Archive for 21 febrero 2018

Encuentran una impresionante estatua de Afrodita durante las obras del metro en la ciudad griega de Salónica

Según ha dicho el responsable de la compañía de metro, «esta Afrodita es, probablemente, el hallazgo más bello de los más de 300.000 que han sido descubiertos durante las obras». Además, también han aparecido restos de mosaicos del siglo VI en perfecto estado.

La estatua de afrodita hallada | Facebook | Yannis Mylópulos

Fuente: EFE – Madrid  |  La Sexta
21 de febrero de 2018

Una estatua de Afrodita de belleza extraordinaria ha sido hallada durante los trabajos para la construcción del metro de Salónica, la segunda ciudad más grande de Grecia en el norte del país, anunció el presidente de la compañía Atikó Metro, Yannis Mylópulos.

«Esta Afrodita sin cabeza es probablemente el hallazgo más bello de los más de 300.000 que fueron descubiertos durante los trabajos de construcción», anunció Mylópulos en su cuenta personal de Facebook.

Los detalles del este nuevo descubrimiento serán presentados en una conferencia conjunta de la empresa constructora Atikó Metro y la dirección de arqueología de Salónica. La estatua fue encontrada durante las excavaciones en el subsuelo del centro de la ciudad, en las cercanías de la iglesia bizantina de Santa Sofía.

En el mismo lugar aparecieron recientemente unos mosaicos del siglo VI, en perfecto estado de conservación, también durante las obras de construcción del metro. Los hallazgos arqueológicos son una de las principales razones del retraso de la construcción del metro de Salónica, que comenzó en 2006 y cuya conclusión estaba inicialmente prevista para comienzos de 2013. Con retrasos similares se enfrentó también el metro de Atenas, algunas estaciones de las cuales exponen las piezas arqueológicos halladas ‘in situ’.

 

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21 febrero 2018 at 8:13 pm Deja un comentario

El humor en Roma: ¿de qué se reían los romanos?

En la antigua Roma las burlas y chistes formaban parte del día a día de los ciudadanos, y no perdonaban a nadie. Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en Roma.

Plauto lee una de sus obras ante un limitado público. Óleo por Camillo Miola. 1864.
Los romanos se ríen de sí mismos
Tras la muerte de Plauto, el más popular de los comediógrafos romanos, se decía que la risa, el juego y la broma habían llorado juntos. Por sus obras desfilan los tipos sociales más comunes: el viejo libidinoso que compite con su hijo por una bella cortesana, la matrona romana que exhibe su prepotencia y su derroche, el esclavo inteligente y enredón en contraste con el parásito muerto de hambre, el soldado fanfarrón, el alcahuete despiadado que produce repugnancia o los banqueros avaros y codiciosos. Plauto aumentaba los defectos de cada personaje para provocar la risa, y para ello no dudaba en recurrir al lenguaje popular. «¡A casa de la muy perra es a donde iba, el muy golfo, corruptor de sus hijos, borracho, miserable!», prorrumpe una esposa engañada en La comedia de los asnos. Foto: Bridgeman / Aci

Fuente: FERNANDO LILLO REDONET  |  NATIONAL GEOGRAPHIC
21 de febrero de 2018

Suele decirse que cada pueblo tiene un sentido del humor propio, que a veces resulta difícil de comprender para los demás. En el caso de la antigua Roma, ese sentido del humor reflejaba el carácter de lo que en sus orígenes fue un pueblo de campesinos y soldados, y se caracterizaba por lo procaz y punzante. Este humor cáustico, llamado a veces italum acetum o «vinagre itálico», constituye el reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir.

Los romanos daban un toque humorístico incluso a los propios nombres de persona, en particular al tercer componente del nombre, el llamado cognomen o apodo. Por ejemplo, el nombre completo del famoso poeta Ovidio era Publio Ovidio Nasón, «narigudo» o «narizotas». A Marco Tulio Cicerón solemos llamarlo precisamente por su apodo familiar Cicero, «garbanzo», bien porque sus antepasados lo cultivaban, bien porque el primero de ellos tuvo una verruga en la nariz. Otros apodos particularmente humorísticos que aún pueden hacernos reír eran Brutus, «tonto»; Burrus, «pelirrojo»; Capito, «cabezón», o Strabus, «bizco».

Mofa a los emperadores

Los emperadores tampoco se libraban de los apodos burlescos. Cuando Tiberio era todavía un soldado se burlaban de él en el campamento haciendo un juego de palabras con su nombre: Tiberio Claudio Nerón, que se transformaba en un jocoso Biberio Caldio Merón, con el que se aludía a su condición de bebedor, al gusto que tenían los romanos por el vino caliente (calidus) y a la no menor afición por el vino puro, sin mezclar (merum).

