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Silfio: el enigma de la planta “milagrosa” que sedujo a griegos y romanos y desapareció sin dejar rastro

Hace mucho tiempo, en la antigua ciudad de Cirene, había una hierba llamada silfio. Con sus raíces robustas, hojas chatas y pequeñas flores amarillas, no parecía gran cosa. Pero la planta rezumaba una savia aromática que era tan útil y deliciosa que llegó a valer su peso en oro.

La antigua Cirene está emplazada en el actual territorio de Libia. ALAMY

Fuente: Zaria Gorvett  |  BBC Mundo
9 de diciembre de 2017

Hacer una lista de sus usos sería una tarea larga: sus crujientes tallos se horneaban, salteaban o hervían para ser comidos como si fuera una verdura, mientras que sus raíces se comían frescas, mojadas en vinagre.

También era excelente para ayudar a conservar lentejas. Y cuando se les daba a las ovejas, su carne se volvía palpablemente más tierna.

De sus brotes se extraía además un perfume delicado, mientras que la savia se dejaba a secar y luego se rallaba sobre alimentos como sesos o flamenco estofado. Conocido como «láser», el condimento era tan fundamental para la alta cocina romana como comer reclinado vistiendo una toga.

También tenía aplicaciones médicas: el silfio era una verdadera hierba maravilla, una panacea para todo tipo de dolencias, desde brotes en el ano (Plinio el Viejo recomendaba varias fumigaciones con la raíz) a mordidas de perros salvajes (simplemente frotar en el área afectada decía Plinio, quien sin embargo advertía no hacerlo nunca si se padecía de caries).

El silfio era además utilizado en la alcoba, donde su jugo era tomado como afrodisíaco o aplicado «para purgar el útero». De hecho, puede haber sido el primer método anticonceptivo realmente eficaz.

Y sus semillas en forma de corazón son la razón por la que todavía hoy asociamos ese símbolo con el romance.

Se cree que el silfio era un pariente cercano de la asafétida (Foto: Alamy)

Los romanos querían tanto a la hierba, que la mencionaron en poemas y canciones, así como en grandes trabajos literarios.

Por siglos, los reyes locales mantuvieron el monopolio de la planta, que convirtió a Cirene —hoy la libia Shahhat— en la ciudad más rica de África. Antes de dársela a los romanos, los griegos la pusieron incluso en su dinero. Y Julio César llegó al extremo de guardar 680 kilos de la hierba como un tesoro.

Pero el silfio se esfumó, muy probablemente no solo de la región sino de todo nuestro planeta. Plinio escribió que, durante toda su vida, solo se descubrió un tallo de la famosa planta, el que fue cortado y enviado al emperador Nerón como una curiosidad allá entre los años 64 al 68 de nuestra era.

Con solo unas pocas estilizadas imágenes y los relatos de los viejos naturalistas para seguirle el rastro, la identidad de la hierba favorita de los romanos es un misterio. Algunos creen que se consumió hasta la extinción, otros que se esconde a plena vista como una maleza mediterránea más.

Pero ¿qué pasó? ¿Podemos recuperarla?

Indomesticable

Según la leyenda, el silfio fue descubierto después de que una lluvia «negra» azotó la costa este de Libia hace más de dos milenios y medio. A partir de entonces, la hierba extendió sus anchas raíces más allá, creciendo frondosa en exuberantes laderas y prados boscosos.

Puede sonar extraño. Después de todo, el norte de África no es conocido por su verdor, pero estamos hablando de Cirenaica, una región de tierras altas escalonadas con abundantes reservas de agua. Incluso hoy hay partes que reciben hasta 850 milímetros de lluvia por año, casi lo mismo que Gran Bretaña.

La región fue originalmente poblada por los griegos y anexada por los romanos en el año 96 a.C., a los que siguió Cirene un par de décadas más tarde. Y casi inmediatamente las existencias de silfio empezaron a decaer de forma alarmante.

En un plazo de 100 años, había desaparecido casi completamente.

El silfio era tan importante para la economía de Cirene que figuraba en su dinero. (Foto: Alamy)

Parte del problema es que la exigente planta solo crecía en esta región. Su hábitat se reducía a una estrecha franja de tierra de unos 200 x 40 kilómetros. Y, aunque lo intentaron, ni griegos ni romanos lograron domesticarla.

El silfio tenía que ser recogido en estado silvestre. Y aunque había reglas estrictas acerca de la cantidad que se podía cosechar, también había un mercado negro importante para la planta.

Pero ¿por qué no podía ser domesticada?

Hay varias explicaciones posibles.

«A menudo el problema está en las semillas», dice Monique Simmonds, vicedirectora científica del jardín botánico de Kew, en Londres. Y un ejemplo de eso son las amapolas, que necesitan recibir la luz del sol para poder germinar.

Pero hay otras posibles razones, y tal vez la que puede dar más pistas es otra planta que también ha sabido eludir a los granjeros hasta el día de hoy.

