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Intercatia, el heroico pueblo que resistió las embestidas romanas podría estar en Palencia
Los estudios y excavaciones que se desarrollan desde hace más de una década en Paredes de Nava avanzan en su demostración de que la ciudad vaccea mencionada por Plinio estuvo en Tierra de Campos
Excavaciones de la asociación cultural en «Busca de intercatia» – ABC
Fuente: ABC Cultura
8 de agosto de 2018
Los estudios y excavaciones que se desarrollan desde hace más de una década en el yacimiento arqueológico de La Ciudad, en Paredes de Nava (Palencia), avanzan en demostrar que la mítica ciudad vaccea de Intercatia, mencionada por Plinio, estuvo en este paraje palentino de Tierra de Campos.
«Nosotros creemos desde hace mucho tiempo que puede estar en Paredes casi con seguridad», ha afirmado José Herrero Vallejo-Nájera, director de las excavaciones y miembro de la Asociación En Busca de Intercatia, creada en 2007 con el objetivo de encontrar la ciudad que conquistaron los romanos en el año 150 A.C y que llamaron Intercatia.
Los vacceos eran un pueblo prerromano que se asentaron en la cuenca del río Duero, junto a otras culturas celtas de la península ibérica, dedicados a la agricultura cerealista y a la ganadería trashumante. Y que pasaron a las Historia por su heroica resistencia ante el ataque de las legiones de Roma. Plinio destaca esta labor ante la ambición de Lúculo, en donde llegaron incluso a establecer temporalmente un pacto con los romanos para mantener la independencia.
El hallazgo de cuatro teseras de hospitalidad (documentos de bronce de carácter jurídico por el que se establecían pactos y relaciones entre distintos pueblos) y de otros restos arqueológicos afianzó aun más la teoría de que la famosa ciudad, citada por Plinio como una de las principales ciudades vacceas, junto con Palantia, Cauca y Lacobriga, estuvo en Paredes de Nava, en el pago de La Ciudad.
Al hilo, Javier Pérez, director de las excavaciones, ha recordado que el asentamiento más antiguo en el yacimiento arqueológico de La Ciudad se remonta al siglo VIII a.d.C. con una pequeña aldea de la Primera Edad del Hierro. Posteriormente todas las aldeas que rodeaban la laguna de La Nava, se concentran, en torno al s.V a.d.C en el enclave y fundan la ciudad vaccea que después fue colonizada por los romanos y que puede ser Intercatia.
«En el siglo I d.C. da la sensación de que el sistema defensivo se arrasa y se crea un núcleo romano mucho más pequeño que la ciudad vaccea que ocupaba 50 hectáreas, y en torno al siglo VI desaparecería coincidiendo con la fundación del actual núcleo de Paredes de Nava», ha resumido.
«Espero que en unos años podamos demostrar que aquí estuvo la ciudad de Intercatia», ha agregado José Herrero, ya que situar esa ciudad serviría para desvelar otras muchas incógnitas relacionadas con el pueblo vacceo.
Baia, la «ciudad del pecado» de la Antigua Roma que fue tragada por las aguas
Los ultrarricos de Roma viajaban aquí los fines de semana para celebrar sus fiestas.
Hace más de 2.000 años, Baia era el Las Vegas del Imperio Romano. GETTY IMAGES
Fuente: Adrienne Bernhard| BBC Mundo
19 de enero de 2018
Poderosos estadistas construyeron lujosas villas en su playa, con spas y piscinas con mosaicos donde podían entregarse a sus deseos más salvajes.
Uno de sus residentes llegó a encargar un ninfeo, una gruta privada rodeada por estatuas de mármol dedicadas en exclusiva a los «placeres terrenales».
Hace más de 2000 años, Baia era el Las Vegas del Imperio Romano, una ciudad vacacional a unos 30 kilómetros de Nápoles, en la calurosa y picante costa occidental de Italia, que satisfacía los caprichos de los poetas, generales y personas de toda condición que allí recalaban.
Cicerón, el gran orador, compuso algunos de sus discursos en su retiro junto a la bahía, mientras que el poeta Virgilio y el naturalista Plinio mantuvieron residencias en las cercanías de sus rejuvenecedores baños públicos.
«Hay muchos relatos de intriga asociados a Baia», afirma John Smout, un investigador que ha colaborado con arqueólogos locales para investigar el sitio.
Circularon rumores de que Cleopatra escapó en su barco desde Baia después de que Julio César fuera asesinado en el 44 a.C., mientras Julia Agripina planeaba, también en Baia, la muerte de su marido, Claudio, para que su hijo Nerón pudiera convertirse en emperador de Roma.
Su agua mineral y un clima amable fueron lo que primero atrajo a la nobleza de Roma en el último cuarto del siglo II a.C.
El lugar era conocido como los Campos Flégreos, así llamados por las calderas volcánicas que salpican la región.
Bajo las aguas del Tirreno se ocultan algunas de las ruinas de la antigua ciudad romana. GETTY IMAGES
Las calderas eran veneradas por los griegos y los romanos como entradas al inframundo, al Hades, pero también impulsaron un gran número de avances tecnológicos.
El invento local del cemento resistente al agua, una mezcla de limo y rocas volcánicas, espoleó la construcción de bóvedas abiertas y fachadas de mármol, así como estanques privados con peces y suntuosas casas de baño.
Pero, dada la reputación pecaminosa de Baia, quizá fue correcto que la abundante actividad volcánica en la zona fuese también su perdición.
Durante algunos siglos, el bradisismo, el aumento y descenso gradual de la superficie de la Tierra causados por la actividad sísmica e hidrotermal, hizo que gran parte de la ciudad se hundiera en una gran sepultura acuosa, el lugar en el que todavía hoy se asienta.
El misterio de los moluscos
El interés turístico por esta zona costera solo se renovaría en los años 1940, cuando un piloto mostró una fotografía aérea de un edificio justo bajo la superficie del mar.
Pronto, los geólogos asombrados empezaron a buscar respuestas a los agujeros que habían dejado los moluscos en ruinas descubiertas cerca de la orilla, indicios de que partes de la colina habían estado alguna vez sumergidas.
Dos décadas después, las autoridades italianas enviaron un submarino a investigar las partes de la ciudad que permanecían bajo el agua.
Lo que encontraron fue fascinante: desde los tiempos de Roma, la presión subterránea había hecho que la tierra que rodea Baia se alzara y hundiera continuamente, empujando las antiguas ruinas hacia lo alto, hacia la superficie marina, antes de que lentamente el agua se la vuelva a tragar de nuevo.
Su clima suave fue uno de los encantos que primero atrajeron a la nobleza romana hacia Baia. GETTY IMAGES
Las ruinas sumergidas han sido dominio exclusivo de unos pocos intrépidos arqueólogos hasta muy fecha muy reciente. El yacimiento arqueológico submarino no fue formalmente designado como zona protegida hasta 2002, cuando abrió al público.
Desde entonces, la tecnología 3D y otros avances en arqueología submarina han permitido los primeros vistazos a este capítulo de la Edad Antigua.
