Archive for 22 diciembre 2015
Solsticio de invierno: ¿Hoy debería ser el 1 de enero?
Las supersticiones de Julio César y las conquistas del imperio romano acabaron desajustando la lógica de nuestro calendario
Fuente: La Voz de Galicia 22/12/2015
El solsticio de invierno, así como el de verano, ya desde el neolítico, incluso antes de que existiesen los lunes, los martes o los domingos, suponían unas fechas especiales. La entrada del invierno, la estación del año en la que muchos pueblos se enfrentaban a un clima extremadamente duro, marcaba el cambio en algunos de sus hábitos más importantes. Los meses de la hambruna, en los que la cosecha resultaba imposible, trataban de combatirlos con el sacrificio de animales para que sirvieran de alimento. El conocimiento de estos fenómenos está documentado gracias a la arqueología.
Relación entre arqueología y astronomía
El observatorio Ramón María Aller, de la Universidade de Santiago, ha colaborado en múltiples ocasiones en trabajos edel CSIC que remiten a antiguas observaciones astronómicas en Galicia. En el 2004 se presentó un estudio sobre la alineación arqueoastronómica en el Chan da Ferradura, meseta rocosa de Amoeiro (Ourense), con petroglifos relacionados con el solsticio de invierno. Marco García Quintela y Manuel Santos Estévez estudiaron la zona donde confluyen los ríos Barbantiño y Miño, y mostraron «la existencia en la prehistoria de Galicia de observaciones astronómicas cuidadas». Reconocen que ha habido cierto abuso a la hora de relacionar monumentos arqueológicos y fenómenos astronómicos, pero en este caso las evidencias son muchas, según Quintela, que sitúa allí con probabilidad un santuario castreño.
¿Era A Ferradura un gran observatorio del sol, una especie de Stonehenge galaico? «Hay rocas con petroglifos que muestran que había una intención relacionada con los astros en determinados momentos del año. El de A Zarra está en una cavidad natural, hacia una abertura triangular por donde entra el sol durante la puesta del día en el solsticio de invierno», dice García Quintela sobre lo observado en este lugar de la parroquia de Trasalba. Además, el diseño del petroglifo no tiene paralelismo conocido.
«Es indudable que se produce una alineación arqueoastronómica entre el sol minutos antes del ocaso el día del solsticio de invierno, la cima del monte San Trocado donde está ubicado un castro y es depositaria de un rico folclore, el abrigo de O Raposo con su apertura que ilumina el petroglifo y la cima del Coto do Castro, con su petroglifo serpentiforme y su inscripción ilegible». La investigación señala una gran roca, con una grieta probablemente artificial y que apunta al otro lado del Barbantiño hacia el gran castro de San Cibrán de Las. «Allí se pone el sol el 1 de febrero, cerca está el pueblo de Formigueiro, con una dedicatoria a la Candelaria, y que podría remitir a la cristianización de un antiguo culto pagano». Preguntado sobre los círculos y espirales presentes en numerosas inscripciones rupestres por toda Galicia, este especialista duda que puedan representar temas astrales, pero sí valora la asociación de otras representaciones, como los ciervos, con fenómenos solares y lunares que servirían de calendario para los antiguos pobladores. Hoy, como ayer, el hombre sigue los haces de luz.
Dumbria. Dolmen de Regoelle. Recreacion del primer rayo de Sol del solsticio de invierno. Foto: ANA GARCÍA
En el calendario
Solsticio de invierno. A principios de enero la Tierra pasa por el perihelio de su órbita, el punto en el que está más cerca del Sol en todo el año. Pero en lugar de suceder el 1 de enero, que podría parecer lo lógico, ya que ese es el día en el que arranca el año en el calendario, ocurre noche del 4 al 5. Esta disparidad tiene su origen en una historia de hispanos y romanos. Tradicionalmente, en la República de Roma el año empezaba según el momento en que los cónsules (los magistrados de más alto rango de la República, responsables también del ejército y de las campañas bélicas) tomaban posesión de su cargo, lo que sucedía al comienzo de la primavera. Pero en el año 153 antes de Cristo los lusitanos consiguieron derrotar a las legiones romanas que intentaban conquistar Hispania, lo que obligó a Roma a nombrar dos nuevos cónsules unos dos meses y medio antes de lo previsto, es decir, a principios de enero. Los romanos se dieron cuenta entonces de que este adelanto era en realidad una buena idea, pues así se daba tiempo a que los cónsules estuvieran mejor preparados a principios de la primavera, que era cuando comenzaban las campañas bélicas, coincidiendo con la llegada del buen tiempo, y así esta práctica se convirtió en habitual.
Reforma juliana
Aparte de esto, en la época de Julio César el cómputo del tiempo planteaba otro problema, pues, aunque había doce meses, como en la actualidad, estos tenían menos días y tan solo sumaban 355, con lo que cada cierto tiempo era necesario añadir otro mes al calendario para hacer que las estaciones empezaran en la fecha que les correspondía. Pero no había una norma fija en cuanto al momento en el que se introducían estos meses intercalares, y en muchas ocasiones el deseo de un político de permanecer más tiempo en el cargo determinaba que se añadiera. Por eso en el 46 antes de Cristo Julio César decidió instaurar el que más tarde pasaría a ser conocido como calendario juliano, que dividía el año en doce meses que sumaban 365,25 días, y cada cuatro años se contaba dos veces el 24 de febrero (este mes entonces solo tenía 24 días). Aun así, para compensar los desfases acumulados en el cómputo anterior, el año 46 antes de Cristo tuvo 445 días. No se sabe por qué Julio César no hizo coincidir el 1 de enero con el solsticio de invierno, aunque se cree que puede haber sido porque era muy supersticioso y quería que ese año el primer día del nuevo calendario coincidiera con una luna nueva. En todo caso, conviene recordar que los romanos no sabían que la Tierra giraba alrededor del Sol, así que para Julio César el hacerlo coincidir con el perihelio simplemente no era determinante.