El caso del huckleberry

Cada año, cientos de miles de personas visitan los parques nacionales de Estados Unidos armados de canastas y sartenes, dispuestos a lidiar con los osos y a luchar posibles batallas territoriales, en búsqueda de una de las frutas más codiciadas del planeta: el arándano que inglés es conocido como huckleberry.

Estas bayas rojas y ácidas se agregan a jaleas, salsas, pasteles, helados, daiquirís e incluso curris, y todos los años la demanda excede a la oferta. Pero, a pesar de eso, no hay ninguna granja comercial de huckleberries en el continente, aunque se ha estado intentando desde al menos 1906.

Más de un siglo después, sin embargo, la terca planta se sigue resistiendo. Y cuando se logra cultivarlas con la semilla, las plantas misteriosamente no producen frutos.

A pesar de estar intentándolo desde hace siglo, el arándano conocido como huckleberry no se ha podido domesticar. (Foto: Alamy)

Como nativa de las montañosas, selvas y cuencas lacustres de América del Norte, la planta tiene raíces anchas y extensas coronadas por un arbusto que nace de un tallo subterráneo. Y su carencia de un sistema centralizado de raíces la hace difícil de replantar.

De hecho, los primeros granjeros a menudo se equivocaban y trataban de plantar el tallo en lugar de las raíces, que es lo mismo que sembrar un puñado de hojas.

Ahora está claro que no hay un truco secreto para cultivarla, sino que la respuesta está en su hábitat natural.

«Las plantas que crecen en un área determinada pueden tener un gran impacto en la química del suelo», explica Simmonds. Y como la agricultura inevitablemente altera el balance de elementos como el magnesio, algunas plantas nunca van a crecer bien en tierra cultivada. Lo que significa que en 2017 la única forma de tener más huckleberries es dejarlas tranquilas en el bosque.

Según Kenneth Parejko, profesor emérito de biología en la universidad de Wisconsi-Stout y un estudioso del enigma del silfio, las flores silvestres son particularmente sensibles. Algo que, de cierta forma, los antiguos griegos intuyeron, pues luego de haber fracasado en sus intentos por reproducir la planta en Europa se preguntaron si a su tierra no le haría falta un «humor» necesario para hacerla crecer.

¿Un híbrido?

Hay sin embargo otra posibilidad: que el silfio fuera un híbrido. Cruzar dos especies diferentes puede tener resultados útiles y deliciosos, como demuestra el caso del maíz, uno de los híbridos más extendidos de la actualidad. Pero mientras que la primera generación de híbridos a menudo presenta numerosas ventajas, sus descendientes por lo general no se pueden comparar.

En el caso de muchas plantas silvestres eso no es necesariamente un problema porque no crecen de semillas, sino asexualmente, extendiendo sus raíces.

Pero eso es lo que les puede haber sucedido a los antiguos griegos si utilizaron semillas de silfio y este era un híbrido. Algo que parece concordar con viejos reportes de variedades provenientes de Media (noroeste de Irán), Siria y Partia, mucho menos valiosas que los silfios de Cirene.

Como la especia conocida como asafétida, el láser habría estado hecho con la resina lechosa de las raíces del silfio. (Foto: Alamy)

En cualquier caso, el viejo apetito por el silfio resultó excesivo. La planta fue sobreexplotada, una historia que resulta deprimentemente familiar cuando se considera la cantidad de especies de hierbas medicinales en peligro de extinción.

Pero hay un atisbo de esperanza. Los estudios de biodiversidad en Libia son escasos, y si unas pocas plantas sobrevivieron a la gula de los romanos, es posible que todavía se pueda encontrar.

«Definitivamente puede que todavía esté ahí. No es un país fácil de estudiar», dice Simmonds.

Aunque también es cierto que la tarea se complica porque nadie sabe qué es exactamente lo que hay que buscar.

¿Escondida a la vista?

Según Teofrasto, conocido como el padre de la botánica, la planta tiene gruesas raíces cubiertas de una corteza oscura. Y también cuenta que eran extravagantemente largas. Pero aunque la describía como «sumamente peculiar», también dejó dicho que tenía un tallo parecido al del hinojo y hojas doradas que se parecían a las del apio. Las viejas monedas muestran una planta con flores dispuestas como el disco que está al final de las regaderas.

«Habría sido bastante conspicua», apunta Simmonds.

Teofrasto, conocido como el padre de la botánica, se interesó en el silfio. (Foto: Alamy)

Teofrasto también comparó al silfio con otra hierba, la Magydaris pastinacea, que crecía en Siria y en las laderas del Monte Parnaso cerca de la ciudad griega de Delfos. Creía que ambas eran parientes del hinojo y puede que no estuviera mal encaminado, pues los botánicos de hoy creen que, como la asafétida, el silfio puede haber pertenecido a un grupo de plantas parecidas al hinojo, como la Ferula.

Estas son, de hecho, parientes de la zanahoria y crecen de forma silvestre en el norte de África y el mediterráneo. Pero lo más increíble es que dos de esas plantas —el hinojo gigante de Tánger y el hinojo gigante— todavía crecen hoy en día en Libia. Es posible que una de ellas sea el silfio.

