Archive for 21 julio 2015

La Victoria de Samotracia, icono de la Grecia clásica

Desde su hallazgo en 1863, la célebre estatua ha tomado forma a través de sucesivas reconstrucciones y restauraciones

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La victoria de Samotracia tal como puede contemplarse tras la restauración concluida en 2014. Museo del Louvre, París. RMN-GRAN PALAIS (MUSÉE DU LOUVRE)

Por Juan Pablo Sánchez. Doctor en Filología Clásica, Historia NG nº 138

La Victoria de Samotracia ha fascinado a artistas y literatos como una de las más espectaculares y acabadas muestras del arte helenístico. Representa a Niké, la diosa de la victoria, posándose sobre la proa de una nave con tan meditado equilibrio que el mármol parece elevarse a los cielos. El poeta Rainer Maria Rilke vio en esta composición «una imperecedera recreación del viento griego en lo que tiene de vasto y de grandioso». Es admirable la maestría con la que se sugiere el movimiento en el sinuoso equilibrio de la figura. Pero no menos fascinante resulta el modo en que, a partir de los fragmentos descubiertos en 1863 en una isla del Egeo, los expertos lograron  recomponer la majestuosa estatua para exponerla en el Museo del Louvre.

El descubridor de la Victoria de Samotracia, Charles Champoiseau, nació en Tours en 1830. No era arqueólogo de profesión, sino miembro del cuerpo diplomático francés, aunque quizá su interés por la historia le vino de su padre, miembro fundador de la Sociedad Arqueológica de Turena. Champoiseau ejerció como cónsul en varios países y ciudades (incluso en Bilbao, en 1874), pero principalmente en el Imperio otomano, lo que le hizo familiarizarse con la costa del mar Egeo y su ilustre pasado.

En 1862, Champoiseau era cónsul en Adrianópolis (Edirne), en el Imperio otomano. Como tantos otros jóvenes de su época, buscaba el favor de Napoleón III, de quien conocía su pasión por  las antigüedades, pues el emperador no paraba de engrosar las colecciones del Louvre con nuevas adquisiciones.

Santuario del Egeo

A mediados de 1862, Champoiseau se encontraba en Eno (la actual Enez), en la costa tracia de Grecia, desde donde se podía divisar fácilmente la silueta de la isla de Samotracia. El joven cónsul quedó encandilado por los relatos de los lugareños sobre las ruinas y los tesoros que le aguardaban a tan sólo unos cuantos kilómetros. Sin embargo, la isla era un lugar de infausto recuerdo: tras la masacre de sus residentes por parte de los turcos durante la guerra de la Independencia griega (1821-1832), estaba prácticamente abandonada. Champoiseau pensó que eso le favorecería, ya que así no tendría que solicitar un permiso oficial a las autoridades otomanas. Su primera estancia en la isla, de apenas dos días, no le decepcionó: en una carta dirigida al primer ministro francés, fechada el 15 de septiembre de 1862, Champoiseau explica ilusionado que «por todas partes hay centenares de columnas quebradas, fustes y capiteles de mármol». Champoiseau pide en la misma carta 2.000 francos, una importante suma para la época, ya que «no hay duda de que unas excavaciones serias llevarán al descubrimiento de objetos raros y de gran valor».

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Hierón de Samotracia, en el santuario de los dioses cabiros, lugar donde se descubrió la Victoria de Samotracia. MUSÉE DU LOUVRE

¡Señor, una mujer!

Champoiseau regresó a Samotracia en marzo de 1863 con un equipo de obreros griegos de Adrianópolis. Instalado en el ciclópeo recinto del santuario de los Grandes Dioses, Champoiseau procedió a excavar, identificando y clasificando mármoles e inscripciones antiguas. Al poco tiempo, los trabajadores descubrieron un hombro del más puro mármol blanco de Paros que asomaba en la falda de la colina. «¡Señor, hemos encontrado a una mujer!», gritaron tras desenterrar un busto. Unos pasos más allá, el propio Champoiseau descubrió el tronco de la estatua, de más de dos metros de altura, cubierto por un manto. Champoiseau acababa de exhumar una de las más extraordinarias obras de la Antigüedad clásica.