Buceadores, historiadores y fotógrafos han podido captar rotondas y pórticos sumergidos, incluido el del famoso templo de Venus (en realidad es un sauna), todos ellos descubrimientos que han dado pistas sobre el más rabioso desenfreno de la antigua Roma.
Debido a la ondulación de la corteza terrestre, las ruinas yacen en aguas relativamente poco profundas, a una media de seis metros, permitiendo a los visitantes ver algunas de sus misteriosas estructuras subacuáticas desde barcos con el suelo de cristal o, como se las conoce, videobarcas.
Centros locales de buceo como Centro Sub Campi Flegreo, que colaboró con la BBC en un reciente documental sobre Baia, también ofrece a los submarinistas paseos por las ciudad sumergida, ya mar Tirreno adentro.
En un día tranquilo, los visitantes pueden distinguir columnas romanas, antiguas carreteras y plazas pavimentadas. Estatuas de Octavia Claudia, la hermana del emperador Claudio, y Ulises señalan la entrada a las grutas submarinas, con sus alargados brazos cubiertos de percebes.
Pero también hay mucho que ver en la superficie. De hecho, muchas de las esculturas sumergidas son en realidad réplicas; los originales pueden encontrarse en lo alto de la colina, en el castillo de Baia, donde la Superintendencia Arqueológica de Campania gestiona un museo con las reliquias recuperadas de las aguas.
La presión sísmica ha hecho que la tierra que rodea a Baia se alce y hunda constantemente. GETTY IMAGES
El Parque Arqueológico de las Termas de Baia, la parte de la antigua ciudad todavía sobre el nivel del mar, excavada en la década de 1950, expone otros tesoros.
Fue Amedeo Maiuri el arqueólogo que desenterró Pompeya y Herculano, quien sacó a la luz los restos de terrazas con mosaicos y casas de baños con techos abovedados.
Rodeando al Parque Arqueológico está la moderna Baia, una sombra de su antigua magnificencia, pero que aún contiene el espíritu de su molicie y placer.
Hoy en día, la costa, que estuvo antaño cubierta con mansiones y saunas, luce una pequeña marina, un hotel y un puñado de restaurantes especializados en pescado y marisco, todos alineados en la estrecha carretera que conduce al noreste, hacia Nápoles.
El tiempo para ver este vestigio de la antigua opulencia de Italia podría estar agotándose.
Los sismólogos prevén un incremento de la actividad volcánica en la costa de Baia en el futuro próximo, haciendo su destino incierto una vez más. Solo el pasado año, se registraron 20 pequeños temblores y en los últimos años se ha empezado a hablar de cerrar las ruinas sumergidas al público.
Pese a ello, los visitantes pueden por ahora buscar en esta ciudad sumergida una entrada oculta, si no al inframundo, al menos a los espectaculares tesoros que esconde.
Solsticio: principio o fin
El bamboleo del planeta, que apenas dura un segundo, aún sobrecoge. Este fenómeno astrológico que marca la noche más larga del año dio origen a las fiestas paganas que precedieron a la Navidad
Personas reunidas en Stonehenge durante el solsticio de invierno en 2016. BEN BIRCHALL (PA IMAGES (CORDON))
Fuente: RICHARD COHEN | EL PAÍS
21 de diciembre de 2017
El año está lleno de celebraciones y fiestas sagradas (aunque cada vez son menos sagradas), y la temporada navideña es la que está más llena de todas. Muy pronto estaremos —si no lo estamos ya— deseándonos unos a otros “Feliz Navidad”, “Bon Nadal”, “Bo Nadal” o “Eguberri on”. Pero antes llega el solsticio de invierno, el fenómeno astronómico que marca el día más corto y la noche más larga del año.
Todavía debería sorprendernos cómo se bambolea nuestro mundo. El planeta gira inclinándose sobre su eje como una peonza y, por tanto, rodea el Sol, situado en un ángulo que determina cuánta luz recibe cada parte del planeta en un momento dado. El mundo no solo da vueltas: su forma se altera ligeramente y su eje se mueve, un proceso denominado nutación, que quiere decir “cabeceo”. La inclinación de la Tierra y los efectos de su rotación diaria hacen que los dos puntos del cielo a los que apuntan los extremos opuestos del eje varíen muy despacio, en un círculo que se completa cada 26.000 años. A medida que la Tierra recorre su órbita, en el plazo de medio año, el hemisferio polar más alejado del Sol y que por tanto está en invierno se inclina hacia él y entra en el verano.
Aunque el solsticio no dura más que un instante, en algunas culturas lo consideran la mitad del invierno y en otras, en cambio, su principio. La mayoría de nosotros sabe todo esto, pero el paso de las estaciones sigue teniendo algo de sobrenatural. En Solstice (solsticio), un relato publicado por la escritora estadounidense Anne Enright este año en la revista The New Yorker, un hombre casado vuelve en coche a casa ese día. “Era el cambio del año”, empieza la historia. “Esas pocas horas que son como el parpadeo de un ojo inmenso, la justa luz para comprobar que el mundo sigue ahí, antes de volver a cerrarse… Parecía el final de las cosas. Daban ganas de recuperar la religión… Pensó en la posibilidad de que esta vez no saliera bien. De que esta vez el mundo girase y girase hasta hundirse en las sombras… En ese momento, lo creyera él o no, el sol se detendría en el cielo, o parecería detenerse. Interrumpiría su descenso y empezaría su lento viaje de regreso al verano y al centro del cielo”.
Desde siempre, los solsticios han provocado un extraordinario abanico de reacciones: ritos de fecundidad, fiestas del fuego, ruedas ardientes, ofrendas a los dioses. Solsticio procede de las palabras latinas sol y sistere, “detenerse”. Muchas costumbres invernales de Europa Occidental proceden de los antiguos romanos, que creían que el dios de las cosechas, Saturno, había gobernado la Tierra en una época anterior. Por eso celebraban el solsticio de invierno —y su promesa de la vuelta del verano— con las Saturnales, unas grandes fiestas llenas de regalos, intercambio de papeles (los esclavos reprendían a sus amos) y festividades públicas entre el 17 y el 24 de diciembre.
Los romanos no tenían claro cuándo celebrar el solsticio de invierno. Julio César decretó que el día más corto era el 25 de diciembre
La transición del Imperio Romano y sus rituales paganos al cristianismo se prolongó durante varios siglos y culminó en el gran triunfo militar de Constantino en el año 312. Él volvió a unir el imperio y puso fin a medio siglo de guerra civil. Constantino atribuyó su victoria al dios cristiano y promulgó unas leyes que promovían el cristianismo. Así que se apropió de muchas costumbres paganas para modificarlas, de forma que el Sol y el Hijo de Dios quedaron indisolublemente unidos en la cabeza de la gente.
Aunque el Nuevo Testamento no ofrece ningún indicio de la verdadera fecha en la que nació Jesús (los primeros autores hablan más bien de primavera), en el año 354 Liberio, obispo de Roma, la fijó en el 25 de diciembre. En todos los países cristianos, la Navidad absorbió gradualmente todos los demás ritos del solsticio de invierno, de modo que, por ejemplo, los discos solares que antiguamente se pintaban tras las cabezas de los gobernantes en Asia pasaron a ser los halos de las figuras cristianas; la Misa del Gallo española, la misa de medianoche, se llama así porque se supone que cantó un gallo la noche que nació Jesús. Hasta entonces, los gallos se relacionaban con el sol, porque más bien cantan antes del amanecer. Pero la tradición cristiana los incluyó en el relato de san Pedro y su triple negación de Cristo antes de que el gallo cantara tres veces, y acabaron simbolizando al pecador que acepta el perdón divino a través de Jesucristo.
