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Emilio Lledó, una defensa de las Humanidades

La sabiduría del profesor Lledó clama en el desierto universitario español. En este último trabajo, recopila artículos y textos que reflexionan sobre la deriva de nuestra educación

Emilio Lledó en su casa de Madrid – Matías Nieto Koenig

Fuente: IGNACIO SÁNCHEZ CÁMARA  |  ABC Cultural
2 de agosto de 2018

No es extraño que la época de la «abolición del hombre» (C. S. Lewis) coincida con el asedio a las Humanidades y su declive, en ocasiones por culpa de quienes las cultivan. Ya no se trata sólo de reivindicar la cultura superior, sino la supervivencia del hombre como ser personal e inteligente. Ignoramos que nada hay tan necesario como lo que parece superfluo y poco rentable. Y que sean precisamente las Universidades, no todas, las que se empeñen en este asedio antihumanista, y aúnen el anticapitalismo con la adoración de la rentabilidad económica, resulta aún más doloroso. Emilio Lledó (Sevilla, 1927), uno de nuestros pocos maestros y grandes pensadores, lleva décadas clamando contra esta entrega a la barbarie.

No se le ha escuchado lo suficiente. En «Sobre la educación», recoge artículos y trabajos publicados entre 1978 y 2009 en defensa de las Humanidades, especialmente la Literatura y la Filosofía, de los estudios clásicos y del espíritu genuino de la Universidad. Su profundo conocimiento, su excelente trayectoria académica, su sobriedad expositiva, no exenta de la contundencia que tantas veces requiere el asunto abordado, y estos tiempos de indigencia intelectual y declive moral (me refiero al espíritu dominante, por supuesto no faltan egregias y heroicas excepciones), hacen la lectura de este libro algo reconfortante. Estamos ante la obra de un verdadero profesor.

Una intensa melancolía surge del recuerdo que el profesor Lledó dedica al ideal universitario de Wilhelm von Humboldt, quien, en su escrito sobre el Plan de estudios lituano de 1809 había afirmado: «A la Universidad le está reservado lo que sólo el hombre por sí mismo y a través de sí mismo puede encontrar, la inteligencia de la ciencia pura. Para este acto constituyente de su propia mismidad son necesarias Libertad y Soledad. De estos dos puntos brota toda la organización externa de la Universidad». Aquí se encierra todo: la inteligencia de la ciencia pura, la libertad y la soledad. Sin ellas, no hay Universidad.

Los peligros

Pero no hay gran obra que no esté exenta de riesgos y posibles errores. Tampoco ésta. Lledó, siguiendo una vieja tradición también española, defiende el ideal de una escuela única, pública y laica. Es, ciertamente, una opción, pero no la única. Ni tampoco está libre de peligros. Pues cuando se dice «pública» suele querer decirse, lo que no es lo mismo, «estatal». Y dejar la educación en manos del poder político es abrir la puerta a la manipulación ideológica y, quizá, al totalitarismo. Condorcet y Mill, entre otros, combatieron la pretensión de conferir al Gobierno la autoridad para determinar el contenido de la educación. A él compete la garantía del derecho a la educación y la defensa de la igualdad de oportunidades, pero no el derecho a determinar lo que es verdadero o falso en el ámbito científico, religioso o moral. Ni siquiera si es democrático. La verdad no depende del sufragio universal. Por otra parte, en la Grecia clásica, las escuelas filosóficas no eran públicas ni había una sola.

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Dejar la educación en manos del poder político es abrir la puerta a la manipulación ideológica y, quizá, al totalitarismo

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El texto contiene algunos argumentos, en algunos casos certeros, contra la cerrazón eclesiástica, pero ninguno contra el cristianismo. Aunque tampoco ninguno a favor. La devoción a Kant, que sólo puedo compartir, aunque no signifique acuerdo general, no puede ignorar que era un piadoso cristiano. La Universidad, tal como la conocemos, es una institución cristiana, aunque su origen se encuentre en las escuelas filosóficas griegas. El autor niega la libertad de los padres a escoger el centro donde educar a sus hijos y la considera «una extraña utilización del término libertad y una oportunista apropiación semántica».

Quizá la fecha de este texto, 1977, acaso pueda explicar su politización: «Es inviable una Universidad democrática, si no está ceñida por una sociedad socialista, o sea, por una sociedad solidaria, en la que los intereses de la comunidad rijan, alienten y controlen los interese de los individuos». Ignoro si la Universidad debe ser democrática, como ignoro si la Academia de Platón, el Liceo aristotélico o el Jardín de Epicuro lo fueron. Pero no creo que la Universidad, por ejemplo, el ideal de Humboldt, sea necesariamente socialista. Más bien creo que la politización destruye la Universidad. Prefiero el triple ideal del pensador alemán: inteligencia, libertad y soledad.

«Sobre la educación». Emilio Lledó

Ensayo. Taurus, 2018. 260 páginas. 19,90 euros

 

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2 agosto 2018 at 7:33 pm Deja un comentario

Un padre advierte de la «preocupante situación» de griego en educación

Fernando Basanta, el padre de una de los siete alumnos del IES Abdera de Adra, ha remitido una carta a la ministra de Educación, Isabel Celaá

EDUCACIÓN. EP

Fuente: Andalucía Información
31 de julio de 2018

Fernando Basanta, el padre de una de los siete alumnos del IES Abdera de Adra (Almería) que no ha podido cursar la asignatura de Griego en el primer curso de Bachillerato, ha remitido una carta a la ministra de Educación, Isabel Celaá, para alertar sobre la «preocupante situación» de esta disciplina.

La misiva, enviada con copia al ministro de Cultura, José Guirao, y a los consejeros de Educación de las comunidades autónomas, señala que se trata de un «escenario que va adquiriendo progresivamente mayor gravedad a medida que transcurren los cursos académicos».

En la carta, a la que ha tenido acceso Efe, Basanta enumera 37 centros educativos que, según él, «prescindirán de esta materia tan esencial y vertebradora del itinerario de Humanidades, truncando irremediablemente las expectativas académicas de nuestros hijos».

«A este ritmo, antes de un lustro habremos enterrado en las catacumbas una parte esencial de las raíces de nuestra propia lengua y nuestra cultura. Y lo más grave es que lo habremos hecho atropellando las normas estatales y autonómicas, al más puro estilo de la Consejería de Educación de Andalucía, a pesar de que su propia normativa conciba textualmente la lengua y cultura de Grecia como expresión de logros civilizadores», dice.

«La hybris, la soberbia, era para los griegos el peor de los errores y engendraba horror. Y en el caso que nos ocupa el horror no es otro que la supresión encubierta de la especialidad de Griego, y con ello, del itinerario de Humanidades en el Bachillerato español, a costa de la formación de infinidad de alumnos», sostiene.

Por ello, ruega a la ministra a que no espere a que la justicia «tenga que pronunciarse en relación al caso del IES Abdera de Adra, que debe su nombre a los griegos, y pida cuentas a las diferentes Consejerías de Educación sobre este atentado a la razón, que ha provocado la deshumanización del Bachillerato español».

 

2 agosto 2018 at 7:31 pm Deja un comentario

Primer capítulo de «Mujeres y poder», un manifiesto de Mary Beard

Este año la editorial Planeta publicó el libro que recopila algunas de las conferencias de Mary Beard. La inglesa es una académica especializada en estudios clásicos. Es catedrática en la Universidad de Cambridge y, además, una de las voces más importantes del feminismo contemporáneo.

