de África. En el espacio central, o «torcularium», se encuentran las prensas para elaborarlo. La provincia de la Bética, la actual Andalucía, se convirtió durante el Alto Imperio en el centro más importante de producción de aceite. Según Plinio, sólo el procedente de Histria (actual Croacia) y el aceite licinio, originario de la Campania italiana, superaban en calidad al aceite andaluz. Desde las ciudades béticas se exportaba a todo el Imperio, tanto para abastecer al ejército como a la propia Roma. A partir de Augusto, el emperador pasó a controlar la producción del aceite bético, marcando asimismo el precio de mercado. Era un comercio que iba de la mano de las salazones de pescado,  que también contaban en la zona andaluza con un importante foco de producción. Durante el Bajo Imperio, África se erigió como otro importante centro de producción de aceite, compitiendo directamente con la Bética. Foto: Acuarela de Jean-Claude Golvin. Musée départemental Arles antique. © éditions errance

 

Recogida de la aceituna. Museo Arqueológico, Córdoba. Dieta de olivas. Las aceitunas eran un alimento muy difundido en Roma. En su tratado sobre las labores agrícolas, Catón el Viejo recomendaba a los terratenientes conservar las olivas que caían espontáneamente del árbol y usarlas como alimento de los esclavos. Foto: Prisma / Album

 

Ánforas especiales. Para comercializar y transportar el aceite se usaban ánforas. En el caso de la Bética, se empleaba un tipo de ánfora olearia llamada Dressel 20 (como la de la imagen), caracterizada por su forma globular y cuello corto, menos estilizada que las usadas para el vino o las salazones de pescado. Se han localizado cerca de un centenar de alfares a orillas del Genil y Guadalquivir. Foto: Prisma archivo

 

Mosaico del siglo III. Dos esclavos manejan una  prensa para machacar las aceitunas. Museo de Saint-Romain-en-Laye. Foto: Dea / Scala, Firenze

 

Bronce del siglo I. Lucerna en forma de máscara de comedia. Las lucernas eran huecas y se llenaban con aceite de mala calidad que empapaba una mecha. Museo de Rabat. Foto: Dea / Album

 

14 May 2018 at 4:53 pm 1 comentario

¿Sabías que a Julio César lo llamaban “la Reina de Bitinia”?

Fuente: National Geographic en Español
15 de febrero de 2018

El grandioso líder político y militar romano Julio César (100 a.C. – 44 a.C.) era un hombre de absoluta belleza. Sometido a un intenso entrenamiento físico, era delgado, viril, y muy fuerte, montaba a pelo e incluso decían que era capaz de guiar al caballo con los brazos atados a la espalda. Todo esto lo convertía en una figura interesante para el público femenino de la Antigua Roma.

Sin embargo, aunque tenía éxito con las mujeres, recordemos que conquistó a la bella Cleopatra, reina de Egipto, los rumores sobre su supuesta relación homosexual con el rey Nicomedes IV de Bitinia lo sacaban de quicio. Por toda la ciudad de Roma también se hablaba constantemente de su amorío con un prefecto y con un tal Rufio, a quien los historiadores llamaron “el amante licencioso”.

En Roma existían muchos rumores sobre las parejas sentimentales de Julio César.

Busto de Julio César en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

El hermoso joven vestía ropas llamativas, usaba zapatos rojos, una sortija de oro con la efigie de su madre original, Venus, y una túnica provista de largos flecos. Para ridiculizarlo, los enemigos de César lo llamaban “la Reina de Bitinia” y décadas después sus legionarios todavía se burlaban de la siguiente manera:

César conquistó la tierra gala, pero Nicomedes conquistó a César.

Suetonio dice textualmente: “En el cuidado corporal era casi un exquisito, no sólo se hacía rasurar y cortar el cabello meticulosamente, sino que, al decir de algunos, también se hacía arrancar uno por uno los pelos de todo el cuerpo“. Él era ridiculizado por su distinción, su elegancia y su peculiar delicadeza.

Esta escultura de Julio César es de Nicolas Coustou.

Julio César fue un Militar y político cuya dictadura puso fin a la República en Roma. Él murió asesinado el 15 de marzo del año 44 a. C. por una conspiración dirigida por Casio y Bruto (senadores romanos), quienes alegaron que era un tirano.

 

16 febrero 2018 at 8:34 am Deja un comentario

Martin Scorsese prepara una serie sobre la Antigua Roma

El director estadounidense Martin Scorsese.  / LARS NIKI

Fuente: Álex Sotillos El Periódico
13 de febrero de 2018

El prestigioso director estadounidense Martin Scorsese y Michael Hirst, creador del exitoso drama televisivo Vikings, de History Channel, están preparando una nueva producción de carácter épico, The Caesars, serie que se centrará en el poder y la estructura política de la antigua Roma.

La ficción, que empieza cuando un joven Julio César llega al poder, se producirá en Italia, se prevée que se estrene en el 2019 en History Channel y se prolongue su trama durante varias temporadas.

Hirst ha comentado que Scorsese es «un absoluto apasionado de los romanos», y desea crear un drama televisivo sobre la antigua civilización romana desde hace años. «Él ama realmente aquella época y sabe mucho al respecto. Llamó por teléfono a Justin Pollard, mi consejero sobre historia, y charlaron parcialmente en latín sobre las fuentes de las historias y la poesía romana», añadió.