Durante mucho tiempo, a las festividades se les asignaba una fecha aleatoria. Los romanos no tenían claro cuándo celebrar el solsticio de invierno. Julio César decretó oficialmente que el día más corto del año era el 25 de diciembre. En el siglo I después de Cristo, Plinio lo situó en el 26, y su contemporáneo Lucio Columela, experto en agricultura, escogió el 23. En el año 567, el Concilio de Tours proclamó que todo el periodo desde Navidad hasta la fiesta de la Epifanía debía ser un mismo ciclo, y en el siglo VII estaba ya vigente el periodo de 12 días de paz, vida hogareña, fiestas y espíritu caritativo.
Sin embargo, el solsticio de invierno sigue cambiando de día. Puede caer en cualquier punto entre el 20 y el 22 de diciembre, dependiendo del huso horario. No es frecuente que caiga el 22 de diciembre: el último fue en 1975 y no se repetirá hasta 2203. El de este año se producirá para el centro de España exactamente el 21 de diciembre, a las 17.28.
Al final del relato de Anne Enright, el padre vuelve a casa y se dirige al dormitorio de su hijo. El niño está en la cama, sentado con las piernas cruzadas y los ojos apretados.
—Silencio —dice—. ¿Está pasando?
—Dentro de un minuto —responde el padre.
—¿Ya?
Pasan los segundos. El niño aprieta todavía más los párpados.
—¿Ya?
—Sí.
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Richard Cohen es editor y autor de ‘Persiguiendo el sol. La historia épica del astro que nos da la vida’ (Turner) y de ‘How to Write Like Tolstoy’, cuya traducción en español será publicada en otoño de 2018 por Blackie Books.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
‘Vascos’ en las legiones romanas
Vascones, várdulos y caristios formaron unidades de combate de la Roma Imperial
Brittania. La Cohors I Vardullorum permaneció acantonada en la frontera escocesa más de dos siglos y medio. / OLI SCARFF/AFP/GETTY IMAGES
Fuente: KEPA OLIDEN | EL DIARIO VASCO
2 de mayo de 2017
Los vascos abandonaron la prehistoria y se estrenaron en la Historia de la mano de los romanos. Y lo hicieron engrosando las filas de las legiones que conquistaron el imperio. Vascones, várdulos, caristios, autrigones… y otras tribus prerromanas que poblaban nuestra geografía -en un territorio más extenso que la actual Euskal Herria- aparecen por primera vez en la Historia por su relación con hechos de armas que recogieron historiadores latinos como Tácito, Plinio o Plutarco.
De los vascones, que poblaban una región que abarcaría toda Navarra, parte de Gipuzkoa, áreas del oeste de Zaragoza, y noreste y centro de La Rioja, el historiador español Antonio García Bellido (1903-1972) menciona una memorable acción militar llevada a cabo por las Cohortes Vasconum entre las actuales Holanda y Alemania. Y sobre los várdulos, que poblaban casi por entero lo que hoy es Gipuzkoa y buena parte de Araba hasta llegar al Ebro, afirma Plutarco que hacia 114 a. C. el general romano Cayo Mario (156 a. C.-86 a. C.) tuvo una guardia personal de esclavos escogidos con los que fue a Roma.
Pero los ancestros de los actuales guipuzcoanos, pese a estar «poco o nada romanizados», según García Bellido, también entraban en la recluta de tropas para las legiones romanas. La primera unidad de várdulos citada como parte del ejército romano es la que en sus títulos completos se llamó ‘Cohors I Fida Vardullorum civium Romanorum equitata milliaria’.
García Bellido, en su investigación sobre «Los ‘vascos’ en el ejército romano» (Fontes Linguae Vasconum, 1969), afirma que fue una de las unidades auxiliares que compusieron durante muchos años el ejército de ocupación romano en Brittania y una de las que mayor número de testimonios nos ha proporcionado. Aparece citada tanto en diplomas militares como en inscripciones lapidarias.
Frontera con Escocia
Este investigador contabiliza siete diplomas militares y hasta 14 lápidas funerarias descubiertas en Brittania que testimonian la permanencia en esas tierras de la I Cohors Vardullorum, por lo menos, hasta el siglo III. Más de la mitad de estas lápidas aparecieron en el lugar de la antigua Bremerium (Rochester), al sureste de Edimburgo. «Ello permite deducir que fue aquí donde la Cohors I Vardullorum tuvo sus cuarteles permanentes», concluye Antonio García Bellido.
Pero los várdulos no eran desde luego los únicos peninsulares en engrosar las legiones romanas en la remota frontera norte del imperio. También figuraban en el ejército británico otras unidades hispanas formadas por astures, bracaraugustanos, vascones, celtíberos…
Sin embargo, la Cohors I Vardullorum, a tenor de los documentos analizados por este investigador, parece probado que «acampó en las fronteras de Escocia -en los límites marcados por el Muro de Adriano- por los menos durante más de dos siglos y medio y siempre en puestos avanzados como fuerza de choque que era».
La unidad várdula, como ‘milliaria’, es decir, teóricamente de 1.000 hombres, aparece primero en el diploma militar del año 122 y como ‘equitata’, es decir, provista de turmae, de caballería, desde el 215. La cohorte milliaria equitata estaba compuesta teóricamente de 240 jinetes, es decir, de diez ‘turmae’ de 24 hombres más 760 infantes divididos en diez centurias.
«Que hubo más de una cohorte de várdulos lo deja deducir el ordinal I que llevó la única que conocemos». Pero como afirma García Bellido, «de la Cohors II Vardullorum, ni de otra cualquiera, nada conocemos».
Actuación brillante
En cualquier caso, la actuación de la Cohors I Vardullorum «debió ser brillante desde el primer momento», opina García Bellido, pues ya «en el diploma del año 98 aparece con el distintivo de civium Romanorum y el atributo de Fida, títulos que conservó a lo largo de su historia conocida.
Como estas tropas estaban reclutadas entre pueblos poco o nada romanizados -tal era el caso de los Varduli, precisamente- un comportamiento excepcionalmente brillante podía premiarse con la concesión de la ciudadanía romana, lo que quizás ocurriera en el caso de la cohorte várdula. Pero este investigador advierte asimismo que la extensión a todos los hispanos de la ciudadanía romana por Vespasiano, «pudo originar también tal título y llevarlo desde la creación de la unidad, que parece fue algunos años antes del 98. Respecto al epíteto de Fida no caben estas dudas, siendo un distintivo ganado acaso por su adhesión a algún emperador ascendido al trono en momentos difíciles (Otón, Vitelio o Vespasiano).