Los soldados eran especialmente dados a las pullas, incluso en momentos de gran solemnidad como los desfiles triunfales de los generales victoriosos en Roma. Por ejemplo, en el triunfo que celebró en el año 46 a.C., Julio César tuvo que aguantar las chanzas de sus soldados, que cantaban: «Ciudadanos, guardad a vuestras mujeres, traemos al adúltero calvo», aludiendo a la vida disoluta de su general. También circularon burlas sobre su acentuada calvicie y se hicieron alusiones maliciosas a sus relaciones con el rey de Bitinia: «César sometió a las Galias, Nicomedes a César», se decía, jugando con el doble sentido de someter, «poner debajo». Todo ello no era sólo una forma de divertirse, sino quizá también servía para evitar la excesiva soberbia del comandante victorioso.

En Roma, el chisme, la gracia y la burla estaban a la orden del día y en boca de todos. Cicerón decía que nadie estaba a salvo del rumor en una ciudad tan malediciente como Roma. Precisamente personas de la alta sociedad como el famoso orador, que se suponían imbuidos de gravitas, practicaban el humor tanto en sus discursos públicos como en su vida privada. En una ocasión en que Cicerón vio a su yerno Léntulo, que era de baja estatura, con una gran espada ceñida exclamó: «¿Quién ha atado a mi yerno a una espada?». A propósito de una matrona romana ya entrada en años que aseguraba tener sólo treinta, comentó: «Es verdad, hace ya veinte años que le oigo decir eso».

El emperador Augusto también gozaba de un gran sentido del humor. Cuando el cónsul Galba, que era jorobado, le dijo que le corrigiera si tenía algo que reprocharle, Augusto le respondió que podía amonestarle, pero no «corregirle», jugando con el doble sentido del verbo

Las bromas o insultos no siempre sentaban bien al destinatario. Sabemos que un tal Cornelio Fido se echó a llorar en pleno Senado cuando otro le llamó «avestruz depilado». En ocasiones reírse en público podía resultar peligroso. En 192 d.C., el historiador Dión Casio estaba en el Coliseo con otros colegas senadores cuando el excéntrico emperador Cómodo, que actuaba en la arena, mató un avestruz, le cortó la cabeza y se dirigió hacia ellos explicando mediante gestos amenazadores que podían acabar igual que el ave. A los senadores la situación les provocó tal hilaridad que estuvieron a punto de echarse a reír; para evitarlo, Dión empezó a masticar hojas de laurel de su corona, gesto que sus compañeros se apresuraron a imitar.

Bufones y enanos, cómicos de palacio

La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador. Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado Gaba. Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano asistía a los espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía una cabeza pequeña y monstruosa. Vestido de escarlata, se sentaba a los pies del emperador, con quien hablaba tanto en broma como en serio. En época de Trajano las humoradas corrían a cargo de un tal Capitolino que, según el poeta hispano Marcial, superaba a Gaba en gracia.

Las mujeres también podían servir como bufones o ser objeto de burla. En una de sus cartas, Séneca cita a una tal Harpaste, una sirvienta boba que le había dejado en herencia su primera esposa. El filósofo, con gran humanidad, declara que siente aversión a reírse de este tipo de personas deformes y añade que cuando quiere divertirse se ríe de sí mismo.

El humor estaba presente en las conversaciones de la calle y de la taberna, que no podemos escuchar pero de las que quedan rastros en los grafitis de las paredes de Pompeya, llenos de bromas, insultos y caricaturas de personas reales. Por ejemplo, los huéspedes descontentos de una pensión escribieron: «Nos hemos meado en la cama. Lo confieso. Si preguntas por qué: no había orinal». En Roma, cuando un tal Ventidio Baso pasó de arriero a las más altas magistraturas, el pueblo se escandalizó y algunos escribieron por las calles de la ciudad los siguientes versos: «¡Venid todos corriendo, augures, arúspices! Ha surgido un portento inusitado: el que frotaba a los mulos, ha sido hecho cónsul».

Burlas en verso

Rastros del humor popular pueden verse quizás en algunos epigramas satíricos de Marcial, que se burlaban de los defectos físicos y el carácter de sus contemporáneos. En ellos primaba la brevedad y la agudeza de la parte final, donde residía la gracia. El humor cáustico es evidente en estos ejemplos: «Quinto ama a Tais». «¿A qué Tais?». «A Tais, la tuerta». «A Tais le falta un ojo solo, a él los dos».