Mary Beard recibió considerables ciberacosos después de que apareciese en enero de 2013 en el programa de la BBC Question Time desde Lincolnshire, y se expresase positivamente sobre los trabajadores inmigrantes que vivían en el condado. / AFP

Fuente: Mary Beard  |  El Espectador
12 de julio de 2018

Quiero empezar por el principio mismo de la tradición literaria occidental, con el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle», que su voz no había de ser escuchada en público. Me refiero a un momento inmortalizado al comienzo de la Odisea de Homero, hace casi tres mil años, una historia que tendemos a considerar como el relato épico de Ulises y las aventuras y peripecias a las que tuvo que enfrentarse para regresar a casa tras finalizar la guerra de Troya, mientras su leal esposa Penélope le aguardaba y trataba de ahuyentar a sus pretendientes que la apremiaban para casarse con ella. No obstante, la Odisea es asimismo la historia de Telémaco, hijo de Ulises y de Penélope, la historia de su desarrollo personal, de cómo va madurando a lo largo del poema hasta convertirse en un hombre.

Este proceso empieza en el primer canto del poema, cuando Penélope desciende de sus aposentos privados a la gran sala del palacio y se encuentra con un aedo que canta, para la multitud de pretendientes, las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso al hogar. Como este tema no le agrada, le pide ante todos los presentes que elija otro más alegre, pero en ese mismo instante interviene el joven Telémaco: «Madre mía —replica—, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca … El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Y ella se retira a sus habitaciones del piso superior. Hay algo vagamente ridículo en este muchacho recién salido del cascarón que hace callar a una Penélope sagaz y madura, sin embargo, es una prueba palpable de que ya en las primeras evidencias escritas de la cultura occidental las voces de las mujeres son acalladas en la esfera pública.

Es más, tal y como lo plantea Homero, una parte integrante del desarrollo de un hombre hasta su plenitud consiste en aprender a controlar el discurso público y a silenciar a las hembras de su especie. Las palabras literales pronunciadas por Telémaco son harto significativas, porque cuando dice que el «relato» está «al cuidado de los hombres», el término que utiliza es mythos, aunque no en el sentido de «mito», que es como ha llegado hasta nosotros, sino con el significado que tenía en el griego homérico, que aludía al discurso público acreditado, no a la clase de charla ociosa, parloteo o chismorreo de cualquier persona, incluidas las mujeres, o especialmente las mujeres. Lo que me interesa es la relación entre este momento homérico clásico en el que se silencia a una mujer y algunas de las formas en que no se escuchan públicamente las voces de las mujeres en nuestra cultura contemporánea y en nuestra política, desde los escaños del Parlamento hasta las fábricas y talleres. Es una acostumbrada sordera bien parodiada en la viñeta de un viejo ejemplar de Punch: «Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presentes quiera hacerla».

Examinemos ahora cómo podría relacionarse esta situación con el abuso al que, incluso hoy en día, están sometidas muchas mujeres que sí hablan, y una de las cuestiones que me ronda por la cabeza es la conexión entre pronunciarse públicamente a favor de un logo femenino en un billete bancario, las amenazas de violación y decapitación en Twitter, y el menosprecio de Telémaco hacia Penélope.

Mi objetivo aquí es adoptar un punto de vista amplio y distante, muy distante, sobre la relación culturalmente complicada entre la voz de las mujeres y la esfera pública de los discursos, debates y comentarios: la política en su sentido más amplio, desde los comités de empresa hasta el Parlamento. Espero que este enfoque desde la lejanía nos ayude a superar el simple diagnóstico de «misoginia» al que recurrimos con cierta indolencia, pese a ser, sin duda alguna, una forma de describir lo que ocurre. (Si uno acude a un programa de debate en televisión y después recibe una avalancha de tuits en lo que se comparan tus genitales con una variedad de vegetales podridos, es difícil encontrar una palabra más adecuada para definir la situación.) No obstante, si lo que queremos es comprender —y hacer algo al respecto— por qué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír, hemos de reconocer que el tema es un poco más complicado y que hay un trasfondo al que hay que remitirse.

«Por qué las mujeres, incluso cuando no son silenciadas, tienen que pagar un alto precio para hacerse oír».

El arrebato de Telémaco no fue más que el primer caso de una larga lista, que se extiende a lo largo de toda la Antigüedad griega y romana, de fructuosos intentos no solo por excluir a las mujeres del discurso público sino también por hacer ostentación esta exclusión. A principios del siglo iv a. C., por ejemplo, Aristófanes dedicó una comedia entera a la «hilarante» fantasía de que las mujeres pudieran hacerse cargo del gobierno del Estado. Parte de la broma consistía en que las mujeres no podían hablar en público con propiedad, o más bien que no podían adaptar su charla privada (que en este caso estaba centrada básicamente en el sexo) al elevado lenguaje de la política masculina. En el mundo romano, las Metamorfosis de Ovidio —esa extraordinaria épica mitológica sobre los cambios físicos de los personajes (y probablemente la obra más influyente de la literatura occidental después de la Biblia)— vuelve reiteradamente a la idea de silenciar a las mujeres en su proceso de transformación. Júpiter convirtió en vaca a la pobre Ío para que tan solo pudiera mugir, no hablar; mientras que la parlanchina Eco es castigada a que su voz no sea nunca la suya, a ser un simple un instrumento que repita las palabras de los demás.

En el famoso cuadro de Waterhouse, Eco contempla a su anhelado Narciso sin poder entablar conversación con él, mientras este se enamora de su propia imagen reflejada en un estanque. Un antólogo romano serio del siglo i d.C. solo pudo recopilar tres ejemplos de «mujeres cuya condición natural no consiguió acallarlas en el foro». Sus descripciones son reveladoras. La primera, una mujer llamada Mesia, se defendió a sí misma con éxito en los tribunales y «dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la “andrógina”». La segunda, Afrania, solía iniciar ella misma las demandas judiciales y era tan «descarada» que las defendía personalmente, por lo que todo el mundo estaba harto de sus «ladridos» o «gruñidos» (no se le concede la gracia del «habla» humana). Sabemos que murió en el año 48 a.C., porque «con semejantes bichos es más importante documentar su muerte que su nacimiento». En el mundo clásico hay solo dos importantes excepciones de esta abominación respecto a las mujeres que hablan en público. En primer lugar, se les concede permiso para expresarse a las mujeres en calidad de víctimas y de mártires, normalmente como preámbulo a su muerte. A las primeras mujeres cristianas se las representaba proclamando su fe a gritos mientras eran conducidas a los leones, y en un conocido relato de la historia arcaica de Roma, a la virtuosa Lucrecia, violada por un desalmado príncipe de la monarquía gobernante, se le concede un papel con diálogo solo para denunciar al violador y anunciar su propio suicidio (o así lo presentaron los autores romanos: no tenemos la menor idea de lo que sucedió realmente). No obstante, incluso esta ínfima y amarga oportunidad de expresión podía ser denegada. En un relato de las Metamorfosis se nos cuenta la violación de la joven princesa Filomela, a la que el violador, para evitar cualquier denuncia al estilo de Lucrecia, sencillamente le corta la lengua.

«El discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género».