Caristios
García Bellido también reúne información, más somera, sobre la existencia de una Cohors Carietum et Veniaseum, que debió ser reclutada pronto, en los comienzos del Imperio, es decir, en los primeros decenios de nuestra era, y cuyas filas engrosaron los habitantes de una tribu que poblaba el territorio que hoy comprendería Bizkaia -con frontera con Vardulia en el río Deba- y la parte occidental de Araba.
Afirma García Bellido que la única noticia de esta unidad proviene de una lápida funeraria descubierta en la antigua Brixia, actual Brescia, en el norte de Italia.
Poco más se sabe de esta unidad que, al parecer, «no estaba compuesta por ciudadanos romanos, como lo estaban las de los vascones y los vardulli. «Eran pues sencillos ‘peregrini’ sin derechos cívicos todavía».
De los ‘Veniaesi’ se sabe, gracias a Plinio, que eran los vecinos del sur de los caristios. Este historiador latino dice que los ‘Vennenses’ tenían cinco ciudades de las que sólo nombra una, la de los Velienses, es decir Veleia, que García Bellido sitúa en Iruña-Veleia, «sita como se sabe junto a la actual Vitoria». Eran pues alaveses y debían ocupar una buena parte de la actual provincia hasta el Ebro.
Por último, García Bellido hace referencia a la Cohors II Nerviorum et Callaecorum. Dos diplomas militares fechados en el año 148, descubierto en Hungría, nombran a esta unidad auxiliar cuyo nombre alude a los Nervii, un pueblo de estirpe germánica conocido como habitante de la llamada Gallia Belgica, es decir, de la parte que tiene como núcleo hoy día la región de Bravante.
Ahora bien estos Nervii en la época de las invasiones célticas «desgajaron de su núcleo una tribu que debió de asentarse en España, precisamente en Bizkaia, dando nombre al río Nervión. Reparemos, además, que el nombre de la unidad cita también a los Callaeci. Ello me invita a creer que estos Nervii son precisamente los de las orillas del Nervión y no sus hermanos los de la Gallia Belgica» sostiene el historiador Antonio García Bellido.
Anglesey: cuando la legión romana XIV Gemina aplastó una secta renegada de druidas y brujas en Britania
En enero del año 43 d.C., esta unidad fue enviada a Gran Bretaña. Dos décadas después, logró acabar con uno de los mayores focos de enemigos de la región.
Representación de una legión romana – El último centurión
Fuente: MANUEL P. VILLATORO | ABC
4 de enero de 2017
«El griterío daba pavor. Decenas de mujeres vestidas completamente de negro saltaban locamente entre los guerreros, completamente hechas furia. Sus cabellos en completo desorden se agitaban en el aire al igual que lo hacían las antorchas encendidas que llevaban en sus manos. Cerca de ellas una banda de druidas, todos ellos vestidos de blanco, alzaban sus manos al cielo lanzando terribles imprecaciones». Así es como describió Tácito la llegada a Angresey (la llamada «Isla de los druidas») de la legión romana XIV Gemina en el año 60 d.C.
La jornada no pudo ser más aciaga para los militares, pues aquel día tuvieron que superar sus prejuicios y su carácter supersticioso para asestar el golpe definitivo a la que, en aquellos tiempos, era la mayor secta de druidas de Britania. Y lo cierto es que su miedo estaba en cierta forma justificado, pues de estos religiosos se decía que coqueataban con la magia negra y llevaban a cabo sacrificios humanos para contentar a sus dioses. Hoy, recordamos a esta legión aprovechando que, en enero del año 43 d.C. (tal mes como este) fue enviada a Gran Bretaña.
La «Isla de los druidas»
La llegada de las legiones romana a Britania en el siglo I d.C. de manos del emperador Claudio (Julio César ya lo había intentado un siglo antes y había fallado estrepitosamente) llevó a las diferentes tribus de la zona a organizar varios focos de resistencia. La mayoría, establecidos en la mitad norte de la isla. Sin embargo, los historiadores reconocen como uno de los enclaves celtas más destacados la isla de Anglesey (cerca de Liverpool).
«El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza»
Conocida como la «Isla de los druidas» (o Ynys Mon en dialecto local), este pedacito de tierra de apenas 715 kilómetros cuadrados se convirtió en un auténtico dolor de cabeza para los soldados de las legiones romanas. Y es que, en ella se asentaba un «colegio de druidas» cuyos miembros decían tener el poder necesario para proteger a todo el territorio de los invasores.
¿Quiénes eran los druidas? Oficialmente, los sacerdotes del pueblo celta. Pero extraoficialmente eran aquellos que canalizaban la religión como forma de aunar a las diferentes tribus contra las legiones romanas. «El pueblo céltico vivió en el norte de Francia y las Islas Británicas. Practicaba las artes ocultas y adoraba a la naturaleza, a la que atribuía cualidades animísticas o sobrenaturales», señalan John Ankerberg y John Weldon en su libro «Facts on Halloween». De esta opinión es también el historiador y arqueólogo Henri Hubert quien (en su obra «Los celtas y la civilización céltica») determina que los habitantes de las islas se mantenían unidos gracias a los druidas, a los que se daba gran importancia por saber interpretar los deseos de los dioses: «Eran una clase de sacerdotes expresamente encargados de la conservación de las tradiciones».
Ilustración ficticia de un druida – Wikimedia
En su extensa obra, «Legiones de Roma. La historia definitiva de todas las legiones imperiales romanas», el historiador Stephen Dando-Collins es de la misma opinión ya que, en sus palabras, los romanos se percataron de que «los druidas eran un factor unificador de las diferentes tribus britanas». De hecho, los hijos de los nobles eran habitualmente educados por estos sacerdotes en su religión.
Muchos de ellos se convertían en druidas, mientras que el resto pasaban a dirigir políticamente la mayoría de los pueblos de la región. «Así, todas las tribus apelaban a los mismos dioses celtas para que les dieran poder para derrotar a sus enemigos», añade el experto en su obra.
En base a todo ello, no es raro que -en cuanto pisó Britania– Augusto prohibiera a los romanos que profesaran esa religión y, posteriormente, Claudio la ilegalizara en su totalidad. Con esos precedentes, los romanos entendieron que debían conquistar la isla para acabar de un único golpe con el foco de resistencia. «Pretendían acabar con esa secta ilegal apagando así el fuego druídico de la resistencia británica», completa Dando-Collins. Sin embargo, para el ataque se necesitaba un oficial aguerrido capaz de tomar con sus legiones una región que, a priori, parecía inexpugnable.
El elegido
Para el ataque, Roma eligió al que había sido gobernador de Britania durante dos años, Cayo Suetonio Paulino. El primer general romano que, según explica el historiador Plinio en su obra «Descripción de África y Asia», cruzó la cordillera del Atlas durante su estancia como general en África: «Suetonius Paulinus […] fue el primer general romano que avanzó una distancia de algunas millas más allá del Monte Atlas: él habla como cualquier otra de la altura de esta montaña, pero añadió que el camino está lleno de espesos bosques y profundos formados de una especie de árboles desconocidos: la altura de estos árboles es notable, y el tronco sin nudos es brillante y el follaje es similar al ciprés, que emana un olor fuerte, y está cubierto como con lana sutil, que con arte, se pueden hacer tejidos como con la seda. La cumbre de la montaña está cubierta, incluso en verano, de nieve espesa».