No obstante, Erica Rowan, historiadora de la universidad de Exeter, cree que así la hierba no estuviera completamente extinta, no necesariamente sería apreciada por la sociedad moderna, al menos no en Occidente.

«Hay muchísimos condimentos que los romanos usaban, de los que hoy en día nadie ha oído hablar (aunque estén disponibles)», explica.

La vieja hierba puede estarse escondiendo bajo el nombre de hinojo gigante de Tánger (Credit: Wikimedia Commons/Yan Wong)

También puede que nunca descubramos la verdadera identidad del silfio. Lo que no significa que no podamos aprender de su historia. Los últimos estudios en Cirene demuestran que muchas otras especies están desapareciendo y la tierra cultivable está siendo reemplazada por el desierto o, una vez más, sobreexplotada.

Puede que el Imperio romano haya desaparecido hace mucho, pero nosotros seguimos cometiendo sus mismos errores.

 

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9 diciembre 2017 at 9:53 pm Deja un comentario

Aristóteles, el filósofo que creó a Alejandro Magno para vengarse de los griegos

En términos de la leyenda, el discípulo de Platón enseñó a Alejandro a pensar como un griego pero a luchar como un «bárbaro», en vista de que los atenienses le habían negado la dirección de la Academia por su condición de macedonio

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Busto de Aristóteles en Roma, Palazzo Altemps – Wikimedia

Fuente: CÉSAR CERVERA  |  ABC
3 de junio de 2016

El reino de Macedonia, donde nació Alejandro Magno, era considerado en la Antigüedad un territorio de bárbaros y extranjeros. Atenas, Esparta, Tebas y otras ciudades estado helenas se negaban a aceptar que lo que hoy forma parte de la Grecia histórica estuviera habitado por compatriotas. Nacido en Estagira (Península de Calcídica), al este de Macedonia, Aristóteles sufrió parte de esos mismos recelos y, de cara a la historia, educó al hombre llamado a someter toda Grecia y lanzarse al corazón de Asia: Alejandro Magno.

El macedonio está considerado el primer investigador científico en el sentido moderno de la palabra

La semana pasada se anunció el posible el hallazgo de la tumba de Aristóteles en Estagira, precisamente en la localidad donde tuvo lugar el nacimiento del filósofo. La península de Calcídica, a menos de dos horas de Tesalónica, era parte del reino de Macedonia hace 24 siglos. El lugar, muy cerca de la acrópolis y con vistas sobre la bahía, tenía un altar para sacrificios, y una arquitectura que revela su importancia. No en vano, su valor histórico deriva de haber sido la cuna de uno de los tres grandes filósofos griegos de la Antigüedad y genio dedicado a múltiples campos. Aristóteles está considerado el primer investigador científico en el sentido moderno de la palabra.

Más allá de su obra, Aristóteles es recordado por su vinculación con los reyes de Macedonia. Su padre, Nicómaco, era médico de la corte de Amintas III, padre de Filipo II de Macedonia, y, por tanto, abuelo de Alejandro Magno. De hecho, Aristóteles fue iniciado de niño en los secretos de la medicina, pero su carrera se encaminó pronto hacia la filosofía. Con 17 años, el joven fue enviado a Atenas para estudiar en la Academia de Platón.

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Detalle de La escuela de Atenas, 1509, con Platón y Aristóteles en el centro – Wikimedia

No está claro cuánto de próxima fue la relación entre Platón (discípulo, a su vez, de Sócrates) y Aristóteles, así como no lo están las razones por las que a la muerte del maestro su alumno más aventajado no heredó la dirección de la Academia de Atenas. La leyenda ha querido ver en la decisión de Platón de poner a su sobrino, Espeusipo, al frente de la Academia una humillación hacia Aristóteles y una muestra de cierta aversión entre ambos.

Tutor del hijo de Filipo II de Macedonia

En verdad, la condición de macedonio invalidaba legalmente a Aristóteles para hacerse cargo del puesto, al igual que provocaba el desdén de muchos griegos hacia Filipo II a pesar de su potencia militar. Su historia es la de un rey que convirtió un empobrecido reino –despreciado por Atenas y Esparta– en la gran potencia hegemónica de toda Grecia. Tras pasarse varios años de su infancia como rehén en Tebas, Filipo regresó a casa con la idea de comenzar una reforma militar de los ejércitos macedonios que, partiendo de la tradicional falange griega, añadiera nuevos elementos tácticos para darle más flexibilidad y poder someter a las grandes ciudades griegas.

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Ilustración de Alejandro Magno y Aristóteles.

Con las principales ciudades estado griegas sometidas y Atenas ofreciendo una alianza favorable a Macedonia, Filipo se dirigió contra Esparta, que prefirieron conceder a Filipo II la paz sin presentar batalla. En medio de su vorágine conquistadora, el Rey macedonio decidió casarse en el 357 a. C. con la princesa Olimpia de Epiro (nombre que asumiría años después), hija del Rey de Molosia, una región al noroeste de la actual Grecia. Ella sería la madre de Alejandro y de Cleopatra de Macedonia.

