Historias de amor y guerras en el puente Milvio

14 diciembre 2011 at 8:57 pm Deja un comentario

Las autoridades romanas echan el candado a los «candados del amor» del puente Milvio. Los jóvenes romanos y los turistas que visiten la ciudad no podrán ya en adelante seguir con el ritual de enganchar un candado a una de las farolas del puente y tirar la llave al Tíber como símbolo de su amor eterno. La tradición se había impuesto tras una escena de la película de 2.006 Ho voglia di te (Tengo ganas de ti), basada en un libro del italiano Federico Moccia, en la que los protagonistas hacían esto mismo. Los candados, según las autoridades, afean y deterioran el puente; y además es una cuestión de seguridad, ya que el peso hace peligrar la estabilidad de las farolas y los muros, dicen.

Esta tradición ha hecho que el puente Milvio sea conocido en todo el mundo como el puente de los enamorados, algo ciertamente paradójico para un puente asociado a una de las batallas más decisivas de la historia, y considerado, por otra parte, como el más antiguo de la capital. Pues fue precisamente en la zona de este mismo puente, mandado construir en el 115 a.C. por el cónsul Marco Emilio Escauro sobre los cimientos de un puente anterior del 206 a.C. construido por el cónsul Cayo Claudio Nerón tras derrotar a los cartagineses en la batalla de Metauro, fue aquí, decimos, donde en el año 312 tuvo lugar la famosa batalla del Puente Milvio que enfrentó a los ejércitos de los emperadores Constantino y Majencio. La victoria de Constantino puso fin a la tetrarquía y lo convirtió en la máxima autoridad de los territorios occidentales del Imperio Romano. Y ya sabemos qué consecuencias trajo esta victoria para la historia.

El caso es que la tradición de los candados del puente Milvio se convirtió desde un inicio en una moda exportada a todo el mundo. Algo similar a lo que ahora ocurre en Roma sucedió el año pasado en el Pont des Arts de París. El alcalde de la ciudad, Bertrand Delanoë, determinó que tanto candado era una amenaza potencial para la estructura del puente y mandó hacerlos desaparecer. Hay que decir que en el caso francés la medida no surtió efecto, dado que poco a poco, con el tiempo, los parisinos han vuelto a retomar la tradición y los candados vuelven a lucir en los muros del puente. Habrá que ver lo que ocurre en Roma, aunque aquí, tal vez más previsores que sus vecinos, ya han propuesto hoy mismo una solución alternativa a la del puente Milvio.

Imagino que cada lector tendrá formada una opinión sobre el particular. Es evidente que, si de lo que se trata es de la seguridad y de la viabilidad del puente, alguna medida deberá tomarse. Pero se me antoja que el señor Giacomini y las autoridades municipales romanas van a tener que librar una dura batalla para romper con una tradición que toca de lleno algo tan insondable como son las pasiones humanas. Bien que lo sabía Virgilio. Contra el amor no hay defensa posible: Omnia vincit amor, et nos cedamus amori «El amor lo conquista todo, cedamos también nosotros al amor» (Églogas X). ¿O no?

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