Junto a esta pieza se hallaron fragmentos de los faldones de un manto, así como de unas alas, lo que permitió a Champoiseau identificar la figura como una Niké. El 15 de abril de 1863 dirigió una carta al embajador francés en Estambul: «Hoy acabo de encontrar, en mis excavaciones, una estatua de la Victoria alada (o eso parece), de mármol y de proporciones colosales. Por desgracia, no tengo la cabeza ni los brazos, a menos que los encuentre en pedazos en la zona. El resto, la parte entre los pechos y los pies, está casi intacto, y trabajado con una habilidad que no he visto superada en ninguna de las grandes piezas griegas que conozco».

Champoiseau embaló los fragmentos de la estatua y partió rumbo a Estambul. Desde allí, la Victoria inició un largo periplo por el Mediterráneo, pasando por el Pireo en Grecia, hasta el puerto de Tolón, en el sur de Francia. Tras un breve viaje en tren, la Victoria  llegó a París el 11 de mayo de 1864, más de un año después de su descubrimiento.

París, fin de trayecto

Una vez depositadas las piezas en el Louvre, comenzaron las labores de restauración. Para asegurar la estabilidad de la estatua se insertó una barra metálica entre el costado derecho y el zócalo. También se reconstruyó la pierna derecha, que era la más dañada. Sin embargo, no se pudieron colocar ni el busto ni el ala izquierda, que no podía colgarse en el vacío, a pesar de que el equipo de restauradores la había recompuesto casi en su totalidad. La estatua se expuso por primera vez en la sala de las Cariátides en 1866, y en 1870 se hizo una copia que  hoy en día se guarda en la galería de esculturas y reproducciones artísticas del palacio de Versalles.

En 1875, arqueólogos austríacos descubrieron grandes bloques de mármol gris de la cantera de Lartos, en la isla de Rodas, que, correctamente ensamblados, representaban la proa de un barco de guerra. Rápidamente asociaron estos bloques con algunas monedas helenísticas en las que la Victoria aparecía representada de pie sobre la proa de un navío. Sin duda esos bloques pertenecían a la base de la estatua. Cuando Champoiseau recibió la noticia, hizo las gestiones necesarias para trasladar los bloques de mármol a París. Incluso años después, en 1891, ya miembro consagrado del Instituto de Francia, Champoiseau regresó a Samotracia al mando de una expedición arqueológica con la esperanza de hallar las piezas que faltaban y la ansiada cabeza, que, sin embargo, nunca logró encontrar.

Entre 1880 y 1883 se decidió recrear el monumento al completo, siguiendo el modelo sugerido por un arqueólogo alemán que también había empezado a excavar en Samotracia: Alexander Conze, el descubridor del Altar de Pérgamo. Así, se reforzó la estatua con una estructura de metal y se reconstruyeron partes con diversos fragmentos de mármol y con yeso, como el ala derecha, que se reconstruyó con un molde inverso de la izquierda. El trabajo de restauración terminó en 1884.

La Victoria de Samotracia fue colocada en la escalera Daru, a la entrada del museo. Sólo abandonó este puesto de honor en 1939, al estallar la segunda guerra mundial, cuando fue trasladada fuera de París. Su retorno en 1945 fue un acontecimiento nacional, explotado como símbolo de la liberación de Francia.

La Victoria remozada

El interés de los especialistas por esta obra única se ha mantenido siempre vivo, pero no fue hasta 2013 cuando se puso en marcha una restauración completa del monumento. Ésta se realizó en una sala del museo a la que se trasladaron la estatua y los veintitrés bloques que componen la base. Tras un minucioso análisis, los expertos limpiaron la superficie de la escultura, retirando el recubrimiento que restauradores anteriores habían añadido para uniformar el tono. También se sustituyeron los antiguos rellenos en ranuras y grietas por otros de material más estable, y hasta se añadió una nueva pluma en el ala.