En 343 a. C, Filipo convocó a Aristóteles para que fuera tutor de su hijo de 13 años. Casi como si fuera una venganza contra los griegos «de pura cepa» que impidieron su nombramiento como director de la Academia de Atenas, Aristóteles dio forma al carácter del hombre llamado a concluir el trabajo de su padre y a atar la voluntad griega bajo un nudo bárbaro, esto es, macedonio.

En realidad se sabe poco de su estancia en Macedonia y las obras del filósofo apenas hacen referencia a Alejandro

Aristóteles, «de piernas delgadas y ojos pequeños», aceptó la invitación de Filipo II de Macedonia y se encargó de la educación de Alejandro durante varios años. En opinión de un poeta francés medieval: «Le enseñó a escribir griego, hebreo, babilonio y latín. Le enseñó la naturaleza del mar y de los vientos; le explicó el recorrido de las estrellas, las revoluciones del firmamento y la duración del mundo. Le enseñó justicia y retórica, y le previno contra las mujeres libertinas». No en vano, en realidad se sabe poco de su estancia en Macedonia y las obras del filósofo apenas hacen referencia a Alejandro. Como tampoco se advierte su influencia sobre el terreno político: años después, mientras Aristóteles seguía predicando la superioridad de la ciudad-estado, su presunto discípulo establecía las bases de un imperio universal. El más grande conocido hasta entonces.

Alejandro, el Hegemon de toda Grecia

En términos de la leyenda, Aristóteles enseñó a Alejandro a pensar como un griego pero a luchar como un «bárbaro», lo que, al menos al principio, le valió para someter Grecia. Antes de lanzarse a la conquista del Imperio persa, Alejandro volvió sobre los pasos de su padre para atravesar Tesalia, destruir Tebas y obligar a Atenas a reconocer su supremacía haciéndose nombrar Hegemon, título que lo situó como gobernante de toda Grecia.

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Posible tumba de Aristóteles en Estagira (Grecia)- Elisabetta Puddu

Por su parte, Aristóteles aprovechó la pequeña fortuna que Filipo le pagó por instruir a su hijo y siguió con sus investigaciones y trabajos. Además de dinero –según relata Diógenes Laercio– el filósofo reclamó al monarca «que restaurase su patria» destruida años antes por los ejércitos macedonios. En el año 340 a. C, Estagira recuperó su forma y comenzaron a regresar sus antiguos habitantes. En el 336 a.C, sin embargo, Alejandro hizo ejecutar a un sobrino de Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor. Dado que las ejecuciones macedonias solían extenderse a los familiares, Aristóteles se refugió un año en sus propiedades de Estagira, trasladándose en el 334 a Atenas para fundar, siempre en compañía de su fiel Teofrasto, el Liceo, una institución pedagógica que durante años compitió con la Academia platónica.

A la muerte de Alejandro, en el 323, se extendió en Atenas un brote de odio contra los macedonios instigado por el orador Demóstenes. A pesar de su reputación como filósofo, el macedonio fue llevado a los tribunales atenienses acusado de impiedad contra los dioses. Temiendo acabar igual que Sócrates, Aristóteles huyó a la vecina isla de Eubea, y allí murió un año más tarde de muerte natural. Sería en esta isla donde los habitantes de Estagira fueron a buscar sus cenizas. Como agradecimiento por salvar la ciudad, sus compatriotas enterraron a Aristóteles en su tierra natal y lo honraron como un héroe, salvador, legislador y refundador de su ciudad.

 

3 junio 2016 at 8:32 am Deja un comentario

Filósofos de Grecia: La vida de los amantes de la sabiduría

En el mundo griego los filósofos, lejos de vivir encerrados en un estudio, actuaban como maestros en los asuntos más importantes de la vida, desde la política y el dinero hasta la amistad o el amor

Por Juan Pablo Sánchez. Doctor en Filología Clásica. Northeast Normal University, Changchun (China), Historia NG nº 127

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La Escuela de Atenas. Esta famosa obra de Rafael que decora los Apartamentos Vaticanos está protagonizada por los más famosos filósofos y sabios de la Antigüedad. En el centro, Platón y Aristóteles. SCALA, FIRENZE

En la antigua Grecia, los filósofos no vivían en una torre de marfil, dedicados exclusivamente a sus pensamientos e ideas, contemplando el mundo desde la superioridad de su intelecto. Muy al contrario, vivían totalmente inmersos en la sociedad de su tiempo, preocupados por su propia subsistencia, por sus familias o por los problemas políticos del momento. Cierto que su extraña profesión de «amantes de la sabiduría» los hacía parecer a menudo como personajes excéntricos, como cuando el pequeño y simiesco Sócrates observaba inquisitivo a los atenienses con sus ojos saltones y los asediaba con sus eternas preguntas. Pero las diferentes escuelas filosóficas, desde los platónicos a los epicúreos, desde los aristotélicos a los cínicos, consiguieron muchos seguidores entre todos los grupos sociales y enriquecieron la cultura civil de las ciudades griegas de la Antigüedad.