Esta idea la recoge Shakespeare en su Tito Andrónico, donde también se le arranca la lengua a Lavinia tras ser violada. La otra excepción es más corriente, pues en ocasiones las mujeres podían levantarse y hablar legítimamente para defender sus hogares, a sus hijos, a sus maridos o los intereses de otras mujeres. Por consiguiente, en el tercero de los tres ejemplos de oratoria femenina planteados por el antólogo romano, la mujer, de nombre Hortensia, se sale con la suya porque actúa explícitamente como portavoz de las mujeres de Roma (y solo de las mujeres), tras haber sido sometidas a un impuesto especial sobre el patrimonio para financiar un dudoso esfuerzo de guerra. Dicho de otro modo, en circunstancias extremas las mujeres pueden defender públicamente sus propios intereses sectoriales, pero nunca hablar en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto. En general, tal y como lo expresó un gurú del siglo ii d. C., «una mujer debería guardarse modestamente de exponer su voz ante extraños del mismo modo que se guardaría de quitarse la ropa». No obstante, en todo esto hay mucho más de lo que se percibe a simple vista. Esta «mudez» no es solo un reflejo de la privación general de poder de las mujeres en el mundo clásico, donde, entre otras cosas, no tenían derecho al voto y su independencia legal y económica era limitada. En la Antigüedad, las mujeres no solían elevar su voz en la esfera política, donde no tenían participación alguna, pero aquí estamos ante una exclusión de las mujeres del discurso público mucho más activa y malintencionada, con un impacto mucho mayor del que reconocemos en nuestras propias tradiciones, convenciones y supuestos acerca de la voz de las mujeres. Lo que quiero decir es que el discurso público y la oratoria no eran simplemente actividades en que las mujeres no tenían participación, sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género. Como ya hemos visto con Telémaco, convertirse en un hombre (o por lo menos en un hombre de la élite) suponía reivindicar el derecho a hablar, porque el discurso público era un (o mejor el) atributo definitorio de la virilidad. Es más, citando un conocido eslogan romano, el ciudadano de la élite podía definirse como vir bonus dicendi peritus, «un hombre bueno diestro en el discurso». Por consiguiente, una mujer que hablase en público no era, en la mayoría de los casos y por definición, una mujer.

Si recorremos la literatura antigua, encontraremos un reiterado énfasis sobre la autoridad de la voz grave masculina en contraste con la femenina. Un antiguo tratado científico enuncia de forma explícita: una voz grave indica coraje viril, mientras que una voz aguda es indicativo de cobardía femenina. Otros autores clásicos insistían en que el tono y timbre del habla de las mujeres amenazaba con subvertir no solo la voz del orador masculino sino también la estabilidad social y política, la salud, del Estado. En una ocasión, un orador e intelectual del siglo ii d.C. con el nombre revelador de Dión Crisóstomo, que significa literalmente Dión «Boca de Oro», pidió a su audiencia que imaginase una situación en la que «una comunidad entera se viera afectada por una extraña dolencia: que, repentinamente, todos los hombres tuvieran voces femeninas, y ningún varón —niño o adulto— pudiera hablar de manera viril. ¿No sería esta una situación terrible y más difícil de soportar que cualquier otra plaga? No me cabe duda de que enviarían una delegación a un santuario para consultar a los dioses y tratar de propiciar el favor divino con numerosas dádivas». No era ninguna broma.

 

13 julio 2018 at 1:06 pm Deja un comentario

Un padre reclama que se imparta griego en un instituto de Almería

Ha remitido una nueva carta a la consejera de Educación, Sonia Gaya, para que se rectifique esta situación tras el «ignominioso desprecio» a estos estudiantes

EP

Fuente: Andalucía Información
29 de junio de 2018

Fernando Basanta, el padre de una de los siete alumnos del IES Abdera de Adra que no ha podido cursar la asignatura de Griego I en el primer curso de Bachillerato, ha remitido una nueva carta a la consejera de Educación, Sonia Gaya, para que se rectifique esta situación tras el «ignominioso desprecio» a estos estudiantes.

La misiva ha sido remitida con copia a la ministra de Educación, Isabel Celaá, y al ministro de Cultura, José Guirao, y ha sido respaldada por padres, alumnos y representantes del Departamento de Filología Griega y Latina de la Facultad de Filología de Sevilla, el Departamento de Filología Clásica. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid o la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, entre otros.

«En los próximos días se iniciará el plazo de matrícula en el curso 2018/2019 para el alumnado de Bachillerato, y qué duda cabe que estamos ante la última oportunidad para que una considerable masa de alumnado a la que se impidió estudiar la materia de Griego durante el pasado curso, a pesar de que la normativa andaluza lo permitía, pueda finalmente hacerlo en el último año», dice.

Basanta insiste en que esto es necesario para que los estudiantes puedan prepararse «adecuadamente» para los diferentes grados universitarios a los que pretenden dirigirse.

Por ello, reclama a la consejera que «asuma la responsabilidad que su cargo comporta» ante una problemática que afecta a «un sinfín de alumnos y alumnas en toda Andalucía, además de a los siete alumnos del IES Abdera de Adra que acaban de cursar 1º de Bachillerato, y que se traduce en un ignominioso desprecio hacia el estudio de las Humanidades en toda la región».

Considera que es «urgente y necesario» que Gaya traslade instrucciones «precisas» al Servicio General de Inspección, así como al Servicio de Ordenación Educativa, para que se verifique sin «dilación y con el máximo rigor» la inclusión de la materia de Griego en los sobres de matrícula.

«Muy especialmente en los centros educativos que, al igual que el IES Abdera de Adra, tienen oscuros antecedentes de intentar suprimir la materia de los impresos, teniendo especial cuidado en permitir la matrícula en Griego de 2º al alumnado al que se conculcó el derecho de cursarla en 1º», añade.

Basanta invita por último a la consejera a «realizar una defensa incontestable del estudio de las Humanidades en Andalucía, que vaya mucho más lejos de unas declaraciones públicas vacías e inconsistentes con la realidad».

 

30 junio 2018 at 9:05 am Deja un comentario

Carlos García Gual: «La mitología griega reconocía, al menos, el valor de las mujeres»

El escritor y académico de la RAE, Carlos García Gual. / D. C.

Fuente: PILAR VERA Diario de Sevilla
24 de junio de 2018

-La muerte de los héroes, las muertes de los héroes eran muchas veces ejemplarizantes, ¿qué se quería enseñar con ellas?
-A veces, las muertes de los héroes clásicos tenían un ejemplo de valor y, en ocasiones, había algo más: te topas con muertes casuales, extrañas, que muestran que el héroe es, en definitiva y a pesar de sus extraordinarias cualidades, humano, y es frágil; a pesar de toda su grandeza, al final no escapa de la muerte. La mayor parte de los héroes mueren jóvenes, casi como recoge la conocida frase. Forma parte del sentimiento trágico de la vida que tenían los griegos: la grandeza a veces se paga con el dolor o con la muerte, aunque eso no le quite brillo a la existencia.

«El latín y el griego te obligan a adaptarte a nuevas estructuras y a rehacer conceptos: te hacen pensar»

-¿Alguno de esos finales es especialmente significativo desde nuestra perspectiva?
-Es difícil recordar todos los casos. Hay muertes, como la de Aquiles, que están programadas de antemano, a su propio conocimiento. Hay otras que tienen un valor especial: Héctor, por ejemplo, sabe que va a morir y muere por su ciudad: un caso más moderno que el otro, aun dentro del mismo ciclo, porque arrostra la muerte para defender a los suyos (por eso que luego se definiría como patria y que se convertiría en un lema), no buscando la gloria personal. Y hay muertes muy extrañas, como la de Jasón, que se sienta en el barco, el mástil se cae y lo aplasta.