Según el creador de VikingsThe Caesars se centrará fundamentalmente en las vivencias de Julio César durante su juventud, detallando aspectos que no han sido tratados correctamente en el mundo del cine y la televisión.

‘Vikings’, la serie estrella de Hirst

En Estados Unidos, Vikings llegó a obtener una audiencia de ocho millones de espectadores por episodio. Hasta el momento, la serie cuenta con 90 capítulos. La web IMDb actualmente la posiciona como la número uno del mundo, mientras que la mítica Juego de Tronos ocupa el quinto lugar.

Hirst ha comentado que su obra ha llegado a todo el mundo y es valorada especialmente “donde realmente llegaron los vikingos, que es a muchos lugares”. Prueba de ello es que el vigilante de un museo de barcos vikingos en Oslo le dijo, según afirma el autor, “Tengo que agradecerles que vienen el doble de personas debido a su serie. Habéis revitalizado por completo el estudio de los vikingos”.

 

 

14 febrero 2018 at 9:17 pm Deja un comentario

Julio César y las supersticiones de Roma

Decir «Salud» al estornudar, entrar en una habitación siempre con el pie derecho o romper un cordón eran algunos de los símbolos supersticiosos de la antigua Roma. Algunos de ellos se heredaron en las civilizaciones posteriores e incluso todavía siguen vigentes en la actualidad

Fuente: JESÚS CALLEJO > Madrid  |  Cadena SER
8 de febrero de 2018

No deja de sorprender que una ciudad-estado como era la antigua Roma, todo un imperio extendido por medio mundo gracias a su poder militar, fuera tan supersticioso como el que más.

En eso no era único ni original. Muchas de sus prácticas mágicas estaban influidas por los griegos, por los etruscos y los caldeos. Es sabido la afición que tenían los romanos de consultar a augures, arúspices y oráculos, prácticas que se incrementaron cuando pasaron de ser una austera República y se convirtieron en Imperio. Los emperadores o césares se creyeron divinos y vitalicios, rindiéndoseles un culto que iba más allá del mero aspecto político. Eso tenía su contrapartida: cualquier desastre militar -o incluso de la naturaleza- se le imputaba a la debilidad del soberano. Al emperador Nerón le achacaron el origen del terremoto ocurrido en la Italia meridional, aparte de algún que otro incendio de sobra conocido.

Cualquier persona que tuviera un sueño profético atinente a la suerte del Estado podía comunicárselo al Senado. Julio César creía en los vaticinios, aunque no los hizo mucho caso en los momentos finales de su vida, Tiberio se rodeó de varios astrólogos y Septimino Severo anotaba cuidadosamente los oráculos que se referían a su persona. Hubo una época en que los adivinos se hicieron imprescindibles hasta que fueron prohibidos por los emperadores cristianos.

Diversos autores latinos se encargaron de darnos a conocer estas múltiples supersticiones romanas. Una obra poco conocida de Cicerón (106-43 a.C.), titulada De Adivinatione, recoge algunas de estas creencias: «El tropezar, romper un cordón y estornudar tienen un significado supersticioso digno de atención». Ovidio, en los Fastos, asegura: «si los proverbios tienen alguna importancia para tí, la gente dice que no es bueno para las esposas que se casen en mayo».

Pero, sin duda, fue el escritor y historiador latino Plinio el Viejo (23-79 d.C.) el que se encargó de recopilar muchas de las supersticiones que practicaron los romanos y que luego, durante la Edad Media, pasaron a la cultura occidental. Su sobrino, Plinio el Joven, también se dedicó a esta clase de recopilaciones en su Epistolario, aunque con menos empeño. Hay algunas, tan conocidas hoy en día, como entrar en una habitación siempre con el pie derecho (ya mencionada por Petronio) o el exclamar «¡Salud!» cuando alguien estornuda en nuestra presencia (algo que exigía el emperador Tiberio) o bien el llevar consigo una pata de liebre o de conejo como amuleto para aliviarse de ciertas enfermedades o ahuyentar la mala suerte.

En su Historia Natural (enciclopédica obra compuesta por 37 libros sobre distintos aspectos del mundo de la naturaleza), Plinio el Viejo recoge creencias y supersticiones sobre los asuntos y objetos más variopintos, que van desde los alfileres («tener varios alfileres que se hayan cogido de una tumba clavados en el umbral de una puerta es una protección contra las pesadillas nocturnas») hasta los nudos («Para curar las fiebres se suele poner una oruga en un trozo de lino con un hilo pasado tres veces alrededor y atado con tres nudos, repitiendo a cada nudo la razón por la que el mago realiza la operación»).

Se sabe que portaban toda clase de amuletos y que una de las supersticiones más extendidas era la utilización de tablillas (generalmente de plomo) donde aparecían los nombres a los que se quería hacer daño y que luego eran utilizados en un conjuro mágico.

Lo bueno, o lo malo, es que muchas de esas supersticiones las hemos heredado también nosotros…

 

9 febrero 2018 at 2:49 pm Deja un comentario

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