Pero tenemos que esperar al siglo V d.C. para encontrar un verdadero libro de recopilación de chistes. Está escrito en griego y se titula Philogelos, «el amante de la risa». Contiene 265 historias graciosas de muy variado tipo. Algunas tienen como protagonistas a los abderitas (de Abdera, en el norte de Grecia), que en la Antigüedad estaban considerados los tontos por antonomasia, junto con los habitantes de Cumas, cerca de Nápoles. Otros los protagonizan eunucos, falsos adivinos y personajes misóginos. Entre estos últimos se encuentra uno que muestra que ciertas formas de humor son una constante de todas las épocas. Un hombre estaba enterrando a su esposa y cuando alguien le preguntó: «¿Quién descansa?», respondió: «Yo, que me he librado de ella».

Lucio Postumio a Tarento, colonia griega y fue objeto de mofa debido a su defectuoso griego. Grabado. Siglo XX.
Las burlas del amante de la risa
Los chistes recogidos en el Philogelos muestran que, en la Antigüedad grecorromana, las chanzas alcanzaban a todas las profesiones y condiciones.
Uno que regresaba de un viaje preguntó a un falso adivino por su familia. Éste dijo: «Todos están bien, incluido tu padre». Al decirle: «Mi padre hace ya diez años que ha muerto», respondió: «No conoces a tu verdadero padre».
Un abderita viendo a un eunuco conversar con una mujer le preguntó si era su esposa. Cuando el eunuco le dijo que él no podía tener esposa, respondió: «Entonces es tu hija».
Uno al encontrarse con un intelectual dijo: «El esclavo que me vendiste ha muerto». «¡Por todos los dioses! –respondió–. Cuando estaba conmigo nunca hizo tal cosa».

Rufo el narigudo
En uno de los muros de la villa de los Misterios, en Pompeya, se halló una caricatura (a la izquierda) con una inscripción en su parte superior: «Rufus est» (es Rufo). Se sabe que el dueño de la casa se llamaba Istacidio Rufo, por lo que se cree que alguien de la casa, tal vez un esclavo descontento, quiso burlarse así de un amo poco estimado.  Foto: CORPUS INSCRIPTIONUM LATINARUM

Burlarse del deforme
Durante los banquetes a veces se hacía intervenir a personas con discapacidades físicas, como enanos o jorobados –como el de la imagen–, o incluso discapacitados intelectuales, cuyas ocurrencias debían provocar la risa de los comensales. Foto: Dea / Album

 

Escena de una comedia de Plauto. Pintura en el atrio de la casa de Publio Servilio Casca en Pompeya.
El humor cáustico que caracterizaba el pueblo de Roma, llamado a veces italum acetum o «vinagre itálico», constituye el reverso de la imagen de respetabilidad y seriedad, llamada también gravedad o gravitas, que los ciudadanos de la élite romana buscaban transmitir. Foto: Granger / Album

Enano bufón. Vasija de barro procedente de Herculano. Siglo I
La corte imperial contaba con bufones y enanos para diversión del emperador. Augusto y su círculo disfrutaban de las bromas de un bufón llamado Gaba. Tiberio, por su parte, tenía un enano entre sus bufones. Domiciano asistía a los espectáculos de gladiadores con un jovencito que tenía una cabeza pequeña y monstruosa. Foto: Prisma / Album

 

21 febrero 2018 at 7:05 pm Deja un comentario

El último misterio de Tartesos

Un yacimiento de Badajoz abre pistas sorprendentes sobre esta ancestral civilización que floreció en el suroeste de la península Ibérica, de la mano del comercio con los fenicios, en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo.

Animales sacrificados en un ritual celebrado hace 2.500 años en un edificio hallado en Guareña (Badajoz). La escalinata de la derecha convierte esta construcción tartésica en algo insólito en el Mediterráneo occidental. CARLOS CARCAS

Fuente: J. A. Aunión EL PAÍS SEMANAL
20 de febrero de 2018

Hace 2.500 años, muy cerca de lo que hoy es el municipio de Guareña, en Badajoz, los lugareños se reunieron en un enorme edificio de dos plantas para celebrar un banquete y una ceremonia ritual en la que sacrificaron decenas de valiosos animales. Después lo quemaron todo, lo sepultaron y lo abandonaron para siempre. Los últimos días de aquella insólita construcción, congelados en el tiempo gracias a la mezcla de las cenizas y arcilla que ha protegido sus restos todos estos siglos, pueden ser claves para entender la última etapa de Tartesos. Y, de paso, para cubrir algunos de los huecos que durante tantos años se han rellenado a base de mitos y leyendas (de Hércules al rey Argantonio) sobre la gran civilización que floreció en el suroeste de la península Ibérica, de la mano del comercio con los fenicios, en la primera mitad del primer milenio antes de Cristo. Tartesos confluyó con la colonización fenicia y llegó a ser tan brillante y rica que excitó la imaginación de los historiadores griegos. Perduró unos cinco siglos, y su decadencia y desaparición total, hacia el 500 antes de Cristo, aún está por aclarar.