Estaciones huidizas
El que el inicio de las estaciones del año coincida con el solsticio de invierno y verano y los equinoccios de marzo y septiembre también tiene sus problemas, pues el desplazamiento del eje de rotación de la Tierra hace que la fecha en la que se producen estos vaya cambiando. Simplificando mucho, cada año la Tierra tarda unos 20 minutos más en llegar al punto de su órbita que marca el inicio del verano, con lo que el principio de las estaciones va sufriendo un desfase que, si no fuera corregido, provocaría que el solsticio de invierno y el de verano llegaran a intercambiar sus posiciones. Para que se diera ese cambio haría falta muchísimo tiempo, tanto como para que al cabo de 25.772 años los solsticios y el calendario volvieran a estar sincronizados. Así que basta con algún día intercalar cada pocos miles de años para volver a ajustar las cosas, si se considera necesario.
Otro tema muy diferente, al que podríamos darle también un par de vueltas, es la forma en que marcamos el comienzo de las estaciones, es decir, con el solsticio de invierno y de verano y con los equinoccios de otoño y primavera. Tal y como se hace ahora, el verano en el hemisferio norte empieza el día en el que el Sol alcanza su punto más alto en el cielo, con lo que a partir de esa fecha los días se hacen cada día más cortos. ¿No tendría más sentido que el solsticio de junio marcara la mitad del verano? De hacerlo así, el Sol alcanzaría su punto más bajo en el horizonte en la mitad del invierno, y no al principio de la estación, como ocurre ahora.
¿Quién dijo que el latín era una lengua muerta?
- Un profesor de la Universidad de Navarra imparte sus clases íntegramente en esta lengua
- Los alumnos, además, interactúan con espadas o sombreros, objetos que tienen que ver con los textos que tratan en clase
Clase de Lengua Latina en la Universidad de Navarra.
Fuente: TATIANA MÁRQUEZ | EL MUNDO 21/12/2015
La lengua por excelencia del Antiguo Imperio Romano vuelve a cobrar vida en algunas clases de la Universidad de Navarra. El profesor de Filología Latina Álvaro Sánchez-Ostiz, que imparte la asignatura Lengua Latina y su cultura, entre otras, es el culpable de que muchos alumnos de primer grado de Filología Hispánica y de Filosofía sean capaces de hablar latín como quien aprende cualquier otro idioma extranjero.
«Los alumnos sufrieron una especie de shock el primer día porque las clases son íntegramente en latín, de principio a fin, además de participativas», explica el docente. Este profesor considera que todo el mundo debe comunicarse en latín lo mejor que pueda y, para empezar, cada estudiante debe escribir su nombre en la lengua latina (Lacobus, Beatrix, Hieronymus, etc.).
Sánchez-Ostiz está aplicando el Methodus Activa (Método Activo) al aprendizaje de este idioma, una técnica que se está abriendo paso también en Estados Unidos, Gran Bretaña o Italia. «Cuando estudié Filología Clásica eran muy pocos los que se acercaban a este tipo de métodos y, de hecho, yo siempre los había mirado con cierto escepticismo», recuerda. Sin embargo, hace tres años hizo un curso intensivo de latín hablado organizado en Roma por el Instituto Polis de Jerusalén, y entonces cambió de opinión. «Allí me di cuenta no sólo de que era posible dar una clase de latín en latín, sino también de que el alumno asimila mucho más rápidamente las estructuras y el vocabulario«.
Las clases son así
Utilizan un libro de texto clásico en la enseñanza activa del latín y hacen ejercicios prácticos en el aula. A parte de las estrategias que el profesor ha ido incluyendo de cursos, añade una pizca de sal al asunto saliéndose del guión. «Interactuamos con espadas, sombreros y otros objetos que tienen que ver con los textos«. Al interpretar algunas escenas los alumnos están recibiendo un aprendizaje visual sin darse cuenta. «Aprenden más palabras al hablar unos con otros y por los contextos».
«Después del shock inicial, mis alumnos se han ido lanzando poco a poco a intervenir en latín y han perdido el miedo a cometer fallos, algo esencial en el aprendizaje de cualquier idioma», asegura Sánchez-Ostiz, que puede apoyarse en sus veinte años de experiencia en la docencia.
Una de las leyes que rige en la asignatura es «licet nobis errare, sed non tacere», es decir, «tienen claro que pueden cometer errores, pero que no está permitido quedarse callado«. Y aunque haya tímidos en el aula, el hecho de pasárselo bien hace que se animen a participar. «A ellos les encantan las clases y aprenden mucho», afirma.
La receta lleva una dosis de gramática, de cultura romana y otra pizca de risa y buen humor«, revela. Y esa exitosa combinación se está reflejando en las buenas notas de los parciales de sus más de 100 alumnos, capaces de hablar, comprender y leer fluidamente en latín en poco tiempo.