Además, Suetonio no solo ofreció una información clave para la geografía romana como la ruta idónea para cruzar el Atlas o la situación de los accidentes geográficos de la zona, sino que también combatió en África como un auténtico héroe. No en vano, en el año 42 había demostrado sus habilidades marciales expulsando a una molesta tribu rebelde de Mauritania y optaba a recibir el título de «mejor soldado del imperio». Era, en definitiva, un «trabajador y sensato oficial», como determina el también historia Tácito.
Estatua de Suetonio – Wikimedia
Para tomar la isla, Suetonio eligió a los hombres de la XIV Legión, llamada Gémina, fundada por Julio César, y famosa por haber participado en todo tipo de campañas como la de Dirraqui y Tapsos. De hecho, tras combatir en Britania sería conocida como una de las unidades más experimentadas de todo el ejército romano.
Pero sus hombres no estarían solos ante los britanos, pues contarían además con el apoyo de varias unidades de caballería e infantería ligera bátavas. Hombres junto a los que llevaban llegando al baile de los aceros durante décadas y en los que tenían total confianza. Todo estaba listo para el enfrentamiento definitivo entre la secta de druidas y los legionarios.
Los enemigos
Pero… ¿Quiénes eran realmente sus enemigos? En palabras de Tácito, la isla estaba habitado por una secta de druidas renegados entre los que había mujeres. El historiador latino habla de hembras despeinadas, que vestían ropajes fúnebres dedicados al luto, y que solían llevar consigo antorchas. Todas ellas, acompañadas de druidas y de miles de guerreros celtas.
El contemporáneo afirma también que este grupo de enemigos era dirigido por una sacerdotisa llamada Veleda. «La sacerdotisa vidente era una virgen que dominaba un vasto territorio y que era objeto de una profunda veneración. […] Su función en el oráculo era [sumamente] importante por su influencia», explica Stefano Mayorca en «Los misterios de los celtas». Tácito dice lo siguiente de ella: «Estaba prohibido acercarse a Veleda o dirigirse a ella, como queriendo manifestar la veneración que se le debía».
Hacia la batalla
Suetonio salió de Camulodunum (actual Colchester) en al año 60 d.C. Tras reunir a sus hombres en la frontera con Gales, se dirigió al noroeste de la región. Como romanos que eran, no tardaron en buscar una solución para poder vadear rápidamente los ríos que encontraran a su paso. Así lo explica el autor de «Legiones de Roma»: «Durante el invierno, los hombres de la legión XIV Gemina se habían preparado para el ataque construyendo unas pequeñas barcas desmontables de fondo plano para poder operar en el río y en la costa. Dichas barcas fueron transportadas en la columna de bagaje de la fuerza especial y descargadas en cada uno de los ríos que se encontraban a través del norte de Gales».
«Durante el invierno, los hombres de la legión XIV Gemina se habían preparado para el ataque construyendo unas pequeñas barcas desmontables»
Tras atravesar el río Dee, el Clwyd y el Conway, se encontraron con su último escollo: el Estrecho de Manai. Una corriente de agua a la que arribaron en verano y que tenían que superar para llegar hasta los dominios de los britanos. Los primeros en cruzarla fueron los infantes. Los legionarios romanos. Y lo hicieron en las barcazas de fondo plano que ya habían sido montadas y desmontadas en una infinidad de ocasiones. Posteriormente le tocó el turno a los jinetes bátavos, a los cuales se les ordenó mojarse y pasar el líquido elemento «a nado con sus caballos».
Por su parte, los defensores esperaron al enemigo en las costas. «Una masa de guerreros galeses, probablemente de las tribus de los deceanglos, los ordovices y los siluros, formó en la orilla sureste de la isla en una “formación apretada” y esperaron el desembarco de las tropas romanas», explica Stephen Dando-Collins. Todo estaba listo para enfrentarse a pilum y scutum contra los enemigos.
Con los ejércitos formados en las playas y las armas preparadas para cargar contra el enemigo, los legionarios fueron recibidos por unos curiosos personajes ataviados con túnicas. En palabras de Mayorca, los primeros en plantar cara a los invasores fueron «un grupo de druidas que gritaban fórmulas y conjuros mientras elevaban sus manos hacia el cielo».
Tácito va más allá y señala que todo era parte de un extraño «ritual mágico» llevado a cabo por mujeres y que estaba destinado a maldecir a sus contrarios. «Mientras los legionarios y los auxiliares salían con dificultades de los botes, un grupo de mujeres histéricas aparecieron como un rayo por detrás de las filas celtas. Vestidas de negro, con los cabellos desaliñados, las mujeres agitaban tizones ardiendo en las manos y chillaban como animales», determina, en este caso, Dando-Collins.
Soldados romanos asesinan druidas – Wikimedia
Ver aquel improvisado aquelarre dejó más que boquiabiertos a los legionarios romanos de la XIV Gemina. Parece que a estos de nada les sirvió su amplio entrenamiento militar pues, sintiendo pánico a aquellas maldiciones llegadas del inframundo, se quedaron petrificados y no atendieron ni a levantar sus escudos para defenderse. La situación llegó a ser tan desesperante para los invasores que Suetonio, a voz en grito, recordó a sus supersticiosos hombres que aquellas no eran más que falacias lanzadas desde gargantas de tribus sin cultura alguna. Después, encabezó la carga contra los enemigos. Algo que enardeció los corazones de sus combatientes.
El resultado fue el esperado, una masacre. «Fue necesario que el propio Paulino asumiese el liderazgo e incitase a sus hombres a actuar preguntándoles si tenían miedo de las mujeres. Sin esperar a que se les uniera la caballería, los legionarios cargaron, exterminando tanto a guerreros como a brujas. Al poco, había pilas de cadáveres celtas quemándose entre las llamas de las piras funerarias encendidas con los propios tizones de las mujeres», determina Dando-Collins.
Acto seguido, y con los contrarios aplastados, las legiones se expandieron por la isla dispuestos a acabar con todos los druidas. Unos hombres que, según las leyendas, solían llevar a cabo sacrificios humanos.
¿Verdad o mentira?
Son muchos los expertos que, en base a los textos de Tácito, creen que los legionarios romanos tuvieron que sobreponerse a los maleficios que les lanzaban aquellas brujas antes de cargar contra ellas. Sin embargo, hay otros como el historiador español Pedro Palao Pons que afirman que este episodio fue exagerado por los militares de la época.
«En honor a la verdad, lo que cuenta Tácito posiblemente ocurrió más en la mente del historiador que ante sus ojos, ya que cuando aconteció la batalla del estrecho de Menai nuestro querido historiador romano, ni era historiador, ni estaba en Britania, puesto que solo era un niño», explica el autor en su obra «El libro de los celtas».
A su vez, Palao explica en este libro que, muy probablemente, Tácito se dejó impresionar por algún legionario exagerado que quería demostrar lo valiente que había sido en aquella isla. Aun con todo, el historiador sí corrobora que los druidas solían bendecir a los guerreros con salmos, canciones y danzas frenéticas para imbuirles ánimos en las batallas.