-Llama la atención el discurso de Aquiles en el inframundo en la Odisea: habiendo sido el epítome de la épica guerra, su fantasma confiesa que estar muerto no vale la pena.
-Siempre ha sido un discurso muy paradójico. Es como si el poeta de la Odisea quisiera rebatir el afán de gloria del poeta de la Ilíada: es un encuentro sorprendente porque, después de haber escogido morir joven, en el más allá confiesa que le hubiera gustado envejecer como fuera. También esto es muy propio de los griegos, ese sentido de la ironía trágica.

-¿Qué diferencias hay entre los héroes míticos y los del ciclo homérico?
-Los últimos son, fundamentalmente, guerreros, mientras que entre los del ciclo mítico hay más variedad. Heracles, después de todas sus grandes hazañas, se topa con la muerte al ponerse por accidente la camisa que había preparado su mujer, y que esta había empapado con sangre de centauro. Heracles muere entre terribles horrores cuando ha sido el gran héroe indestructible.

-En el libro, toma también el ejemplo de tres mujeres (Clitemnestra, Casandra y Antígona). ¿Por qué, viviendo las mujeres de la antigua Grecia en la sombra, encontramos luego unos personajes míticos tan potentes?
-Encontramos ejemplos femeninos muy suculentos ya entre las diosas, pero lo sorprendente es que aparezcan también en el mundo de los mortales. Una forma de ganar la inmortalidad, para las mujeres, era siendo rebeldes. Casandra desafía el poder masculino; Antígona se revuelve contra el poder y Clitemnestra es la rebelde absoluta, la que rompe todas las normas. La sociedad griega fue injusta con las mujeres como casi todas las sociedades antiguas pero, al menos en la mitología, a algunas se les reconocía ese valor y esa inteligencia.

-De Clitemnestra, Homero dice que su crimen «pesará sobre el resto de mujeres». Es muy actual, o muy de siempre: si una mujer comete un error, pesa sobre todo el género.
-Lo pone en boca de Agamenón, pero algo de eso está ahí: los griegos veían a las mujeres más inteligentes un tanto peligrosas. Por ejemplo, está esa toma de poder que cuenta Aristófanes, que es un poco farsa, pero claro… la pregunta de que si tomaran el poder lo harían mejor que los hombres, está ahí. En gran parte del mundo árabe actual, por ejemplo, ni siquiera se hubiera permitido esa broma.

-El mundo clásico sigue despertando una gran fascinación, ¿por qué, entonces, no se defienden las lenguas clásicas?
-Existe una gran crisis en los estudios de las Humanidades, pero no es interna. Las Humanidades parecen no interesar nada al sistema educativo. La Filosofía y la Literatura están muy dañadas también, pero el Latín y el Griego, claro, son los más débiles. Existe un desdén por la enseñanza.

-Pero las competencias para desarrollar un lenguaje de programación y para traducir un texto de griego, por ejemplo, no son tan distintas a nivel cognitivo. ¿Por qué está diferencia de consideración?
-El esfuerzo de conocer otras lenguas un poco distintas (no es lo mismo latín y griego que inglés), que te hacen tener que adaptarte a nuevas estructuras y repensar conceptos, es muy importante. El latín y el griego ayudan a pensar: es curioso, por ejemplo, que cuando hemos realizado campañas sobre las clásicas y demás, siempre hemos recogido una gran simpatía proveniente de gente de ciencias.

La vigencia del mundo clásico

Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) es escritor, crítico, traductor y catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid. Ha recibido en dos ocasiones el Premio Nacional de Traducción y publicado títulos sobre literatura clásica y medieval, filosofía griega y mitología, entre ellos Epicuro, la secta del perro; Sirenas. Seducciones y metamorfosis o Historia mínima de la mitología. Acaba de reeditar su clásico Diccionario de mitos y de publicar con la editorial Turner La muerte de los héroes.

 

24 junio 2018 at 12:55 pm Deja un comentario

Profesores de Latín que diseñan robots

Hay maestros que enseñan Religión con el ‘Minecraft’. Y docentes de Latín que traducen a Catulo en aulas virtuales. Usan la tecnología para motivar a los alumnos y defienden un aprendizaje que mezcle las STEM con las Humanidades

Jornada en la Escuela de profes organizada por MECD, ayer, en la Politécnica de Madrid ANTONIO HEREDIA

Fuente: OLGA R. SANMARTÍN – Madrid  |  EL MUNDO
3 de junio de 2018

La profesora Ángeles Soriano da clases de Latín en el colegio Martí Sorolla II de Valencia. Tiene sólo seis alumnos en 1º de Bachillerato. Les enseña a Catulo a través de las nuevas tecnologías. Las traducciones las suben a un aula virtual instalada en el ciberespacio. Los críos han fabricado un telégrafo con materiales reciclados que se conecta con un cable USB y envía señales morse al ordenador. «Escribimos palabras en latín utilizando un código. Al final, todo va de códigos y lenguajes», contaba ayer mientras explicaba el funcionamiento de una mano robótica. «Las nuevas tecnologías son un nuevo lenguaje como en su día lo fue el latín. El forum romanum son las redes sociales».

Soriano y otros 200 docentes se juntaron en la Escuela de Telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid para compartir los trucos tecnológicos que usan en clase con sus alumnos. Porque se puede ser un profesor de Latín, de los de toda la vida, y saber fabricar como Ángela una mano robótica. Porque ese debate sobre si hay que poner más Humanidades o centrarse en fomentar las STEM (sobre todo entre las chicas) ha quedado desfasado: en la comunidad educativa hay consenso en que los saberes ya no son compartimentos estancos y que ambas disciplinas son necesarias por igual.

«No hay forma de separar estos dos mundos. Todo está interconectado. Las Humanidades necesitan de las tecnologías y los planes de estudios de las carreras STEM tienen que tener más asignaturas de Humanidades», defendía Amador González, director de la Escuela de Telecomunicaciones de la Politécnica, en un receso de la Escuela de Profes organizada por Microsoft, el Ministerio de Educación y el Gobierno de la Comunidad de Madrid en colaboración con Unidad Editorial.

En el encuentro había bastantes profesores de Lengua primerizos en eso de las TIC, pero con ganas de aprender y adaptarse a los nuevos tiempos. Se probaron asombrados las gafas de realidad virtual que permiten recorrer por dentro la Pirámide de Keops; entendieron cómo unas simples piezas de Lego ayudan con las Matemáticas, o descubrieron que las herramientas Microsoft Teams y One Note sirven para corregir a distancia el cuaderno del alumno, autoevaluar o facilitar la lectura de los niños con dislexia.

/ ANTONIO HEREDIA

«No hace falta volverse loco y que todos los chavales tengan un móvil o un iPad. A lo mejor innovar es llenar un barreño con agua y explicar desde ahí el principio de Arquímides», instaba al auditorio el profesor youtuber David Calle, finalista del Global Teacher Prize 2017, que recalcaba que «lo más importante es encender en los alumnos las ganas de aprender».

A su lado estaba el consejero de Educación madrileño, Rafael Van Grieken, que se mostraba convencido de que «la tecnología lo hace todo más atractivo» y recordaba que hay un colegio en Carabanchel Alto, el Amorós, donde un profesor da clases de Religión a través del videojuego de construcción Minecraft.

«Yo estoy empezando con la flipped classroom», anunciaba con timidez Dana Solé Molins, que también da clases de Religión, pero en el colegio San Pascual Bailón de Pinos Puente (Granada). Esta maestra con 35 años de veteranía publica un blog, utiliza la plataforma MoodleCloud y aplica el coaching en el aula. «No hay otra forma de motivar a los niños. Tienen unas teles gigantes en sus casas y ya se aburren hasta con los vídeos. No podemos seguir con las lecciones de siempre. El mundo ya ha cambiado».