Tras volver al emplazamiento tradicional, la Victoria, que ahora descansa directamente sobre el navío –se ha retirado el pedestal de cemento colocado en 1934–, sigue siendo una diosa acéfala y manca, pero el refinamiento de sus alas desplegadas y el contraste entre los ropajes ceñidos al cuerpo y los que evolucionan libres han cobrado nueva nitidez, al igual que el ombligo y la curva del abdomen que han surgido como por encanto. Más que nunca vemos en ella, como decía Rilke, «una maravilla y todo un mundo: he aquí Grecia, el mar, la luz, el coraje y la victoria».

Para saber más

La Victoria de Samotracia, redescubrir una obra maestra
Museo del Louvre. Hasta el 15 de junio. http://www.louvresamothrace.fr

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21 julio 2015 at 8:03 am Deja un comentario

El padre de Alejandro Magno sale de su tumba

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Una mujer junto a una réplica del fresco con el rapto de Perséfone en la tumba 1 de Vergina. / AP

Fuente: NUÑO DOMÍNGUEZ  |  EL PAÍS    20/07/2015

Filipo II, el rey guerrero que unificó Macedonia y fue padre de Alejandro Magno, está en la tumba equivocada. Así lo mantiene un nuevo estudio de tres esqueletos hallados en una sepultura que no se atribuía al monarca. Su edad al morir y sus heridas de guerra muestran ahora que se trata del rey macedonio.

Todos estos años se habría estado mostrando a los turistas la tumba equivocada

A finales de la década de 1970 se descubrió en Vergina, al norte de Grecia, un complejo funerario con tres sepulcros. El primero había sido saqueado en la antigüedad y apenas contenía los restos de un hombre, una mujer y un niño. También había un espectacular fresco del rapto de Perséfone. La segunda sí parecía digna de un rey por la elegante fachada clásica, la rica armadura y los dos sarcófagos de oro hallados dentro. En uno de ellos se encontraron las cenizas de un hombre que se identificó rápidamente con el rey Filipo II. A Filipo le mataron el día de la boda de su hija, posiblemente por orden de su mujer Olimpia, en el 336 antes de Cristo. Alejandro tenía 20 años. Después de su coronación como nuevo rey, se lanzó a la conquista de casi todo el mundo conocido por los antiguos griegos a lomos de Bucéfalo, el caballo indomable que su padre le había regalado diciéndole que se buscase otro reino, pues Macedonia se le quedaba pequeño.

Tras reconstruir los restos de los tres cadáveres de la tumba 1 de Vergina, el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de Atapuerca, no tiene dudas de haber identificado el verdadero cadáver del monarca por dos razones. La primera, que las edades cuadran casi a la perfección. Los restos del hombre muestran que era muy alto para los estándares de la época, 1,80 metros, y que murió en la cuarentena. Muchas fuentes históricas señalan que Filipo murió a los 46 o 47 años. La mujer tiene unos 18 años, una edad muy parecida a la de Cleopatra, la otra mujer de Filipo (los reyes macedonios eran polígamos). El niño es apenas un recién nacido, lo que le identifica como el hijo de ambos y hermanastro de Alejandro, según el estudio.

Una herida histórica

“Solo esto ya sería suficiente para mantener lo que decimos, pero hay más”, explicaba ayer Arsuaga. El cadáver del hombre muestra una herida muy visible en la pierna izquierda que encaja con lo que contaron historiadores como Justino, Demóstenes o Plutarco. En el año 339 a. C. Filipo regresaba a casa después de varios años de guerra contra los escitas con un suculento botín de guerra. A su paso por Tracia fue retenido por una tribu que le reclamó parte de las riquezas para dejarle pasar. El rey se negó airado y en la batalla que siguió recibió un lanzazo tan violento que atravesó su pierna y mató a su caballo. El hombre de la tumba 1 tiene un visible agujero en su rodilla izquierda que da fe de una herida que cicatrizó fraguando los huesos del fémur y la tibia, dejando una pierna rígida. “Era cojo total, sin solución”, resume Arsuaga. En la base del cráneo, añade el investigador, hay lesiones de tortícolis, probablemente causadas por el renqueante caminar del rey en sus últimos años. Según las fuentes históricas, es bien sabido que Filipo II era cojo de una pierna, sin especificar cuál.

