Decir «Salud» al estornudar, entrar en una habitación siempre con el pie derecho o romper un cordón eran algunos de los símbolos supersticiosos de la antigua Roma. Algunos de ellos se heredaron en las civilizaciones posteriores e incluso todavía siguen vigentes en la actualidad

Fuente: JESÚS CALLEJO > Madrid | Cadena SER
8 de febrero de 2018
No deja de sorprender que una ciudad-estado como era la antigua Roma, todo un imperio extendido por medio mundo gracias a su poder militar, fuera tan supersticioso como el que más.
En eso no era único ni original. Muchas de sus prácticas mágicas estaban influidas por los griegos, por los etruscos y los caldeos. Es sabido la afición que tenían los romanos de consultar a augures, arúspices y oráculos, prácticas que se incrementaron cuando pasaron de ser una austera República y se convirtieron en Imperio. Los emperadores o césares se creyeron divinos y vitalicios, rindiéndoseles un culto que iba más allá del mero aspecto político. Eso tenía su contrapartida: cualquier desastre militar -o incluso de la naturaleza- se le imputaba a la debilidad del soberano. Al emperador Nerón le achacaron el origen del terremoto ocurrido en la Italia meridional, aparte de algún que otro incendio de sobra conocido.
Cualquier persona que tuviera un sueño profético atinente a la suerte del Estado podía comunicárselo al Senado. Julio César creía en los vaticinios, aunque no los hizo mucho caso en los momentos finales de su vida, Tiberio se rodeó de varios astrólogos y Septimino Severo anotaba cuidadosamente los oráculos que se referían a su persona. Hubo una época en que los adivinos se hicieron imprescindibles hasta que fueron prohibidos por los emperadores cristianos.
Diversos autores latinos se encargaron de darnos a conocer estas múltiples supersticiones romanas. Una obra poco conocida de Cicerón (106-43 a.C.), titulada De Adivinatione, recoge algunas de estas creencias: «El tropezar, romper un cordón y estornudar tienen un significado supersticioso digno de atención». Ovidio, en los Fastos, asegura: «si los proverbios tienen alguna importancia para tí, la gente dice que no es bueno para las esposas que se casen en mayo».
Pero, sin duda, fue el escritor y historiador latino Plinio el Viejo (23-79 d.C.) el que se encargó de recopilar muchas de las supersticiones que practicaron los romanos y que luego, durante la Edad Media, pasaron a la cultura occidental. Su sobrino, Plinio el Joven, también se dedicó a esta clase de recopilaciones en su Epistolario, aunque con menos empeño. Hay algunas, tan conocidas hoy en día, como entrar en una habitación siempre con el pie derecho (ya mencionada por Petronio) o el exclamar «¡Salud!» cuando alguien estornuda en nuestra presencia (algo que exigía el emperador Tiberio) o bien el llevar consigo una pata de liebre o de conejo como amuleto para aliviarse de ciertas enfermedades o ahuyentar la mala suerte.
En su Historia Natural (enciclopédica obra compuesta por 37 libros sobre distintos aspectos del mundo de la naturaleza), Plinio el Viejo recoge creencias y supersticiones sobre los asuntos y objetos más variopintos, que van desde los alfileres («tener varios alfileres que se hayan cogido de una tumba clavados en el umbral de una puerta es una protección contra las pesadillas nocturnas») hasta los nudos («Para curar las fiebres se suele poner una oruga en un trozo de lino con un hilo pasado tres veces alrededor y atado con tres nudos, repitiendo a cada nudo la razón por la que el mago realiza la operación»).
Se sabe que portaban toda clase de amuletos y que una de las supersticiones más extendidas era la utilización de tablillas (generalmente de plomo) donde aparecían los nombres a los que se quería hacer daño y que luego eran utilizados en un conjuro mágico.
Lo bueno, o lo malo, es que muchas de esas supersticiones las hemos heredado también nosotros…
9 febrero 2018 at 2:49 pm
De Irán a la Galia, CaixaFòrum propone un viaje por 3.000 años de historia de la música a orillas del Mediterráneo. Un recorrido por la sociedad mesopotámica, egipcia, griega y romana a través del rol de la música, siempre cerca del poder y lo divino.