 

3 junio 2018 at 9:17 am Deja un comentario

Nuccio Ordine: «La buena escuela la hacen los buenos profesores, no Internet ni las tabletas»

El autor de «Clásicos para la vida» y «La utilidad de lo inútil» llevará mañana a Ferrol su defensa de las humanidades

SANDRA ALONSO

Fuente: BEATRIZ ANTÓN – Ferrol  |  La Voz de Galicia
29 de mayo de 2018

«Lo que vivimos hoy en día no es una crisis económica, sino una crisis moral. Hoy reina la indiferencia hacia el sufrimiento del otro y el mensaje con el que se bombardea a los jóvenes es el egoísmo: estudia una carrera para trabajar y ganar dinero, piensa en tu interés, piensa en tu cuenta bancaria y no te preocupes de nada más. Es terrible». Nuccio Ordine (Diamante, Calabria, 1958) considera que la sociedad actual está enferma, pero advierte de que no todo está perdido. El autor de Clásicos para la vida y La utilidad de lo inútil (editado en España por Acantilado, en Galicia por Kalandraka y traducido ya a 22 idiomas en 32 países) defiende el estudio de las disciplinas humanísticas como antídoto contra la dictadura del utilitarismo y reivindica el papel de los profesores como «seres heréticos» capaces de combatir los «falsos valores» de la sociedad. Hablará de ello mañana en el campus de Ferrol (19.30 horas), invitado por la Cátedra Jorge Juan.

-¿Qué fue lo que le llevó a alzar la voz a favor de las humanidades?

-Estamos viviendo una crisis muy importante a causa del utilitarismo, que está destruyendo las cosas buenas de la sociedad, invadiéndolo todo, incluso la escuela y la universidad. La utilidad de lo inútil es un grito de alarma contra eso, una forma de protestar contra esa lógica utilitarista según la cual las cosas que no producen beneficio no son buenas, porque yo realmente pienso que la literatura, la filosofía, la música o el arte son muy importantes para hacer más humana la humanidad.

-Dice que el utilitarismo está invadiendo la escuela y la universidad, ¿de qué manera?

-La universidad tiene que ser un lugar para aprender la reflexión crítica, pero hoy en día no es eso. La universidad se ha convertido en un amplificador de los valores importantes de la sociedad, que son los valores económicos. A los alumnos se les transmite el mensaje de que tienen que estudiar para aprender una profesión y ganar dinero, no para ser personas más solidarias, justas y preocupadas por el bien común. Y en la propia universidad se empiezan a implantar sistemas de evaluación similares a los de las empresas. Pero ni la universidad ni la escuela pueden funcionar como una empresa. ¿Por qué? Porque en una empresa, si una rama no funciona, se corta, pero aplicar esta lógica al ámbito universitario tendría unas consecuencias terribles. Por ejemplo, si tenemos a un profesor enseñando griego y latín a tres alumnos, la universidad podría decir que eso es un lujo y eliminar esos estudios, pero al cabo de cien años, ya nadie sabría leer un texto en griego y latín. ¿Y qué implicaría eso? Pues un gran daño para la democracia, porque si cortamos la memoria, la historia, creamos una sociedad desmemoriada. Y una sociedad desmemoriada es una humanidad perdida, porque para comprender el presente y pensar el futuro tenemos que conocer el pasado.

-En Ferrol, la Xunta ha decidido eliminar el grado de Humanidades por su baja matrícula y la Universidade da Coruña dejará de ofertarlo en el curso 2019-2020. ¿Qué opinión le merece?

-¡Es una locura! Es lo mismo que intentaba explicar antes con el ejemplo del griego y del latín. Cerrar las titulaciones de Humanidades porque no producen beneficios económicos es un suicidio programado del futuro de la sociedad.

-En sus libros también se muestra crítico con la llamada digitalización de las aulas. ¿El libro electrónico y los ordenadores no mejoran la enseñanza?

-La tecnología no es mala, pero hay que saber cómo utilizarla. En el Reino Unido hace ya mucho tiempo que el Gobierno destinó mucho dinero para hacer una revolución digital en las aulas, pero, pasados treinta años, nadie puede asegurar que la enseñanza haya mejorado gracias a eso. Lo que sí se puede asegurar es que las multinacionales que vendieron esos equipos han ganado mucho dinero, porque la tecnología se queda obsoleta enseguida y hay que cambiarla cada cierto tiempo. La buena escuela la hacen los buenos profesores, no Internet, ni las tabletas, ni los ordenadores. Sin embargo, no se destina dinero suficiente a formar a los profesores ni tampoco a pagar su trabajo dignamente.

-¿Qué papel deben desempeñar los profesores hoy en día?

-A los jóvenes se les bombardea constantemente con la idea de pensar en el dinero y en su interés personal. Resulta terrible crecer con esa ideología, pero un buen profesor puede hacer un trabajo muy importante en el aula, porque el saber es una forma de resistencia al utilitarismo. El profesor tiene que ser un hereje que critique los falsos valores de la sociedad. Y aunque a veces me siento pesimista, también soy optimista, porque de verdad pienso que un buen profesor puede cambiar la vida de un estudiante. Por eso hay que defender la educación, la escuela y la universidad. Si las destruimos, no será posible imaginar un futuro de humanidad solidaria.

 

29 mayo 2018 at 1:23 pm Deja un comentario

Mary Beard: «La ‘Odisea’ nos dio un modelo para silenciar la voz de las mujeres»

En «Mujeres y poder», la historiadora británica nos lleva hasta la antigüedad griega y romana para comprender por qué todavía, en el siglo XXI, las mujeres deben luchar más para ocupar puestos de liderazgo e incluso para hablar en público. No se trata de suprimir obras, sino de hacerse preguntas. ¿Repetimos patrones culturales? ¿Hay mujeres poderosas en la historia antigua?

La historiadora Mary Beard en una imagen de archivo. AFP

Fuente: Juan Rodríguez M. – El Mercurio, vía Economía y Negocios Online
2o de mayo de 2018

En la gran sala del palacio, un hombre canta las vicisitudes que sufren los héroes griegos en su viaje de regreso a Grecia, tras la guerra de Troya. Penélope, la mujer de Ulises, uno de aquellos héroes, sale de sus habitaciones, oye el canto y, frente a la multitud que escucha, le pide al aedo que elija un tema más alegre. Entre los oyentes está Telémaco, hijo de Penélope y Ulises, apenas un muchacho: «Madre mía -dice-, vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca … El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa». Penélope obedece y se retira a sus habitaciones privadas.

El episodio está narrado al comienzo de la «Odisea». Lo recuerda la historiadora inglesa Mary Beard en «Mujeres y poder. Un manifiesto» (Crítica, 2018), su libro más reciente. Catedrática de Estudios Clásicos en Cambridge y autora de libros como «El triunfo romano», «La herencia de los clásicos» y «SPQR. Una historia de la antigua Roma», Beard dice que dicho episodio es «el primer ejemplo documentado de un hombre diciéndole a una mujer «que se calle», que su voz no había de ser escuchada en público».

Dada la discriminación y violencia de género todavía presente, el libro plantea una pregunta simple de hacer, pero difícil de responder: ¿por qué pensamos como pensamos sobre las mujeres, los hombres y el poder?