De compras con los iberos
17 yacimientos catalanes celebran un fin de semana de puertas abiertas para explicar el comercio con fenicios, griegos y romanos
La Fortalesa dels Vilars, en la Arbeca, uno de los yacimientos que abrirán sus puertas este fin de semana. / DEPARTAMENTO DE CULTURA
Fuente: JOSÉ ÁNGEL MONTAÑÉS > Barcelona | EL PAÍS
30 de septiembre de 2016
Lo que más llama la atención cuando se visita el poblado ibero de Ca n’Oliver, un asentamiento ocupado desde el año 550 antes de Cristo situado en el barrio de Montflorit de Cerdanyola del Vallès, son los enormes silos excavados en el suelo fuera de la imponente muralla, pero pegados a ella para poder ser controlados desde el interior por sus habitantes y así impedir que fueran saqueados por el enemigo.
Los habitantes iberos de Ca n’Oliver, y del resto de los poblados iberos, conocían perfectamente el proceso que permitía sellar de forma natural estos enormes recipientes realizados en el terreno con el fin de que el excedente de la producción agrícola se conservara y no se pudriera o se viera afectado por plagas. Esta práctica llamó la atención a Plinio que en la segunda mitad del siglo I escribe que en Hispania el grano se guardaba silos situados en terrenos secos en el fondo de los cuales y en las paredes se colocaba paja permitiendo que el grano se pudiera conservar hasta 50 años. Con el excedente comercializaban con otros pueblos mediterráneos obteniendo objetos de prestigio que ellos no producían.
El comercio de productos como el trigo, la cebada, la miel, el cobre o la plata, entre otras, entre los iberos de la península ibérica y pueblos como el griego y el fenicio y el romano, llevó a muchos grupos a desarrollar un alto nivel adquisitivo y de desarrollo. El comercio, como actividad de intercambio y desarrollo hace 2.300 años, es el tema sobre el que gira el Fin de Semana Ibérico en 17 yacimientos catalanes que forman parte de la llamada Ruta dels Ibers impulsada desde el Museo Arqueológico de Cataluña y los gestores de estos yacimientos.
Entre las actividades que podrán ofertar durante este fin de semana dominan los talleres en los que fabricar cerámica, amasar y cocer pan, acuñar monedas, de máscaras griegas, de transporte de vino, y las visitas a los yacimientos, muchas teatralizadas en las que los actores que van ataviados y se comportan como si vivieran habitualmente en el yacimiento son, en su mayoría, arqueólogos que conocen de primera mano lo que están explicando. Esta es una selección de las principales actividades que se podrán hacer en cada uno de los 17 yacimientos: http://www.mac.cat/Rutes/Ruta-dels-Ibers/Cap-de-Setmana-Iberic
Los 17 yacimientos
El Casol de Puigcastellet (Folgueroles) |
Lusitania romana, en los confines del mundo conocido
Una exposición del Museo Arqueológico Nacional nos traslada las últimas investigaciones de una de las provincias romanas más desconocidas
Mosaico de las Musas, cuya inscripción pide que se barra con cuidado y desea buena suerte – ABC
Fuente: JESÚS GARCÍA CALERO | ABC
30 de junio de 2016
Un impresionante guerrero galaico recibe al visitante con su imponente presencia. Nunca antes había salido de Portugal porque es un «tesoro nacional». Esculpido en un bloque de granito de más de dos metros de altura, es una de las obras principales de la exposición inaugurada en el Museo Arqueológico Nacional (MAN) que lleva por título «Lusitania romana, el origen de dos pueblos». Esa mirada de dos mil años, hoy gastada, vio llegar a los romanos al confín occidental de la Península Ibérica, dispuestos a combatir a los pueblos indígenas y también a explotar las riquezas de un territorio desconocido.
Guerrero lusitano, tesoro cultural portugués del Museo Nacional de Arqueología de Lisboa – ABC
Lusitania pasó en apenas dos siglos a ser una provincia romana en la que representar el éxito de aquella civilización que nos precede. Sin embargo hasta ahora ha sido la más desconocida de las regiones de la Hispania romana, en parte porque su estudio estaba también partido por la raya que separó durante siglos a España y Portugal. Desde hace décadas la ciencia ha borrado esa frontera y ha estudiado con nuevos ojos ese territorio de gran peso en nuestra historia, un lugar de mestizajes y batallas, de integración y economía «global», y sobre todo la orilla del océano temible que los pueblos que heredaron la pax romana en estos confines tardaron siglos en navegar.
Espada de antenas
En la muestra del MAN percibimos el tiempo. Parte de la invasión y las culturas indígenas en pie de guerra, con espadas, falcatas y tesoros de plata. La llegada de los romanos lo trastoca todo, las armas, las monedas, cambian de diseño. Está la inscripción de Arronches, una pieza única, de gran valor, escrita en caracteres latinos pero en la perdida lengua lusitana.
Cuando los romanos se asientan y Augusto funda su capital para los eméritos, los veteranos de las guerras, se acelera la historia. Aparecen relatos con nombre propio. Siendo tierra de confín es el lugar perfecto para el exilio y la represalia. Así llega a Augusta Emerita el gobernador Lucius Fulcinius Trio, recordado por Tacito en sus Anales, enfrentado a Tiberio. Un hombre de carácter bajo cuyo mandato la romanización hierve.
Se establecen reglas y clientelas, de las que hablan muchas inscripciones como los pactos de hospitalidad, y se construyen las arterias de la nueva civilización, leyes y calzadas, a ritmo febril. Llegan los relojes de sol o de agua a regular la vida –hasta entonces pendiente de los gallos– según el uso imperial, y se colocan piedras miliares y estelas funerarias que nos hablan de una sociedad compleja y mestiza unida en su cúspide por la ciudadanía romana.
Sarcófago de las estaciones, procedente de la región de Évora
Pero hay tumbas de señores y libertas, utensilios del día a día que retratan la vida en las villas, sobre los mosaicos multicolores, y en los templos. Hay aperos de labranza y cepos de ancla y ánforas de barcos de salazón. ¿Velocidad? Se expone la piedra miliar erigida en el 23 a.C., solo dos años tras la fundación de la capital, a 120 millas desde Mérida hacia el norte.
Junto al gobernador Trio, que acabó suicidándose en el 35, aparece su jefe de obras en las inscripciones, todo un personaje que aceleró el culto imperial, llamado Lucius Cornelius Bocchus, hombre de gran mérito y autor de obras perdidas, citadas por Plinio. El culto al emperador define la vida romana en la provincia.
Pero aquella sociedad mantiene a sus dioses (una estela de mármol arroja una maldición de la diosa Ataecina contra un ladrón de ropa), pero es permeable a cultos orientales, como el mitraico (una escultura espléndida y un altar entre las piezas) y finalmente el judaico (dos sinagogas hubo en Augusta Emerita) y el cristiano (la mártir Eulalia). También hay huellas de la caída de Roma y la entrada de los pueblos germanos.