El río Guadiana a su paso por Guareña, cerca del yacimiento del Turuñuelo. CARLOS CARCAS

“Faltan muchos análisis que hacer y mucho edificio por desenterrar —apenas se ha excavado el 10%—”, advierten Sebastián Celestino y Esther Rodríguez, arqueólogos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y responsables del yacimiento de las Casas del Turuñuelo de Guareña, que empezó a excavarse en 2015. Pero los huesos de 22 caballos, 3 vacas, 2 cerdos, 2 ovejas y 1 asno sacrificados (eso de momento, puede haber más) no solo representan un hallazgo extraordinario —es la mayor hecatombe de animales localizada hasta ahora en todo el Mediterráneo, la primera de tamaño comparable a los holocaustos religiosos que se describen en el Antiguo Testamento o en la Iliada y la Odisea—, sino que abren nuevas pistas para entender qué pasó allí.

El de Guareña no es el único edificio que entre finales del siglo V y principios del IV antes de Cristo tuvo ese mismo final en las Vegas Altas del Guadiana, un territorio que había cobrado vida e importancia económica apenas un siglo antes, gracias a las oleadas migratorias llegadas por culpa de una gran crisis económica desde el núcleo central de Tartesos, entre lo que hoy es Huelva y Sevilla. Toda una serie de construcciones similares —como el santuario de Cancho Roano, en Zalamea de la Serena, o La Mata, en Campanario, con un perfil más económico—, encargadas de la gestión del territorio y del control del paso por el Guadiana, acabaron también autodestruidas casi al mismo tiempo, algunas tras un gran festín como el del Turuñuelo. La gran diferencia es el desmesurado sacrificio de animales, incluidos todos los caballos, claros símbolos de abundancia y distinción en aquel tiempo, colocados además en posturas teatrales: la mayoría en parejas, ­algunos con las cabezas entrelazadas.

Esto, sumado a las otras riquezas enterradas (sacos de grano, vasos de pasta vítrea, juegos de ponderales, bronces destrozados a propósito), abre la hipótesis de que aquellos hombres y mujeres pensasen que los dioses les habían castigado y que estuvieran intentando ponerle remedio sacrificando los más valioso que poseían, explica Sebastián Celestino.

Copa de vino y fuentes de la excavación. CARLOS CARCAS

Perdería entonces fuerza la idea tradicional que dice que se marcharon por miedo a una inminente invasión de los pueblos celtas del norte, algo que tampoco concuerda con la casi absoluta ausencia de armas (común en realidad a todo Tartesos) y la enorme cantidad de tiempo y mano de obra que se debió de necesitar para ocultar semejante construcción (se calcula que el edificio ocupa casi una hectárea de terreno). Los expertos creen que se debió más bien a algún cambio brusco del clima, alguna gran catástrofe natural o gran epidemia.

Los investigadores insisten en que se trata de resultados e interpretaciones provisionales. Podrán afinar mucho más, por ejemplo, cuando sepan cómo fueron sacrificados los animales, a qué edad o si fueron eviscerados o descarnados después de muertos. Desde que comenzaron los trabajos en 2015 ya han desenterrado una habitación llena de ricos objetos —joyas, puntas de lanza, cerámicas, semillas, parrillas de bronce y un gigantesco caldero extraordinariamente conservados—, otra gran sala con un altar de adobe típico tartésico (que representa una piel de toro) y una rarísima bañera-sarcófago. Además, está la escalinata monumental de tres metros de altura (en la que se utilizó una especie de protocemento un siglo antes de que el Imperio Romano empezara a usar el opus caementicium) que conduce al patio donde se han hallado los animales y frente a la que se abre un camino de pizarra y se intuye una gran puerta en un lateral. El hecho de que conserve las dos plantas también convierte el edificio en un descubrimiento único en todo el Mediterráneo occidental.