Beard va a buscar la respuesta a Grecia y Roma. «En algunos sentidos (¡no todos!), en Occidente, hemos heredado culturalmente estas maneras antiguas de tratar y percibir a las mujeres -dice, a través de un correo electrónico-. La ‘Odisea’, en los comienzos de la literatura occidental, nos dio un modelo para silenciar la voz de las mujeres. Por supuesto que hay otras influencias también (gracias al cielo), pero la cultura occidental en parte todavía mira hacia el silencio de las mujeres de la antigüedad». Como ocurre en ese chiste, recogido en el libro, en el que una mujer hace una propuesta en una reunión de trabajo y el jefe le dice: «Es una excelente propuesta, señorita Triggs. Quizás alguno de los hombres aquí presente quiera hacerla». O en algunas reacciones destempladas y perturbadoras, «como las amenazas de violación y decapitación en Twitter», anota la autora.

Beard cree que desde los arrebatos misóginos contemporáneos hasta las maneras y apariencia que adoptan algunas líderes (impostar un tono de voz grave, vestir trajes oscuros, ojalá chaqueta y pantalón) denotan una relación «culturalmente complicada» entre la voz de las mujeres y la esfera pública, una distancia «real, cultural e imaginaria» entre mujeres y poder. Cuestión que, en parte, respondería en Occidente a patrones culturales, a un concepto de poder aprendido durante milenios. Además del caso de Telémaco y Penélope, Beard cita, por ejemplo, una comedia de Aristófanes, a principios del siglo IV a. C., dedicada entera a la «hilarante» fantasía de que las mujeres pudieran gobernar. Y más adelante, ya en Roma, están las «Metamorfosis» de Ovidio, en la que Júpiter convierte en vaca a Ío para que solo pudiera mugir y no hablar.

Beard identifica solo dos excepciones de este rechazo a que las mujeres hablen en público: pueden hacerlo en calidad de víctimas o de mártires, «normalmente como preámbulo a su muerte», o para defender su hogar, su familia o en nombre de otras mujeres; en ningún caso «en nombre de los hombres o de la comunidad en su conjunto». «Si buscamos las contribuciones de las mujeres incluidas en esos curiosos compendios llamados «los cien mejores discursos de la historia» o algo parecido, encontraremos que la mayoría de las aportaciones femeninas, desde Emmeline Pankhurst hasta el discurso de Hillary Clinton en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre las mujeres de Pekín, tratan del sino de las mujeres».

No es solo que en la antigüedad el discurso público y la oratoria fuesen actividades en las que las mujeres no participaban, «sino que eran prácticas y habilidades exclusivas que definían la masculinidad como género». O en otras palabras, una mujer hablando en público era una contradicción en los términos. «Un antiguo tratado científico enuncia de forma explícita: una voz grave indica coraje viril, mientras que una voz aguda es indicativa de cobardía femenina», se lee en el libro. De esa tradición somos herederos, dice Beard. Lo que no significa que seamos «simplemente víctimas o incautos» de esa herencia, pero sí que hemos aprendido a «no oír autoridad» en una voz femenina, que la cultura antigua nos ha dado un patrón para decidir cuándo un discurso es bueno o malo, convincente o no y, dentro de ese patrón, el género ocupa un lugar importante. Es más, agrega Beard, las mujeres que logran hacerse oír adoptan «una versión de la vía «andrógina», imitando conscientemente aspectos de la retórica masculina». En Roma está el caso de Mesia, una mujer que se defendió a sí misma en los tribunales, con éxito, y que «dado que tenía una auténtica naturaleza masculina tras su apariencia de mujer fue apodada la ‘andrógina'», según el relato de un antólogo romano del siglo I. Veinte centurias después, recuerda Beard, Margaret Thatcher reeducó su voz, «demasiado aguda», para darle el grave tono de la autoridad.

Hay casos de mujeres con poder en la cultura antigua. Por ejemplo, la diosa Atenea, Clitemnestra, reina de Micenas, o las amazonas. Sin embargo, según Beard, una diosa como Atenea -«en absoluto una mujer»- cuyo aspecto y virtudes remiten al sexo masculino, o una reina retratada como usurpadora son menos excepciones que confirmaciones del orden patriarcal.

-¿Por qué?

«Los órdenes patriarcales siempre se justifican a sí mismos con las excepciones. De modo que, de diferentes maneras, estas ‘mujeres poderosas’ justifican el patriarcado… o bien, las mujeres toman el control pareciendo hombres, o (como las amazonas) son destruidas porque intentan usurpar el poder masculino».

-¿Tal vez Hipatia, la filósofa y matemática griega, sea una excepción?

«Me gustaría pensar que sí. ¡Pero temo que no! ¡Hipatia fue asesinada!»

-¿Cambia la situación de las mujeres entre el mundo greco-romano y la Edad Media?

«Las cosas cambiaron desde la antigüedad pagana al medioevo cristiano. Y las mujeres se reposicionaron en algunos aspectos, pero la supresión fundamental de las mujeres permaneció».

Medusa decapitada

La mayoría de las representaciones de Atenea, la «divinidad femenina decididamente no femenina», muestran en el centro de su coraza la cabeza de una mujer que, en vez de cabello, tiene serpientes. Es Medusa, cuya historia tiene muchas versiones. En una de ellas, relata Beard, se la representa como una hermosa mujer violada por Poseidón en el templo de Atenea. Esta, en castigo, la transforma a ella (sí, a ella) «en una criatura monstruosa con la capacidad mortífera de convertir en piedra a todo aquel que la mirase a la cara». Más tarde, Perseo, el heroico semidios, la decapita y usa su cabeza como escudo, hasta que se la regala a Atenea.

La escena se recrea hasta hoy, con rostros contemporáneos. «¿Souvenirs inquietantes?», se pregunta Beard en su libro. «En las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos, los partidarios de Donald Trump tenían infinidad de imágenes clásicas para elegir, pero ninguna tan impactante como la de Trump convertido en Perseo decapitando a Hillary Clinton convertida en Medusa».

No se trata de descartar la «Odisea» y otros textos clásicos por machistas, ni de leerlos solo para investigar las fuentes de la misoginia. Beard cree que eso sería «un crimen cultural». Se trata, sí, de comprender por qué nos cuesta concebir a las mujeres dentro del poder, por qué «tienen más dificultades para triunfar» e incluso por qué «se las trata con mayor severidad cuando meten la pata». Es decir: «Hemos de reflexionar acerca de lo que es el poder, para qué sirve y cómo se calibra (…) si no percibimos que las mujeres están totalmente dentro de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es el poder, no a las mujeres». La «Odisea», agrega Beard en su ensayo, «es un poema que explora, entre otras muchas cosas, la naturaleza de la civilización y la «barbarie», del regreso a casa, de la fidelidad y de la pertenencia. Aun así -como espero que demuestre este libro-, la reprimenda que Telémaco lanza a su madre Penélope cuando esta se atreve a abrir la boca en público es un acto que todavía hoy, en el siglo XXI, se repite con demasiada frecuencia».

-Le repito una pregunta que usted hace a propósito de Perseo y la decapitación de Medusa: ¿triunfalismo heroico o sadismo misógino?

«Por supuesto que ambas, dependiendo de su punto de vista. Pero pienso que es difícil mirar esas imágenes y no ver la violencia contra las mujeres que es central en el tema».

-¿Qué hacer para cerrar efectivamente la separación entre mujeres y poder?

«Ojalá lo supiera. Pero necesitamos comprender de dónde venimos para saber hacia dónde vamos».