Un mosaico con Orfeo tocando la lira, en la exposición. TONI ALBIR/ EFE
Fuente: LETICIA BLANCO | EL MUNDO
8 de febrero de 2018
¿A qué sonaba la música que se escuchaba en la Antigua Grecia? ¿Cuándo y dónde se inventó el arpa? ¿Cómo se transmitía la música cuando no existían las partituras? Sabemos que la música siempre ha estado ahí, desde hace miles de años, en los momentos más esenciales de la vida del hombre: en los partos y los entierros, en las batallas, en las fiestas y en las oraciones a los dioses. Pero ¿cómo se reconstruye algo que aparentemente no deja rastro? De eso se encarga la arqueomusicología y también la última exposición de CaixaFòrum, Músicas de la antigüedad, un ambicioso recorrido por el papel social y cultural de la música en la sociedad mesopotámica, egipcia, griega y romana. En total, 3.000 años de historia. Una historia de contagio e intercambio de ideas a orillas del Mediterráneo, por el que viajaban los músicos y sus instrumentos, ya fuera en misión diplomática, para animar y dirigir las tropas o como acompañamiento de reyes y generales, que llevaban músicos hasta cuando iban de caza. La música, resumiendo, siempre estuvo muy cerca del poder y de lo divino.
La muestra, coorganizada entre la Obra Social la Caixa, el Louvre y el Louvre-Lens, reúne 378 piezas de las que 278 provienen del museo parisino. Muchas de ellas no habían sido expuestas antes. Hay tablillas mesopotámicas, cerámicas de la Antigua Grecia decoradas con escenas musicales, mosaicos en los que aparece Orfeo tocando la lira, relieves romanos y hasta un gong encontrado en Nápoles para acompañar a los difuntos. Las piezas han sido prestadas por museos como el Metropolitan de Nueva York, los Musei Capitolini y el Museo Nacional de Atenas. La exposición podrá verse hasta el próximo mayo.
Una estatua de un espectacular gladiador llamando a filas, tocando la corneta con las mejillas hinchadas y las patillas a la moda de la época recibe al visitante. Las estrellas del recorrido son los instrumentos antiguos, como una bella pandereta del siglo VIII a. C. hecha en madera de acacia, un arpa encontrada en Egipto en el año 1550 a. C. y una impresionante réplica de un cornu, la tuba curva que el ejército romano usaba para comunicar las órdenes a las tropas en batalla, encontrada en Pompeya, que además viene acompañada de un dispositivo auditivo que permite al visitante escuchar cómo debía sonar en la antigüedad (un chorro de sonido un poco distinto al que nos han acostumbrado los peplums de Hollywood, todo hay que decirlo).
Y es que la historia de la arqueomusicología no es perfecta. Hay misterios sin resolver, cómo el del verdadero origen del arpa. Todavía no se sabe si se inventó en Oriente o en Egipto. Y también anécdotas divertidas, como la que rodea a una confusión entrañable de los albores de la arqueología, en el siglo XIX, cuando se encontró en Egipto una trompeta (o al menos, eso parecía). Por lo visto, Verdi se obsesionó tanto con la autenticidad de la puesta en escena en el estreno de su ópera más famosa, Aida, que mandó fabricar instrumentos musicales iguales a los del Antiguo Egipto: un arpa a imagen y semejanza de la que hay en el relieve de la tumba de Ramsés III y también réplicas de la supuesta trompeta. Una trompeta que no sonaba porque no era una trompeta, sino otra cosa: un soporte de altar , algo parecido a un candelabro. El malentendido duró bastante tiempo, hasta pasada la fiebre de las películas bíblicas y de romanos. La exposición se detiene en esos estereotipos que tanto han cuajado, como Quo Vadis?, y en los esfuerzos que hizo el compositor de la banda sonora, Miklós Rózsa, por ajustarse a la realidad. Rózsa se documentó, reunió partituras griegas para integrarlas en la música de la película y adoptó una encomiable «actitud arqueológica» aunque los cristianos, en la película, cantan en inglés.
La exposición refleja la importancia social de la música. Todos los ciudadanos de Atenas la estudiaban. Así lo atestiguan las escenas de las ánforas, llenas de músicos, concursos, juegos acrobáticos y público que aplaude las interpretaciones. La música es también el arma de las sirenas que intentan distraer a Ulises en su viaje, esculpidas en viejas placas de terracota. Los trompetistas rodean a Trajano en la famosa columna que narra sus conquistas. Y los egipcios se hacían acompañar al más allá, en sus sarcófagos, con dibujos de laúdes, cítaras y órganos. Hacia la inmortalidad, mecidos en melodías que todavía hoy resuenan.
9 febrero 2018 at 2:41 pm