La muestra tiene cuatro comisarios, dos a cada lado de la raya: los directores del Museo Nacional de Portugal, Antonio Carvalho, y del de Mérida, José María Álvarez Martínez, así como Trinidad Nogales, investigadora del MNAR, y Carlos Fabião, de la Universidad de Lisboa. Ellos han dibujado con todos estos fragmentos el camino de vuelta al origen, el arjé, de los dos pueblos.
Palmira: Entre el bullicio Caravanero y la soledad del Desierto
Palmira, la ciudad de las palmeras, o Tadmor, la ciudad de los dátiles. Ambas denominaciones hacen referencia a la fuente principal de vida de la legendaria ciudad del desierto: el oasis de Efca.
Floreciente bajo dominio romano gracias al comercio caravanero con Oriente, Palmira entró en decadencia tras la derrota de Zenobia en 272. En la imagen aparece el arco monumental que daba acceso a la ciudad. / Hans P. Szyska
Fuente: MARIO AGUDO | SER Historia
10 de junio de 2016
Cuando los primeros viajeros europeos llegaron a sus restos arqueológicos, lo primero que les llamó la atención fue el agua que manaba por acueductos y canales, un agua que brotaba de las montañas cercanas y que había sido llevada hasta allí por el ingenio de sus habitantes.
Este fértil oasis fue la razón por la que el emplazamiento se convirtió, desde sus orígenes, en un punto de avituallamiento estratégico de las caravanas que venían de Oriente y Occidente, lo que otorgó a Palmira una interculturalidad que todavía hoy podemos ver en sus manifestaciones artísticas, a caballo entre el mundo mediterráneo y asiático. Las casualidades de la historia hicieron que fueran precisamente dos comerciantes británicos de la English Levant Company de Alepo, los que atraídos por lo que se contaba de la legendaria ciudad, prepararan la primera expedición moderna de la que tenemos noticia gracias a Edmund Halley, en el siglo XVII, aunque ya el italiano Pietro della Valle nos habló de ella poco antes.
Por su ubicación en mitad del desierto, siempre fue, como señaló Plinio, una ciudad fronteriza, a caballo entre dos mundos, expuesta a las ambiciones de todos los que ansiaban ampliar sus dominios. Este carácter estratégico ha sido un arma de doble filo, pues le granjeó importantes beneficios económicos fruto del comercio, patentes en la monumentalidad de sus edificios, pero la situó siempre en el punto de mira de las campañas militares que tenían lugar entre el Éufrates y el Mediterráneo.
Fiel a su historia, Palmira se convirtió en un objetivo no solo estratégico, sino también simbólico, en la Guerra Civil que asola Siria desde 2011. Cuatro años después del inicio del conflicto, DAESH tomó el control del yacimiento. Los precedentes no anticipaban un desenlace alentador. La destrucción de la tumba de Jonás y el Museo de Mosul, parte de las murallas de Nínive, Nimrud, Khorsabad o Hatra eran unos antecedentes demasiado recientes como para albergar esperanzas. Finalmente, como se esperaba, fueron cayendo los monumentos más significativos de la ciudad, pero la primera desgracia fue personal: la decapitación de Khaled al-Asaad, quien fue el director del yacimiento durante buena parte de su era moderna. A su muerte siguió la destrucción de los templos de Baalshamin, Bel, las tumbas-torre, el arco triunfal, algunas columnas de la vía columnada y el león de Al-lat.
Apenas un año después de este frenesí de destrucción, el ejército sirio, con apoyo de Rusia, reconquistaba la ciudad y comenzaba a hacerse balance. A parte de los monumentos señalados, el museo había quedado arrasado y buena parte de las figuras que por su tamaño no se habían podido trasladar por la Dirección General de Antigüedades y Museos de Siria a lugares más seguros habían sido destruidas o decapitadas.
Rápidamente comenzaron a escucharse voces por todo el mundo que clamaban por la reconstrucción de la ciudad. En primer lugar se inició el desminado de las ruinas, sembradas de explosivos por DAESH. Luego se han comenzado a estabilizar zonas dañadas y finalmente, se ha comenzado a hacer una evaluación más profunda de los daños. La reconstrucción integral, que podría durar cinco años, es posible gracias a la ingente cantidad de documentación de que disponemos sobre la ciudad, pero solo una vez que el país haya recobrado una normalidad que, hoy por hoy, se antoja una quimera.
La destrucción de los monumentos más importantes de Palmira plantea diferentes reflexiones. La primera de ellas de calado más humano. Parece que nos preocupamos más por el patrimonio material que por la sangría de víctimas que han caído desde el inicio del conflicto, no solo en Siria, sino también en Irak. En segundo lugar, Palmira es la manifestación material de una cultura cuyo legado inmaterial está también en peligro: el mundo grecolatino y su herencia, que han conformado nuestro modo de pensar durante siglos, que han sido la base de nuestra propia civilización, está en serio retroceso en pleno destierro de las Humanidades en los planes de estudio. De esto tampoco nos lamentamos. En tercer lugar, una última reflexión: no hay que marcharse a lejanos desiertos para presenciar actos vandálicos contra nuestro patrimonio común. La desidia de la administración en la conservación de nuestra ingente riqueza material, la falta de concienciación de la población y actos vandálicos como las pintadas en el templo de Debod o la destrucción del mosaico de Écija, ponen sobre la mesa la necesidad de llevar a cabo una reflexión conjunta que nos ayude a no repetir los mismos errores que nos han conducido a esta situación.
El MNH acoge una exposición sobre el yacimiento romano de Lobos
El Museo de la Naturaleza y el Hombre (MNH) ha acogido esta mañana la presentación de la exposición ‘Un taller romano de púrpura: Lobos 1’, que muestra los trabajos arqueológicos que se desarrollan en el Islote de Lobos iniciados en el año 2012.
Presentación de la exposición / EUROPA PRESS- CEDIDA
Fuente: EUROPA PRESS | lainformacion.com 16/02/2016
SANTA CRUZ DE TENERIFE, 16 Feb.- La muestra ha sido organizada por los Cabildos de Tenerife y Fuerteventura. La inauguración de la exposición tendrá lugar esta tarde a partir de las 19.00 horas y se prolongará hasta el 3 de abril.
En la presentación, la consejera de Museos, Amaya Conde, destacó que la púrpura «ha sido y es el producto más caro de la historia y era un signo de poder».
De igual modo, hizo hincapié en el «trabajo colaborativo» que se está llevando a cabo, y anunció que en el mes de marzo se van a celebrar unas jornadas técnicas sobre las labores arqueológicas que se están realizando en el yacimiento de Lobos.
Por otra parte, el director del Museo Arqueológico de Tenerife, Conrado Rodríguez, resaltó la colaboración que existe con el Cabildo de Fuerteventura, pues llevan colaborando más de 20 años, y apuntó que la importancia de Lobos «viene a marcar el límite Sur de los intereses económicos romanos». «Es un lugar especial, pues manifiesta una actividad laboral en el Islote», apostilló.
Los trabajos se llevan a cabo en el marco de un convenio de colaboración suscrito entre las dos corporaciones insulares, dentro de un proyecto de investigación que está dirigido por personal científico de ambas instituciones y de la Universidad de La Laguna.
‘Un taller romano de púrpura: Lobos 1’ ya estuvo expuesta a finales del pasado año en el Archivo Insular de Puerto del Rosario, en Fuerteventura.