 

21 mayo 2018 at 1:38 pm 2 comentarios

Emilio Lledó: «Sin las humanidades, nada es posible»

Este ilustre profesor que ha enseñado Filosofía durante décadas publica ahora ‘Sobre la educación’, y del libro y de lo que ahora nos acontece (Universidad, posverdad, nacionalismo, Humanidades) habla aquí

El profesor Emilio Lledó / JOSÉ AYMÁ

Fuente: ANTONIO LUCAS > Madrid  |  EL MUNDO
28 de marzo de 2018

Antes de nada, Emilio Lledó (Sevilla, 1925) es el profesor que no ha perdido la vocación de las aulas, que no ha desfibrado su entusiasmo por enseñar. En Valladolid, en Heildelberg (Alemania), en La Laguna, en Barcelona, en Madrid. En institutos y universidades. Lledó es de esos hombres honestos y satisfechos que han desplegado Filosofía en miles de alumnos, generando gratitudes y una irremediable vocación de pensar. El lenguaje es otra de sus jurisdicciones razonadas. Y todo se concreta en un humanismo claro, desenvuelto, provisto de la lucidez de saber mirar al otro.

Lledó no juega a impostar modales de posmodernidad, sabe que la lucidez de su pensamiento tiene mucho de plena vigencia. Como aprende en Platón, Aristóteles, Kant y Nietzsche. La verdad es lo sencillo. Este hombre habla acumulando sentido en lo que dice. El último de sus libros de ensayos y artículos es Sobre la educación (Taurus), donde insiste en algunos de los temas principales de su ideario: la necesidad de la literatura y la vigencia del pensamiento. Por dentro de estos textos asoman igual Juan de Mairena y Clineas, Schiller y Ortega.

P. La cultura, el saber, es una de las últimas coartadas sociales para la multitud. De ahí el desafío de este conjunto de ensayos. De ahí la palabra de Lledó.
R. Pero este libro no nace con afán de desafío. Es sólo el resultado de mi experiencia como profesor, que suma más de 50 años. La escritura de estos textos ha sido una tarea espontánea a lo largo del tiempo. Me alegra dejar testimonio de una vida, aunque parezca un desafío cuando tendría que ser una normalidad.

P. La tecnología va tomando cada vez más espacios de realidad, algo que de algún modo colisiona con los propósitos del Humanismo que usted reivindica, fomenta y defiende. ¿Los pone en peligro?
R. Ya lo están. Y no es fácil especular hasta dónde aguantará la filosofía y la literatura, tan necesarias sin embargo, en los planes de estudio y en la sociedad. Yo no me encuentro muy cómodo en este presente. Es nuestro mundo, lo sé, aunque también sospecho que estamos cometiendo entre todos un grave error.

P. ¿Cuál?
R. Creer que las Humanidades son algo secundario de la vida humana. Es cierto que el aspecto utilitario en las Humanidades no parece inmediato como el de la tecnología, pero sin ellas no es posible nada. Nos aportan conocimiento y capacidad de reflexión crítica. La importancia y necesidad de los grandes conceptos (Justicia, Bien, Verdad) es algo que aprendemos de leer filosofía, de leer literatura.

P. Y en el auge de la confusión irrumpe el concepto de «posverdad».
R. Ese término me inquieta mucho. No sé qué significa exactamente: quizá sea el suplemento de pasión que ponemos en lo que creemos verdad y luego no lo es. La posverdad desfigura aquello que intentamos interpretar. Es un grave error de la política educativa el que se pueda tener en cuenta la posibilidad, aunque sea de un modo solapado, de abandonar lo que se llama Humanidades. En ellas reside la esencia misma de los seres humanos: la literatura, el lenguaje, el sentido exacto de las palabras para poder detectar quién nos manipula y para qué nos manipulan.

P. Y a la vez se estrecha la idea de libertad individual.
R. Naturalmente, la libertad es la libertad de poder cambiar, de poder pensar, de poder mejorar. Y para mejorar hay que ser libre. Si estás atado a unos conceptos que no tienen futuro en tu mente no eres libre, estás esclavizado. La libertad es fluencia y, a la vez, una manera de aprender cómo hay que vivir. Cómo es la vida colectiva, no sólo la individual. Por eso me sorprende tanto el resurgir del nacionalismo.

P. Que va a más.
R. El nacionalismo es un error, más cuando lo que necesitamos urgentemente es globalizar algunos sentimientos humanos.

P. Y razonarlos, ¿no hay un cierto miedo a razonar?
R. Lo hay. Y es muy desalentador. Hemos aceptado el que sean otros los que nos resuelvan el pensamiento, los que razonen por nosotros. En este sentido, la tecnología también tiene una gran responsabilidad.

P. Y la política también, que se ha ido vaciando de referentes vitales.
R. Eso es tremendo. Tiene que ver con la pérdida generalizada de sentido crítico. La cantidad de medios de comunicación que tenemos facilita resbalar si no se tiene una mínima base de comprensión. De ahí que sea tan importante que los chicos y chicas se acostumbren a leer desde temprano, que se familiaricen con la riqueza del lenguaje y con la posibilidad de impregnar de libertad las palabras.

P. Defiende también el lenguaje como uno de los rasgos constitutivos de la identidad de los individuos.
R. Lo creo plenamente. Lo más difícil, ya lo decía la tradición griega, es conocerse a uno mismo. Y a esa posibilidad sólo se accede desde el lenguaje. Con un lenguaje lleno de humanidad, de sentimientos, de ideas. No vale sólo patinar por el lenguaje que se nos entrega, sino que hay que profundizar en él.

P. Las últimas noticias sobre una de las universidades públicas de la Comunidad de Madrid no son muy alentadoras sobre esto que habla, parece que la inmundicia de cierta forma de entender la política se ha instalado en ella.
R. La Universidad es una apertura, nada tiene que ver con esa inmundicia a la que algunos y algunas la someten. La Universidad ha sido mi vida, así que sé bien de lo que hablo. Al releer estos textos veo que reúnen algunas de mis preocupaciones esenciales, que vienen directamente de la experiencia.

P. De ahí esa defensa sin fisuras del educador.
R. Claro. Frente a esos políticos que piden un ordenador por cada alumno, yo reivindico más profesores para más alumnos. Los ordenadores, sin alguien que los llene de sentido, te atropellan.

 

28 marzo 2018 at 4:54 pm Deja un comentario

Mary Beard: “El poder del hombre está correlacionado con su capacidad de silenciar a las mujeres”

La académica Mary Beard, la intelectual de moda en Reino Unido, se adentra con el pequeño libro ‘Mujeres y poder’ en uno de los debates más calientes del momento

La académica inglesa Mary Beard, retratada en Madrid. CARLOS ROSILLO

Fuente: PABLO GUIMÓN > Cambridge  |  EL PAÍS
10 de febrero de 2018

Contemplar a la gran experta en la Roma clásica conversar amigablemente por teléfono con un funcionario anónimo de Hacienda es una manera, tan buena como cualquier otra, de reconciliarse con la Humanidad. Como toda plebeya honrada, Mary Beard paga sus impuestos. En concreto, trata de convencer al funcionario de que debe dos mil libras a las arcas públicas. La presencia del periodista no impide a Beard desplegar sus intimidades fiscales y bancarias sobre la mesa de la cocina de aire campestre de su acogedora casa de Cambridge.

Beard, de 63 años, es la intelectual de moda en Reino Unido. Su vasto conocimiento del mundo antiguo y su proverbial talento divulgador, desplegados en obras como SPQR, permiten a Beard contextualizar y enfocar certeramente los debates contemporáneos. De ello da fe Mujeres y poder, un pequeño libro que publica en español Crítica y que, como anuncia su título, se adentra en uno de los debates más calientes del momento.