Algunos de los primeros pensadores de la antigua Grecia fueron unos solitarios acérrimos, lo que les dio una fama ambivalente, a veces admirativa, otras despectiva. Por ejemplo, se cuenta que Pitágoras se encerró en una cueva y que cuando salió, flaco y macilento, gritando que volvía del infierno, todos vieron en él algo divino. En cambio, cuando el filósofo Empédocles se arrojó al volcán Etna para hacer creer que se había convertido en dios, la fuerza de las llamas echó fuera una de sus sandalias, lo que hizo que el pueblo sonriera ante la grotesca ocurrencia del filósofo. De la misma manera, en una ocasión una anciana sacó de su casa a Tales de Mileto para que le hablara de las estrellas y éste, al dirigir su mirada hacia el cielo, se cayó en un hoyo; cuando el dolorido Tales pidió ayuda, la vieja acudió muerta de risa y le soltó: «¡Ay Tales! ¿pretendes conocer lo que está en el cielo, cuando ni notas lo que tienes a tus pies?».

De boxeador a filósofo

A juzgar por estas historias puede parecer que los filósofos griegos preferían vivir en un exquisito retiro del mundo: Platón, por ejemplo, levantó la Academia en un bosque suburbano de olivos sagrados, al que se llegaba por un camino dulcemente umbroso entre templos, fragantes jardines y mansiones de la clase alta. Próxima a la Academia platónica también estaba la escuela de Epicuro, el Jardín, un pequeño huerto irrigado por las aguas del Erídano; y el Liceo, la famosa escuela fundada por Aristóteles, estaba igualmente establecido en un gimnasio a las afueras de Atenas, con el célebre pórtico donde el filósofo y sus alumnos paseaban durante sus largas discusiones.

Muchos de estos filósofos eran de orígenes humildes y su vida fue, al principio, muy dura. El estoico Cleantes de Asos, por ejemplo, antes de predicar la serenidad del alma ante los golpes de la vida se ganó el sustento como púgil y luego, cuando se fue a estudiar a Atenas con sólo cuatro monedas en el bolsillo, tuvo que trabajar como aguador para poder sobrevivir. El filósofo Teofrasto, que sucedió a Aristóteles al frente del Liceo, fue hijo de un pobre batanero de Éreso, en la isla de Lesbos; y del mismo Epicuro se cuenta que, en su juventud en la isla de Samos, solía ir con su madre por las casas recitando versos purificatorios. También Sócrates había sido el orgulloso hijo de un cantero y de una partera atenienses –decía que, como su madre, él ayudaba a dar a luz nuevos conocimientos e ideas–, y no tenía ningún problema en admitir entre sus discípulos a gente de la más humilde condición, como el vástago de una hacendosa familia de charcuteros llamado Esquines: «Sólo sabe honrarme el hijo del que me hace las longanizas», solía decir Sócrates.

Sócrates fue, en verdad, un personaje muy popular en la gloriosa Atenas del siglo V a.C. En su juventud había servido destacadamente en las milicias atenienses e incluso trabajó como escultor durante un tiempo con creaciones que estuvieron expuestas en la Acrópolis. No desdeñaba otros placeres más mundanos, ya que aprendió a tocar la lira, danzaba con frecuencia y estuvo presente en los banquetes de los prohombres de la ciudad, a los que acudía calzándose las únicas sandalias que pareció llevar en toda su vida, pues normalmente iba descalzo. Sócrates también participaba asiduamente en las asambleas, y no dudaba en mostrar su parecer incluso en contra de todos los demás. Se ganó así la envidia de muchos de sus conciudadanos, hasta el punto de que en el año 399 a.C. se le acusó de corromper a los jóvenes y fue obligado a suicidarse.

El irreverente Diógenes

La creciente inestabilidad política de las ciudades griegas en el siglo IV a.C. provocó respuestas dispares entre los filósofos. Platón marchó de Atenas tras la muerte de su maestro Sócrates y recaló en Sicilia, donde las cosas no le fueron mejor con el tirano Dionisio de Siracusa, que llegó a venderlo como esclavo. De vuelta a Atenas, compró la finca de la Academia y allí empezó a fraguar su mundo de las ideas, en el que la realidad es inmaterial y eterna, a diferencia del  mundo terreno en el que la realidad es material y corruptible y en el que, según Platón, se había corrompido la idea del bien. Otros preferían entregarse a los simples apetitos del propio cuerpo, como predicaba el hedonista Aristipo. Los había, como los estoicos de la escuela de Zenón de Elea, que propugnaban el ideal de una mente imperturbable que, guiada por la razón, se mantuviera ajena a los variables caprichos de la fortuna.

Y el grupo encabezado por Epicuro buscaba un refugio tranquilo en el que el sabio pudiera gozar de placeres sencillos y cotidianos, oteando el turbulento oleaje de la existencia humana.