Los resultados del análisis, publicados hoy en PNAS, pueden reescribir la historia. Desde 1996, el conjunto funerario de Vergina es patrimonio de la Humanidad de la Unesco, en parte por contener la supuesta tumba de Filipo II. El único detalle es que todos estos años se ha estado mostrando a los turistas la tumba equivocada. En la número 2, propone el equipo de Arsuaga, se encuentra en realidad Filipo III, hijo de Filipo II y hermanastro de Alejandro. Según el estudio, que también firma Antonis Bartsiokas, de la Universidad Demócrito de Tracia y otros tres expertos españoles, parte de la armadura hallada aquí puede pertenecer a Alejandro Magno. En la tumba 3 yace Alejandro, IV, hijo de Alejandro. Su padre había muerto en un palacio de Babilonia (hoy Irak), en el 323 a. C., por causas poco claras. Su tumba aún no se ha encontrado.

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Vista general y detalle de la rodilla herida y una radiografía de la misma / PNAS

El estudio aviva una polémica de décadas. Theodore Antikas, jefe de antropología de las excavaciones de Vergina, no está de acuerdo con los resultados del equipo de Arsuaga. El trabajo, dice, “se basa en pruebas insuficientes y está lejos de resolver el problema”, ha escrito el experto de la Universidad Aristóteles en una carta remitida a PNAS y a la que ha tenido acceso Materia. En esa misiva Antikas desvela un giro inesperado a esta historia. Se trata de la existencia de dos cajas de madera llenas de huesos encontrados en la Tumba 1 en 1977. Fueron almacenadas en el Museo de Vergina y “nadie reparó en ellas” hasta ahora. Sus análisis indican que en la tumba 1 había no tres, sino siete individuos, incluidos un adolescente, tres bebés y un feto sin identificar. Podría tratarse de restos de saqueadores o de cadáveres desechados, algo ya visto en otras tumbas macedonias, apunta. Además, dice Antikas, su equipo espera permiso para realizar análisis de ADN sin los que “cualquier asunción sobre las identidades de los muertos es prematura y poco fiable”. Por ahora, ninguno de estos datos ha sido debidamente publicado.

Guerrero hasta la muerte

El historiador de la Universidad de Oxford Robin Lane Fox, experto en este periodo y defensor de la teoría de la Tumba 2, resalta sus dudas sobre el hallazgo. Para empezar “un agujero en una rodilla no va a probar nada, pues muchos otros podrían tenerlo en un mundo de guerreros”, explica en un correo electrónico. Por otro lado, pregunta, ¿cómo se explica que en la tumba de un rey guerrero no haya ni un arma de hierro, del tipo que «los saqueadores no se habrían molestado de robar?”. Un tercer problema, ya clásico, es por qué los restos de la tumba 1 no están incinerados, una cuestión clave, según Lane Fox. El equipo de Arsuaga aduce que no siempre se cremaba a los personajes ilustres, sobre todo en la Macedonia previa a Alejandro Magno.

Maria Liston, una antropóloga experta en rituales funerarios en Grecia, no tiene apenas dudas de que estos son los restos de Filipo II.  También resalta que las heridas que presenta el cadáver no parecen las de cualquier guerrero. Tras analizar en detalle el trabajo, resalta que “la pierna tuvo que ser inmovilizada porque el dolor debió ser horrible”, explica. Se hizo de forma muy cuidadosa y pensada”, resalta. “El ángulo en el que fraguó el hueso permitió al paciente andar de puntillas con esa pierna, y, más importante, poder siguiendo montar a caballo, algo que debió hacer Filipo para mantener su estatus de guerrero”. Liston cree que los autores “tienen un argumento muy convincente de que este es el esqueleto de Filipo II” y que el hombre en la tumba 2 es realmente su hijo Filipo III.

21 julio 2015 at 12:01 am 5 comentarios


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