Uno de sus dos directores de la excavación, Sebastián Celestino. CARLOS CARCAS

Con todos esos ingredientes, no es extraño el interés que el yacimiento ha despertado en la comunidad científica. Los responsables de la excavación reciben constantes ofertas de colaboración por parte de decenas de expertos e instituciones. Celestino, que también dirige el Instituto de Arqueología de Mérida (centro mixto del CSIC y la Junta de Extremadura), y Rodríguez aceptan muchas de ellas para superar la limitación de medios a la que suelen enfrentarse este tipo de trabajos en España; en su caso, su única subvención procede de la Diputación de Badajoz. Así, por ejemplo, el laboratorio de restauración de la Universidad Autónoma de Madrid está recomponiendo algunos de los restos hallados en Badajoz; mientras, en la Universidad de Cambridge se analizan sus fragmentos de tela; entre ellos, la que es probablemente la lana más antigua encontrada en la Península.

Y también un equipo de ingenieros de la Universidad de Extremadura ha recorrido la excavación con un escáner para tomar información que permitirá reproducir en 3D a escala 1:1 las estancias. Eso servirá después, entre otras cosas, para el desarrollo de algoritmos específicos que permitan recomponer, a partir de los fragmentos encontrados, la forma precisa de la bañera o de la puerta del patio, explica la investigadora Pilar Merchán. Además, el registro exacto de cómo era el patio con los animales sacrificados será especialmente importante por si en un futuro (de momento, bastante lejano) se plantea abrir el yacimiento al público y colocar reproducciones de los huesos.

Esther Rodríguez, codirectora de la excavación (en el centro). CARLOS CARCAS

De momento, y ante el rápido deterioro de los esqueletos, seis zooarqueólogos de diferentes centros de investigación se disponen a transportarlos a sus respectivos laboratorios para analizarlos y, en algunos casos, prepararlos para su conservación (una vez restaurados, todos los restos pasan a disposición del Museo Arqueológico de Badajoz). “Cuando eran solo dos caballos [los primeros que salieron a la luz], yo podía hacerme cargo, pero cuando siguieron saliendo y saliendo, vi que esto era demasiado, que necesitaba ayuda”, cuenta a pie de obra Rafael Martínez Sánchez, arqueólogo experto en restos animales de la Universidad de Granada. Así, de la forma más natural, durante una cena tras un taller celebrado en Mérida el pasado mes de octubre sobre Los sacrificios de caballos en la península Ibérica durante la I Edad del Hierro, nació el improvisado equipo.

Melchor Rodríguez Fernández, obrero especializado en trabajos arqueológicos. CARLOS CARCAS

Sacar de la tierra con piqueta y paletín los restos de una treintena de animales de hace 2.500 años es un trabajo delicado que requiere un plan de ataque: por dónde empezar, cómo nombrar a cada individuo… Mientras lo deciden en el yacimiento (Pilar Iborra y Rafael Martínez Valle, del Instituto Valenciano de Conservación y Restauración, llevan la voz cantante), repasan las primeras impresiones: aquel parece un ternero; este, un asno de cabeza enorme; a esta cerda le falta una paletilla delantera (¿se la comerían durante el festín?); al caballo quizá le cortaron las patas antes de sacrificarlo… A los especialistas se les ve abrumados, pero también entusiasmados; muy raramente pueden trabajar con semejante muestra, que les permitirá conocer, por ejemplo, pautas de alimentación y enfermedades (de esto se encarga Silvia Albizuri, de la Universidad de Barcelona). O indagar a través de su ADN, si el estado de conservación lo permite, en el proceso de domesticación del caballo en la Península, explica Jaime Lira, del Centro Mixto Universidad Complutense de Madrid-Instituto de Salud Carlos III y miembro del equipo de Atapuerca.

Son sin duda enormes las posibilidades que se abren en este yacimiento de las Casas del Turuñuelo para saber mucho más sobre cómo eran, cómo se organizaban o cuál era la relación de esa cultura tartésica tardía con los lejanos países del otro extremo del Mediterráneo; se han encontrado objetos griegos, pero también imitaciones hechas en los alrededores, y en los bloques rectangulares que sostienen la escalinata monumental se puede ver una versión local de los sillares de piedra que usaban en Grecia. Y como además existen muy pocos restos de envergadu­ra en la zona central de Tartesos en torno al Guadalquivir —probablemente porque sobre ellos se fueron superponiendo capas y capas de los pueblos que llegaron después—, también pueden ayudar a entender mejor aquella gran civilización.

Desde que empezaron a excavar en Guareña, Celestino y Rodríguez, con la inestimable colaboración de Melchor Rodríguez Fernández, un obrero especializado en este tipo de trabajos desde hace más de 20 años, que ha abierto a pico y pala gran parte del yacimiento, no han hecho más que encontrar a cada paso objetos únicos, construcciones insólitas y los restos más antiguos y mejor conservados en la protohistoria mediterránea (¡hasta los marcos de madera de algunas puertas!). Y todavía falta el 90% restante.

 

21 febrero 2018 at 7:00 pm 1 comentario


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