Pero quien mejor representa el desarraigo del filósofo en la desmoralizada Grecia del siglo IV a.C. es Diógenes de Sínope, el más provocador e insobornable de los sabios que alumbró la Hélade. Toda su vida fue una sucesión de desafíos a la buena conciencia de la sociedad supuestamente respetable. Se enorgullecía, por ejemplo, de que su padre, un banquero de Sínope (una colonia griega en la costa del mar Negro), hubiera sido condenado por falsificar moneda y castigado con el exilio; decía que también él, viviendo como un vagabundo apátrida, pretendía demostrar la falsedad de las convenciones sociales de la Grecia de su época. Apodado «el Perro» –cyon, de ahí el nombre de su corriente filosófica, los cínicos–, pasaba el día en una tinaja como un desharrapado y reivindicaba su independencia absoluta de la sociedad en la que vivía con mordacidad y desvergüenza. Diógenes había decidido convertirse en un hosco ermitaño que, desesperado e insatisfecho de este mundo, prefería observar el correteo despreocupado de un ratón antes que participar en la vida de la Grecia de entonces.

En su extravagancia, durante el verano Diógenes se revolcaba por la arena caliente y en el invierno se abrazaba a las estatuas cubiertas de nieve; una forma de decir que, aunque el sufrimiento era inherente a la existencia, había que sentirse exultante por el mero hecho de estar vivo. Su irreverencia se manifestó en una célebre anécdota. Una vez que estaba tumbado en el suelo tomando el sol casi desnudo, se le acercó el gran conquistador Alejandro Magno y le dijo: «Pídeme lo que quieras»; a lo que respondió Diógenes: «Pues apártate y no me hagas sombra». Alejandro se marchó, pero, entre las risas burlonas de sus compañeros, se dijo a sí mismo: «Si no fuera Alejandro, yo quisiera ser Diógenes».

Misóginos o feministas

Platón despreciaba a Diógenes: «Sin duda, es un Sócrates loco», comentaba; y se decía que se había llevado la Academia fuera de la ciudad porque no soportaba que Diógenes pisotease sus ricos tapices con esos sucios pies embarrados. Un día en que Diógenes se pasó por la Academia, vio que Platón defendía ante sus alumnos que el hombre era un animal bípedo sin plumas; y como le hizo mucha gracia esa definición, Diógenes tomó un gallo, lo peló y lo lanzó en medio de la escuela exclamando: «¡Ahí va un hombre de Platón!»; y así, mientras los alumnos de la Academia se afanaban en capturar al desplumado animal, Platón tuvo que añadir con el ceño fruncido: «Sin plumas… ¡Pero con uñas planas!». En otra ocasión en que Platón estaba discutiendo su «mundo de las ideas», Diógenes se le acercó y le dijo: «Pues mira, Platón, que yo veo esta mesa y este vaso; pero no la “meseidad” ni la “vaseidad” [en referencia a la esencia de estos objetos en el mundo de las ideas]».

Con el paso del tiempo, las escuelas filosóficas se convirtieron en pequeñas asociaciones en búsqueda de la felicidad abiertas a todo el mundo. Filósofos como Epicuro incluso admitieron en sus escuelas a esclavos y algunas mujeres. La condición de las mujeres y las relaciones que debían mantener con ellas dieron lugar a posturas encontradas entre los filósofos de la Grecia clásica. Algunos mostraban una misoginia visceral, como el cínico Diógenes, que exclamó, al ver a unas mujeres ahorcadas en un olivo: «¡Ojalá que todos los árboles dieran este fruto!». En otra ocasión, una meretriz aseguró al filósofo Aristipo que estaba encinta de él, pero éste le espetó: «Tanto sabes tú eso como con qué espina te has pinchado cuando caminas por un campo lleno de ellas»; y como la mujer le reprochara que fuera a exponer a ese hijo como si no lo hubiese engendrado, Aristipo la atajó desabrido: «¡También criamos piojos; y bien lejos que los arrojamos!».

Otros filósofos, en cambio, se casaron y formaron una familia, aunque la relación que tuvieron con sus esposas distara de ser armoniosa. Por ejemplo, Sócrates había dicho del arisco carácter de su mujer Jantipa que, tras sufrirlo, le resultaba más fácil tratar a las demás personas (pocos saben, sin embargo, que Sócrates estuvo, a la vez, con otra mujer llamada Mirto, hija de Arístides el Justo). Algunos también tuvieron hijas a las que educaron esmeradamente y, además, como el filósofo estoico Crates de Malos, las casaron con sus discípulos para perpetuar así la labor de su escuela (aunque les daba treinta días de prueba, por si se arrepentían). En el pasado, Pitágoras también había educado a su hija Damo y le había legado a su muerte sus obras con la orden de que no se las confiara a nadie que no fuera de la familia. Ella había cumplido escrupulosamente esta última voluntad: pudiendo vender estos libros, no quiso hacerlo; prefirió vivir en la pobreza y en soledad a todo el oro del mundo con tal de vivir acompañada de los preceptos de su padre.