La exposición se centra, primeramente, en el yacimiento, denominado Lobos 1, ubicado en La Playa de La Calera o de La Concha, al suroeste del islote de Lobos.
Se trata de un taller de explotación de púrpura (stramonita haemastoma), uno de los productos más preciados de la Antigüedad. Este sitio arqueológico, de la época del Alto Imperio, está fechado entre el siglo I antes de Cristo y el I después de Cristo.
Esta muestra expositiva exhibe una selección de materiales de manufactura romana, tanto cerámicas realizadas a torno (ánforas, tapas de ánforas) como materiales metálicos de hierro y bronce (anzuelos, punzones, aguja de coser redes), y líticos que están relacionados con la labor del procesado de púrpura (morteros, yunques, machacadores-guijarros), así como cerámicas de cocina (ollas y contenedores de alimentos), vajilla de mesa (jarras, fuentes), que son indicativos de una actividad doméstica-alimenticia.
El descubrimiento de este taller permite situar el islote de Lobos como límite meridional de los intereses económicos romanos en esa época de la historia.
Ibiza: Una casa payesa de hace 2.000 años
- Las obras del acceso de Jesús permiten descubrir una villa agrícola cartaginesa que empezó a ser habitada en el siglo II a. C. y lo estuvo durante 800 años casi ininterrumpidos
- Los restos, tras ser estudiados, serán cubiertos para que puedan continuar las obras
Varios obreros trabajaban ayer en la zona. VICENT MARÍ
Fuente: Joan Lluís Ferrer | Diario de Ibiza 08/01/2016
Cuando el llano de Jesús era un paraje despoblado pero con un gran potencial agrícola, una familia se estableció en la actual finca de sa Torre Tombada y levantó la primera casa de los alrededores. Eso fue en el siglo II a. C. y estuvo habitada hasta el VI d. C. Ahora, las obras del acceso a Jesús han permitido descubrir los restos de esta villa dedicada a la producción de vino para exportar fuera de la isla.
Sin saberlo, los vecinos de Jesús que llegan al pueblo a través del acceso que viene de Vila, ahora en obras, pasan por encima de 2.000 años de historia. Debajo de ese tramo de carretera se encuentran los restos de una vivienda unifamiliar púnico-romana que permaneció en uso a lo largo de ocho siglos, hasta llegar al VI d. C., según han comprobado los arqueólogos.
Alguien, dos siglos antes de nuestra era, debió considerar que ese emplazamiento, un enorme y fértil llano cercano a la capital, debía ser un lugar idóneo para establecer una vivienda dedicada a faenas agrícolas. La familia cartaginesa que allí se instaló transformó los alrededores en un campo dedicado a la plantación de vides para la elaboración de vino. El arqueólogo que dirige la excavación, Josep Torres, recuerda que Ibiza era entoncces una potencia en materia vinícola, puesto que exportaba esta mercancía a todos los puertos del Mediterráneo y se han hallado ánforas ibicencas que lo contenían en numerosos yacimientos de varios países.
«Ya Plinio decía entonces que el vino de Ibiza era comparable a los mejores vinos de su Italia natal, lo cual, para alguien tan enamorado de su propio país como era él, demuestra que debía de ser un buen vino», afirma Torres a pie de excavación, en la que varios operarios se afanan en ir rebajando el nivel del terreno.
Todo el suelo rústico de Ibosim estaba entonces dedicado al cultivo de la vid. «Es imposible encontrar un palmo cuadrado sin hallar restos que lo demuestren», afirma Torres, quien alude además a las innumerables zanjas de cultivo excavadas en roca que se suelen hallar en numerosos lugares de la isla, dedicadas precisamente a esta actividad.
«El vino, base de la economía»
«Esta casa se dedicaba a la producción de vino, con más seguridad que a la producción de aceite», afirma Torres, dado que ese cultivo no estaba tan extendido. «Las viñas eran la base de la economía de la isla», recalca.
El yacimiento hallado demuestra ya al primer vistazo que es mucho más grande de lo que se ha sacado a la luz, pues la carretera le pasa por encima, «y, además, la casa continúa al otro lado de la calzada», afirma el investigador. Se trata, por tanto, de un inmueble de importancia, del que se conservan básicamente los cimientos, que permiten adivinar la estructura del interior. Destaca el hallazgo de una cubeta de decantación (una especie de bañera con un agujero grande) en su interior. Se trata de una instalación habitual en las casas donde se producía vino y aceite. También se observan un par de ánforas clavadas aún en el suelo, aunque rotas en su parte superior. Se conserva el quicio de la puerta de entrada y el pavimento que «pisaban para entrar y salir de ella». Una pieza redonda con un agujero central revela que allí estaba el soporte físico de la puerta, sobre el que ésta giraba.
Por lo tanto, no estamos ante una finca de recreo. Aunque no era una la vivienda de una familia pobre, «no era la típica villa con mosaicos y decoraciones para que el señor se dedicara a descansar todo el día». «Aquí se trabajaba, y además se producía mucho; no solo vivía la familia, tal vez vivían también aquí los trabajadores de la explotación agrícola», afirma Josep Torres, que junto con Elise Marlière dirigen la excavación. Su empresa, Antiquarium Arqueología y Patrimonio, es la contratada por la constructora para hacer el seguimiento arqueológico de la obra.
El mar estaba entonces mucho más cerca de la casa que ahora, pues la sucesiva deposición de materiales sedimentarios durante siglos fue formando ses Feixes y uniendo s´Illa Plana a Ibiza. Desde aquí, por tanto, se divisaban los barcos que fondeaban en el puerto para cargar ánforas con destino a otras ciudades del Mediterráneo, mientras en la actual Dalt Vila ya debía haber –según todos los indicios– un templo dedicado a las deidades púnicas y la ciudad.
La longevidad de la villa desenterrada en el yacimiento de sa Torre Tombada –bautizado así por la casa payesa más cercana– hizo que numerosas generaciones desfilaran por ella, hasta el punto de que cuando los romanos sustituyeron a los cartagineses, continuó estando habitada y lo mismo pasó al llegar la época bizantina. Con el siglo VI se pierden las noticias sobre actividad en esta vivienda.
Los arqueólogos han encontrado también varios enterramientos –de hecho, fue lo primero que se halló y lo que dio pio a pensar en la existencia de alguna casa cercana–, entre ellos uno de carácter infantil, en el que el cuerpo era introducido dentro de un ánfora, a modo de pequeño sarcófago.
Dado que se trata de una excavación de urgencia, no está previsto sacar a la luz lo que hay debajo de la parte asfaltada, ocupada por la calzada, ni tampoco la prolongación de la villa por el otro lado de la carretera. «Quedará enterrado, conservado, pero documentado para el futuro», añade Josep Torres.
El hallazgo no ha alterado prácticamente para nada el programa de trabajo del proyecto de la carretera, puesto que solo obligará a una pequeña modificación de unas tuberías, cuyo nuevo trazado estaba siendo estudiando ayer por los ingenieros. Para Torres, este descubrimiento «no ha de ser visto como algo negativo, sino como una oportunidad para conocer nuestra historia».