El funcionario examina su expediente y concluye que, lejos de deber dos mil libras, Beard goza incluso de un pequeño crédito a su favor. Sucede que había pagado de más. “Joder”. “Gracias, gracias”. “Es usted una joya”. Cuelga el teléfono sonriente y, para celebrar que es un poco más rica de lo que creía hace cinco minutos, descorcha una humilde botella de pinot griglio. Sirve dos generosos vasos e invita al intruso a encender la grabadora.

Pregunta. El primer ejemplo documentado de un hombre mandando a una mujer callar está en la Odisea. ¿Silenciar a Penélope, su madre, forma parte del desarrollo de Telémaco como hombre?

Respuesta. Necesitamos comprender que son problemas profundamente arraigados en la historia de la cultura occidental desde hace milenios. Con eso no quiero decir que estemos atrapados en ellos, pero debemos buscar soluciones diferentes. Cuando ves ejemplos de mujeres silenciadas en el mundo antiguo, es fácil concluir que forma parte de una discriminación general. Pero lo que muestra la Odisea es que es más que eso. Para dejar de ser un niño y convertirse en hombre, Telémaco debe aprender a callar a las mujeres. Es un silenciamiento mucho más activo. El poder del hombre está correlacionado con su capacidad de silenciar a las mujeres. Toda la definición de la masculinidad dependía del silenciamiento activo de la mujer.

P. Si las mujeres no son atraídas a las estructuras de poder, ¿por qué la inercia histórica es cambiar a las mujeres y no esas estructuras?

R. Pensamos en las estructuras de poder como masculinas y hacemos que las mujeres encajen, que cambien su comportamiento al acceder al poder. Acaban actuando, interpretando un guion. Pero no hay que cambiar a las mujeres, sino las estructuras. Hay que pensar qué es el poder, cómo hablamos de él, cómo está conectado a la celebridad, cómo son la imagen y el lenguaje asociados al poder. Veremos que es una versión extremadamente masculina. Poder es algo que tú tienes y yo no. Queremos grandes lideres. Pues no. Lo que queremos es grandes contribuidores. Cuando veo cursos de liderazgo en la universidad, me pregunto dónde enseñamos a la gente a ser seguidora. Un líder grande y macho con una pirámide por debajo es una de las maneras posibles, pero no la única.

‘El regreso de Ulises’, obra de 1508-1509 de Bernardino Pinturicchio, expuesta en la National Gallery. DEA PICTURE LIBRARY (DE AGOSTINI/GETTY IMAGES)

P. Se cumplen cien años del momento en que las primeras mujeres consiguieron el derecho a voto en su país, Reino Unido, y el derecho a ser elegidas diputadas. Pero hay estudios que demuestran que, aún hoy, el rol de las mujeres en los parlamentos sigue siendo el de promover legislación sobre asuntos relacionados con los intereses tradicionalmente asociados a las mujeres.

R. Y está bien. Alguien tiene que defender a las mujeres. Pero sigue dejándolas fuera de las estructuras masculinas de poder. Siguen siendo segregadas a la sección de intereses femeninos. Hay que estar agradecido, y si yo fuera una mujer en el Parlamento también querría levantarme por las mujeres. Pero sigue habiendo una diferencia. La gente escucha a las mujeres cuando hablan de asuntos de mujeres de una manera que no las escuchan cuando hablan de economía.

P. Usted misma, el primer libro que publicó, más allá del ámbito académico, fue un manual para madres trabajadoras (The good working mother’s guide, 1989).

R. Es fácil, le diré por qué. Cuando tienes hijos muy pequeños, dispones de basante tiempo, pero nunca en periodos largos. Media hora aquí, 20 minutos allá. No tienes tiempo de pensar, pero tienes bastantes trozos de tiempo. Yo buscaba algo que pudiera escribir en trozos. No puedes escribir un artículo académico con 20 minutos aquí, 30 minutos allá. Por otro lado, hay algo muy curioso al tener hijos: adquieres una cantidad enorme de conocimiento y experiencia práctica, y luego todo se va a la basura. Fue juntar esos trozos de tiempo con, de alguna manera, utilizar lo que conoces.

P. ¿Qué opina de la campaña global del #MeToo?

R. Está siendo muy importante. Las redes sociales son muy buenas para empezar las cosas, el problema es que un hashtag no cambia de hecho nada. Si quieres solucionar el problema, no es suficiente encontrar gente que lo señale en el pasado. Tienes que cambiar el equilibrio del poder.

P. En una reciente entrada de su blog en The Times Literary Supplement, quiso subrayar la diferencia entre comportamiento inapropiado ocasional y sistemático. ¿No defiende la tolerancia cero?

R. No creo en la cultura de tolerancia cero porque todos hacemos cosas estúpidas. ¡No quiero un mundo en que nadie nunca sea maleducado! Pero tampoco quiero un mundo en que la gente sea sistemáticamente inapropiada. Yo, en muchas ocasiones, he hecho cosas inapropiadas. No creo que deba ser lapidada por eso.

P. ¿Seguirá viendo películas de Woody Allen a pesar de su supuesto abuso de las mujeres?

R. He disfrutado de películas de Woody Allen desde que tengo memoria. Hay muchos aspectos de él que deploro. Pero me iré a la tumba pensando que Annie Hall es divertida. ¿Qué hacemos? Es difícil de saber. Esto es inaceptable, tío, pero también haces buenas películas. Tenemos que ser mucho más sofisticados que pensar que la gente es solo buena o mala. Hay que hallar la manera de lidiar con alguien que es brillante y horrible. Cómo manifestar nuestra desaprobación de algunos aspectos de la vida de alguien, mientras reconocemos otros.

Escultura de la diosa Atenea, en el Louvre de París. ALINARI/CORDON PRESS

P. Leerla y escucharla es comprender que las respuestas no suelen ser sencillas. Pero vivimos en un mundo que demanda respuestas simples.

R. ¡Esto es complicado! Cualquiera que diga que esto es simple es que no lo ha pensado a fondo. El papel de los académicos, y también el de los políticos, es decir, que la complejidad es buena.

P. ¿Cuánta complejidad cabe en 280 caracteres?

R. Cualquiera que use Twitter, yo incluida, dice cosas que no quiere decir realmente. Necesitamos un formato en el que la gente pueda expresar duda y complejidad. Debemos mejorar la conversación.

P. Los extremos monopolizan ciertos debates en redes sociales. ¿Tienen los más moderados la responsabilidad de intervenir?

R. Las redes sociales no han cambiado la manera en que la gente habla o piensa. Cuando yo era estudiante decíamos cosas horribles de nuestros profesores, pero lo decíamos en el bar. Twitter lo amplifica, y eso igual es bueno. Lo importante es que no tienes que decir que mi vagina huele a repollo para decir que no estamos de acuerdo. ¡Qué horrible sería un mundo en el que todos estuvieran de acuerdo! Yo tengo opiniones muy fuertes sobre muchas cosas, que encajan en los estándares del feminismo. ¿Querría que todo el mundo estuviera de acuerdo conmigo? Claro que no.

P. Su actitud la ha convertido en referente de muchas mujeres que quieren ser valoradas por sus ideas y no por su aspecto.

R. Es importante mostrar a la gente que puedes ser mayor y estar cómoda. Claro que me molestan ciertas cosas malas que dicen sobre mí, si no sería una psicópata, pero no me afectan demasiado. Y creo que es importante, especialmente para las chicas jóvenes, ver a una mujer mayor que está por ahí, que dice tacos, que habla de lo que sea y no es amedrentada por la gente que le dice que se calle.

 

10 febrero 2018 at 9:50 am Deja un comentario

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