El último día de Epicuro

Leer los testamentos de los filósofos es también una forma de acercarse a su vida cotidiana: en ellos, además de fijar el porvenir de sus escuelas, se mencionan las haciendas y los esclavos que poseían, su ajuar doméstico y sus reliquias familiares; Aristóteles, por ejemplo, menciona una estatuilla de Deméter, la diosa  de la agricultura, que había pertenecido a su madre. En estos testamentos figuran también sus libros, apuntes y efectos personales más preciados, como copas, anillos, tapices, ornados lechos y almohadas que los legatarios tendrían de repartirse; y, asimismo, se leen anotaciones de deudas contraídas y de deudores que aún no han satisfecho sus pagos. Hasta el excelso filósofo Platón recuerda en una simple y concisa frase: «El cantero Euclides me debe tres minas».

Pero no hay mejor despedida del mundo que la carta que Epicuro escribe a su amigo Idomeneo después de redactar su testamento y una vez libre de las ataduras de lo banal: «En este día feliz, que es el último también de mi existencia, te escribo estas líneas. Mis pujos de sangre y micciones dolorosas siguen su curso, sin admitir ya incremento su extrema condición. Pero a todo ello se opone el gozo que siento en el alma por el recuerdo de nuestras pasadas conversaciones filosóficas». Sólo alguien como el filósofo Epicuro, que murió sufriendo intensamente por los dolores de un cálculo renal, pudo inventar felicidad semejante; la felicidad de unos ojos ante los que, por fin, se va calmando el arbolado mar de la existencia y que contemplan serenos su superficie iluminada en el ocaso, mientras se evoca lo más importante de una vida: la amistad y el conocimiento.

Para saber más

Los filósofos griegos. William K. C. Guthrie. FCE. México, 2007.
Diez reglas de oro: la sabiduría de los griegos. M. A. Soupios y P. Mourdoukoutas. Edciones B, Barcelona, 2010.
Vidas y opiniones de los filósofos ilustres. Diógenes Laercio. Alianza, Madrid, 2013.

16 agosto 2014 at 11:09 am Deja un comentario

Grecia: Científicos a la búsqueda de la madera utilizada para construir las antiguas trirremes

trirreme

Científicos de Grecia y  EE.UU. creen estar cerca de rastrear la madera con la que se hicieron las antiguas trirremes. Los científicos están buscando en Piería (una de las regiones de Grecia, situada al sur de Macedonia, en la región de Macedonia Central) ejemplares de abeto macedonio y pino del Olimpo y Piería, conocido localmente como «liacha». Según Teofrasto, sucesor de Aristóteles, este árbol se utilizaba para el laborioso proceso de construcción de palas y barcos. Durante unas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en 2003 en Methoni, Piería, se descubrieron impresiones en la tierra de esta particular clase de la madera, que no tiene nudos y es de gran resistencia al agua salada. Tras el anuncio de los resultados de los hallazgos en una conferencia científica celebrada en Salónica en 2011, se movilizaron científicos de diferentes sectores de Grecia, Los Angeles (EE.UU.), Gran Bretaña e Irlanda, que trabajan juntos desde entonces para descubrir restos puros de madera a partir del siglo VIII en el sitio de la excavación de Methoni, en unos trabajos que continuarán en 2014.

Fuente: Maria Korologou | Greek Reporter: Scientists Search Wood Used for Ancient Triremes

22 septiembre 2013 at 12:03 pm Deja un comentario

Las tabletas encontradas en el pecio de Pozzino eran un medicamento para las infecciones oculares

Tras estudiar los compuestos de seis tabletas encontradas en un naufragio de la era del Imperio Romano de más de 2.000 años de antigüedad, científicos descubrieron que se trataba de un medicamento para infección ocular

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Las seis tabletas de unos 2.000 años de antigüedad estaban en muy buen estado de conservación

Las tabletas fueron encontradas en una pequeña caja a bordo del antiguo barco hallado frente a la costa de Italia.

Las muestras del frágil material revelaron que, entre los ingredientes farmacéuticos, contenía grasas animales y vegetales, resina de pino y compuestos de zinc.

La investigación, publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNASActas de la Academia Nacional de Ciencias), afirma que la medicina pudo haber sido utilizada para tratar infecciones del ojo.

«Me sorprendió el hecho de haber encontrado tantos ingredientes y que hubieran estado tan bien conservados considerando que pasaron tanto tiempo bajo el agua», explica Maria Perla Colombini, profesora de química de la Universidad de Pisa, Italia, una de las investigadoras.

El naufragio donde fueron descubiertas las tabletas data de entre 140 y 130 a.C., y se piensa que se trataba de un barco que navegaba desde Grecia por el Mediterráneo.

El material fue hallado en 1974 frente a la costa de la Toscana y analizado durante las décadas de 1980 y 1990. Pero sólo ahora las tabletas pudieron ser estudiadas a fondo.

«Utilizamos un escalpelo muy delgado para separar una pequeña capa de la sustancia que queríamos analizar», dice la profesora Colombini.

La espectrometría de masas reveló que las tabletas contenían una variedad de ingredientes.

El equipo encontró resina de pino, que contiene propiedades antibacterianas. También se detectaron grasas animales y vegetales, entre ellas posiblemente aceite de oliva, conocido porque se utilizaba en perfumes antiguos y preparaciones medicinales.

También hallaron almidón, que -se piensa- es una sustancia que se usaba en cosméticos en la era romana. Asimismo, el equipo también descubrió compuestos de zinc que, según cree, pudo haber sido el ingrediente activo en las tabletas.

Dada la composición de la medicina, los investigadores piensan que pudo haber sido para uso oftálmico.

Escritos antiguos

Descubrir medicamentos antiguos es algo raro, especialmente cuando están en tan buenas condiciones como las tabletas del llamado naufragio de Pozzino.

Mucho de lo que se sabe hoy sobre la medicina antigua proviene de los escritos de la época.

Gianna Giachi, de la Superintendencia para en Patrimonio Arqueológico de la Toscana, afirma: «Comparamos nuestros resultados con lo que escribieron los autores de la antigüedad, incluido Teofrasto (de 371 a 286 a.C.), Plinio el Viejo y Dioscórides (ambos del siglo I d.C.) y encontramos una enorme correspondencia con los ingredientes antiguos, especialmente con el uso de compuestos de zinc».

«Además, la literatura científica reciente documenta la utilización de farmacología romana en compuestos de zinc, especialmente para la preparación de polvos utilizados para el tratamiento de enfermedades de los ojos».

Giachi agrega que el estudio podría ayudarnos a entender mejor el mundo farmacéutico antiguo, que era sorprendentemente sofisticado.

«La investigación muestra el cuidado, incluso en tiempos antiguos, que se ponía en la selección de la compleja mezcla de productos para poder conseguir el efecto terapéutico deseado y para ayudar a la preparación y aplicación de la misma medicina», añade la experta.

En un estudio sobre las tabletas publicado anteriormente, investigadores de Estados Unidos llevaron a cabo análisis genéticos del material vegetal que contienen esos medicamentos.

Robert Fleischer, del Centro Smithsoniano para la Genética Evolutiva y de Conservación, encontró extractos de plantas, incluidos zanahoria, rábano y perejil, lo cual sugiere que las tabletas pudieron haber sido utilizadas para problemas gastrointestinales.

Fuente: Rebecca Morelle | BBC Mundo

8 enero 2013 at 4:44 pm Deja un comentario

Un efecto observado hace 2.300 años por Teofrasto es aprovechado para producir electricidad a partir de calor residual

Qué grandes científicos fueron los antiguos griegos… Tanto, que aún hoy, más de 2.000 años después, algunos de los principios que descubrieron siguen siendo útiles a la ciencia.

Un fenómeno observado por primera vez por el filósofo griego Teofrasto hace 2.300 años se ha convertido en la base de un nuevo dispositivo diseñado para recoger la enorme cantidad de energía en forma de calor que se pierde cada año para producir electricidad. El primer prototipo de «nanogenerador piroeléctrico» es el tema de un artículo publicado en la revista Nano Letters de la ACS («Pyroelectric Nanogenerators for Harvesting Thermoelectric Energy»).

Zhong Lin Wang y sus colegas en Georgia Tech explican que más del 50% de la energía que se genera cada año en los EE.UU. se desperdicia, mucha de ella liberada al medio ambiente en forma de calor, por todo tipo de medios, desde ordenadores hasta vehículos de larga distancia de líneas de transmisión eléctrica. El calor se puede convertir en electricidad a través del llamado efecto piroeléctrico, un fenómeno descrito por primera vez por el filósofo griego Teofrasto en el año 314 a.C. cuando se dio cuenta de que la turmalina (una piedra preciosa) producía electricidad estática y atraía las briznas de paja al calentarse. El calentamiento y el enfriamiento reorganizan la estructura molecular de algunos materiales, entre ellos la turmalina, y crean un desequilibrio de electrones que genera una corriente eléctrica. El grupo de Wang quería aplicar este principio antiguo para hacer un nanogenerador (NG) que pudiera aprovechar los cambios de temperatura que se dan en el mundo actual, que utilizara los cambios de temperatura en función del tiempo para generar electricidad.

Para ello, los investigadores hicieron nanocables de óxido de zinc, un compuesto que se añade hoy a las pinturas, plásticos, dispositivos electrónicos e incluso a algunos alimentos. Utilizando una matriz de nanocables de pequeña longitud han conseguido un dispositivo capaz de producir electricidad cuando se calienta o se enfría. Ellos sugieren que los nanogeneradores podrían incluso producir energía aprovechando la variación de temperaturas del día y la noche. «Este nuevo tipo de NG puede ser la base para una nanotecnología autoalimentada capaz de recoger la energía térmica resultado de la variación de temperatura que se da en nuestro entorno para aplicaciones tales como sensores inalámbricos, creación de imágenes térmicas, diagnósticos médicos y microelectrónica de uso personal», dicen los autores.

Fuente: nanowerk.com | Ancient effect harnessed to produce electricity from waste heat

14 junio 2012 at 11:45 am Deja un comentario


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